Manuel García, Corón: «Nunca pensei que fósemos chegar a pesar o marisco por gramos»

SOMOS MAR

Fue trabajador de la cofradía de A Illa durante muchos años; se encargó de la lonja, de hacer traslado de mariscos, de limpiar playas y hasta de vigilar y vérselas con todo tipo de furtivos
11 oct 2025 . Actualizado a las 04:45 h.Manuel García, Corón para la gente de A Illa de Arousa, no es un tipo que se deje arrastrar fácilmente por la nostalgia. «Dende que me xubilei no 2011, á lonxa debín de volver como moito tres veces», cuenta. El miércoles visitó de nuevo una sala de subastas que fue su casa pero que, ahora, se ha convertido en un misterio para él. «Non sei como aínda se sostén! Tal e como está o mar...», dice mirando a su alrededor. No se sabe si el espacio, enorme, parece aún mayor ante la falta de marisco, o si es al revés: los lotes parecen mínimos en la inmensidad que los rodea. «Antes, as mesas con ameixa chegaban ata aquí, e mira o que hai agora», comenta dejando pasar los ojos sobre las pocas cajas de bivalvo colocadas sobre los mesados de acero. Se acerca la una de la tarde, los últimos rañeiros llegan a tierra, y las mariscadoras siguen clasificando el escuálido fruto de su mañana de trabajo... «Cando eu marchei, a lonxa estaba chea, era unha marabilla. A poxa empezaba ás tres e media acababa tarde, ás nove da noite... Agora, empeza ás tres e media, e ás tres e media acaba», dice Corón volviendo a mirar a su alrededor. «Nunca pensei que fosemos chegar a pesar o marisco por gramos», sentencia el hombre que, durante más de veinte años, hizo de todo en la cofradía de A Illa.
Porque Corón —el nombre le viene de su madre, natural de ese lugar de Vilanova— estaba en la lonja, se encargaba de limpiar las instalaciones, conducía el camión, llevaba a Cangas las capturas de lapas cuando este recurso se explotaba, participaba e los trabajos de limpieza de las playas y, durante su etapa de vigilante, se encaraba sin dudarlo con los furtivos con los que se encontraba. En más de una ocasión le paró los pies a familias de bañistas que tenían bien organizado el operativo para hacerse con marisco: la rapazada lo recogía y luego lo guardaban, hasta llegada la hora de partir, debajo de las toallas. Una vez, Manuel descubrió una de estas pequeñas tramas de furtivismo en familia y abordó a la mujer que encabezaba el clan... Reconoce que no se mordió la lengua y que le cantó cuatro verdades bien cantadas... Le acabaron costando «unha multa de 5.000 pesetas en papel de Estado», recuerda. Y no puede evitar una sonrisa, como si estuviese dispuesto a volver a pagar la multa.
Como trabajador de la cofradía de A Illa, Manuel García también se las tuvo que ver en ocasiones «con mariñeiros que viñan querendo pasar por diante de todos» y con mariscadoras que escondían capturas en el refajo. «Aínda hai algunha que mo recorda», cuenta él, echando a andar por el muelle de O Xufre. Allí, fuera de la lonja, los buzos están colocando las algas, que se han convertido en un recurso importante para el mar isleño. Manuel fue testigo de cómo se gestó esta actividad que ha crecido, igual que vio nacer y morir muchas otras iniciativas: desde la hatchery de Punta Quilma, que logró ilusionarlo, hasta los intentos por subastar pulpo en la localidad. «Algúns bares pedían que se poxase polo polbo aquí, pero cando o fixemos non veu comprador ningún. Aquí o que se vendía era a ameixa e o camarón... Como agora».
Antes de enrolarse en las filas del pósito, Manuel anduvo «moi pouquiño tempo ao mar». Parece que siempre se sintió más cómodo en tierra, haciendo trabajos que le permitían organizarse a su manera. Así, formó parte del personal del Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) en A Illa, cuidando espacios tan emblemáticos como Carreirón o la zona del faro. Y fue durante muchos años, hasta que el puente llegó para cambiarlo todo, el encargado de repartir con su camión las mercancías que la motora se encargaba de llevar desde «el continente» al muelle de esta localidad. Aquellos fueron buenos tiempos. Ajetreados pero buenos. Los lunes, recuerda, recogía en los bares «2.000 caixas de cervexas e levábaas para a motora, para o vacío. E aos martes, xa viñan outra vez de volta». Su negocio decayó con la apertura del puente pero él, que ya sabemos que no es de andarse con nostalgias impostadas, reconoce que la construcción del viaducto tuvo algo de liberación. «Realmente foi unha chave moi boa para a xente de aquí», dice antes de recordar como, antes de su existencia, tuvo que alquilar la motora la noche en la que su mujer se puso de parto. «Hai quen di que antes da ponte se estaba mellor, que se podían deixar as portas abertas... Para min son tonterías», dice rotundo. Y sonríe.