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Entró en el Rápido en 1961 y tras pasar por todos los estamentos, a sus 87 años continúa en el organigrama
17 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Manuel Iglesias García (Vigo, 1938) llegó al Rápido de Bouzas en el año 1961 y cinco décadas después sigue al pie del cañón, ostentando el cargo de vicepresidente tercero y con licencia como delegado de campo del primer equipo, aunque ya no ejerza, además de ser el socio número 1, y 66 del Celta. La vida de Zaragallas, su nombre de guerra, son 80 años pegados al mundo del fútbol, un deporte en el que hizo de todo: jugador, entrenador, lavandero, encargado de marcar el campo, directivo, delegado y todo lo que se terciara. «Deporte sempre fixen, o fútbol era a atracción principal que me inspiraba para chegar a ser máis importante na vida. Sabías que a través do fútbol viña a popularidade e que había cartos. Afeccioneime, gustoume, e practiqueino durante moitos anos», dice este vecino de San Andrés de Comesaña nacido al final de la Guerra Civil «que por sorte» no sufrió.
Curiosamente, el Rápido de Bouzas no fue el punto de partida de la historia de un centrocampista con recursos —«era un seis ou un oito», dice—. Las primeras patadas las pegó en el CD Coya en la temporada 56/57 siendo juvenil; después, fichó por el Gran Peña en el primer año que el equipo de Lavadores jugó en Tercera División, convirtiéndose en un clásico en todas las formaciones y recibiendo un premio adicional derivado del acuerdo de filialidad que entonces tenían con el Celta. «Tiñamos o aliciente de que adestrabamos os martes e os xoves co Celta en Balaídos e compartiamos vestiario con Ernesto Gutiérrez e aquela xente importante daquel tempo, con Yayo como adestrador», recuerda Zaragallas.
Más tarde, le reclamó el servicio militar y tuvo que cambiar Vigo por Ferrol «e como tiña certa fama» lo llamó el CD Jubia, un club de un barrio de Ferrol. Tras cumplir sus obligaciones militares, de regreso a Vigo, vistió su penúltima casaca, la del Atlántida de Matamá «que era un dos equipos punteiros nese momento dos modestos de Vigo». Allí estuvo una temporada y celebró un doblete: campeones de liga y copa «cun adestrador bastante peculiar, un tal Carvajal», recuerda.
En 1961 cruzó la puerta del hoy Baltasar Pujales por primera vez para hacer del Rápido su razón de ser. Fue jugador desde 1961 hasta el 1970, disputando la competición provincial y sin llegar jugar en Tercera División. Cuando por cuestiones de edad decidió colgar las botas, el banquillo como entrenador fue su primer destino antes de comenzar un periplo de lo más variopinto. «Despois fun directivo e tiña a responsabilidade de lavar as equipaxes na miña casa axudado pola miña santa muller», recuerda mientras explica porqué era conocido en su parroquia natal: «Na casa había unha ou dúas lavadoras e tiñamos diante unha leira pequena onde poñiamos a secar as camisetas e a miña casa era popular por ser a casa das camisetas», comenta entre risas.
En aquellos tiempos también le tocó marcar el campo con métodos que hoy serían del todo rudimentarios. «Había aqueles célebres campos de terra no que había que andar ca carretilla de cal en cada partido e durante o mesmo e ese tamén foi o meu cometido», dice Manuel, que está orgulloso de haber sido el multiusos de una entidad centenaria. «Así me mantiven no club facendo o que fixera falta».
Zaragallas también estuvo en los despachos rapidistas. Fue en la época de Manuel Seoane como presidente, que le nombró secretario de la entidad. Entonces le tocó todo el papeleo: actas, escritos, formularios para las subvenciones y un buen montón de fichas. «Era eu o que ía levalas a A Coruña e falar coa xente da Federación», recuerda de una época en donde el soporte telemático era una utopía para cualquier disciplina. Volver al banquillo como delegado de equipo y de campo fue su última contribución al Rápido. «Ata o descenso de Terceira era o delegado, e agora aínda teño ficha co Preferente Autonómica, pero dende o descenso no vou. Aínda non soubemos asimilalo, quedounos un oco moi profundo e agora mesmo teño algún problema de saúde e deixeino». Tampoco va a la grada, algo que sí hace en Balaídos ilusionado con la tropa de Claudio Giráldez: «É agradable ver a tantos rapaces de aquí que senten as cores. A ver se temos sorte e nos mantemos cun pouco de folgura», dice en clave celeste y con la autoridad que ostentar el número 66 como socio.
Con tanta dedicación, no le faltaron los reconocimientos, de todo tipo. Recibió la medalla al Mérito Deportivo de la Xunta, fue distinguido con los premios VIDE y a él le entregaron al primera medalla de oro que otorgaba su querido Rápido de Bouzas. «O fútbol deume moitas satisfaccións, popularidade, amigos e recoñecementos. Para unha persoa como min, que nunca saía de San Andrés de Comesaña, é moi bonito que me recoñezan», recordando ufano el vínculo que creó con Borja Jiménez, el actual entrenador del Leganés, en su etapa como aurinegro. «Fixen unha boa amizade con Borja, temos unha comunicación fluída».
Pese a semejante actividad, durante muchos años, hasta que se jubiló, en el 1999, compaginó su multitarea balompédica con varios trabajos. El principal, en la factoría viguesa de Citroën, pero antes había pasado por un taller de mecánica naval en la ribera del Berbés y por el almacén de Coloniales Nicolás Alberte. Un frenesí que nunca le reprocharon en casa: «Sempre tiven axuda da muller a das tres fillas. Sempre me apoiaron».