El niño que corría contra la leucemia dona su médula para salvar una vida

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Cedida

«Me gustaría que alguien lo hiciese por un familiar», dice Alejandro Narciso

15 oct 2025 . Actualizado a las 16:08 h.

«Cuando cumplí los 18, hice la EBAU [la selectividad] y me apunté en el registro de donantes de médula ósea», dice Alejandro Narciso. Fue el año pasado, poco antes de matricularse en el grado de Ciencias del Deporte de la Universidad de Vigo. La Fundación Frangil ponía fin a quince años de la carrera 700 camisetas contra la leucemia porque su presidente, David Gil, había llegado ya al límite del cansancio. En esa última edición, Gil quiso echar el resto y prometió que si conseguía 70 nuevos donantes registrados, haría 700 kilómetros en bici. Se apuntaron 150. Uno era Alejandro.

Lo hacía convencido. En el 2016 se había convertido en el primer niño que corría un tramo de esa mítica carrera. «En mi casa siempre me inculcaron esto», dice. Su padre, Rogelio, es amigo de David Gil. Se conocieron en la carrera. Años después, a Fran, el hermano de David, le diagnosticaron una leucemia. Convivió cuatro años con la enfermedad, a la espera de un donante que nunca apareció. Falleció a los 37 años y David consagró sus energías a la causa de fomentar la donación de médula. Desde pequeños, Alejandro y su hermana vieron cómo en su casa se volcaban con la iniciativa de David.

El círculo se cerró ayer. Alejandro entró en una sala de aféresis del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo a las 10.00 y salió cuatro horas después. Con solo 19 años, se convirtió en un donante efectivo de médula. No es fácil. El Registro Español de Donantes de Médula Ósea, que gestiona la Fundación Josep Carreras, tiene apuntadas 515.000 personas. La mayoría nunca recibirán la llamada porque encontrar a alguien compatible es complejo. Cuando no los hay en la familia, se busca en el registro y, si no, en el extranjero.

A Alejandro lo llamaron hace tres meses. Llevaba menos de un año apuntado en el registro. «Fue una suerte», dice. Le hicieron un examen de salud y le dieron una fecha. 14 de octubre, ayer. Estas semanas le han dado para reflexionar. «Claro que he pensado en el paciente», dice, sin saber ni de dónde es, ni su edad, ni su sexo ni su enfermedad. «Yo pienso que si esto le ocurriera a alguien cercano, me gustaría que hubiese alguien en alguna parte del mundo que estuviera dispuesto a donar y salvarle la vida», explica. En el examen de salud le preguntaron si estaba seguro. «Me dijeron que si no seguía adelante, lo más seguro es que la otra persona falleciera», añade. La reflexión le impresionó, pero no le hacía falta, estaba más que convencido.

Alejandro, de niño, con David Gil, en la carrera contra la leucemia.
Alejandro, de niño, con David Gil, en la carrera contra la leucemia.

La médula ósea se encuentra en el interior de algunos huesos y fabrica las células de la sangre. Lo que se conoce como trasplante de médula se llama en realidad trasplante de progenitores hematopoyéticos. «Se le extrae la sangre y se deriva a una máquina que la centrifuga para dividirla por capas», explica la hematóloga Judith Vázquez, que hace trasplantes en el Cunqueiro; «así se recogen los progenitores». Son células madre, a partir de las cuales se crean los glóbulos rojos, los blancos o las plaquetas. A una persona que padece una enfermedad hematológica (leucemia, linfoma, mieloma) se le suprime su propia médula y se le implanta una nueva, en este caso, de un donante. En Vigo se trasplantaron el año pasado 59 médulas, seis de ellas, de donantes no emparentados.

La donación es un proceso de cuatro horas. Durante ese tiempo, la sangre está saliendo del cuerpo y entrando constantemente para que la máquina la centrifugue. «Te dan mantas porque te baja la temperatura», dice Alejandro. Por lo demás, es un procedimiento un poco tedioso. Él se llevó un ordenador y estuvo viendo algún vídeo; también dormitó un rato. El resultado es una bolsa con un líquido de color rosáceo que puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Al otro lado del teléfono, David Gil se emociona. «Hoy es un día... ¡brutal!». Hace 21 años que falleció su hermano. «Tener Alejandro es el culmen de esta historia», respira. «Como mínimo hemos salvado una vida».