LAS MADRES SON ÚNICAS y para celebrar su día hoy en YES contamos la relación que tienen la diseñadora María Barros, el actor Javier Gutiérrez, la presentadora Carlota Corredera y el chef Pepe Solla con las suyas. Va por ellas.
07 may 2017 . Actualizado a las 10:17 h.Las madres son únicas y para celebrar el Día de la Madre contamos la relación que algunos personajes públicos tienen con las suyas. La diseñadora María Barros tiene en su madre, Chelo Eiroa, la referencia de una mujer activa e independiente. Al frente desde joven de una tienda de decoración, fue ella la primera en ofrecerle también a su hija la oportunidad de acompañarla en los viajes de negocio, a las ferias de Milán o París, donde María tuvo la fortuna de empaparse de otras vivencias. Ese aprendizaje fue un premio que la diseñadora recibió con la misma suerte de tener una madre activa y enérgica, que abarcaba -y abarca- todos los frentes. «Yo creo que nos parecemos sobre todo físicamente, y en que las dos somos muy autocríticas, tenemos una fuerte exigencia, pero ni mi hermana pequeña ni yo somos tan presumidas como ella», bromea María. Chelo asiente con el ejemplo: «¿Ves cómo voy ahora? Pues fácilmente estoy así desde las seis de la mañana, yo no puedo salir de casa sin ir arreglada». Esa coquetería está guiada por la mano de su hija, a la que le pide consejo para vestirse (ni qué decir tiene que las dos llevan en este reportaje creaciones de María), pero el último matiz lo pone Chelo: «Tengo que verme yo, ¿eh? Le pido consejo, claro, pero dentro de mi estilo».
Su relación es estrecha, se llaman a diario, aunque María enseguida traza la línea de lo profesional: «Jamás le enseño mis creaciones, es cosa mía y de mi equipo, no le digo ni la temática, porque me gusta esa independencia». «María es muy suya, es ella, no creo que tenga tanta mezcla de su padre y mía, es muy a su manera, y yo respeto mucho esa forma de hacer, su sensibilidad. Es más anárquica que yo, puede trabajar de noche, cosa que yo no concibo», dice Chelo. Ella apela a la fortaleza del matriarcado, tiene a su madre como ejemplo, «siempre ahí», y así ha querido inculcárselo a sus hijas. María huye, en cambio, de esa palabra: «Creo que en mi mundo lo del matriarcado está superado, yo no tengo nada que demostrar, esa lucha generacional yo no la siento, y creo que con mi hijo tengo una relación estrechísima y mucho más natural que la que tenía mi madre con nosotras». En eso Chelo, a la que cariñosamente su nieto le dice Nonna (‘abuela’ en italiano), está de acuerdo; desde que María ha sido madre se han acercado muchísimo, pero sobre todo a ella la ha abierto más -«antes se educaba de otra manera, eran otras formas». Las dos hacen planes juntas y de la mano siguen recorriendo un camino que para ambas solo responde a una cuestión: su amor incondicional. «Mi madre es un poco como la de la Pantoja -se ríe María- y así la quiero conmigo siempre».
Javier Gutiérrez: «La mía es una madre coraje»
Están tan unidos que se deshacen al hablar el uno del otro. Por algo Javier, que hoy es uno de nuestros actores más célebres, de niño era el hombrecito de la casa. Cuando tan solo tenía 8 años y con dos hermanas mayores que él, perdió a su padre. En ese momento Guillermina, su madre, tomó las riendas de la familia. «Los saqué adelante sola y con muchas lágrimas, porque me quedé con los tres con 27 años», recuerda esta mujer que, ya jubilada, se dedica a ayudar a los que más lo necesitan. «Javier me apoya, pero me dice: ‘Mamá, mira más por ti’. Y yo le digo: ‘¿Qué voy a hacer? No me gustan las discotecas ni el karaoke’», dice entre risas. Guillermina no ha perdido ni un ápice de su sentido del humor.
Quizás no sepa que para su hijo es un espejo en el que mirarse constantemente: «Es un ejemplo para sus hijos. Es una madre coraje, muy luchadora, moderna y con mucha personalidad, me ha marcado muchísimo. Si a día de hoy es difícil ser madre soltera, imagínate a finales de los 70, con un niño de 8 años y dos niñas en plena adolescencia», reconoce el actor, que añade que ella le ha inculcado la fuerza y el valor por el trabajo: «Me ha ayudado muchísimo en mi carrera», afirma. Y eso que al principio le costó lo suyo aceptarla. «Cuando le dije que quería ser actor no reaccionó nada bien, te lo aseguro, pero yo tenía muy claro que quería irme para intentarlo, así que me marché a Madrid a pesar de todo».
«Tuvo dos o tres años mi habitación intacta, pensando que iba a volver, hasta que al final tiró la toalla y vio que mi pasión por el mundo de la interpretación era aún más grande que sus ganas de que volviese a casa», señala Javier. Guillermina, que hoy está feliz de la elección de su hijo, se explica: «Cuando dijo lo de ser actor, habíamos pasado tanta necesidad que en ese momento, que yo podía, mi ilusión era que hiciese una carrera. Pero él me dijo: ‘No voy a ir a Santiago a pasear los libros y a que gastes el dinero. Me voy a Madrid al teatro’». Y es que antes de aquello, hubo tiempos muy difíciles: «Él veía a los niños en Reyes con sus juguetes nuevos, pero nunca pedía nada. Yo le cogía algo en estos sitios que la gente deja las cosas y después lo reformaba, y él tan contento. Solo me decía: ‘¿Mamá, me das una peseta para comprar un chicle?’. Éramos muy pobres, pero muy felices».
A día de hoy, su madre es la primera en hablar con él con cada premio que le dan: «Cuando gané el Goya y la Concha de Plata, fue la primera llamada que hice», asegura el intérprete, que habla con ella día sí y día también, aunque si hay algún problema «trato de no preocuparla demasiado». Aun así, madre no hay más que una: «Sus secretos del alma los tengo yo también», afirma Guillermina, que babea con él: «Yo estoy muy orgullosa porque, primero, es un buen hijo y el único varón, que siempre tiran más por las madres; segundo, por cómo es en su trabajo, que no hace falta que diga nada porque ya le conocéis; y, tercero, por cómo cuida de su familia. Si algo necesitamos, está él en primera línea». De tal palo...
Carlota Corredera: «Mi madre me ha dado la vida más de una vez»
Es empezar a hablar de su madre, Elisa, y a Carlota Corredera se le pone un nudo en la garganta. La emoción le puede porque su vida, la de su familia, no ha sido fácil. Carlota perdió a su padre cuando ella tenía 20 años y al año siguiente a su hermano pequeño, y ese durísimo golpe ha tejido una relación con su madre muy estrecha. Única. «Ha habido momentos en que yo he tenido que hacer de madre y otros en que ella ha tenido que estar muy pendiente de mí», asegura Carlota, quien, con la voz quebrada, no duda en sacar el aliento, la fortaleza en la que fue criada: «Ella siempre ha sido muy positiva, jamás nos crio en el rencor, cuando la vida golpea hay gente que se queda encallada y en el luto, pero mi madre no, mi madre siempre intentó llevarnos hacia la luz».
Elisa tuvo a Carlota a los 24 años, fue su primera hija, su única niña, y luego vinieron tres en tres años. «Como muchas mujeres de entonces, mi madre dejó de trabajar cuando me tuvo a mí, pero ella siempre reivindicó ese papel, no se arrepintió, porque creo que en realidad era su auténtica vocación, fue feliz. Ella lo dice continuamente, sobre todo cuando oye algún comentario que hace de menos a las mujeres que renunciaron a su profesión para criar a sus hijos». «Qué diferencia conmigo ?añade Carlota?, que tardé tanto en formar una familia y trabajo fuera también como una loca». Mientras sostiene a su hija Alba en brazos, Carlota cuenta lo que las tres tienen en común: «Alba es muy parrandeira, como nosotras, somos muy alegres, muy habladoras, pero ella es la más mandona de las tres, eso ha ido en aumento de generación en generación». De Elisa dice Carlota que ha heredado su generosidad, pero sobre todo su expresividad cariñosa: «Somos besuconas, ella ahora mucho con su nieta, pero también con sus hijos, nunca se ha cortado en decirnos todo lo que nos quería y quiere». «A veces en ese correr diario que tengo pienso en lo distinto que es criar a Alba, y en la sensación que yo tenía de protección cuando volvía a casa del colegio, porque llamaba al telefonillo y allí siempre estaba mi madre, esa seguridad que ella me daba me ayudó mucho». Tanto es así que Carlota asegura que hay dos cordones umbilicales que no ha roto, la relación con Galicia y la relación con su madre: «Me considero tan afortunada de ser su hija, por la educación que nos dio, su sacrificio. Mi madre es mi heroína y mi religión, yo sí creo en ella, ella me ha dado la vida más de una vez», se emociona de nuevo.
«Estoy muy a flor de piel, pero es que ella es mi referente absoluto para criar a Alba, además este año va a ser la primera vez que tenga un regalo del día de la Madre porque el año pasado la niña era muy pequeña». «No dejes de poner que es mi ejemplo -insiste-, ella está muy orgullosa de mí, pero siempre me inculcó el valor del esfuerzo, de la exigencia, en mi casa nunca han sido de elogio fácil y eso ha calado en mí de una manera férrea. Se lo dije a Jorge Javier en un Deluxe: yo sigo a rajatabala eso de honrarás a tus padres, no puedo sentir que algo de mí los avergüence o que pueda herirles, porque he visto su sacrificio por nosotros y también lo mucho que se querían». Ese amor total que Carlota siente por Alba es el que ella quiere mostrar con la foto que sostiene en la mano: «Es de mi primer cumpleaños, para mí no hay otra imagen igual: mi hija ahora se parece mucho a mí entonces, pero es la mirada de mi madre la que me hace estremecer. El amor de mi madre».
Pepe Solla: «Me sigue llamando la atención su fuerza»
Cuando uno conoce a Amelia González entiende muchas cosas de Pepe Solla. La educación que ambos tienen, la dulzura y la discreción parecen tener casi más carga genética que la risa que comparten. El hijo cree que es en lo que más se parece a la madre, y esta se deja hacer reír por el heredero universal de su cocina. Dice que quiere a sus tres vástagos por igual, que ninguno le dio nunca ningún disgusto y que todos crecieron haciéndola feliz. Pero, aunque no lo confiese, un gusanillo de orgullo le sube por la garganta hasta la boca cuando habla del chef con estrella Michelin. En parte, por lo que le hizo dudar.
«Al principio nos costaba porque, además, la gente estaba muy acostumbrada a lo nuestro, y al venir y ver otras cosas que no eran las nuestras... Teníamos muchísimo miedo, francamente, de que no tirara para delante, pero como él es un tesonero que sabía lo que quería y lo que quería hacer, así salió, y damos gracias a Dios que fue lo mejor que pudo hacer», recuerda.
Fueron momentos complicados, reconoce. «Estuvimos unos años nosotros solos, pero cuando empezó fue un artista, porque fue capaz de cambiar nuestra cocina por la que él quería. La nuestra era una cocina tradicional, de las de toda la vida, de las de antes, pero cuando te viene una persona, un hijo tuyo, que tanto los quieres y que quiere cambiar esto como lo ha cambiado, para nosotros fue una maravilla». Amelia se puso siempre del lado de su hijo, y lo sigue haciendo.
Es incapaz de decir nada malo de Pepe. Sentada a unos sillones de distancia de su hijo, en el restaurante que abrieron hace más de medio siglo ?o en lo que se adivina de él?, es él quien busca su complicidad. Amelia se enfrenta a las preguntas sin miedo, con sinceridad y cariño en sus palabras, transmitiendo la sensación de que no hay nada que le pueda hacer cambiar de opinión porque ya lo ha pensado todo.
«Mis padres fueron la referencia para mí no solo como padres, sino en este negocio también, a lo que me dedico, mi profesión, y caray, al final no puedes desvincularlo. [De su madre] Me sigue llamando la atención la constancia y la fuerza que tiene para seguir viniendo todos los días, de querer seguir trabajando y haciendo cosas y eso sí que es admirable. Esto es energía que tiene dentro», confiesa el heredero.
Y no solo eso. «Tengo buen humor para llevar tantos años en el negocio, porque no me cambió para nada», admite la madre. Incluso en los momentos de tensión. «En ese momento no estás pensando en que tú eres la jefa, sino en que somos una familia y estamos todos trabajando, y... nunca se me pasó por la cabeza. Le dimos el parabién a él y vimos que salía para delante como él quería y que tiró como tenía que ser».