Belén Rueda: «Estoy en un momento en el que puedo dejar el móvil boca arriba»

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Xavier Torres-Bacchetta

A punto de cumplir los 53, Belén Rueda exprime la vida al máximo. «Si dejamos de tener intensidad, estamos muertos», dice esta ambición rubia que estrena «El cuaderno de Sara» después de petarlo con «Perfectos desconocidos». Y sumando.

27 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es tan amable como parece, y lo primero que hace de buena mañana y en plena resaca de los Premios Feroz es disculparse por el retraso de nuestra entrevista. «Es que me encontré con gente y tenía que cerrar unos temas», desliza sin dejar ver ni rastro del aire de diva que podría rodearla. Pero no. Belén Rueda se presenta como una mujer normal que, superados los 50, vuelve a sentir el amor tan intensamente como a los 20. «Yo daría la vida por mis hijas y por mi pareja», sentencia. Y todo eso entre estreno y estreno. Perfectos desconocidos en España y No dormirás en Argentina son los últimos, al que se suma ahora el de El cuaderno de Sara (2 de febrero) y muy pronto el de El Pacto. El suyo es un cuaderno con una agenda muy apretada, pero dice que está tan emocionada que le roba horas al sueño y que no siente ni la necesidad de dormir: «Estoy totalmente liberada». Y se nota.

-¿Recuperada de los Feroz?

-Bueno, recuperada... Tuve que llegar a casa de la gala y ponerme a estudiar, porque tengo ahí una prueba para una cosa, así que... ja, ja. Pero bueno, tengo como las pilas puestas con El cuaderno de Sara. Estoy tan emocionada que no necesito ni dormir.

-Es que ha sido un viaje vital, ¿no?

-Sí, el viaje que mejor define esta película es que es un viaje emocional, por dentro y por fuera. Porque mi personaje, Laura, es una mujer que vive una aventura brutal, hasta el final. Al principio ves a una mujer valiente, pero dentro de su entorno, porque lo controla con su seguridad, su ciudad, su gente... Al irse a África se le rompen todos los esquemas porque está en un lugar en el que tiene miedo de lo que le puede ocurrir, no sabe si va a ser capaz de hacer lo que va a hacer allí, que es encontrar a su hermana. Y tiene el miedo de perderla, el miedo del peligro, de una cultura completamente diferente...

-Bueno, eso nos pasa un poco a todos cuando nos sacan de nuestro entorno, ¿no?

-Pero hay gente que es más lanzada. Hay veces, no sé si a ti te ha pasado, que te dicen: «Es que eres muy valiente de hacer esto, de lanzarte a hacer algo que no es lo tuyo». Y yo creo que en la valentía lo que hay, sobre todo al principio, es una inconsciencia ¡ja, ja! Y dentro de la inconsciencia y de ese deseo que igual no es el de meterte en ese conflicto, sino que en este caso ella se mueve por amor, por encontrar a alguien a quien quiere y por solucionar algo que no es justo en este mundo, pones un poco de inconsciencia y después otra parte de cordura. Eso es lo que hace la valentía.

-¿Qué experiencia traes de África?

-Pues mira, imagínate, al final estuvimos un mes y medio allí. Y no como turistas, que parece que lo tienes todo más organizado y acotado. Cuando pisas aquello lo primero que percibes es que es brutal el paisaje. Es todo expresivo, el verde es expresivo, la selva es expresiva, la tierra de un rojo que nunca en la vida has visto... Es como que parece que los sentidos se emborrachan de lo que estás viendo, un choque brutal.

-No sé si tienes uno, pero ¿qué anotaría Belén en su cuaderno?

-Precisamente para este viaje mis hijas me regalaron un cuaderno y me dijeron: «Mami, escribe aquí, haz un diario de la película». Porque esta película empezó dos años antes de que empezase el rodaje. Los guionistas, el director, los productores y un jefe de misiones de Médicos sin Fronteras nos dijeron: «Nos vamos para la documentación. Y les dije: «¿Y yo? ¡Yo quiero!».

-¿Y escribías?

-Al principio sí. Pero mira, nos dejaba tan exhaustos el rodaje que casi no podía escribir y dije: «Bueno, aunque sea solamente una frase, voy a hacerlo». Y fue bonito, porque cada día de rodaje el ayudante de dirección escribía una frase. Y tengo algunas que están escritas en suajili y un dibujo de un niño de una de las aldeas donde rodamos y en el que se dibujó a él con otra cosa blanca y rubia. Para ellos era algo muy raro, los niños lloraban cuando me veían. Y me escribe su teléfono y me pone: «Call». Lo tengo guardado.

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-Hablando del teléfono, venimos de «Perfectos desconocidos». ¿Estás en un momento de tu vida en el que puedes tener siempre el móvil hacia arriba? ¿Estás totalmente liberada?

-Sí, sí, sí, sí, lo tengo. Y sí, estoy totalmente liberada. Alguna vez lo he dicho y, si te digo la verdad, creo que ha sido una chulería mía, porque llega cierta edad en la que dices: por qué tengo que esconder determinadas cosas si cuando pasa el tiempo y hablas con compañeros te das cuenta de que no eres el único, pero tenemos una educación en la que no se nos permite hablar de algunas cosas que parece que son prohibidas o que está mal visto. Y hay fantasías que no compartes con los demás y es una pena, porque si no esa fantasía es que está muerta, ja, ja.

-Pues boca arriba todos.

-A lo que me refiero cuando pones el móvil encima de la mesa es a que cuando eres más joven hay determinadas cosas que la sociedad te impone que no puedes hacer, pues porque a lo mejor no vas a conseguir trabajo, o tienes más pudor, o porque no vas a tener pareja, o no vas a poder formar tu familia, o porque los amigos te van a criticar... Y hay un momento en el que dices: bueno, quien quiera criticar que me critique.

-Tienes un cacao de estrenos. Vas a volver a ponernos la piel de gallina con «El Pacto». Voy a pedirte que me respondas a la premisa de la película, ¿qué no serías capaz de hacer tú por evitar la muerte de un ser querido?

-La verdad es que cuando haces una película así es una pregunta existencial que te haces. Y ahora, que muchas veces cuando hablamos parece que todo es categórico y que hay que pensar siempre igual, pero en este momento, creo que sería capaz de cualquier cosa. Pero incluso de dar la vida por las personas a las que quiero. Y aquí meto a mi familia, a mis hijas y a mi pareja. Te digo una cosa, la relación que tenemos con la muerte es una pena, es una relación muy negra, muy oscura.

-Además en la peli tu personaje, Mónica, tiene que elegir dos vidas a cambio de salvar la de su hija.

-Eso ya son palabras mayores, el quitar la vida a alguien. Si a ti te dicen que tienes que matar a alguien para salvar la vida de una persona, párate y que todo el mundo se pare y piense lo que es quitar la vida a alguien. En un momento dado igual dices bueno, pues a este indeseable que ha quitado la vida a muchas personas o ha abusado y destrozado la vida de otras no me cuesta tanto quitársela. Pero piensa si eres capaz de hacerlo.

-Sin llegar a estos extremos, ¿cuál dirías que ha sido el pacto de tu vida? Un momento en el que hayas tomado una de esas determinaciones que duelen.

-Yo creo que el acto de amor más grande es cuando alguien está sufriendo una enfermedad muy larga que sabes que no se va a recuperar nunca, y es el dejarlo ir. Yo creo que es el acto de amor más grande, porque igual que te digo que cuando tú mueres el marrón es para los que se quedan aquí, también pienso que muchas veces queremos que nuestros seres queridos puedan vivir para siempre con nosotros, y están sufriendo y hay un punto en el que no hay retorno. Personalmente, no es que a lo mejor físicamente lo tengas que hacer, pero personalmente el decir: «esto es lo mejor», uff, nos cuesta mucho.

-Vamos a dejar el tema que se está poniendo esto muy feo. Pero también sigues en el género con «No dormirás», que la estrenaste en Argentina.

-Sí, las únicas españolas éramos Natalia de Molina y yo. Es una coproducción de Argentina con España, y el director es uruguayo, Gustavo Hernández. La premisa de esa película es brutal, me encanta, y explora lo que provoca el insomnio en el ser humano. Mi personaje es una directora que somete a los actores al insomnio durante cuatro días para poder llegar al máximo de la creatividad o de la destrucción. Pero vamos, todos hemos estado por lo menos dos días sin dormir y sabemos que al tercero no regimos muy bien, ja, ja.

-Formas parte de muchas familias por series que marcaron a varias generaciones, y «Los Serrano» es una de ellas. ¿Qué te pareció a ti el final, que fue tan comentado?

-Yo creo que ese fue un momento en el que se juntaba toda la familia en el salón, que es algo muy difícil. Así que, ¿cómo haces para terminar una serie así? Y con todos los personajes, porque duró cinco años y el último año yo no estaba en la serie, tampoco lo estaban Verónica Sánchez ni Fran Perea. Lo bonito y lo que querían era reunirnos a todos otra vez, ¿pero cómo haces? Yo pienso que es verdad que se hizo una marcianada, pero que logró que estuviésemos todos juntos de nuevo. Cuando me dijeron: «Vamos a matar a Lucía» yo dije: «¡¿¿Qué??! Mándala a Houston, ¿cómo vas a matarla?». Pero se hizo de una manera exquisita, porque no se vio, se vio a través de los caras de los demás.

-Ya llovió desde entonces, pero no se nota mucho, estás espectacular. Alguna vez comentaste que estás viviendo tu segunda edad del pavo.

-¡Ja, ja, ja! Me parece que la edad del pavo es una edad que vives con mucha intensidad, porque a los 20 años es: ¡me muero de amor! o ¡me muero de odio! Y yo creo que los 50 es un punto en el que hay muchas cosas que ya no te limitan tanto, porque sabes que la vida es muy corta y que hay que vivirla con intensidad. Y con 50 ya sabes que te queda menos, y vuelves a vivir con la misma intensidad el ¡me muero de amor!, pero no te mueres de odio, porque en este momento simplemente ignoras las cosas que no te van bien o que sabes que no te van a llevar a ningún sitio. Las ignoras, no estás pendiente de ellas. Pero sí que estás pendiente, muy pendiente, de las cosas que te hacen feliz y en las que crees. Las defiendes con argumentos y con uñas y dientes, como en la edad del pavo.

-¿Y sientes igual?

-Si dejamos de tener intensidad estamos muertos. La intensidad tiene que existir siempre. También es verdad que la moderación es buena, pero siempre tiene que ir compaginándose la intensidad con la moderación ¡ja, ja!