Este aceite tiene Miga

YES

04 ene 2020 . Actualizado a las 16:34 h.

Los comerciales de Aove (Aceite de Oliva Virgen Extra) son lo máximo. No creo que haya gente que crea más en el producto que distribuyen. Son capaces de afirmar que virgen extra o nada. Que antes uno de girasol que uno refinado. En ese afán por ensalzar las bondades y virtudes del buen aceite, días atrás asistí a una escena que me dejó impactado. Fue durante la presentación de Finca la Torre, una pequeña almazara situada en la antigua ciudad romana de Singilia Barba, al noroeste de Antequera. La finca, es curioso, es propiedad de un millonario suizo, Marcel Rohner, que la recibió como parte del pago de una deuda. Según contaron en el almuerzo, le dieron dos terrenos, uno en Hungría y otro en Málaga. El primero logró venderlo, pero el español, en plena crisis, fue imposible de colocar. Nadie lo quiso. Entonces decidió producir en él «el mejor aceite de oliva virgen extra del mundo», aseguran. Borja Adrián, director comercial de la firma, se echó aceite en las manos. Como si fuese una crema hidratante. «Ya verás cómo lo absorbe la piel y en un rato las tengo suaves y no hay ni rastro de aceite», comenta mientras se las frota. Hay que decir que en los últimos años el producto que comercializa recibió importantes distinciones a nivel nacional e internacional.

Apuesta por el olivar en biodinámico, una modalidad respetuosa con el medio ambiente, cuya calidad es superior a la catalogación ecológica y que se basa principalmente en adaptar técnicas de cultivo y recolección ancestrales. Todo esto me lo contó Borja mientras degustábamos el aceite en el restaurante Miga de A Coruña.

Este restaurante es una de las referencias hosteleras de A Coruña. En el recién terminado 2019, consiguió colarse en la guía Michelin dentro del selecto grupo de locales Bib Gourmand. Su propietario y cocinero es Adrián Felípez, que abrió el negocio hace apenas tres años.

GILDA, PALABRA DEL AÑO

Adrián lo mismo podría ser modelo que chef, pero se decantó por la segunda opción sin perder la elegancia. Para la comida de presentación del citado aceite de oliva sirvió una gilda de jurela curada en agua de mar y emulsión de piparras dulces. Si emoji fue la palabra del año pasado, en gastronomía lo fue gilda. Nunca tomé tantas como en los últimos meses. La del restaurante Miga, de las mejores. Después, almejas en meuniere suave de ajo escaldado. Hacía tiempo que no escuchaba hablar de esta técnica francesa siempre asociada al lenguado. Cigala tronco, mantequilla de oveja al azafrán, erizo y trufa blanca, pargo y menestra de vegetales de costa y, para ir terminando, solomillo de rubia gallega, bourguignon de cantarelus y trufa negra. Borja, el director comercial de la almazara organizadora del almuerzo, le añadió aceite a todo. Sobre la gilda, las almejas, el pargo, el solomillo y hasta derramó el aove por encima del postre, un chocolate y brioche tostado. «Es que todo sabe mejor. Realza los sabores. Y toca mis manos. Fíjate qué suaves», dice mientras alarga sus brazos hacia mí.

Lo dicho, hay comerciales que se lo curran hasta límites insospechados. Un establecimiento con mucho encanto, un menú delicioso y un producto de primera calidad consiguieron el objetivo deseado. Un aceite con mucha Miga.