«No sé nadar, ni andar en bici ni conducir»

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PAULA QUIROGA

Lo fue dejando y ... nunca se puso en serio. El miedo, la pereza y no necesitarlo de verdad llevaron a Javier Peña a convertirse en una rara avis entre sus amigos. Aunque en el pasado le pudo generar algún complejo, ahora se ríe de ello

06 ago 2020 . Actualizado a las 00:33 h.

Es un momento definitivo en la infancia: cuando se quitan los ruedines a la bicicleta y se emprende el rumbo con dos ruedas. «Mi padre me los quiso retirar, pero uno se atascó. Andaba con las dos ruedas y un ruedín. Me quedé ahí para siempre», se ríe Javier Peña. La habilidad mostrada por este coruñés del 79 mezclando la vida gris de los personajes de Infelices (Blackie Books), su primera y exitosa novela, resulta inversamente proporcional a la que tiene con el pedaleo. «Recuerdo intentarlo. Te lo dicen: “Una vez que haces equilibro, va perfecto”. Pero a mí se me resistía. Lo más cerca que he estado del Tour de Francia fue en los jardines, con las tres ruedas», añade sonriendo. Tampoco es para tanto, piensa: «Fue una carencia cuando era niño, pero la verdad es que ahora no se trata de algo que eche de menos. Bueno, el año pasado fuimos a Vietnam y había una excusión en bici. Íbamos cuatro. Tres fueron y yo me quedé sin ir. Ahí sí que notas la frustración. O en Berlín, cuando mis colegas fueron en bici y yo me quedé sin ir». No hay mal que por bien no venga. De esas limitaciones se puede extraer material literario: «En la novela cuento algo parecido», confirma.

No es la única competencia usual en un adulto que Peña no desempeña. «No sé nadar, ni andar en bici ni conducir», resume. Lo de nadar le preocupa más que darle al pedal. «Eso sí que me gustaría, porque creo que me pierdo algo importante», confiesa. «Soy coruñés, crecí a cinco minutos del Orzán e iba mucho a la playa, pero la verdad es que no sé cuál es la razón. Supongo que algo de miedo, porque yo, mientras que estaba con los flotadores o aquella burbuja que se usaba en los ochenta, me sentía cómodo. Pero sin ello me parecía imposible. Era un reto que me parecía dificilísimo de superar. A mis hermanos mayores los apuntaban a clases y ahí los tiraban para que aprendieran. A mí ya no me pilló esa época posfranquista de tirarte el agua para que aprender. Y no aprendí nunca», concluye.

Recordando, Peña asegura que el no saber nadar le causó sufrimiento de pequeño: «Llegó un momento que me daba mucha vergüenza. Cuando tenía 14 o 15 años e iba con los amigos a la playa, decirles que no sabía nadar era muy embarazoso. A partir de los 18, ya lo dije. Para mí fue un respiro, como cuando me rapé el pelo y ya no me preocupé más por quedarme calvo —se ríe—. Cuando salí del armario del no saber nadar y lo conté me quedé tranquilo». ¿Y antes? «Me buscaba excusas, diciendo que estaba acatarrado o algo así. Tengo muchas rarezas, pero esa era la peor. Me costó mucho asumirlo y reconocerlo públicamente. Además, todo el mundo me dice que no sé lo que me pierdo y creo que tiene que ser una gran sensación». Fantasea: «Si me dicen “vas a aprender una cosa, así con el toque de una varita”, tengo claro que sería nadar. Me encanta estar en el agua».

COPILOTO TEMEROSO

Javier Peña tampoco conduce. Recurre a su mujer para muchos desplazamientos. «Siempre dice que le encantaría que condujera», explica. Ahí, de copiloto, no ve un panorama nada halagüeño: «La conducción cada día me da más miedo. A los 18 años, que es cuando la mayoría de la gente saca el carné, no me apeteció. Y cada vez me dio más pereza. Me veo torpe y la idea de ir a una autoescuela ahora, con la gente joven, es que no la veo». Lejos del placer que muchos sienten conduciendo, el escritor ve todo lo contrario: «Creo que no lo iba a disfrutar. No me gusta. Me da miedo cómo conduce la gente y mucha inseguridad. Esto no es como lo de la bici o nadar, hablamos de algo más peligroso. No solo te puedes matar tú, sino que puedes matar a alguien. El coche me da mucho respeto».

«Cuando la gente dice que tiene miedo a ir en avión yo pienso que hay muchas más posibilidades de tener un accidente en el coche en una autopista o una carretera nacional», reflexiona aunque sorprende con su contestación al interrogante. ¿Se plantea aprender a hacer alguna de esas tres cosas en el futuro? «Yo soy mucho de asumir que las cosas son así para siempre —se sincera—. De alguna forma, si digo que el año que viene me pongo con algo de eso, creo que me estoy engañando a mí mismo. Es como si dices que el lunes dejas de fumar o te pones a dieta y no lo haces. ¿Para qué me voy a engañar? En cualquier caso, creo que lo que más posibilidades tengo de hacer algún día es conducir, curiosamente lo que menos me interesa. A lo mejor alguna vez lo necesito».