La «Greta Thunberg» de la educación

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Marta Borrell en su viaje a Mozambique, que cuenta en el documental «Una luz en la oscuridad»
Marta Borrell en su viaje a Mozambique, que cuenta en el documental «Una luz en la oscuridad» Marta Majo

CON 15 AÑOS SE FUE A ÁFRICA, a sumergirse en la realidad de las aulas en la otra cara del mundo. Y parte de lo que vio lo contó, alto y claro, en la ONU. «Ser niño, y aún más ser niña, es muy duro allí. El abuso está normalizado», advierte Marta Borrell, que acaba de estrenar el documental «Una luz en la oscuridad»

26 ene 2021 . Actualizado a las 20:11 h.

Tuvo una infancia de cine, en el sentido más literal de la expresión, y un sentido precoz de la responsabilidad en el mundo. «Mis padres trabajan haciendo documentales desde que nosotros somos pequeños, muchos de ellos sociales. Tienen la productora [Góndola Films] en casa, y tanto mi hermano como yo hemos estado siempre con mi padre montando un documental sobre el agua o sobre el cambio climático... Desde pequeños tenemos la sensación de que hay que hacer algo. Hay que moverse», cuenta Marta Borrell, que con 15 años cambió el plan de ocio y relax típico de unas vacaciones por entrar en la realidad de las escuelas en Mozambique. En el «mundo real», como le dijeron sus padres, que la acompañaron en ese viaje insuperable con su hermano y su amiga Berta. De él nació el documental Una luz en la oscuridad, que dirige el padre de Marta.

Un viaje a Marruecos con el colegio en tercero de ESO fue el detonante. «Siempre lo ves de lejos: hay niños en África que sufren la pobreza, que pasan hambre, pero es distinto cuando lo ves con tus ojos. Te lo crees», cuenta esta activista de la educación que, al volver de ese viaje a Marruecos, le dio vueltas a una idea. «Un día les dije a mis padres: ‘Ya que os dedicáis a esto, podemos utilizar este pedazo de herramienta para hacer algo que ayude en la educación. Y nos plantamos en Mozambique ese mismo verano», relata Marta.

Aparte de la familia y la cámara, Marta llevaba el miedo en el cuerpo. «Siempre asusta. Desde el momento en que te empiezas a poner vacunas, a prepararte para ir a la otra cara del mundo, que en este lado nadie ve, te asustas. Piensas: ‘No sé qué me voy a encontrar, si voy a poder hacer algo... o si seré una turista más. Realmente no lo éramos, o no era la intención, pero tienes miedo. Estaba la incertidumbre, y las ganas. Hacíamos el viaje a Mozambique con la ilusión de hacer un proyecto bonito que se pudiese ver en todo el mundo», comparte.

«Son niñas como tú, con las mismas curiosidades, a las que les gusta el Barça, pero que viven a diario situaciones muy diferentes. Los testimonios que más me dolieron fueron los de las chicas que habían sufrido abusos. Allí lo asumen como algo normal»

Como niña europea sin carencias, a Marta le marcó en especial ver y oír a las niñas africanas de su edad: «Son como tú, con las mismas curiosidades, a las que les gusta el Barça, pero viven a diario situaciones muy diferentes. Los testimonios que más me dolieron fueron los de las chicas que habían sufrido abusos, porque para ti es algo que existe pero que no esperas que llegue a ese nivel y que no esperas ver de tan primera mano».

En ese documental, en el que Marta entrevista a expertos como el exdirector general de la Unesco Federico Mayor Zaragoza, Jaime Saavedra (el director del departamento de educación del Banco Mundial), Bayo Olotu (director de los programas Chrome & Android en Google, y el nigeriano más influyente en Silicon Valley) o Ndaba Mandela, el nieto de Nelson Mandela, entramos en la precariedad de unas aulas donde hay mucho profesor no formado, que da la clase a gritos sin orden ni concierto. Y donde la educación se cobra muy cara a las niñas, pidiéndoles relaciones que terminan en embarazos no deseados.

LA CLAVE DEL CAMBIO

«Aquí, en Europa, esos casos son aislado. Tú tienes el respaldo, en muchos casos, de la Justicia, de la familia, de tu entorno. Pero allí no, allí lo ven como algo normal. Está normalizado. No entienden que pueda ser de otra manera. Ellas lo dan por asumido».

«Es difícil ser niño, y más ser niña, en África», asegura la «Greta Thunberg» de la educación, la sevillana que este año acaba el instituto sin saber qué rumbo va a tomar.

«Lo más difícil allí para un niño es conseguir formar parte del mundo. Porque son lugares es los que estás destinado a tener una educación básica y dedicarte toda la vida a sobrevivir y llevar una familia como puedas».

La pobreza y el hambre lastran las ganas de aprender, nublan la posibilidad de alternativa. «Ellos no tienen la expectativa de viajar, aspiraciones de conocer otro mundo, otra realidad, o de poder hacer una carrera, y eso es lo que, de alguna manera, mueve a los niños siempre, la oportunidad de hacer cosas. Es triste que un niño viva en un lugar donde no tiene oportunidad de salir del camino marcado. Por desgracia, eso es cierto», asegura Marta.

En este lado del mundo «hay mucho que hacer» y, aunque también tiene su miseria, hay muchos afortunados. En su viaje de verano más intenso, Marta fue aun más consciente de lo afortunada que era. «Yo siempre digo que tengo la mayor suerte del mundo por haber podido crecer en el entorno tan sano en el que he crecido, con tanto cariño y con tantas oportunidades. ¡Y tantas alegrías!». Se las dan, sobre todo, la familia y los amigos.

«Siempre se dice que hay que cambiar la educación, y es cierto, pero es muy difícil que un niño vaya a la escuela con hambre o con una familia que se desmorona»

¿Qué podemos hacer desde aquí? «Siempre se dice que hay que cambiar la educación y que la educación es la base de todo. Y eso es cierto, pero, claro, es muy difícil que un niño vaya a la escuela con hambre o con una familia que se desmorona poco a poco y no puede ni vestirse... Hay muchos problemas que habría que solucionar antes de la educación, pero este es el objetivo que hay que alcanzar. Lo primero es escucharlos. A veces, nos plantamos allí e imponemos nuestro sistema o nuestra manera de pensar, nuestra ideología, nuestra cultura... Igual que no lo harías con un asiático o con un norteamericano, no lo hagas con un africano. Tienen su manera de hacer las cosas. No podemos pisar lo que han creado y su potencialidad. Hay que escuchar más que imponer, porque se aprende». Eso subraya también Mayor Zaragoza en el documental que deberías ver para salir de la burbuja.

A sus 17 recién cumplidos, Marta advierte que cuesta mucho que a un niño lo tomen en serio. «Es dificilillo, pero nos han recibido en la ONU, hemos conseguido hacer el documental y yo creo que ha salido bien», considera con un optimismo activo.

«Para que todo funcione, la mujer tiene que estar también el frente, no ella al frente, sino también al frente»

«Para que todo funcione, la mujer tiene que estar también al frente. No ella al frente, sino también al frente, junto al hombre. Este es uno de los problemas que hay que cambiar», asevera tras su experiencia en la isla africana de Ibo, en el norte.

La tecnología es otra de las claves, el acceso a ella y su manejo. «El problema es que hay niños sin pantalones o sin camiseta, pero con móvil. Ellos te ven y eso genera un problema y un beneficio. Ellos te ven aquí a ti y ven a lo que pueden aspirar. Y se levantan e intentan cambiar las cosas desde dentro, pero el problema es que quieren ya lo que tienes, y esto genera problemas de migración, que no es realmente un problema europeo, sino africano. Ellos tienen un gran sentido de comunidad y de familia. Son gente que por nada del mundo abandona a los suyos. Emigrarán solo en casos extremos y cuando sienten que no tienen ninguna otra opción».

¿Por qué pasan hambre? «No tendrían por qué. En los países desarrollados hay alimentos para dar y regalar, se tira la comida a la basura... Lo que tiras a la basura no llega a África. Hay que mover industrias, no explotar las zonas africanas siempre para beneficio europeo, fomentar que ellos sean capaces de usar sus recursos y desarrollarse ellos mismos», expone Marta, que insiste en que «no hace falta más limosna, sino educación». «No solo ayudarles a hacer un colegio, sino llenarlo de buenos profesores. Hace falta la ayuda internacional, que ha hecho un trabajo bestial todos estos años. Pero ahora toca dar un cambio. Y cambiar lo que hay dentro de las aulas, la dinámica, no solo la fachada. Los niños tienen que ser tenidos en cuenta, tienen que sentirse importantes dentro de la clase, solo así podrán ser importantes fuera. Educar no se hace de la noche a la mañana, pero hay que poner ya la mano en el fuego».