Paz Padilla, top-ventas con «El humor de mi vida»: «No hay muerte mejor que la que tuvo Antonio»

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Archivo Telecinco

Nació cómica y con humor ha madurado los grandes dramas de la vida. En la pandemia, enterró seguidos a su madre y a su marido, el amor de su vida. «No soy solo la de la tele, hay otra Mari Paz más profunda», afirma

01 feb 2023 . Actualizado a las 14:54 h.

El humor y el amor andan juntos y revueltos en la vida de Paz Padilla (Cádiz, 26 de septiembre de 1969), top-ventas con un libro, El humor de mi vida, que es un tobogán de emociones que lleva del dolor loco a la risa, del desaliento a la esperanza. Paz firma un retrato alegre e imborrable de su marido, Antonio, al que perdió por un tumor cerebral meses después que a su madre. Dos golpes en una pandemia, en la que también sufrió el covid en carne propia. «Paz, no sé qué decirte», digo. «No digas eso. ¡Que no te como!», se ríe. «Escribí este libro porque al principio te vuelves loca, no entiendes, no sabes a qué agarrarte... Pero tuve claro que el que se estaba muriendo era él, no yo. Soy una persona que necesita entender las cosas. Si no, me bloqueo. Empiezo a preguntarme qué es la muerte, cómo enfrentarme a ella. El proceso que cuento lo he vivido yo. Lo vivo desde el mismo momento en que sé que él tiene un tumor cerebral muy jodido», cuenta la humorista, actriz y presentadora.

-¿No te costó aceptarlo, no te refugiaste en el autoengaño?

-Tú puedes autoengañarte, pero, si lees un poco y hablas con profesionales, sabes lo que hay, lo que va a pasar. Siempre tienes la esperanza de que suene la campana, pero es muy importante ser realista. Mira, hubo situaciones muy difíciles que yo no explico en el libro. Hay gente que te dice: «He conocido a un médico en Houston...». Pero hacer una huida hacia delante es no enfrentarte a la realidad. Hay gente que no ve la muerte hasta que la tiene encima, y entonces «paf».

-Hoy nos pasa un poco a todos. Vivimos como si la muerte no fuese parte de la vida...

-Ahora la escondemos, la escondemos. Pero es por esta sociedad consumista y rápida que tenemos. Si tú te paras a pensar: «¿Para qué quiero yo tantos bolsos?»... No dejamos de consumir y eso quita tiempo para cosas importantes. Fíjate con el covid, hemos dejado de consumir y se iba la economía a la mierda...

-Una tragedia y a la vez un alivio, dejar de consumir tanto, digo...

-Bueno... El sistema está estructurado así. Y esto hace que no pienses en lo que es realmente importante.

-¿Qué es lo importante?

-Lo importante no es ni quién eres ni las casas que tienes. Ni si eres Fulanito o Menganito, sino quién eres por dentro y a qué has venido, que es un poco lo que cuento. Tanto Antonio, que ha tenido que enfrentarse a la muerte, como yo, que lo acompañaba, tuvimos que hacer ese trabajo. Uno no se va de aquí sin saber quién es, eh. Y, si se va sin saber quién es, ha desperdiciado una vida. Es lo que le decía el otro día al Andreu [Buenafuente], cuando te pregunten si has sido feliz y tú digas que no, San Pedro... madre mía. No puede ser.

«Como dice Santandreu, terribilizamos. Todo es horrible, horrible, vamos a morir... ¡Pues mira, sí, ya lo sabemos!»

-¿Es otra diferente la Paz Padilla que vemos en la tele?

-Yo estoy en un proceso duro ¡y mira que trabajo en el Sálvame!, pero intento meter siempre la cuña. Siempre estoy con «Lo importante es el amor», «Nadie es más importante que nadie», «Lo tuyo es una opinión, no una verdad». Lo relativizo todo.

-¿Y eso es gracias al humor?

-Sí, el humor es una medicina. Como decía mi madre, es una caja de inyecciones. Como dice Santandreu, terribilizamos. Todo es horrible, horrible, vamos a morir... ¡Pues mira, sí, ya lo sabemos!

-Y además «vamos a morir pronto», nos adviertes.

-Sí, porque en el día a día te parece que todo va despacio, pero en realidad va muy rápido. Yo pienso: «¡Han pasado ya cincuenta años! ¿Cuánto me queda?». El tiempo está entretenido. Tenemos la música, la tele, la radio, una copa... ¿Pero cuánto tiempo nos dedicamos a nosotros, cuánto tiempo estamos solo con nosotros?

«Yo creo que hemos venido aquí solamente a una cosa: a aprender qué es lo importante. Tienes una vida para descubrirlo»

-Y es algo que hace falta para no perderse de vista del todo, ¿no?

-¡Hombreee! Si no, un día dirás: «¿Y qué he hecho yo de mi vida, con estos 50 años que tengo?». Yo creo que hemos venido aquí solamente a una cosa: a aprender qué es lo importante. Tienes una vida para descubrirlo. Hay quien no lo descubre nunca.

-¿Lo has descubierto?

-El amor es lo importante. Eso es lo único que Antonio se llevó y es lo único que dejó al morirse.

-Lo único, porque ya dices que el testamento era muy breve, el coche y la moto en el taller, el móvil, pero pagado...

-¡Qué gracia, verdad! Yo he llorado mucho. En el testamento decía que regalase el coche, que no me iban a dar nada por él. Y me dejó por escrito lo que me ama. Hay quien me dice: «Yo no he tenido un amor así». Y digo: «Seguramente sí, pero no has sabido verlo».

-Vuestra historia de amor comienza muy pronto, con fogosidad. Érais «el Largo y la Larga». Cuéntanos...

-Nos conocimos como el Largo y la Larga cuando tenía 14 y pasado el tiempo nos volvimos a encontrar el Largo y la Larga...

 «Yo todo lo hago con humor, ¡salté la valla para darle el libro a Isabel Pantoja!»

-¿Por qué os dejasteis en su día?

-El miedo, el miedo paraliza. Y lo contrario al miedo es el amor. Cuando eres pequeño el miedo se te pasa si tu madre te dice: «Ven pa’cá, cariño, dos besitos». Se te quita el miedo cuando alguien te ama y te dice: «Yo voy a estar aquí contigo». Él era un tío de Cádiz. Normalito, sencillo, funcionario. Y él pensaba: «Esto es lo que me ha toca’o, tengo mi vida aquí montada». Yo era una tía muy arriesgada, valiente, sin miedo a nada. Con el tiempo fue cuando descubrí que quien me había amado de verdad era él. Cuando volvimos, ya no nos separó nada ni nadie.

-Unidos para siempre por el amor y el humor.

-Sí, porque yo todo lo hago con humor. Mira, ¡hice el salto a la valla para darle el libro a Isabel Pantoja! Lo que quiero es que la gente se ría, que lo pase bien. Hago humor de cualquier esquina. Me dicen: «Tú con el humor sacas petróleo de donde no lo hay». El humor está en todo, en todas partes. La historia depende de cómo te la cuentas. A mí se me va el gas y te cuento que me pilla en pelotas y te ríes, y otro es: «Me cago en la madre, vaya mierda». Es la misma historia, ¿no? Pero cambia al contarla, a mí me deja una sensación de felicidad y bienestar por haberme reído. A todo hay que echarle humor, que duele menos. Si no, te queda una sensación de amargor que te deja todo el día jodío. ¿Lo mejor para acompañar a mi Antonio? El amor y el humor. Yo pensaba: «Si es que va a morir igual...».

-¿Tienes gente cerca que esté afrontando una pérdida así?

-Tengo gente cerca a la que se le están muriendo familiares. Les digo: «Estate con ella, dale la mano, siéntate con tiempo, hazme caso». Yo estuve cuatro meses sentada con Antonio. Y a veces me dicen: «No, no, que allí está Fulanita, que es la que lo está cuidando». Y digo: «Ve, ve, dile que la quieres, que, si no, te vas a arrepentir después. Dalo todo, porque después vienen los remordimientos. Las cosas que se quieren y se dejan de hacer luego pesan mucho en el alma. Mucho. Lo que yo pienso ahora es: «No pude evitar que muriese, pero hice todo lo posible por hacerle feliz hasta el último día». Me pasaron situaciones muy heavies. Y me jartaba a reír con un amigo mío que me decía: «Qué fuerte, eres un tanque, un tanque». Ahora pienso que Antonio se tenía que morir para ayudar a otra gente.

-¿Te ha cambiado mucho la popularidad? ¿Es más difícil afrontar un duelo siendo famosa?

-Yo tengo claro que la Paz Padilla de la tele es un personaje que he creado. Es lo que muestro, evidentemente, pero hay una Mari Paz interior más profunda. La Paz Padilla de la tele puede ser frívola. La gente que te ve en la tele te juzga por el personaje, no te conoce, no te ven, no saben, no hablan contigo. Ahora no queremos a nadie que nos dé la chapa y nos haga pensar. La gente lo que quiere es entretenimiento, diversión y punto pelota.

-Pero en televisión también surgen grandes temas, como el que el documental de Rocío Carrasco ha puesto sobre la mesa en todas las casas.

-Para mí no es un tema de corazón, es un tema serio en el que se habla sin conocimiento de causa. Pero es una opinión, no es una verdad. Sé lo que es separarse, un matrimonio roto, y los hijos adolescentes son el eslabón más frágil. La gente enferma de ansiedad, de depresión... En la tele tenemos que tener mucho cuidado. Este tema me da miedo por todo, por Rocío y por la hija. Yo procuro hablar poco, intento juzgar cada vez menos a la gente. Tampoco me gusta que me juzguen a mí. Me ha pasado de ver mensajes de: «Mira ella qué bien lo pasa, pues no querría tanto al marido...». A veces pienso que la masa es un monstruo con una sola cabeza.

-El humor también brilla en tu relato de los últimos meses con Antonio, incluso cuando brindáis en casa por él, por la vida, cuando él muere, y tu hija, tal como cuentas, te dice: «Mamá, guarda las copas, ¡qué van a pensar cuando nos vean los del Samur!».

-Cuando murió no era una fiesta con borrachera, brindamos por él. Mi madre tenía un brindis maravilloso, y los siete hermanos que somos lo seguimos diciendo: «¡Brindo por usía y por un plato de chuletas, que si no mato este toro que me corten la coleta!». Cuando murió mi madre brindamos por ella. Era levantar todos la copa por una gran mujer. Por Antonio brindamos, claro. Por el hombre excepcional que nos deja un gran legado de amor.

«Yo he enterrado a mi padre, he enterrado a mi madre, amortajé a mi abuela, trabajé en un hospital donde amortajé a gente, y he enterrado a mi marido. Estoy curtida»

-No todo el mundo lo entiende. Estamos acostumbrados a las plañideras, nos gusta alimentar el drama.

-La gente es muchas veces muy inmadura. Lo ves todos los días en redes sociales, hay mucha gente a la que casi no le ha pasado nada. Yo he enterrado a mi padre, he enterrado a mi madre, amortajé a mi abuela, trabajé en un hospital donde amortajé a gente, y he enterrado a mi marido. Estoy curtida, mi vida no tiene nada que ver con la de un chaval de 18...

-O con la de gente mayor que no ha tenido tantas pérdidas...

-Sí, pero es que todos vamos a pasar por ahí. Buda decía que una mujer que había perdido a su hijo lloraba desconsolada: «Por Dios, ¿por qué a mí?». Y Buda le dijo: «Ve por las casas. Encuentra una donde no haya muerto nadie. Tráeme la semilla de esa casa». La mujer lo hizo y volvió: «Sé lo que me ha querido decir, maestro, que no soy la primera madre ni seré la última». La vida hay que aprender a vivirla sin angustia, con aceptación. Para parir me compré diez libros, ¡pero es que de la muerte no hay! Quiero pensar que he abierto una puerta para que en la tele se hable de la muerte con naturalidad.

-Aprendimos muchas cosas, pero ahora parece que no sabemos morir ni envejecer ni cuidar.

-¡Mira los mayores en las residencias! Para los chinos esto es sagrado, ni existen las guarderías: los abuelos cuidan a los nietos y los hijos a los padres. Una persona que ha vivido 80 años hay que escucharla y cuidarla. Casi todo lo que sé a mí me lo enseñó mi madre.

-De la muerte lo sabes casi todo.

-¡Es que me lo he leído todo! Desde experiencias cercanas a la muerte, médiums, buceé en las religiones musulmana, budista... Yo no soy cristiana, pero todas las religiones creen en algo más. Todas llegan a la misma conclusión: ten la conciencia tranquila. ¡Y yo no soy monja, ya te digo, yo medito! Creo en la energía, los campos extractores, hay muchísimas cosas en la ciencia... Vivimos rodeados de energía. En el Vall d’Hebron hay una unidad donde el reiki se usa para los posoperatorios.

-Hablas de una «descodificadora emocional», pero dices que no tiene nada que ver con «ver el Canal Plus con agüilla». ¿Entonces, qué es?

-Las emociones nos enferman. Si no tienes el sistema inmunológico activo, no detectas las células cancerosas. Se lo explicaba el otro día a Bertín [Osborne]. Si te angustias, enfermas. ¿Qué hace la biodescodificadora? Te resetea. Hace que sepas distinguir las emociones, la rabia del odio hasta que lo ves claro y llegas a la aceptación.

-Sorprende oírte decir: «Antonio tuvo una muerte preciosa».

-La tuvo. Y tengo claro que voy a volver a encontrarme con Antonio, no sé de qué manera, pero sí, el cuerpo es solo una funda que se queda aquí. ¿Tú cómo quieras que sea tu muerte? ¿Cómo quieres que te despidan? No hay muerte mejor que la que tuvo Antonio, me rompí en pedazos pero ahora estoy en paz. Hay gente que vive muchos años amargada. Yo no quiero vivir 80 años mal. Aprendemos a vivir con la tragedia, con el dolor, porque es inevitable. A mí me dicen: «Dos muertes en poco tiempo», y parece que una anula la otra. Porque mi madre me ayudó a entender la muerte de Antonio, la muerte de mi madre me ayudó a llevar la de Antonio con menos sufrimiento. Es lo contrario a lo que la gente piensa. Mira, mi madre al final decía: «¡Han muerto todos, de mi familia ya no queda nadie! ¡Ahora voy yo!». Lo decía riéndose.

-Tú tienes más de cinco sentidos.

-¡Hay más de cinco sentidos! Hay como 15. El sexto es la intuición, que es lo que te hace tomar muchas veces la decisión correcta. Si estás en un mal matrimonio y lo ves desde el minuto 0, lo sabes, ¿pero cuántas veces te autoengañas? ¿Cuántas veces has pensado: «¡Este tío me la da!» ¡Y al final te la da!, ¿verdad? Y tú dices: «Lo sabía». Pero no querías verlo, no quieres enfrentarte a tu intuición.

-¿Qué nos recomiendas hacer, sobre todo, cuando nos toca pasar por algo como lo que pasaste?

-Contar con la ayuda de profesionales. Es importante. Quiero que hablemos de la muerte con naturalidad. Con los hermanos, los padres, los hijos... No por no hablar de ella la vamos a esquivar. Además, dicen que cuanto más reflexionas sobre la muerte más consciente eres de que estás vivo.

-Tienes un código con Antonio, vuestro código en el más allá es la colonia, y un día lo sentiste así, y te quedaste tranquila, cuentas. Estas cosas son muy raras pero a veces pasan...

-Claro que pasan. Me da paz eso, pensar que pasamos a otra dimensión. Los sentidos nos limitan. Hay un documental espectacular maravilloso que te recomiendo, Cosmos.

-Tu hija Anna ha sido, según cuentas en «El humor de mi vida», tu gran apoyo todo este tiempo.

-Sí. Y yo hablo con ella mucho de la muerte, con naturalidad, con humor. Le digo: «Ana, yo quiero que me entierren de esta manera. Voy a hacer una fiesta».

-¿Qué te ayuda hoy a vivir, a fortalecer ese sentido vital del humor?

-Nací cómica y tengo claro que el humor es mi don... Hoy valoro sobre todo a la familia, los amigos, una puesta de sol, ¡una bolsa de pipas!... con amigos. Esa Paz es la de siempre, soy yo.