Miguel Ángel Muñoz, actor: «Yo no soy el nieto perfecto ni el yerno ideal»

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Emilio Naranjo

Una historia de amor excepcional es la que estrena el 29 de diciembre en su debut como director Miguel Ángel Muñoz, que lo dejó todo para confinarse durante cien días con su Tata: «Lo hice por el miedo a separarme de ella, a que el tiempo se acabe»

26 dic 2021 . Actualizado a las 10:18 h.

Después de varios años de terapia, Miguel Ángel Muñoz (Madrid, 1983) se dio cuenta de que tenía un miedo atroz a la muerte de su Tata. Luisa Cantero, una auténtica estrella revelación a sus 97 años, es la persona por la que el recién estrenado director frenó en seco su vida y lo dejó todo para confinarse con ella. Veinticuatro horas al día en 35 metros cuadrados entre dos personas con 60 años de diferencia bien dan para una película. También para un programa, CuarenTata, con el que ambos conquistaron al mundo en Instagram. Pero su historia de amor en formato película, 100 días con la Tata, llega el miércoles a las salas de cine tras obtener el premio Forqué al Mejor Documental. El miedo a la vejez y a la muerte, la presión por ser perfectos, el intercambio de papeles entre cuidador y cuidado... Esta historia habla desde la víscera y entra directa al corazón.

  —Enhorabuena por ese premio.

—No estaba en nuestros planes lo que estaba pasando con la película, ni estrenar en toda España el 29 de diciembre, ni que nos dieran un premio Forqué al Mejor Documental. Y, encima, lo más importante, disfrutarlo con la Tata. Está siendo tremendamente bonito.

 —No lloraste ni nada en el momento en que os dieron el premio...

—¡Buah! Y lo que lloré después del speech, que seguí llorando un montón de rato abrazado.

 —Cien días con la Tata, ¿saben a poco?

—¡Ja, ja! Por supuesto que sí. Tendría que ser 38 años con la Tata. Pero quizás esos cien días fueron los más intensos y especiales que he podido vivir con la madurez de mi edad ahora.

 —¿Necesitabas despedirte de ella?

—La película corresponde a una necesidad que yo tengo desde hace más de diez años, cuando decidí que quería hace este proyecto con ella, para mí y para ella. Y tras mucha terapia y mucho tiempo de vencer el miedo a realizarlo, lo conseguí. Lo hice, y una vez que lo hice y que había cumplido el sueño, me di cuenta de que los valores que transmitía este proyecto eran lo suficientemente importantes como para poder elevarlos y estrenar la película en cines. De hecho, se dilató otros cinco o seis años más hasta que llegamos aquí. Con lo cual, además de esos cien días de confinamiento que hemos pasado juntos, la peli cuenta por qué yo tengo la necesidad de hacer esto que tiene que ver con el miedo que he tenido siempre de cuando nos vayamos a separar y no vayamos a estar juntos.

—Al final decidiste eso que muy poca gente decide a tiempo, que es hacer todo aquello que no habías podido con esa persona a la que quieres.

—Lo que me gustaría, y que creo que ya está pasando en quienes pudieron ver la película, es que nada más terminarla surja una necesidad muy grande de pasar tiempo de calidad con las personas que más queremos. Y, sobre todo, de las personas que pensamos que nos va a quedar menos tiempo junto a ellas. Yo he tenido la suerte de que a mí no me ha pasado. No solo por haber tenido la suerte de haber podido disfrutar de un amor tan grande y crear un vínculo así, sino también de tener la madurez para darme cuenta de esto. Hemos tenido suerte en la vida, la salud nos ha acompañado y hemos tenido la posibilidad de disfrutar tantos años juntos. No es habitual llegar a los 97 años. Entonces, qué suerte y qué regalo.

 —Tampoco es habitual tener el valor de dar el paso que tú diste, de hacerlo antes de que el tiempo se acabe.

—Es duro, sí. Por eso me costó tanto. Si algo tenía claro cuando tomé la decisión de que quería dirigir, es que quería contar una historia dentro de una historia real, y dentro de eso hablar de la terapia. Y cuando me di cuenta en terapia de lo que me estaba pasando, que era el miedo a la pérdida de mi Tata, pensé que tenía que estar presente. Por eso el primer fotograma de la película es de una sesión real de terapia hablando de esto. Y qué suerte que la vida y la valentía me han ayudado a poder hacerlo, a pesar del pudor que conlleva. Porque hay momentos muy delicados e íntimos que muestro y que, viéndolos con público, me ruborizan un poco.

 —Llega la pandemia y tú lo dejas todo para confinarte con ella. Cuando el amor es de verdad, barre con todo.

—Así es. Evidentemente, es un acto de amor. Desde fuera se ve como algo muy excepcional, porque no es habitual que un hombre, ya para empezar, se ocupe de una mujer tan mayor y que decida dejarlo todo para estar con ella. Pero es que en mi caso no podía ser de otra manera, es lo que más feliz me hace y era lo que yo sentía que tenía que hacer, que estuviera en las mejores condiciones y con el menor riesgo posible. Hubo momentos complicados y duros, me han quedado secuelas físicas, como con las hernias discales que no me va a quitar nadie, pero sigo diciendo que ha sido una suerte poder hacer algo tan especial.

 —¿Fue como una forma de devolverle tu crianza?

—Así es, pero ni yo me siento con la obligación de devolverle nada ni ella me lo ha reclamado en ningún momento en la vida. Cuando uno siembra, recoge. Y cuando uno da amor, recibe amor. Y creo que cualquier persona en mi situación habría hecho lo mismo que yo, porque lo excepcional no es eso, sino la actitud que tiene ella ante la vida.

 —Dices que hiciste lo que haría cualquiera, pero desgraciadamente no muchos se ocupan ya de sus mayores.

—Efectivamente, no es lo habitual, pero debería serlo. No porque tengamos que cuidar a las personas que nos han dado la oportunidad de estar aquí, sino porque al final las personas que en su vida siembran, recogen. Y Tata ha sembrado mucho amor, ha sido muy generosa y es tremendamente agradecida. Cualquier persona haría lo que hice yo si tuviera una Tata como la mía. Una persona que envejece y va perdiendo autonomía suele estar enfadada con la vida, y se cree con el derecho a que las personas de su familia o por quienes lo ha dado todo, se lo tienen que devolver. Y la vida no va de eso, va de hacer lo que te dicta el corazón sin esperar nada a cambio. Si uno actúa de esa manera, la vida te lo devuelve.

—Ella veía la misa del papa, y mientras, tú hacías yoga en la esterilla.

—Eran días frenéticos, sobre todo para la Tata, porque yo en mi hiperactividad no paraba de proponerle cosas para hacer. Teníamos que adaptarnos el uno al otro en 35 metros cuadrados, sin poder salir de casa, y combinando las necesidades de cada uno. Y esa imagen que tú has dicho es una de mis favoritas de la peli, ella con su misa y yo con el yoga, cada uno viviendo su momento íntimo y personal a nuestra manera y respetando nuestro espacio. Desde que se levantaba, con la cantidad de cuidados que necesita una persona mayor hasta que se acuesta, había mucho que hacer. Desde los cuidados, lo que yo llamo los deberes para ejercitar la memoria con terapia cognitiva y ocupacional, la parte física haciendo alguna rutina de ejercicios, luego preparar la comida, comer, fregar, descansar un poquito, preparar el programa por la tarde... No parábamos ni un momento.

 —¿A quién le costó más separarse, a ella o a ti?

—Sin lugar a dudas, a mí. Me sigue costando. Pero esto me sirve para darme cuenta de que para cuidar bien y dar la mejor versión de ti a la persona que más quieres, tienes que cuidarte a ti mismo.

 —Ya eras el yerno ideal, ahora resulta que también eres el nieto perfecto.

—Madre mía, esto tiene que llegar un personaje muy chungo para compensarlo. Ya se me ha ido la balanza para el otro lado. La verdad es que es de agradecer, pero no soy el nieto perfecto ni el yerno ideal. Tengo un montón de taras. No soy sencillo, eh, no es así.

 —Di una.

—Soy hiperactivo, no me puedo estar quieto. Necesito inputs de adrenalina, cada vez más. Si me pongo a correr un día, empiezo y ya llevo cuatro maratones, me quedan otras tres para completar las Six Majors; me he hecho paracaidista, llevo barcos, motos, coches... Y no me vale estar en casa un domingo de peli y manta, ¡eso es un rollo! Ja, ja. Es una tara, porque soy demasiado inquieto, exigente conmigo, perfeccionista... En fin, hay muchísimas cosas en las que quiero mejorar, y no soy el tío perfecto para nada.

 —¿Qué fue lo más fuerte que descubriste de ti mismo?

—He terminado de entender la manera en que me relaciono, sobre todo con las personas que quiero, y la factura que esto me pasa a mí. También a nivel físico, somatizando todo lo que me cuesta esto que hablamos de intentar ser perfecto, que tiene que ver mucho con nuestra personalidad, nuestro ego de querer ser de una manera concreta o como queremos que nos vean los demás. Al menos, este es mi caso. La factura que esto me pasa es el mayor aprendizaje que me llevo, el sacrificio tan grande que hago muchas veces para poder tener la mejor imagen de mí en los aspectos esenciales de la vida.

 —¿Y qué te dice la Tata de esto?

—No he hecho terapia como tal con ella, pero para la terapia, ya decía Freud, basta con charlar con un buen amigo y contarle cómo te sientes. Con ella aprendo mucho, y la verdad es que su punto de vista sobre temas fundamentales de la vida me ayudan y me relajan mucho. Pero luego la experiencia de cada uno...

 —¿Le da el visto bueno ella a lo que haces y a las personas con las que estás? ¿Tiene ese peso?

—Sííí, tanto a mi Tata como a mis padres y al resto de mi familia y amigos, que son mi familia elegida, les tengo muy presentes en todas las decisiones importantes de mi vida.

 —¿Llegará la secuela? ¿Quizás «Cien años con la Tata»? Solo le quedan tres.

—Ja, ja, ja. Yo creo que no, que nos plantamos aquí. Quién sabe si volveré a hacer algo con todo el material que me ha quedado fuera y lo que nos queda por vivir.

 —¿Y qué opina de todo este revuelo?

—Ella lo vive con una alegría máxima, y también con una absoluta normalidad, relativizando todo lo excepcional. Para ella lo importante no es el premio ni el estreno, sino estar bien de salud, pasar tiempo conmigo, divertirnos y ser felices. Con pequeñitas cosas, con nada, ella es feliz.

 —Pero eso es lo difícil. Esas cosas no son las pequeñas, son las grandes.

—Claro, ella no se despista. Por eso es una buena brújula a la que seguir cuando la vida nos altera y creemos que las cosas que nos pasan son más extraordinarias que lo realmente extraordinario, que es vivir.