Beatriz Aguado, empezar a los 70: «Cuando me jubilé, pensé: 'Ahora tengo tiempo, voy a echar una mano'»

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Beatriz Aguado, médica jubilada tras cuarenta años de profesión, coopera en Senegal, hace cine y adora viajar con sus nietos.
Beatriz Aguado, médica jubilada tras cuarenta años de profesión, coopera en Senegal, hace cine y adora viajar con sus nietos. MARCOS MÍGUEZ

Cuando estudió Medicina, las mujeres eran una quinta parte de los universitarios. Se jubiló tras cuatro décadas que han visto grandes cambios en su profesión. Sus ganas no se retiran. Hoy hace cine y cooperación en África y ayuda a sus cuatro nietos a crecer. «Sentirse útil es muy satisfactorio», asegura esta jubilada sobradamente motivada

26 feb 2023 . Actualizado a las 11:37 h.

Cuando tenía 3 años, nació su hermana pequeña, Ana, que de mayor llegaría a ser «la quinta o la sexta mujer ingeniera de Montes de España», señala Beatriz Aguado (Madrid, 1952), durante 40 años médica en el centro de salud de Elviña, de A Coruña. Hoy jubilada sobradamente motivada, Beatriz piensa que cualquier tiempo pasado no fue en absoluto mejor, aunque se recuerde con más luces que sombras, como quien filtra impurezas, como quien mira las fotos elegidas para guardar en un álbum.

Aunque siente que, al nacer, ocupó el lugar que dejó su hermana mayor, Begoña, que murió el abril anterior al agosto en que vio la luz, Beatriz no sintió «nunca» el peso de ser la mayor. Esta madrileña que echó joven raíces en Galicia mira hacia atrás sin dar la espalda a su vida. «Mi marido, Alfredo, siempre dijo que cuando se jubilara se iba a ir a Segovia. Veraneábamos allí, allí fue donde nos conocimos, en un pueblo que se llama La Losa, al lado del palacio de Riofrío, al final de la sierra madrileña... Al otro lado de la montaña, estaban los pueblos de Segovia», cuenta.

Cuando iniciaron sus carreras y su proyecto de vida juntos, vivían en Madrid, donde Beatriz sacó la plaza de medicina y Alfredo montó un estudio de arquitectura con otros dos compañeros. «Él empezó a venir a A Coruña a colaborar en el diseño de una urbanización. Venía una semana cada mes y entonces nos planteamos venirnos los dos. En toda decisión pierdes y ganas cosas...», sopesa. «La familia la tienes lejos... ¡para lo bueno y para lo malo! No tienes quien te eche una mano, pero evitas los conflictos habituales en las relaciones de familia», cuenta quien dice que no perdió la libertad cuando se emparejó, sino al tener hijos... ¿No es siempre así de alguna manera?

En el salto de Madrid a Galicia ganó amigos. «Amigos que me ayudaron, me ayudaron mucho. Si queríamos hacer un viaje, o yo tenía que hacerlo, se quedaban con los niños. Con una amiga periodista que trabajaba por las tardes, nos organizábamos: en verano, ella siempre se llevaba a sus dos hijos y a mis tres hijos por la mañana a la piscina, y yo por la tarde me los llevaba a los cinco a la piscina o a la playa», detalla.

Han pasado muchos veranos (e inviernos) desde entonces, años que han traído cambios importantes en su profesión y en su vida. «La medicina la ha tomado la mujer. Cuando estudié, las mujeres podíamos ser una quinta parte, en el 69. Ahora, hay una quinta parte de hombres. Esto puede ser un problema, porque las mujeres no luchamos por el progreso del trabajo o el salario como ellos», se moja. «Hay mucho que aprender de la relación médico-paciente», subraya. Pero las formas han cambiado para bien, digo refiriéndome al trato. «En eso sí que se ha mejorado, como en el servicio de hospitalización a domicilio. La sanidad funciona bien, pero la atención primaria debería contar con más medios. Cuando acabé Medicina, en el 75, hacía falta opositar, pero había plazas. Luego hubo una bolsa de parados de 20.000 médicos entre el ochentaytantos y el noventa», resume echando la vista atrás, a ese momento del bum de Urgencias y otras series de hospitales. También el del acceso masivo a la universidad.

Pasaron largos años que pueden contarse en horas. El plan para la jubilación Beatriz no lo tenía claro de antemano. Pero, ante el horizonte de poner fin a su carrera, tuvo en cuenta una voluntad, unos principios. «Cuando me jubilé pensé: ‘Voy a tener mucho tiempo, quiero echar una mano’. Toda mi vida levantándome a las seis y media o siete de la mañana durante 40 años, ¡no me iba a quedar parada!».

Sus cuatro nietos tiran de la vida. Beatriz concilia la ayuda como abuela con sus ocupaciones. ¿Ser abuela es parecido a ser madre? «No, ¡es mucho mejor! Porque, cuando eres madre, estás metida en el follón del trabajo y lo disfrutas con menos intensidad. El primer nieto es el cambio. Tengo cuatro, pero la primera nieta fue el momento del cambio. La recibes con una ilusión enorme. Es una maravilla».

La cooperación, los viajes y el cine son hoy tres pasiones que compagina con el amor por sus chicos. «Tras trabajar cuarenta años, sentí que me pesaba ya demasiado la responsabilidad y que no quería seguir pasando consulta y atendiendo pacientes, que también podía ser otra forma de cooperación», explica.

VIAJÓ A PERÚ Y SENEGAL

De hecho, le propusieron llevar una oenegé, una casa de acogida de pacientes drogadictos o psiquiátricos. «Pero dije que no, que ya no me veía capaz de hacer semejante cosa después de 40 años trabajando, que la responsabilidad me pesaba demasiado. Quería algo mecánico, manual».

En el 2000 viajó con la oenegé Labañou Solidaria a Perú, cuando sus tres hijos ya habían volado y vivían fuera de casa. Aprovechó la oportunidad. «Siempre había querido hacer algo de cooperación y vi que era el momento. Me fui a Perú. Allí pasaba consulta, fue duro. Y en la oenegé Ecodesarrollo Gaia surgió después la oportunidad de gestionar envíos a Senegal; cooperación, pero con una responsabilidad menor que la que tenía siendo médico», explica.

La cooperación le ha hecho ver la medicina y la vida de manera distinta. «Con la gravedad de lo que se veía en Perú, al volver aquí me parecía todo menor... Creo que me pasé un año entero sin hacer caso a mis pacientes. Me decían: ‘Te vas a hundir cuando veas lo que hay allí’. ¡Yo me hundí al volver aquí!. Allí no hay asistencia sanitaria para todos, hay programas para la tuberculosis, para la malaria, pero no asistencia... En las revisiones escolares que hicimos, lo que vimos es que había malnutrición en todos los niños. Era una zona rural, pobre, donde los niños tenían que andar dos horas para llegar al colegio... Luego se dice que aquí hay obesidad». No estaría mal aquí que se nos obligase a caminar esas dos horas a diario, admite quien señala «el mal uso, por abuso», que hacemos del sistema sanitario.

El pasado junio se fue ocho días a Senegal con el equipo de A Coruña de Ecodesarrollo Gaia. «Con tan poco, hacen tanto... Todo el mundo haciendo pequeñas cosas hace que se logren cosas», recalca. Allí, en Yoff Tongor, «un pueblecito de pescadores a cuatro kilómetros de Senegal», cooperó en la escuela Coruña. «Fui a conocer el proyecto. La directora de la escuela me dijo: ‘Mejor que no se enteren de que aquí hay un médico en este momento’. No íbamos preparados para lo que sí hizo la oenegé en noviembre, que llegó a pasar dos mil consultas médicas en 15 días», revela.

Beatriz tiene el sueño de volver a África. Su objetivo es viajar a Senegal en otoño de este año como parte del equipo médico que se desplaza anualmente a Yoff Tongor. «La experiencia de junio fue dura, pero los senegaleses son gente muy noble y muy alegre. Me gustan mucho», dibuja.

A los 70, su serenidad activa contagia. ¿Se siente feliz? «Me siento bien. ¿Que podría haber hecho más? Sí». Y menos también... «Menos también», encaja. «La gratitud y sentirse útil es algo muy satisfactorio». ¿Planes? A ella le gustaría seguir en lo que está: ver crecer a los nietos, «viajando con ellos de vez en cuando, hacer cooperación y algún proyecto de cine...».

GENTE DE CINE

«Además de con la cooperación, estoy metida con un grupo de cine. Hacemos cortos», comenta. El cine fue otra de las pasiones que descubrió al jubilarse. Un profesor, Antonio Brea, la animó a empezar en De Mayor Crea, «una idea estupenda» de Domingo Díaz y Manolo Gómez que potencia la creatividad de los mayores. Con formación en psicodrama, Beatriz tenía además su experiencia llevando grupos de apoyo en el centro de salud de Elviña «para pacientes muy demandantes en consulta que no tenían enfermedades físicas». También tuvo grupos en el Ayuntamiento de Oleiros con inmigrantes y mujeres maltratadas. «Compartir que no solo te pasa a ti, poder aumentar tu autoestima, todo esto es muy beneficioso», constata. Esas redes sociales que no necesitan wifi ni pantallas, la de hacer cosas con otros, son las que más valora. Como el hecho de sentirse valorada, de que algunos pacientes, «después de tantos años», la recuerden y se paren por la calle a saludarla. «Eso es muy gratificante».

«Me gusta lo que hago, me siento a gusto», concluye. Con sus hijos, no pierde la costumbre de organizar viajes familiares que aumentan su nivel de felicidad. «Quedamos con mi hijo, el que vive en Segovia, a mitad de camino, en León o en Asturias, y nos vamos a Portugal. Y tenemos también una reunión familiar al año con mis cuñados en los Picos de Europa, en un hotelito que me encanta, en El Oso. La familia y los amigos son para mí algo muy importante. Es importante tener una red de apoyo; eso es lo que veo que hay mucha gente que hoy no tiene. Pero hay gente que no ha tenido ni las oportunidades para hacer esa red. Hay gente que no ha salido de su casa.. Aunque ahora con los centros sociales se pueden hacer cosas. A veces vives tu vida centrado en la familia, en la educación de los hijos, y no ves que en el futuro te puedes quedar solo». Hay que tratar de anticiparse, y de ocuparse en esos cuatro pilares que distingue la OMS para un envejecimiento aludable; entre ellos, las actividades cognifitivas para ejercitar la memoria y las creativas para fortalecer la autoestima; y las sociales («estar ocupados y servir a la sociedad son necesidades de toda persona», subraya la OMS).

Su gente y sus proyectos solidarios y creativos acompañan a Beatriz, que es una de esas personas que no jubilan la sonrisa, gente de cine que cura con la mirada y con las palabras.