Jordi Nomen, profesor: «Igual que hablamos de higiene deportiva, hay que hablar de higiene interior, y esa higiene interior pasa por el pensamiento propio»

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Jordi Nomen, autor de «El niño filósofo y la ética», profesor en una de las escuelas más innovadoras de España.
Jordi Nomen, autor de «El niño filósofo y la ética», profesor en una de las escuelas más innovadoras de España. cedida

Imagina que eres niño y que decides las normas de respeto en clase o qué temas vais a tocar. Existe, así aprenden en la escuela Sadako de Barcelona los alumnos de este profesor, autor del superventas «El niño filósofo»

04 mar 2025 . Actualizado a las 04:29 h.

La filosofía está en la calle, en el día a día, en muchas de las conversaciones que mantienes con un amigo, con tu madre, con el desconocido de turno o el viejo conocido que no piensan como tú. Bienvenido al mundo real, en el que, sin embargo, la materia que ayuda a pensar ha dejado de ser obligatoria en la ESO en el currículo general. Cada comunidad decide ahora si introducir la filosofía como optativa en cuarto de secundaria. «La filosofía debería darse en la ESO y mucho antes. Porque los niños tienen esa facilidad para extrañarse ante el mundo y tienen la capacidad de hacerse preguntas. Y esto puede poner las bases del pensamiento crítico, no debemos inhibir esas capacidades que traen de serie los niños y las niñas», afirma el profesor de Filosofía y Ciencias Sociales Jordi Nomen, de la escuela Sadako de Barcelona, uno de los centros educativos más innovadores de España. Licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona y máster en Filosofía por la Universidad de Gerona, el autor de El niño filósofo y El niño filósofo y la ética (los dos, en el sello Arpa) enseña a pensar y a discutir con cuentos, juegos y arte en clase.  

—Nos llevan a pensar que la filosofía es prescindible. El Gobierno la suprimió como obligatoria de la formación básica. ¿Por qué no se ve como útil?

—Puede haber varias cosas, como ignorancia o el pensar que la filosofía puede ser algo abstracto, solo la historia de unos señores que ya murieron, donde además hay pocas señoras... Pensar que no hace falta saber de eso. Es una visión muy pobre de lo que significa la filosofía en cuanto a tradición. Esos señores y señoras, que también las había, son nuestra tradición cultural, nos han dado los criterios de pensamiento con los que hemos llegado aquí. Aparte de eso, no consideran que la filosofía es un saber que permite trabajar el pensamiento crítico y creativo, y la ética, necesarios para formar una ciudadanía democrática. Ahí no quiero ver mala fe, sino ignorancia... Pero, ante la ignorancia, lo lúcido es preguntar a quien sabe.

 —A veces parece que ya no sabemos distinguir al que sabe del que no.

—Hoy es difícil distinguir, pero para hacer un currículo estatal estaría bien buscar a los catedráticos de las universidades de Filosofía. Eso no es difícil. Como si buscas a los maestros que están en el aula impartiendo Filosofía, que hay unos cuantos... Creo que hay un poco de dejadez, de: ‘No nos parece relevante, la quitamos y punto’.

 —Hoy, todo lo que suene a pensamiento es sospechoso. En cambio, «lo práctico» se entroniza. ¿Por qué es útil lo «inútil»?

—La filosofía claro que es útil, está en el día a día, en la calle. Tenemos una dimensión interior que hay que cultivar, como la exterior. Y la filosofía es un puente entre ellas. Igual que hablamos de higiene deportiva, hay que hablar de higiene interior. Y esa higiene interior pasa por el pensamiento propio. La filosofía es una de las mejores formas de fomentar el pensamiento propio, que se construye en comunidad. La filosofía sirve para construir la ciudadanía, para negociar, para celebrar la diversidad, para aprovechar el conflicto como forma de aprender, para impulsar la creatividad, para construir el respeto... Podría seguir mucho más.

 —Como adulta, me parecen valores inalcanzables. Quizá de niña creía en que esas ideas podían realizarse.

—Es lo que vemos, que si eso no se convierte en rutina desde pequeños llegamos a la edad adulta y es difícil. Para mí, la filosofía debería estar presente desde educación infantil, desde los 3 años, o incluso antes, y no dejar nunca de darse. Me refiero a la filosofía que promovemos, la del diálogo, la observación, la puesta en común con los demás... En ese estilo de filosofía, el profesor es un guía; lo que hace es promover el diálogo filosófico. Si hubiéramos aprendido así 20 o 30 años, a tratar con los demás los temas que nos interesan (que eligen ellos, los niños), la sociedad cambiaría. Yo creo que la educación es un factor de cambio. Poder hablar con alguien que piensa distinto, discutir, y que no ocurra nada más, esto es todo un antídoto contra la intolerancia.

 —La «pedagogía de la ternura» es una de las que más sorprenden del libro «El niño filósofo y la ética». La ternura nunca ha sido un valor relacionado con la autoridad y el aprendizaje...

—No, no es un valor muy considerado ni cultivado, ¿pero a qué precio? Al del aumento de la presión sanitaria por problemas psicológicos... Pero la ternura es la fuente de la supervivencia de la humanidad; sin ella, la humanidad no habría sobrevivido. Está esa anécdota de cuando le preguntaron a una antropóloga cuál era el primer signo de humanidad y contestó: «Un fémur curado». En aquella época, un fémur roto suponía la muerte inminente. Un fémur curado significaba que esa persona tenía a su lado a otra que se ocupó de ella hasta que se curó.

 —¿Podemos relacionar la carencia de una base filosófica, de pensamiento propio o crítico, con problemas psicológicos, con la fragilidad mental?

—Claro. A ver, yo no haría una relación directa de una cosa con la otra, pero es un factor. Tenemos que entender que el error ayuda a crecer y tenemos que aprender que el otro es distinto, ¡y que eso es una riqueza!

 

—La diversidad es una riqueza, que a veces no supera la prueba de la realidad. ¿La diversidad se ve amenaza por el confort que buscamos hoy en las relaciones? Tendemos a buscar amigos de Facebook, a estar con esa gente que nos dice lo que queremos oír...

—Claro, pero es que la diversidad es discrepancia. La diversidad no quiere decir que te lleves bien con todos porque no discutes con nadie. Es lo contrario: la discrepancia te lleva a mover el piso, al pensamiento crítico. ¿Qué me dice esta persona, que me cuenta algo muy distinto de lo que yo pienso? Oye, pues voy a pensarlo, porque a lo mejor tiene razón. La diversidad es desacuerdo.

 —¿Por qué es importante llevar la filosofía al grupo?

—Cuando lo haces en grupo, ves muchos perfiles diferentes al tuyo, cosa que en las redes sociales no existe, porque el algoritmo hace que veas solo lo que quieres ver. Es bonito ver cómo debaten los niños y las niñas. Es bueno cambiar, cambiar la opinión, la manera de ver las cosas. Nos enseñan que mantenerse monolíticamente en los propios principios es señal de fortaleza, y esto es muchas veces señal de doma. La fortaleza está precisamente en cambiar, en saber decir: «Oye, me has convencido».

 

—La persona creativa va por delante, pero el resto eso lo ven en diferido...

—Sí, pero se ve y es fantástico. Algo que deberíamos estudiar son los prejuicios, las falacias, los estereotipos. Son el pan nuestro de cada día. Deberíamos tener la asignatura Estereotipos, prejuicios y falacias. Y en eso estaba Filosofía hasta que la han sacado del sistema educativo. Error, pensar que la filosofía se limita a estudiar la vida de filósofos muertos.

 —Pero enseñan muchas cosas muertos como Séneca o Marco Aurelio...

—Sí, también, pero la filosofía tiene una utilidad. ¡No me lo invento! Esta es una conclusión basada en la experiencia de 30 años impartiendo Filosofía.

 

—¿Has visto grandes cambios en esas tres décadas?

—Claro. Con la revolución tecnológica ha caído la atención de forma notable. La filosofía cierra los iPads para hablar, para pensar.

 —Más Epicteto y más Séneca y menos Fortnite...

—Eso. La filosofía ayuda a mantener la atención en un argumento un poco largo. En un párrafo de argumento muchos se pierden, leen en diagonal. A los niños no les damos ni tiempo... Los niños tienen dentro la curiosidad y tienen su propio tempo, que no es el del adulto ni mucho menos. Tenemos que darles tiempo para pensar. Es vital. Y para leer. La tecnología puede ser muy útil, pero hay que prevenir la adicción. Las aulas deberían estar siempre llenas de diálogos, de preguntas. Cuando una pregunta es buena, amplía el mundo.

 —Los cuidados, ¿materia pendiente? Hay que pensar en cuidar...

—Claro, hay que pensar y enseñar a cuidar. Y saber que no hay que cuidar a cualquier precio, no hay que cuidar a quien nos hace daño... Todos buscamos que nos cuiden y todos escapamos de cuidar nosotros... Eso no es muy solidario, ¿no? Al que no colabora nunca hay que decírselo. Pero hay que decírselo como uno esperaría oírlo, como esperaría que se lo dijesen. Si lo hago mal, está bien que me lo digan. Es necesario. Además, nos venden que cada uno de nosotros estamos en el centro del mundo y parece que lo que no te pasa directamente no te afecta. Lo que no te afecta es tu problema. Al final, siempre acaba siéndolo.