Carlos es uno de los 130 gallegos que viven en la República Checa: «En Praga hay bastante empleo y el país es verde como Galicia»

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Carlos junto a su pareja ante la cabeza de Kakfa en Praga, y a la derecha, en una de sus escapadas a los Alpes.
Carlos junto a su pareja ante la cabeza de Kakfa en Praga, y a la derecha, en una de sus escapadas a los Alpes.

GALLEGOS POR EL MUNDO. «Conocen Galicia por el Camino de Santiago y por el Celta. Funciona bien el transporte y es muy barato comer fuera, pero la inflación se nota mucho en la cesta de la compra», advierte este físico de Gondomar que se ha mudado a la República Checa siguiendo los pàsos de su pareja

22 jun 2023 . Actualizado a las 15:21 h.

Es investigador y, a sus 33 años, se abre camino en Praga junto a su novia, bióloga también española. Carlos Peón (Gondomar, 1990) estudió Física en Salamanca, tierra de su madre. Tras la carrera, hizo un máster en Granada, y allí consiguió la beca para hacer la tesis doctoral en la Teoría de la Relatividad de Einstein en Salamanca. A Praga llegó movido por la exigencia de estar a un nivel tras el doctorado: «Ayuda tener uno o dos contratos posdoctorales en el extranjero».

En lugar de Alemania o el Reino Unido, él se decidió por la República Checa «porque ahora está repuntando, hay posibilidades de hacer tanto el doctorado como de tener contratos posdoctorales». Otra de las razones que decantaron su elección por la ciudad en la que residen actualmente unos 130 gallegos (casi todos ellos, menores de 65 años) fue el hecho de que su novia estuviera ya residiendo en Praga.

«Tuve suerte, presenté mi solicitud a una convocatoria y me dieron el contrato de Praga», cuenta. Son contratos que se anuncian por internet, en páginas web o listas de correo que uno tiene fichadas, por lo que no es difícil acceder a esa clase de información, dice.

Carlos trabaja en la Charles-University (en checo, Univerzita Karlova) de Praga. Lleva año y medio en el país y, recorrido ese camino, volvería a tomar la decisión de mudarse pese al «choque cultural importante» del principio.

«Estar en una capital europea, internacional, hace que al final acabes haciendo piña con gente en situación similar a la tuya», explica. El idioma es difícil, advierte, «alejado de cualquier lengua latina, del inglés, no tienes referencia; es un idioma que necesitas tiempo para aprender y eso hace que vivas en la burbuja de los extranjeros que estamos de paso». No hay, por esta dificultad con el idioma, «una inmersión a tope en la cultura del país».

«El alquiler, accesible», dura la inflación

En lo laboral, ni una sola queja. «Es fácil entenderse con las personas», dice quien a finales de este año volará a Madrid enlazando contratos.

Praga es una ciudad «cómoda, grande pero agradable para vivir; tiene muy buen transporte; las distancias no son grandes, como pueden serlo en Madrid». Carlos se desplaza a menudo en metro, autobús o tranvía y valora lo accesible que resulta, por ejemplo, comer fuera: «Comer fuera es muy barato. Aquí los salarios son un poco más bajos, pero puedes comer por 8 o 10 euros y pagar no más de 2 euros por una pinta de cerveza».

En cuanto a la zona para vivir, hay áreas «gentrificadas que son prácticamente inhabitables», pero el alquiler está accesible («no supone todavía la mitad de tu sueldo»).

La inflación se ha hecho notar mucho (la tasa de inflación promedio para el 2022 fue de 15,1%). «A la hora de ir al súper, en la cesta de la compra, eso se nota un montón», advierte el físico.

¿Se parece algo la República Checa a Galicia? «En que es verde, muy verde. Aunque aquí no llueve tanto... Cuando les digo que en mi tierra llueve más, no me creen». Por el Camino de Santiago «y por el Celta», muchos checos saben situar Galicia en el mapa.

La gente y la comida es lo que Carlos echa más de menos de su tierra. Pero en Praga tiene piña gallega. A quien esté pensando en dar el paso de mudarse, Carlos le dice que «para vivir un tiempo no muy largo en Praga se puede estar a gusto. Hay muchas cosas positivas que disfrutar aquí. Y muchas empresas tecnológicas que ofrecen empleo», dice. Entre esas cosas positivas, él cuenta sus escapadas a los Alpes.

Maruxaina en Neuruppin y en la isla de Rügen con su pareja, Raúl.
Maruxaina en Neuruppin y en la isla de Rügen con su pareja, Raúl.

Maruxaina, de Vigo a Brandemburgo: «A mis 46, conseguí en Alemania el trabajo de mis sueños»

«Este es un país que recomiendo, hay muchas oportunidades, pero es duro, es de pico y pala. No es un lugar para todo el mundo», advierte Maruxaina Bóveda, que se mudó de Vigo a Brandemburgo cuando estalló la pandemia del coronavirus

 

Si hace años América brilló como el destino donde todo el mundo tenía una oportunidad, «hoy ese lugar es Alemania», dice Maruxaina Bóveda (Vigo, 1976), viajera, hoy profesora de instituto a 2.500 kilómetros de su hogar. Su familia lo lleva como puede, pero les compensa que ella está «feliz, cansada de la burocracia, pero feliz», y lo que no puede es todavía procesar la cantidad de cosas buenas que le han pasado en Alemania, adonde llegó en la pandemia. «Pasé catorce días y quinientas noches confinada», dice Maruxaina al modo Sabina sobre su llegada a Brandemburgo en el 2021. En este estado del este de Alemania sigue esta viguesa junto a su pareja, Raúl, dos años después.

 Echa mucho de menos a su sobrina, Gala, a su familia. Y, estando en Alemania, perdió a dos de sus tías. «Eso es lo peor, gestionar el luto a distancia. Estar duro en momentos así es lo peor que he pasado», dice quien, si mira atrás, y se ve de recién llegada al país, se percibe «muy ingenua». «En dos años han pasado mil cosas. Y el resumen es que con esfuerzo, porque cuesta y cuesta mucho, puedes mejorar. Esto no es Italia ni Escocia, donde también viví, pero aquí, a mis 46, he conseguido el trabajo de mis sueños».

Ella se acaba de estrenar como profesora de instituto, de chicos de 12 a 14 años, que compagina con clases de español para adultos. Al aterrizar en Brandemburgo, quedó vacante un puesto en control de calidad en la empresa española donde trabajaba su pareja: «Llegué el 12 de febrero y el 15 ya estaba trabajando. No era el trabajo de mi vida, pero me sirvió para empezar».

Al principio, advierte, puedes llegar a sentirte muy desamparada. «Muchos vuelven a su país y otros se quedan en el gueto, en el círculo conocido», apunta. Al cumplir año y medio en Alemania, esta gallega no renovó su contrato temporal, pero siguió adelante y un mes después ya tenía una oferta como profe de español.

Maruxaina y Raúl terminaron su relación laboral con la empresa en la que comenzaron a trabajar en Alemania y en agosto del 2022 se enfocaron en un objetivo: aprender alemán. «El Estado alemán te ofrece cursos para aprender el idioma. Nosotros empezamos los dos a hacer el curso intensivo de alemán (cuatro días a la semana, cuatro horas al día) con mucha gente de otros países (gente de Ucrania, Eritrea, Guinea, Pakistán, Siria...). Y, además de aprender el idioma, hicimos un grupo majo de auslander (‘extranjeros´ en alemán)». Aprobaron el B1 en febrero: «Fue a dolor, ¡estaba más nerviosa que cuando hice selectividad!», cuenta. Pero el esfuerzo tuvo recompensa. El alemán les abrió puertas y les ayudó a tejer una red multicultural.

«Entender a la cajera del súper, a tu vecino o al señor que te habla en el tranvía te da seguridad, es una satisfacción», dice Maruxaina, que habla seis idiomas.

La gente de Brandemburgo, admite, es cerrada. Y ella no olvida el día que fue a urgencias por una caída de la bici y en recepción la recibieron con un «extranjera de mierda». Fue algo puntual.

La burocracia es uno de los huesos de Alemania. Ella lleva dos años arreglando papeles. Alemania «tiene muchas cosas buenas [hay ayudas para todo: familia, calefacción, transporte, vivienda...], pero diría que es un país para todo el mundo. Es todo pico y pala, pico y pala...», recalca.

Su hogar hoy es un pueblo «muy verde, con mucho bosque. A nivel de naturaleza está muy bien, pero en comida no hay color con Galicia, claro...». Las comidas y las ferias y fiestas gallegas son de lo que más extraña esta pareja en Brandemburgo.

La cesta de la compra es allí más asequible, afirma Maruxaina, hay muchas oportunidades laborales y ayudas a la conciliación laboral y familiar.

«Aquí el tema de la titulitis importa menos. Lo que cuenta es que tengas ganas y que sepas hacerlo. Yo mandé un mail y a los cuatro días me pidieron empezar. Empecé con dos cursos de español. Y ahora tengo seis», detalla.

Esta profe de español en Brandemburgo avanza haciendo patria entre sus alumnos, que ya saben qué se celebra el 17 de mayo y quiénes son Rosalía, Carlos Núñez y Manuel Rivas.

¿En qué país del mundo viven hoy más gallegos?

Argentina es el país extranjero en el que residen más personas de Galicia, que avanza en Alemania y hace patria en un barrio de Nueva Jersey. En Europa, la favorita sigue siendo la misma que hace décadas...

 

Más de 529.000 gallegos viven hoy repartidos por el mundo, según los últimos datos sobre población española residente en otros países que aporta el Instituto Nacional de Estadística. Si hacemos un dibujo a modo de retrato robot con los datos del INE, el gallego que vive hoy fuera es mujer y tiene entre 16 y 64 años (de ese más de medio millón de gallegos repartidos por el mundo, 312.612 tienen entre 16 y 64 años y 166.912 cuentan 65 o más), aunque las diferencias en el perfil de quien se muda hoy de Galicia y España a vivir a otro país y el que lo hacía años atrás son notables en formación y tipo de empleo.

Un alto porcentaje de expatriados que proceden de Galicia suelen tener un alto nivel adquisitivo en los países de acogida, según permite concluir una encuesta elaborada por este periódico hace tres años. Quien emigra ahora tiene, en general, un nivel de estudios alto, habitualmente formación universitaria. Y a los países que aglutinan la mayor parte de la emigración gallega (Argentina, Brasil, Cuba, Uruguay) se va imponiendo la preferencia por otras latitudes. Los que se van, se van más a Asia (aunque menos que hace un año), al norte de Europa o a Australia, destino atractivo para el viajero joven con ventajas como el Work and Holiday Visa (firmado en el 2014 entre España y Australia), que permite irse a las antíopodas de vacaciones, a trabajar y estudiar durante 12 meses.

De ese medio millón de gallegos que están repartidos por el mundo, un total de 410.591 viven en América. Y en Europa, que sube entre las preferencias de los españoles para emigrar, están sobre todo en Francia (19.514) y Alemania (17.717), después, por supuesto, de Suiza, que se lleva la palma en Europa con más de 40.000 gallegos en su territorio, que suponen el 60 % del total de los españoles presentes en el país y está entre los lugares del mundo que más gallegos de segundas y terceras generaciones suman. Atrás quedan esos años que retrata la película Un franco, catorce pesetas, y atrás la España de 1960, aunque en oportunidades laborales vayamos a la zaga de los vecinos del norte, pero entre las embajadas populares que cuidan el sentimiento de galleguidad en el mundo resiste como pocas A Irmandade Galega na Suiza.

Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Miami son los cuatro estados norteamericanos que concentran mayor cantidad de gallegos en el país. Galicia tiene Casa en Nueva York desde 1940, pero como colonia gallega en Estados Unidos arrasa Ironbound, barrio gallego bautizado como «Little Galicia», donde puedes comer pulpo á feira y disfrutar de romerías y foliadas. El Centro Orensano de Nueva Jersey es punto de encuentro entre gallegos en América.

Pero los lazos se estrechan cada vez más en internet. A través de las redes se refuerza desde el extranjero el orgullo gallego, con grupos de Facebook que ofrecen información de utilidad en lo laboral y lo social, para situarse y no perderse. Gallegos y Descendientes de Gallegos en Argentina, Gallegos en Suiza, Gallegos en Holanda y Galegos en Escocia son algunos de estos grupos de Facebook que tejen las Galicias del mundo.