Efigenia, víctima de violencia machista: «Estuve 26 años con un maltratador, pero cuando cogió el bate de béisbol dije: 'hasta aquí'»

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Con 15 años conoció a su marido, del que se separó hace siete años. Ahora, desde fuera, asegura que los 30 años que vivió a su lado fue víctima de la violencia machista

23 nov 2023 . Actualizado a las 11:40 h.

Tiene 54 años y se puede decir que está empezando a disfrutar de la vida. Hace apenas siete que pudo salir del infierno en el que vivía desde que era una cría. Con 15 conoció a su marido, y después de siete de novios, se casaron. Fruto de ese matrimonio, que duró 26 años, nacieron dos hijos. Pero ella no ha sido del todo consciente de la pesadilla que estaba viviendo hasta que no ha salido de ella. «En ese momento no te das cuenta. Piensas: 'Es que me quiere mucho', que es lo que nos creemos, pero no», cuenta Efigenia Vidal, que es voluntaria en la Fundación Ana Bella, donde ayuda, con su testimonio, a otras mujeres. Ella ha aprendido mucho. Ahora sabe que tenía que haber puesto fin a esa relación cuando él le propinó «la primera bofetada», pero no pudo. Lo intentaba, sobre todo en su cabeza, pero no era capaz. Hasta que un día su exmarido fue más allá.

 «Todo empezó porque mi hija, que vive en Inglaterra, quería que yo fuera a conocer su casa. Programé un viaje e íbamos a ir mi hijo y yo. El día antes me dice que no voy, que por qué voy a ir. Y le digo: ‘Vete tú con el niño'. Ahí empiezo a darme cuenta de que algo no va bien».

Poco después de regresar de Inglaterra, sufre un fuerte dolor y la tienen que ingresar. La operan a vida o muerte, «casi se queda en la mesa de quirófano», pero minutos antes de entrar en la sala de operaciones su marido paró la camilla. «Quería que le diera el número pin de la tarjeta del banco. No me dejaba entrar hasta que no se lo diera, ahí me di cuenta de que no podía más. Fue la gota que colmó el vaso», confiesa. El cómo ponerle fin a esa relación tóxica ya le rondaba en la cabeza: «Yo no sé si me voy a morir, pero él se debería morir ahora mismo», pensó en ese momento. Y de repente lo tuvo claro: «Si salgo de esta, me separo». «Pero no tienes dinero, no tienes trabajo [en ese momento trabajaba unas horas al día, no como para mantener a su hijo o acceder a un alquiler], no tienes casa, ya que era de mi suegra, con un niño de 15 años, gracias a Dios mi hija estaba independizada. No tenía apoyo de familiares ni de mi parte ni de la suya... No es sencillo».

A los pocos días, ella todavía estaba convaleciente, era el cumpleaños de su marido. Pensó en hacerle una tarta como todos los años, pero llegó cansada del trabajo y prefirió esperar un rato. Durante esa espera, él llegó de la calle. Borracho. Empezó a insultar a su hijo. Le quería pegar. «Le dije que no le había hecho nada, entonces me dijo: ‘Si no le pego a él, te voy a pegar a ti'. Cogió un bate de béisbol y partió la puerta donde estaba encerrado el niño, que empezó a pedir auxilio por la ventana, y me dio a mí con el bate, recién operada que estaba». Gracias a que reaccionó a tiempo, y se defendió, le golpeó la cintura por detrás y una mano, pero pudo haberla matado. Minutos después, aunque a ella le parecieron tres días, llamaron a la puerta. Era la policía. «Él les dijo que me había pegado mi hijo, pero analizaron el bate y, obviamente, eran sus huellas», dice Efigenia, que hasta que no llegaron los agentes estuvo «aterrada». 

Empezar de cero

Como consecuencia de la denuncia por malos tratos, el juez le impuso una orden de alejamiento a su exmarido. Ella continuó viviendo en el domicilio familiar, propiedad del padre de sus hijos, por tener a un menor a su cargo. «Todavía estábamos en el juzgado y mi abogado me dijo: ‘Vete rápido para casa, que en 20 minutos sale él'. Así fue. A cada momento estaba dándome la lata, llamaba al porterillo, me cortaba el agua, porque la llave de paso estaba fuera... Tenía una orden, pero se la saltaba, tenía que estar llamando cada dos por tres a la policía, y entonces se iba». Aun así tuvo que poner dos denuncias más, entre otras cosas porque no paraba de llamarla por teléfono, algo que no podía hacer. «Decidí dejar mi piso, irme a otro de alquiler, porque eso no era vida. Estuvimos un mes encerrados sin salir, muertos de miedo».

Ese episodio hizo estallar una convivencia que ya de por sí era imposible. «Llegaba borracho todos los días, y lo pagaba con mi hijo. Lo tenía que encerrar porque no lo dejaba vivir, lo insultaba constantemente. Mi hijo me decía: ‘Le voy a pegar como me diga eso [maricón]'. Y yo le decía: ‘Métete en el cuarto que ya hablo yo con él'. Llegué a tener miedo por los dos, porque cuando estaba borracho lo mismo le daba por dormir que por ser un... Aunque de puertas para fuera era el ser más cariñoso y encantador del mundo. No era la misma persona».

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Dice que ya se le han olvidado muchas de las cosas que tuvo que soportar, pero cuando tira de memoria, los recuerdos vienen solos. «También me controlaba el dinero. Teníamos una cuenta común, ingresaba un día, y al siguiente ya no había dinero. Yo tenía que estar escondiéndolo para poder comer, para pagar los gastos... Tu cuerpo va mermando, y no podía seguir así, no dormía, no descansaba. Un día se fue a por el pan y apareció a los tres días. Le pregunté qué le había pasado, que por qué no cogía el teléfono, y me dijo: ‘¿A ti qué te importa'. Llega un momento que dices: ‘Se ha ido, ha desaparecido, pues que me llamen y me digan que está en la cárcel, muerto o le ha cogido un coche, pero la incertidumbre es lo peor». Eso por no hablar del control al que la tenía sometida.

«Cuando mi hijo empezó la catequesis para preparar la comunión, me apunté al coro de la parroquia, porque a mí siempre me gustó cantar. Tenía ensayos, visitábamos enfermos, y cada vez que iba a los diez minutos me llamaba:

—¿Dónde estás? ¿Con quién estás?

—Visitando enfermos, ya te lo dije.

—¿Por qué vas a eso?

—Porque me reconforta, me gusta, ¡vente conmigo!

—No, a mí eso no me gusta.

Hasta le tuve que presentar al cura para que no se pensara que estaba liada con él. Yo ahí ya pensaba que la cosa no podía seguir así, ni ese control...».

Pero el día de los hechos no era la primera agresión que sufría. «No, en otra ocasión me dio una bofetada, en otra me tiró una jarra que no me llegó a dar... Pero psicológicamente me tenía muy machacada. No te das cuenta porque entras en un bucle, o no te quieres dar cuenta, no lo sé, porque la mente... Es muy complicado salir de una relación tóxica». Y que, probablemente, nunca fue sana. Cuenta que una vez fuera se ha dado cuenta de que fueron muchos años de maltrato psicológico. «Probablemente los 26 que estuvimos casados, y los siete de novios. Más de 30». «Cuando éramos novios —recuerda Efigenia— tenía una minifalda de cuero, y estábamos en la discoteca, y de decir:

—Voy al baño.

—Te acompaño.

—¿Qué me vas a acompañar?

Pero en ese momento era tan tonta».

Cuando se mudó de casa dejaron de tener contacto. Y cuando lo tenían era porque ella se veía obligada a llamarle para que le pasara la manutención del niño. «Pero una noche me llamó una vecina de donde vivíamos antes y me dijo que la puerta estaba abierta, que él no estaba y que si podía ir a ver si le había pasado algo. Al entrar pensé que había habido un terremoto. Estaba todo revuelto, el cristal de la mesa partido, todo manga por hombro». A los dos días la llamaron del hospital para decirle que estaba ingresado, que se lo habían encontrado tirado en la calle. Aunque telefoneó a su sobrina para advertirle de la situación, Efigenia tuvo que presentarse en el centro médico porque era su número de contacto. «Estuvo más para allá que para acá, pero en esa ocasión no se murió». 

Pena y liberación

Aunque Efigenia cortó de raíz la relación con su expareja cuando se mudó, su hijo la quiso restablecer pasados dos años. Le dijo que quería hablar con su padre, y ella no se opuso, solo le recomendó que fuera acompañado de un amigo. «Lo que hablaron no lo sé, él era muy consciente de todo lo que había pasado, pero decía: ‘Es que es mi padre, y está malo [le habían concedido una pensión por minusvalía]'. Yo le dije que hiciera lo que quisiera, y las últimas semanas fue a verlo regularmente». En septiembre del 2022 falleció.

«Sentí pena. Me casé muy enamorada y era el padre de mis hijos. También liberada. No lo he perdonado, pero sí que he aprendido a pasar página. No se puede vivir con rencor, ni aunque me hubiera matado, no soy así. Lo que no me interesa, lo aparto y punto. Yo comprendo que no todo el mundo es igual, pero se duerme más tranquila. Si hubiera tocado a mi hijo, otro gallo cantaría, porque él no se lo buscó, pero yo sí, sabía dónde estaba. No podía salir, lo intenté, en mi cabeza por lo menos, pero no encontraba solución», relata Efigenia, que se encargó de todos los trámites del entierro y del funeral.

Efigenia nunca le confesó a nadie, ni a su entorno más cercano la pesadilla que estaba viviendo. «Era muy duro decir: ‘Mi matrimonio es una mierda. Llevo 26 años aguantando a un maltratador. Es muy duro de contar». Él, poco a poco, la fue alejando de sus amistades y de su familia. A día de hoy, la relación con su hermanos es prácticamente nula, y con el único que guarda contacto es con su padre, al que, cuando puede, visita en Chipiona. Este verano fue con su pareja, porque hace cuatro años le ha dado una segunda oportunidad al amor, al primero de verdad. «Estuve un año que no quería ver a un hombre ni en fotografía, hasta que dije: ‘Soy muy joven para rehacer mi vida, y puedo encontrar un hombre que no me trate mal'. Una amiga me abrió Tinder, y por ahí he conocido a mucha gente, me lo he pasado muy bien. He tenido una época... Además, estoy monísima», dice una mujer que no puede ser más feliz ahora mismo. «Nos gustan las mismas cosas, nos reímos mucho, nos los pasamos bomba... Cosas que yo no podía hacer con mi marido».