Marta, licenciada en Derecho, consiguió un trabajo mejor gracias a la FP: «Con mi ciclo, si busco trabajo en LinkedIn, antes de que acabe el día tengo ofertas»

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MARCOS MÍGUEZ

Esta joven gallega de 31 años tenía carrera y trabajo, pero después de estudiar una FP que no estaba relacionada con lo suyo, mejoró mucho sus condiciones

27 ene 2024 . Actualizado a las 19:41 h.

Marta estudió Derecho, «la típica carrera que quiere un padre». También hizo dos másteres (uno de mediación y otro de asesoría jurídica) y se puso a buscar trabajo. Empezó en una asesoría, aunque «a nivel de condiciones era bastante esclavo». «Entraba muy temprano y salía muy tarde. Me pasé seis meses sin ver la luz del sol», explica esta joven gallega de 31 años. Obviamente, no era el trabajo de su vida, y siguió buscando. Fue rebotando por varios hasta que encontró uno en una empresa de preparación de oposiciones, en la que estuvo cinco años. Preparaba material, clases, apuntes... «Al principio estaba en el equipo que preparaba oposiciones, sobre todo jurídicas, y teníamos las típicas conversaciones con nuestro jefe en plan: ‘Las condiciones vemos que son un poquito justas'. Ibas enlazando una beca con otra, Feuga, Fuac, si te pueden poner alguna más, también... y todos los que estábamos en esa empresa habíamos estudiado Derecho o llevaban diez años opositando para juez, gente con mucho background. Además, también había un equipo de informática. Y mi jefe siempre nos decía lo mismo: ‘No sois conscientes de la realidad: en el mercado das una patada al suelo y te sale un estudiante de Derecho, pero un informático, ahora mismo, es un trabajo tan sumamente valorado que no podéis ni permitiros pedirme las mismas condiciones'». «Ellos no bajaban de los 1.600 euros al mes, mientras que si tú cobrabas 1.100 euros había que dar gracias, y era porque lo exigía la ley», apunta Marta.

 Las cosas quedaron como estaban. Al menos en cuanto a sueldos. Pero algo se encendió en su cabecita. Cierto era que la informática siempre le había interesado, sumado a que veía que el futuro pasaba por ahí. Habló con sus compañeros y se empezó a plantear la posibilidad de dedicar parte de su tiempo a estudiar. Quería reorientar su carrera porque de lo suyo no había mucha oferta. «Todos los trabajos que encontraba era paupérrimos, con unas condiciones deplorables, y nada mejor de lo que ya tenía», apunta. Había intentado opositar, se llegó a presentar a los exámenes, pero había algo que no encajaba. «Llegaba de trabajar ocho horas y ponerme a estudiar... Estuve un año, luego hice examen de conciencia, decidí que no era lo mío, y volví un poco a qué es lo que me gusta, qué es lo que me hace ilusión que, a lo mejor nunca tuve la oportunidad... Y eso el ciclo me lo ofrecía. Volver a la universidad no era una opción, son muchos años, ya tengo (tenía) una edad, y tengo que pensar en los años que me quedan para jubilarme. Soy muy pragmática. Mis perspectivas de futuro no podían pasar por una carrera porque había muchos contras y muy pocos pros al respecto».

Pidió a la empresa asumir más responsabilidades, pero le dijeron que con la preparación que tenía «no tenía ni derecho a pedir más». Les comentó que se estaba planteando estudiar Informática para mejorar sus opciones de mercado y le dijeron que hiciese lo que más le conviniese porque no iban a apostar por ella, es decir, no le iban a ofrecer ninguna mejora. Finalmente, pidió una reducción de jornada, y empezó a buscar información sobre ciclos. «Me habían hablado muy bien del Liceo La Paz, en A Coruña, sobre todo de empleabilidad, que, al final, era lo que buscaba. Recuerdo que me reuní con mis padres y mis abuelos, y les dije: ‘Esta es la situación: a mí me puede gustar más o menos mi carrera, pero realmente no puedo trabajar de esto. No puedo estar con 30 o 40 años compartiendo piso'. Tenía 27 en ese momento, y llevaba mucho tiempo ya, desde la carrera, luego un máster, otro... Llevaba tres, cuatro, cinco años sin salir de ese pozo: midiendo cada uno de mis gastos, y no veía ningún futuro ni mejora en la situación. Les dije que lo iba a intentar, que me hacía ilusión, también que iba a sufragar todos los gastos, pero que si me veía en apuros, los necesitaba, porque estoy en una ciudad que no es la mía». 

ESTUDIAR DE NUEVO

Su familia lo aceptó y enseguida empezó las clases. Lo disfrutó muchísimo, porque a ella siempre le gustó estudiar. El contar con una formación previa le ayudó a encarar los estudios de otra manera. Mientras veía que sus compañeros sufrían con asignaturas teóricas, como FOL o Empresas, a ella le bastaba media hora de estudio. «También influía la edad. No es lo mismo ponerte a los 20 a estudiar que a los 28. Vas a clase a lo que vas, tienes un objetivo concreto y, además, una vez que te has sufragado tú los estudios, tienes otro aprecio por el dinero». Los últimos meses del ciclo eran prácticas en una empresa, y aunque se lo habían pintado bien, Marta nunca se imaginó lo que estaba por llegar. «A los tres meses me ofrecieron un contrato indefinido. Me dicen: ‘Esto es lo que vas a cobrar ahora, esto a los seis meses, esto al año... Tienes seguro médico... Te quedas flipando. Una empresa en la que creces y te ayudan a crecer», dice Marta sobre Denodo, la compañía en la que sigue a día de hoy. «Empecé cobrando —apunta— un poco más de lo que cobraba en la otra empresa después de cinco años. Y con perspectiva de mejora. Es un ciclo, no carrera, pero ya me estaba dando opción de formarme y crecer, que era lo que buscaba».

Recuerda cuando decía que los informáticos de su anterior empresa cobraban más que ellos, y que no valoraban al resto. «Ahora claro que hay gente que cobra más que yo, pero es que lleva más tiempo. Y a lo mejor en unos años puedo ser como ellos, es cuestión de tiempo, no de que sean mejores. Estoy feliz». E insiste. «Estoy muy contenta, cobro mejor, tengo seguro (‘un puntazo')... No sé si has estado alguna vez en alguna empresa en la que se paga con salario emocional, pero... ». Porque si algo valora de su actual trabajo son las condiciones más allá del salario. «Es una multinacional, con sede en Estados Unidos, me exigen estar disponible hasta las cinco o seis de la tarde para tener alguna hora en la que coincidan los horarios, por si hay algo que necesiten, pero a nivel de asistencia, yo vengo uno o dos días a la oficina, el 80 % es teletrabajo. Además de las condiciones económicas es cómo te cuidan: si tienes una cita médica, se lo dices a tu jefe, y te dice: ‘Vete‘, no tienes ni que pedirlo, tú te gestionas para recuperar esas horas, pero no tienes a nadie que te diga: ‘Te faltan 45 minutos'. Hay mucha libertad, y mucho espacio para la creatividad, que parece algo muy técnico; pero no, hay mucho espacio para no estar haciendo siempre las mismas tareas».

No se arrepiente de lo aprendido, ni tampoco de haber estudiado Derecho, porque te da una «experiencia vital». Aunque reconoce que, a nivel educativo, no fue nada fructífero. Y, sobre todo, lamenta la falta de información. «Cuando vienen al instituto y te venden las carreras, lo que te venden no es la realidad. Si quieres ser abogado, con el nuevo plan Bolonia no lo eres, eres letrado, tienes que hacer un máster. Y si tienes la suerte de empezar a trabajar, las condiciones son paupérrimas». «Si me hubiesen dicho las condiciones laborales —añade—, si me hubiesen contado la realidad laboral, probablemente, no lo hubiera estudiado. Pero cuando eliges la carrera eres muy joven, son solo 18 años, y no sabes nada del mundo», dice Marta.

Aunque no contempla cambiar a corto ni medio plazo de trabajo, asegura que las ofertas las sigue recibiendo, pero procura no hacerles mucho caso. «Intento que no, quiero quedarme aquí, tener suficiente experiencia en una empresa para poder aprender, al final, si estás rebotando, no acabas de consolidar ninguna tecnología. Pero si tú ahora mismo pones en LinkedIn que buscas trabajo con mi formación, antes de que acabe el día tienes alguna oferta».