Lleva más de un cuarto de siglo contando «esas historias tan bonitas». Y otras que no lo son tanto, pero que en su voz, lo parecen. Activista de lo cotidiano, poeta de lo social, visita Galicia el 2 y el 3 de febrero
30 ene 2024 . Actualizado a las 09:32 h.La memoria íntima y las historias con minúsculas son las que avivan la llama de esa pasión contenida, pero no por ello menos intensa, que abriga la música de Ismael Serrano (Madrid, 1974). Heredero y, en parte, guardián de la vieja estirpe de cantautores, defiende la vigencia de esa etiqueta en un contexto a priori tan poco propicio como el actual. El 2 y el 3 de febrero actúa en A Coruña (Teatro Colón) y Vigo (Afundación), presentando La canción de nuestra vida, un disco, casi todo él ajustado al canon, pero en el que osa incluso reivindicar alguna victoria.
«Yo creo que los cantautores hemos sido en exceso apologetas de la derrota», explica. «Hemos hecho de la derrota una pose e incluso hemos cultivado una estética en torno a ella, que además no se correspondía con la realidad. Seguramente lo hemos hecho porque la de la derrota es una posición cómoda. Ganar exige una serie de responsabilidades y explicaciones. Y no siempre está bien visto. También desde el punto de vista político somos muy dados a dar por perdidas batallas que aún están en disputa. Hay una cultura, una suerte de tradición dentro de la izquierda, como de estar acostumbrados a perder y, sobre todo, de miedo a que nos vaya bien».
—La primera pregunta es casi obligada: ¿cuál es la canción de tu vida?
—No podría decir una. Tengo claro que hay un cancionero nutrido que me ha acompañado durante mucho tiempo. He crecido escuchando a cantautores como Serrat, Silvio, Aute o Sabina, que han sido determinantes no solo porque me empujaron a agarrar la guitarra y empezar a cantar, sino porque forman parte de mi educación sentimental y hasta política.
—Y de entre las tuyas, ¿hay una canción de tu vida?
—Hay dos canciones que son determinantes para mí, que son las que le dedico a mis hijos: Ahora que te encuentro y Estaré ahí. Son, probablemente, las canciones que más me ha costado hacer.
—¿Crees que cuando tus hijos sean mayores y tengan cierta conciencia social y política, te dirán aquello de «papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito»? O los tiempos que nos han tocado vivir a nosotros no son como para contar.
—Yo creo que sí, que eso llegará. La confrontación con la generación de tus padres, cuando les haces los reproches pertinentes y les pides explicaciones porque el mundo que te toca vivir no se parece al que te habían prometido, es inevitable. Otra cosa es que yo tenga un relato que contar. Esa es mi obsesión. Me pregunto si como generación hemos sido capaces de conformar un relato con la ética y la pátina dorada que tenía el de nuestros padres, que era un relato de lucha y de cambio de paradigma. No me preocupa tanto que mis hijos me hagan ese reproche, porque creo que es ley de vida, como hasta qué punto voy a tener argumentos y una historia que contarles.
—Tú relatas historias a partir de cuestiones que, en principio, parecen minúsculas, pero que seguramente son las más trascendentales porque son las verdaderamente humanas.
—No sé si lo habré conseguido, pero ese es el propósito. Te hablaba antes de los cantautores que me han marcado y lo que yo rescato de todos ellos es precisamente esa capacidad. Si viniera un extraterrestre y yo le tuviera que explicar cómo era España desde los años 60 hasta los 90, le pondría la discografía de Serrat, Aute y Sabina, y podrían entender cuál es nuestra cotidianidad, cuáles son nuestras frustraciones, nuestros anhelos y nuestras esperanzas.
—Y si a ese extraterrestre le tienes que contar el relato de este tiempo, ¿qué le pondrías, trap y reguetón?
—No todo es eso. Yo creo que quienes ahora mismo están escribiendo un relato diferente son las mujeres. Cantautoras como Rozalén, Ede, Alice Wonder... Incluso están desmontando los tópicos románticos desde los cuales hemos escrito nosotros. Hay un saludable empoderamiento, también en lo sentimental.
—«Hoy no cantaré desde el rencor», dices en uno de tus temas. ¿Es posible hacerlo, tal y como está el patio?
—En este disco me apetecía escribir canciones de amor que no partiesen desde el rencor, porque de esas ya hemos escrito muchas y porque hay algunas que son auténticos chantajes sentimentales. Entonces, para depurar el alma y en un ejercicio de deconstrucción, me apetecía hacer una canción no hecha desde el rencor. Pero, ojo, que yo también reivindico el rencor. Me parece legítimo odiar y hasta me parece un ejercicio saludable, por mucho que el odio hoy tenga muy mala prensa. Yo no hablo de vivir instalado en el odio ni de hacer de él un modo de vida, pero es que hay cosas que realmente son odiosas. El odio no quiere decir herir gratuitamente al otro, ni cultivar el bullying o el zasca. No. Se trata de saber que hay cosas que a uno no le tienen por qué gustar.
—Tú debes estar bien curtido en eso de lidiar con el odio. Tienes una considerable legión de «haters».
—El odio de según qué personas es una medalla y hasta un aliciente. Pero sí, hay que saber relativizar el odio, sobre todo en redes, donde el ruido está sobredimensionado. Son muy pocos pero muy activos. Entiendo que hasta cierto punto es lógico que se fijen en mí. En un tiempo en el que nadie dice nada y donde la tibieza es común, cuando uno se compromete políticamente, se arriesga a eso. Lo estamos viendo todos los días. Es una práctica recurrente en un contexto en el que las redes sociales basan fundamentalmente sus dinámicas en eso: en promover la interacción y la crispación que genera el sentirte aludido. A mí me pasa. A veces pienso «joder, me paso más tiempo respondiendo a gente que me odia que a la que me quiere, que es muchísima más».
—En otro tema aseguras que «es mala costumbre darse por vencido», pero ¿crees que hay lugar para la esperanza?
—A veces se abren ventanas donde lo excepcional se vuelve posible. Yo quiero pensar que se puede abrir una de esas ventanas y que, de repente, de la misma forma que en el 15M, los jóvenes asuman la responsabilidad que les toca y se rebelen. Por increíble que parezca, ahora la ultraderecha se ha apropiado de los conceptos de disrupción y de rebeldía. Da la sensación de que la izquierda representa la ley y el orden, y la ultraderecha la insurrección y el ir contra el statu quo. Pero más allá de que se dé la batalla cultural por recuperar esos conceptos, yo sí albergo la esperanza de que se abran esas ventanas de oportunidad.
—¿Se puede ser cantautor y de ultraderecha?
—Seguro que los hay. Desde luego, de derechas hay unos cuantos. No creas que hay tantos cantautores que vengan de clase obrera. El hip hop o el trap sí se nutren de gente así, pero el pop o la canción de autor, no tanto. Ahora triunfar con un primer disco es muy difícil, y si no lo consigues, tienes que tener una familia que te apoye y que apueste por ti. Y para eso, se necesita un poquito de pasta.
—Tú que vienes de la vieja escuela, ¿cómo te sientes en el contexto de la industria musical actual?
—Los cantautores vamos a contracorriente. Tratamos de construir un relato en torno a nuestras canciones y a día de hoy, el algoritmo y el hábito con el que la gente se relaciona con la música cultivan un déficit de atención que prácticamente imposibilita el escuchar una canción entera y el atender a una letra. En su día, la radiofórmula impuso el hacer estribillos pegadizos, pero ahora con TikTok no hace falta ni estribillo. Ya no se trata de hacer ni canciones, se trata de hacer memes musicales.
—Parafraseando el título de uno de tus discos, ¿cuáles son hoy para ti los paraísos desiertos?
—Como yo me estoy acercando a los 50, quizá tenga que ver algo con aquella arrogancia propia de la juventud, en la que el futuro era algo permanentemente aplazado y te sentías como un superhombre invulnerable. Esa sensación de invulnerabilidad e impunidad que te otorga la juventud, uno la siente ahora como un paraíso desierto y perdido.
—¿Y cuáles son tus «sueños de hombre despierto»?
—Mi sueño es que ojalá tuviéramos más calma para atender a esa poesía que habita lo cotidiano y que no somos capaces de ver. Ojalá entendiésemos la canción como un espacio de encuentro que nos permite, ya no solo escapar de la realidad, porque creo que esa es la función fundamental de la música popular masiva, sino enfrentarnos a esa realidad, que creo que también es algo que define al cantautor. Y enfrentarnos a la realidad quiere decir también mirarnos los unos a los otros y retomar ciertos vínculos y cierto sentido de comunidad. Ese sería mi ideal.
—Por cierto, el tema que da título a tu último disco, «La canción de nuestra vida», es puro pop.
—Sí, absolutamente. Está claro que yo no estoy en la vanguardia de la experimentación musical, pero sí que tengo mis inquietudes y me apetecía hacer una canción desde esa vertiente optimista y vitalista que tiene el pop.
—¿Quedará como una curiosidad o es un camino que pretendes investigar?
—Yo creo que quedará como un ejercicio de estilo, de esos que está bien a hacer de vez en cuando. Siempre habrá algún tema así pero mi camino va más por canciones más folkies, más guitarrísticas, más acústicas... Me siento a gusto por ahí y ese es el sonido que me apetece cultivar. Yo reo que en el susurro y en ese tono es donde tengo cosas más cosas que decir.
- A CORUÑA. TEATRO COLÓN. VIERNES 2. 20.30H. DESDE 27 EUROS
- VIGO. TEATRO AFUNDACIÓN. SÁBADO 3. 20.30H. DESDE 27 EUROS