Felipe Mateos: «De pequeño, mi madre me escondía detrás de un árbol para pedir un taxi»

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Tomarse la vida con mucho humor. Esa es la filosofía de este cómico madrileño, que, a pesar de lo que le ha tocado vivir, se considera afortunado. Asegura que gracias a sus padres puede tener esta manera de pensar

21 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Felipe nació el 11 de mayo de 1996. Fue uno entre diez mil, que son las probabilidades de que un niño nazca con osteogénesis imperfecta, la enfermedad de los huesos de cristal. O lo que es lo mismo nació sabiendo que era un 0,008 por ciento de la población mundial. «Yo siempre he sabido que era diferente en el sentido de las precauciones que tenía que tomar o de lo que a mí me pasaba, porque como nací con ello, es algo que siempre he llevado ‘dentro', con lo que he convivido». Sobre lo rara que era su enfermedad se dio cuenta ya en la adolescencia, cuando empezó a conocer a otras personas con esta patología, y comenzó a colaborar con la asociación española. Pero él presume de haber llevado una vida «normalizada», que no «normal». «¿Con qué derecho alguien tiene la potestad de decir qué es una vida normal. Yo hablo de vida normalizada en cuanto a ir a clase, tener mis estudios, exámenes, poder estudiar en casa, relacionarme con otros niños... », explica Felipe, que además de escritor y poeta, también se dedica a la comedia. En el libro Ser distinto no es tan raro explica cómo tomarse la vida, la enfermedad y a uno mismo con mucho humor. Porque precisamente esto último a él le sobra. Dice que es cosa de familia. Que en su casa siempre han sido «muy de hacer humor». «Cuando uno hace un chiste sobre algo, es que ese algo ya está superado o en proceso —apunta—. Siempre ha sido una manera de normalizar las cosas malas que pasaban, intentar hacer humor de las putadas que iban pasando. He tenido la suerte de poder dedicarme a ello, y me siento muy afortunado de poder hacer humor, porque es lo que más me gusta del mundo».

 «HE TENIDO SUERTE»

Él insiste en que, pese a todo, ha tenido mucha suerte en esta vida, lo que deja entrever su carácter optimista y vitalista. «Es que he tenido suerte. Si en la ruleta de nacimiento no la tuve, porque me tocó esta enfermedad, con la pérdida del ojo tampoco, pero con muchas otras cosas, sí. He tenido suerte con los padres que he tenido y la mentalidad que me han enseñado, en el apoyo de mi familia, abuelos y tíos para cualquier cosa que he querido emprender. Yo fui un niño muy feliz, que es algo que muchos niños con discapacidad no pueden decir. He tenido suerte de poder estudiar lo que yo quería, y acabar dedicándome, aunque solo fuera un par de años, a la radio, que era mi sueño. He tenido suerte de poder vivir ahora de la comedia que es lo que más me gusta. Claro que he tenido suerte».

El mundo de sus padres se paró en seco en dos ocasiones. La primera en la ecografía de los seis meses de embarazo, cuando les dijeron que el niño venía con «algo raro». La sospecha de que el bebé podía venir con esa enfermedad se la comentó el ecógrafo cuando se quedó a solas con su madre. No era un caso de manual, pero tenía papeletas. Les ofrecieron hacer una amniocentesis, pero el riesgo de aborto era alto y declinaron realizar la prueba. «‘¿De qué sirve arriesgarse a perder a un bebé de siete meses solo para saber si vendrá sano o no? ', pensaron ellos, y apostaron por tenerme». Dos meses después nació en un parto sin complicaciones, salvo que fue cesárea porque venía del revés. Lo mandaron a la incubadora por una falsa alarma, y enseguida lo dejaron en observación. Cuando volvió de que le hicieran la prueba del oído, su madre notó que el brazo derecho no estaba igual que cuando se fue. Después de pruebas y radiografías, se confirmó que tenía el húmero roto. Y aquí el mundo se paró por segunda vez. Pasó dos meses ingresado, y en ese tiempo tuvo tres fracturas de fémur, una de húmero y otra de tibia.

El diagnóstico se hizo esperar. De hecho, no llegó vía médica, sino a través de la Asociación Española de Huesos de Cristal. Aunque posteriormente otra doctora del hospital, que conocía algún caso más, lo firmó.

Los contratiempos que podía suponer su enfermedad en la vida diaria, como tener que sacarlo con una toalla de la bañera, para evitar que les resbalara de las manos; vestirlo como podían (a veces solo tapándolo por delante con mantas), encontrar un carrito adecuado a sus necesidades... no los han hecho decaer. Y es que sus padres han salido al paso de las complicaciones con matrícula de honor. Lo llevaron desde muy pequeño a un centro de atención temprana, donde trabajaba la estimulación, psicomotricidad o fisioterapia... siempre con el objetivo de que su hijo llevara una vida lo más normalizada posible. «No me he perdido casi nada gracias a mi cabezonería y paciencia, y el valor de mis padres. He ido incluso a los parques de bolas», dice. «En el cole tuve la suerte de conocer la palabra inclusión, conceptos como democracia, solidaridad, y otros tantos... Y sin saber cuál era la teoría de esos términos, los viví, los hice míos, los utilicé y los intento aplicar en mi día a día. Creo que es una suerte que mucha gente no tiene. Éramos un grupo cohesionado, íbamos todos a una, no es que ellos me echasen a mí una mano, es que ellos me echaban una mano, y yo a otro le explicaba la tarea de matemáticas, y otro hacía no sé qué.. Cuando hablamos de echar una mano a veces se genera una sensación de arriba abajo, y no, era un sentimiento de integración», señala. 

CERCA DE 50 FRACTURAS

Confiesa que si tiene esta manera de ver las cosas, la enfermedad y todo lo que le ha tocado, es porque así se lo han hecho ver sus padres. «No sé qué habría sido si no.... », interrumpe. La implicación era máxima, incluso adaptaron un columpio de tela, para que echara a andar cual marioneta. Aun así, sus progenitores en alguna ocasión tuvieron que sacarse las castañas del fuego. Concretamente, recuerda que cuando era un crío de 4 o 5 años la sociedad todavía era hostil para las personas con discapacidad y casi nada era accesible. Cuenta que no había autobuses preparados y la gente no veía con buenos ojos a «una pobre mujer con una silla de ruedas y un carrito de bebé». «La de taxistas que ignoraron a mi madre, lloviese o tronase, para no subirnos. Al final, no le quedaba otra que escondernos de alguna manera a mi hermana y a mí, detrás de los árboles, de una marquesina, paraba el taxi, le abría las puertas, y entonces nos hacía salir. Así el taxista no podía huir sin nosotros al tener las puertas abiertas de par en par».

Empezó a usar la silla de ruedas de niño, y a día de hoy, aunque puede caminar con la ayuda de un bastón, en ocasiones echa mano de ella. «La uso para distancias largas o si voy a estar mucho tiempo fuera de casa. Primero, porque me canso; y segundo, porque si voy a sitios con aglomeraciones, me sirve de protección, de parapeto, para evitar empujones, porque así la gente se da cuenta de que hay una persona al lado, porque muchas veces con el bastón no reparan, y te pueden llevar por delante. El bastón me da más independencia, la ciudad no está adaptada para entrar en el metro, subir escaleras...».

En sus 28 años lleva casi medio centenar de fracturas. No son de huesos diferentes, sino que algunos los ha partido varias veces. «La más gorda fue cuando me rompí tibia y peroné de la pierna izquierda, fémur de la derecha, y el húmero del brazo contrario. Lo que más duele es el fémur. Es un hueso muy largo y es muy doloroso». Dice que a pesar de ya lleva unas cuantas, cada vez que se produce una nueva duele como el primer día. «Lo que sí que he aprendido es a tener la mente fría, y a coordinar todo lo que hay a mí alrededor sobre cómo hacerlo. Porque puede que esté una persona que sepa cómo hacerlo, pero la última fue en medio de la calle, y no siempre es así». Felipe siempre agradece la ayuda que le propinan los desconocidos en la calle, aunque a veces sea un poco «comprometida». «Lo que intento transmitir es que siempre hay que preguntar primero. Puede que la ancianita no quiera cruzar la calle, no tiene que venir un superhéroe a cruzarla. Lo más prudente es ofrecerse sin dar por hecho que la necesito, pero no solo conmigo, sino con cualquier persona con discapacidad».

En su caso, no tiene que recibir un golpe muy brusco para que el hueso se rompa. «Yo siempre lo explico con un vaso de cristal. A veces cae de la encimera y no pasa nada, y a lo mejor solo por el calor del lavavajillas o al volcarse de una mesa, estalla. Es una lotería». De la mayoría, se acaba recuperando al cabo de «mucho mucho tiempo», normalmente en un año o año y pico recupera la forma física que tenía antes de la fractura, pero hay muchas otras que dejan secuelas. Hace ocho años se fracturó la pelvis, y su cadera no ha vuelto a ser la de antes, no tiene la misma movilidad, y a veces incluso tiene dolor.

En un día cualquiera se levanta con calma, sin madrugar, toma un café y se pone a trabajar. Bien haciendo contenido para redes (@ felipemateos_), escribiendo (acaba de publicar Ser distinto no es tan raro) o cerrando actuaciones. Casi todas las tardes tiene algún compromiso relacionado con sus espectáculos. Tiene Madrid (Golfo Comedy Club) como base, pero ha empezado a hacer el show fuera de la capital. En su agenda: Oviedo, Pamplona, Sevilla, Barcelona, Sevilla o Valencia... Una vida muy entretenida y siempre pensando en sacar sonrisas. Quizás solo con una espinita. «A mí siempre me gustó mucho el deporte y el fútbol, y es un sueño al que he tenido que renunciar antes de poder pelear por él».

Yo he tenido mucha suerte. Igual no en la ruleta de nacimiento, pero en otras cosas sí: con mis padres, con el apoyo de mi familia... He sido muy feliz”