
Coinciden en la partitura de la actualidad Ana Blanco y el Pequeño Nicolás. La periodista se jubiló esta semana y el pícaro más inconcebible de la historia recurría ante el Tribunal Supremo la sentencia que lo condenó a tres años de prisión por haberse hecho pasar por un enlace de la Casa Real durante un viaje a Ribadeo. En el escrito se argumenta textualmente que «la jactancia no es delito», una apelación al ordenamiento jurídico que tendrá que valorar el Supremo, pero que introducida en la vida social debería ser corregida. Porque la jactancia no será delito, pero es una de las peores taras que pueden adornar a un ser humano, esa propensión al alarde, ese ademán vanidoso que encubre un insufrible complejo de superioridad o su contrario. La jactancia no será delito, pero para nuestra desgracia está de moda, pues qué es si no lo que se estila en ese universo paralelo de las redes y los influencers, en donde triunfa quien menos sencillo se manifiesta.
Por eso sorprende la ovación unánime con la que esos mismos canales que picotean en la galería de Instagram han despedido la constancia impertérrita y la naturalidad con la que Ana Blanco nos ha contado el mundo desde hace 30 años, aferrada al mismo peinado y a un tono de voz sin estridencias, sentada tras la mesa del telediario mientras por el consejo de administración de RTVE pasaban los unos o los otros. Lo que Ana Blanco transmitía era estabilidad, esa certeza segura de que siempre iba a estar ahí, igual siempre, como un refugio en el que sentirse segura. Si ella estaba al encender la tele es que las cosas no iban mal del todo.
Con la jubilación de Ana Blanco se van también los viejos espectadores del telediario, los que conocimos la vieja tele, los viejos programas, la vieja carta de ajuste, la viejas audiencias, la vieja fidelidad a poner las noticias a las tres de la tarde, siempre en el mismo canal, desde la sintonía del principio hasta el tiempo. No creo que una niña que hoy nazca tenga en el futuro a su Ana Blanco, ni que la busque a las 15 horas para ver el sumario del día, porque la tele que verá será tan distinta que esa humildad constante de la presentadora, hoy tan alabada en la despedida, será imposible de encontrar.