Carmen y Fernando son una familia enlazada con dos hijos de ella y uno de él: «Esta familia es como un reloj suizo»

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Carmen y Fernando son padres y padrastros en su familia enlazada.
Carmen y Fernando son padres y padrastros en su familia enlazada.

«No es un camino de rosas, nosotros hacemos caminito cada día. Fue muy importante la comunicación con los ex y que los niños tuvieran integrados nuestros divorcios», cuenta esta pareja. Ellos se conocían de niños, se perdieron la pista, tuvieron sus hijos por separado y se reencontraron pasado el tiempo en el cole de sus niños. Hoy conviven los cinco tres días cada dos semanas

13 jun 2024 . Actualizado a las 22:33 h.

Mucho antes de que tuviera nombre el tipo de familia que hoy forman (enlazada, ensamblada o reconstituida), Carmen y Fernando ya eran «viejos conocidos». Iban al mismo cole de niños. «Cada uno tenía su grupo de amigos, vivíamos los dos en un pueblecito de Valencia», comienza Carmen. Se perdieron la pista cuando empezaban, cada uno por su lado, los primeros párrafos de su vida adulta. Cada uno se casó por su lado y formó una familia. Fernando tuvo un niño, de ahora 9 años, y Carmen dos hijos, que tienen hoy 9 y 14 años.

Hoy, Simón (14) y Dante y Estrella (los dos de 9) conviven juntos tres días cada dos semanas a raíz de la pareja que empezaron a ser sus padres por un guiño que les hizo el azar.

Su reencuentro fue de nuevo escolar. Carmen y Fernando volvieron a verse en el cole de sus hijos. Dante, hija de él, y Estrella, hija de ella, coincidieron en la misma clase. En ese momento del reencuentro, los dos estaban con sus parejas. Tres años coincidieron sus hijos en la misma clase. «Empiezas a juntarte con los padres, en cumpleaños y en planes de fin de semana. Retomamos la amistad y... al final nos comprometimos», cuenta Carmen. Los dos compartían una mirada sobre la educación de sus hijos, valores y estilo de vida. Y así, desde la amistad, nació el amor. «En seis meses teníamos claro que queríamos enlazar», cuentan.

Llevaban unos cinco años divorciados. «Creo que nos divorciamos el mismo año», dice Fernando. Lo que tenían ganado con que sus hijos fueran al mismo cole ya era «mucho». Un buen comienzo. ¿Cómo se enfoca la creación de una familia enlazada? «Con comunicación. La comunicación es clara con los hijos desde el principio. Les dijimos: ‘Nosotros nos hemos elegido como pareja, vosotros no habéis elegido a esta persona, y no la tenéis por qué querer’. No les pedimos permiso, pero sí se lo comunicamos y fuimos viendo su reacción».

«Fue muy importante que los niños tenían ya nuestros divorcios integrados.
Porque hay que pasar un duelo por la separación. El rol de los padres
tiene que estar muy definido»

«Hubo mucho a favor. Hubo feeling. Tanto Estrella como Dante se ven compañeros de juegos y Simón es una persona espectacular, más maduro de lo que se suele ser a su edad. Tuvimos en cuenta los pensamientos de cada uno. Y lo acogieron superbién, al 90 %. Todo ha sido muy natural, y esa actitud de los niños ha venido muy bien para terminar de enlazar la familia al completo. «Fue muy importante que los niños tenían ya nuestros divorcios integrados —refuerza Carmen—. Porque hay que pasar un duelo por la separación. Los niños han de pasar por un proceso en el que asumen que sus padres están separados. El rol de los padres tiene que estar muy definido. Que los padres tengamos elaborado el duelo y hayamos cerrado las relaciones anteriores es fundamental».

Respeto a los ex

Tanto Carmen como Fernando tienen custodia compartida. Los dos ven —subrayan— la comunicación con los ex. «No es que tengamos una relación idílica. Con mi ex ha sido un largo camino, en el que hemos ido aprendiendo a estar desde el respeto», dice Carmen. «Es importante la responsabilidad afectiva como adultos, que cada uno se haga cargo de sus heridas, de su propio dolor. Eso exige madurez y mucha responsabilidad afectiva. Si no la tienes, te pones las pilas», apunta.

Su familia es como un reloj, «un reloj suizo en el que hay que ajustar engranajes para que dé la hora. Tiene que funcionar todo bien. Al formar una familia enlazada, tú lo puedes tener muy claro, pero para los otros padres, nuestras exparejas, es novedoso que su hijo vaya a compartir tiempo con otra persona. En ese punto se abre la caja de ‘¿estoy preparado para que mi hijo comparta tiempo con un extraño?’. Ahí entran los miedos de cada uno, que pueden atormentarte... Pero el tiempo los calma. Si un ex ve que su hijo comparte tiempo con una persona que es buena para él, eso llega a apaciguar los miedos», dice Fernando.

El proceso de ser una familia enlazada, no lo niegan, ha sido costoso. Ha habido varias etapas, como en el Tour de Francia: al principio «es todo novedad y te vienes muy arriba, planeas las cosas con ilusión, es todo efervescente», luego llega la etapa de la realidad, el «tengo que compartir a mi papá, que antes era solo mío 24/7». «Eso podía sentir mi hijo, Dante. Y los hijos de Carmen pensarían: ‘Este era nuestro nido y han venido dos de fuera a quedarse aquí’», cuenta Fernando.

Ese aterrizaje en la realidad del día a día, pasado el furor inicial de todo comienzo, fue «la que más tuvimos que sostener y la que más nos enseñó qué es ser, en el día a día, una familia enlazada».

Ese cuarto propio que reivindica Virginia Woolf se resiste en este hogar. A la busca de una casa más grande que tenga una habitación para cada hijo está la pareja. Y está tardando en aparecer. De momento, necesidad obliga, «Estrella y Dante comparten habitación, y eso fue muy chulo al principio pero llegó un momento, de golpe de realidad, en que uno y otro pedían su espacio y a veces tenían explosiones».

Fernando ilustra la realidad desgranando la diferencia entre el mapa y el territorio: «En el mapa era todo idílico, pero luego en el territorio es otra cosa... Ves que a veces los niños discutían por cualquier chorrada, y también piensas: ‘Esto también les pasa a los hermanos-hermanos’. No es nada que esté fuera de lo que suele ser la convivencia entre hermanos».

Conviven los cinco tres días cada quince. Carmen tiene a sus hijos de lunes a lunes, y en esa semana Dante, el hijo de Fernando, convive con ellos de miércoles a viernes. La semana que Carmen no tiene a Estrella y a Simón, Dante convive con su padre y con ella de miércoles a lunes siguiente. Así que los niños coinciden de miércoles a viernes cada dos semanas.

«Los jueves y los viernes nos sentamos juntos cinco minutitos
para ver lo que quiere hacer cada uno»

Los cinco han coincidido varias veces en Navidad y en Semana Santa, como en una parte del verano. «En vacaciones, siempre hacemos por que puedan coincidir los niños el mayor tiempo posible y que a nosotros, si es posible, también nos quede tiempo como pareja», relata Fernando.

Hay debate y hay negociación en cuanto al contenido de los tiempos de ocio: «Los jueves y los viernes nos sentamos juntos cinco minutitos para ver lo que quiere hacer cada uno y ponernos de acuerdo. Para mí, que soy muy motero, puede ser importante tener el domingo un par de horas para ver las motos. Para Estrella: ‘Quiero tener un rato con las amigas’. Carmen: ‘Para mí es importante ver a los amigos de aquí o hacer una escapadita a caminar’... Lo importante es escucharnos todos», resume Fernando.

«Luego muchas veces ellos te la lían —comenta Carmen—, ‘¡no quiero ir a caminar a ningún sitio!’. Y les recuerdas: ‘También hiciste tú lo que querías hacer’». Así se hace equipo, con aportaciones, tiempos exclusivos y ciertas renuncias.

Para Carmen enlazar no es nuevo. Ella viene de una familia enlazada: «Tengo hermanastros. Venía con la mente abierta, y sabía algunas cosicas ya... Yo he tenido madrastra y padrastro, y sabía lo que no quería. Pero, como dice Fer, una cosa es el mapa y otra el territorio. Yo estaba en los mundos fantásticos, así que, si había cualquier malestar, me venía abajo enseguida. Construir una relación de madrastra o padrastro lleva su tiempo. Pero yo tenía claro qué quería construir». Sin ocupar el lugar de la madre, Carmen quería sobre todo un vínculo auténtico. Y en eso trabajó y sigue trabajando. «Es importante ir a fuego lento», receta esta madre y madrastra que recomienda sobre todo «respeto».

«Ser madrastra es una danza en la que una no siempre sabe dónde ponerse —dibuja—. Yo me siento como una madre auxiliar. No es ser una amiga, tiene que haber una autoridad».

La constelación de relaciones de una familia enlazada es amplia. Mejor sin etiquetas, piensa la pareja. «No eres el padre de los hijos de tu pareja —asevera Fernando—, pero si están con nosotros y Carmen en un momento no está yo soy la referencia. Yo me llevo muy bien con Simón y con Estrella, pero ni soy su padre ni soy su amigo ni soy su tío. Soy Fernando, la persona que su madre ha elegido».

Estos amigos de la infancia que se reencontraron en una de esas curiosas vueltas que da la vida ven en enlazar familias de forma consciente «un acto generosidad muy grande: los niños comparten a sus padres y como pareja no es fácil tener tu tiempo».

El divorcio deja un poso de fracaso. Pero una segunda pareja puede ser un éxito. El triunfo de la esperanza sobre la experiencia. «Hay que ser valiente. Puede ser muy difícil, pero si no te arriesgas, a lo mejor te pierdes algo maravilloso que la vida te está poniendo delante», considera Fernando.

Así funciona un reloj suizo, ese engranaje maestro de elementos ensamblados con trabajo y con la precisión del amor.

Rebeca y Miguel con sus hijos, Candela, Javi y Manu. Miguel se siente un segundo padre de los hijos que tuvo Rebeca de otra relación.
Rebeca y Miguel con sus hijos, Candela, Javi y Manu. Miguel se siente un segundo padre de los hijos que tuvo Rebeca de otra relación.

Rebeca y Miguel, uno más uno son cinco en esta familia enlazada: «Hubo meses infernales, pero hoy los niños son felices, esa es la recompensa»

Miguel les dio a sus padres dos noticias en un día: que se iba a vivir con su novia y sus dos hijos, ¡y que esperaban un bebé juntos! El embarazo inesperado fue «lo mejor» que les pudo pasar, valoran tras seis meses de crianza del pequeño Manu en la familia ensamblada que forman desde hace un año. «El bebé es una ´persona pegamento´. Nos ha unido a todos», asegura la madre. Así han creado, y refuerzan, sus lazos

El amor es como un globo que cada vez se hincha más, si es que hay voluntad, trabajo y un pellizquito de suerte. Así lo ve Rebeca, que al poco tiempo de emprender en Madrid su vida de mujer separada con dos niños pequeños (Candela, de 6 años, y Javi, de 3), empezó a salir con Miguel, compañero de trabajo, que también había pasado por el trago amargo de cerrar una relación. Lo suyo fue un enamorarse que muy pronto se notó por fuera. Rebeca se quedó embarazada a los pocos meses de empezar juntos. El detalle no estaba en el guion. «El embarazo no fue buscado. Hubo un momento en el que pensamos si seguir adelante», revela Rebeca. Y añade Miguel: «Fue todo muy rápido. No llevábamos ni un año saliendo... Nos daba mucho vértigo, sobre todo, de puertas para fuera, la reacción que pudieran tener las familias o cómo se lo iban a tomar mis hijos», comenta Rebeca.

La convivencia de Miguel y Rebeca, con los dos hijos de ella, era ya un gran cambio que afrontar, un desafío importante para los cuatro. ¿Cómo podía complicarlo todo un bebé? Iba a ser al revés, aunque sus padres no pudieran imaginarlo. El pequeño Manu iba a llegar como «el pegamento» de esta familia enlazada (también llamada ensamblada, que es la que se forma con la unión de una pareja en la que uno o los dos miembros de la pareja aporta hijos de una relación anterior).

Miguel y Rebeca trabajaron juntos ocho años antes de convertirse en pareja. Cuando empezaron a conocerse más allá de lo laboral, los niños de ella no supusieron un obstáculo para él. «Nunca me importó que Rebe tuviera niños, ni pensé que pudiera limitarme. Será que la idea de tener una familia siempre me había atraído», dice Miguel.

Para Rebeca no era tan fácil. Con dos niños nunca se parte de cero, no es igual ser una que ser tres. «Me daba vértigo, sobre todo por los demás —admite ella—, pero llegó un momento en que nos dijimos que teníamos que dejar de pensar en los demás y centrarnos en nosotros. Los dos tuvimos claro que queríamos seguir adelante y tener al niño. Y fue la mejor decisión», no duda la pareja. Porque hoy su pequeño Manu es una alegría suprema, que, más que estrechar, pone a bailar los lazos de la familia que forman los cinco.

En cuanto Rebeca supo que Manuel estaba en camino, todo se aceleró. A los tres meses de embarazo, Miguel se mudó a su casa. «Ha sido duro, ‘duro’ entre comillas, pero también divertido», valora ella. «Muchas veces ponemos de excusa a los niños, y ellos lo ponen fácil. Si les das cariño, amor, ellos te lo van a devolver en amor, siendo niños felices», dice Miguel.

La idea-losa de «por mis hijos aguanto lo que sea» pasó por la cabeza de Rebeca antes de su separación, como pasa por la de muchas que temen que, con la ruptura de una pareja, se rompa la familia. «Yo creo que ese pensamiento y ese miedo es algo que tenemos sobre todo las madres —opina Rebeca—. Pero en un momento determinado me di cuenta de que no quería que mis hijos aprendieran que en una pareja no hay cariño. Y dije: ‘Prefiero tambalearnos todos. Porque hay circunstancias a las que tienes que hacer frente’. Pasamos unos meses muy complicados, los niños también lo manifestaron así, pero yo les veo ahora con Miguel y el amor se multiplica. Para ellos, tener un hermanito y disfrutar de los momentos que vivimos ahora todos juntos, ¡aunque haya alguno en que quieres pegarte un tiro!, es un regalo enorme. Me parece que este es un regalo que les he hecho a ellos».

«El cambio fue radical. Yo pasé de ser yo, yo y yo a tener que amoldarme a un sistema familiar complejo. Tú das el 200 % y los niños a veces solo el 25 %, perom ellos te enseñan muchísimo»

MÁS QUE «EL TÍO GUAY»

El estado civil de Miguel es «divorciado». Divorciado, novio de Rebeca, papá de Manuel y pilar de una familia enlazada. «La forma es compleja», sonríe Miguel, que valora la situación actual como «un momento dulce».

«Yo era una persona independiente —repasa Miguel—. Date cuenta de que yo no tenía hijos, me divorcié de mi exmujer y era yo, yo y yo. Para mí, lo más duro fue amoldarme a un sistema de vida familiar que ahora amo, que hoy me encanta. Ahora los niños me tienen cariño, me ven y se alegran mucho. Tú eres un adulto que está dando el 200??% y los niños son niños. A veces la correspondencia no es de un 200??%, es un 25 %, sobre todo al principio. Es verdad que esos momentos son duros, pero al final tienen su recompensa», explica Miguel, que se estrenó como padre a la vez que como «el tío guay» de los hijos de Rebeca. Fue el consejo profesional que le dieron: no quieras suplantar al padre, tienes que ser como el tío guay, que los acompaña, que juega, pero que en ciertas decisiones se debe quedar al margen».

Él no se quedó contento en el papel de «tío»: «No me considero un tío guay, sería despegado y no me siento así. Yo diría que soy más como un segundo padre, no porque esté de segundo en el ránking, sino porque para mí son los tres mis hijos. Yo a mi hijo pequeño lo trato igual que a Candela y a Javi. Solo que en cosas no tengo voz, no puedo decidir porque no soy su padre».

Cuando Rebeca les pregunta a sus hijos qué es para ellos Miguel, los niños dicen: «Amigo». «Los trata igual a los tres, pero en la parte de regañar Miguel da un paso atrás. En todo lo demás, está. Alguna vez en todo este año pensé: ‘Tiene que estar hasta las pelotas’, pero él me dijo: ‘Han sido los meses más felices de mi vida’. Me emocionó», revela Rebeca.

Es grande lo que Miguel creció como persona gracias a sus chicos: «Te enseñan ellos más que tú a ellos. Lo que aprendí yo en un año ha sido brutal. Los niños te sacan de quicio a veces, pero te enseñan muchísimas cosas. Hay que cambiar esa mentalidad del adulto que está inculcando lo que cree que se debe hacer, y hay que ponerse en actitud de aprender. Mi globo de amor, como dice Rebe, ha crecido y sigue creciendo muchísimo con ellos».

¿Familia enlazada, familia ensamblada, familia reconstituida? «Nosotros no le ponemos adjetivo. Somos una familia», coinciden Miguel y Rebeca.

Rebeca ha solicitado ser familia numerosa con sus tres hijos. El hecho de no estar casada con Miguel no le permite que se le aplique a él esta consideración [el Supremo equiparó en este sentido a las parejas de hecho con los matrimonios en una sentencia del 2023].

La ley va unos pasitos por detrás de las familias enlazadas, que sí pueden tener el título de familia numerosa de acuerdo con la ley 40/2003 de Protección a las Familias Numerosas. Las parejas han de cumplir previamente un par de años de convivencia salvo que tengan un hijo en común, estén casadas o constituidas como pareja de hecho. Y ningún hijo debe estar inscrito previamente en otro título de familia numerosa. El título de familia numerosa es compatible con el de familia monoparental.

«Hoy, los niños están bien. Hace poco coincidimos en un cumpleaños con el padre. Y hay cordialidad. Si pones a los niños en el centro, no es tan difícil»

Con el padre de sus dos hijos mayores, Rebeca ha llegado a un acuerdo «de custodia semicompartida». «Hoy, los niños están bien. Hace poco coincidimos en un cumpleaños con el padre. Y cordialidad. Si pones a los niños en el centro, no es tan difícil. Yo a ellos les hablo con naturalidad de su padre y a Miguel me refiero como ‘mi novio’. Sin pelos en la lengua, comunicación clara, es lo mejor», dice Rebeca.

Para Miguel lo que prima son también las necesidades de los tres reyes de la casa. «Cuando no sé qué es lo correcto, pienso en ellos. Y si ellos lo que quieren es que vaya a su cumpleaños, me da igual que esté el exmarido de Rebe que el rey de España», comenta él.

Han pasado «por peleas y abogados, por meses infernales», y han intentado siempre «que los niños no se sintieran culpables de nada». Tras la tempestad, la calma, la felicidad. «Hoy mis hijos están felices, llegar aquí no ha sido fácil, pero su felicidad es la mejor recompensa», recalca Rebeca haciendo balance de un año en el que ha trabajado, codo a codo, con Miguel «en su engranaje familiar para llegar al punto dulce» en el que están, donde el miedo de Miguel por decirles a sus padres, todo en una, «salgo con una chica que tiene dos hijos y estamos esperando un bebé» es un recuerdo. Porque los abuelos de Candela, Javi y Manu, son felices viendo crecer a sus chicos. «Para mis padres, que son muy tradicionales, son sus nietos los tres. Es algo que a mí me emociona mucho ver», concluye Miguel, que pasó de ser 1 a tener un equipo de 5 por amor.

Tres claves para construir una familia enlazada

1. Los roles muy claros. No hay que suplantar el rol del padre o de la madre. Ser madrastra o padrastro es otra cosa, ellos deben crear el vínculo desde otro lugar. Para que la familia funcione es indispensable la comunicación clara, el respeto y que cada miembro de la familia tenga claro su papel.

2. Respeto a los ex. Las exparejas han de ser tenidas en cuenta, son parte de esa familia extensa que hay que considerar para que los niños no carguen con el peso de los problemas, dolores y heridas de los adultos.

3. No es un pack familiar ni un «todos a una siempre». Cada miembro de la familia (niños y adultos) debe ser escuchado y tener sus momentos de exclusividad.

  • Recomendaciones de los fundadores de Creada, espacio terapéutico de referencia en España en divorcio y separación consciente, y creación de familias enlazadas