Paco, el hombre que abre la playa de Riazor

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Paco, de 72 años, con las piedras que le sirven para hacer pesas
Paco, de 72 años, con las piedras que le sirven para hacer pesas SANDRA FAGINAS

Él tiene las «llaves» que abren la puerta del arenal de A Coruña. Llega sobre las 9 y se sienta en las sillas metálicas de cafetería de las que él y sus amigos disponen a diario en el mismo sitio. «En un día puedo recorrer en estos pocos metros unos 12 kilómetros », dice

12 ago 2024 . Actualizado a las 10:17 h.

Ding dong, ¿está abierto?, le pregunto a Paco cuando son las nueve y media de la mañana de un cálido día de verano. «Sí, sí, hoy ya llevo aquí desde las 9», me responde en bañador, con una amplia sonrisa, en el lugar donde está instalado prácticamente todo el año. Porque Paco es de los fieles que tienen su sitio fijo en una explanada al lado de las rocas de Riazor, con acceso directo desde las escaleras que dan a la zona del amplio mirador pegado a las Esclavas. «Yo vengo a diario, puedo fallar cuando hace muy mal tiempo, pero en cuanto abre un rayo de sol, ya estoy dando pequeños paseos» en esa parcela que tiene pocos metros, pero los suficientes como para que él pueda caminar y hacer su rutina. «El otro día caminé 12 kilómetros aquí mismo, de un lado al otro, y mira, estas son mis pesas —me señala dos bloques de piedra que levanta, tal y como ven en la imagen—. Además de tomar el sol, estoy activo y me permite relajarme, porque me encanta el mar», añade Paco.

Ahora tiene 72 años, lleva ya unos cuantos jubilado de su trabajo como ferroviario, y hace unos 40 que se instaló en A Coruña, porque él nació en Begonte (Lugo). «En este rincón de la playa debo de llevar unos 20 años, y soy siempre el primero en llegar, incluso estoy aquí antes de que bajen los que se ponen más abajo y se dan el baño a diario en Riazor, a los que les llaman los golfiños», explica mientras me cuenta que antes de bajar hoy a la playa ya ha ido a la plaza de As Conchiñas a comprar unas «cigalitas» porque al día siguiente llega su hija. «Cuando yo me instalo en la playa no están ni los supermercados abiertos, me he traído un bocadillo para comer, pero algunos días me voy al Rompeolas o a alguna cafetería de por aquí al lado y luego vuelvo a bajar otro rato, hasta las cinco de la tarde más o menos, después ya me retiro», indica. A Paco, que se da un aire con Flavio Briatore, en versión coruñesa, le gusta especialmente la brisa que corre en este lugar y cómo da el sol también en esta zona durante la mañana. «Hubo un tiempo en que fui a Matadero, pero para mí allí hace demasiado calor y hay mucha gente por las tardes. A mí me encanta este lugar porque se está más fresquito y durante las primeras horas el sol —lo señala— está dando plenamente». Lo más curioso de Paco, además de que llega el primero y abre la playa, es que junto a los amigos han creado una pandilla que tiene la peculiaridad de que se sientan en unas sillas metálicas de cafetería. ¿Las bajáis a diario? ¿Dónde las habéis adquirido?, le pregunto. «No, no, mira para aquí —me indica Paco—, tenemos nuestro trastero particular, ¿ves esas rocas y este metido?, pues todos los días las guardamos ahí. Hay que introducirlas con cuidado, girándolas, pero caben perfectamente». «No las compramos, son los restos de una cafetería, nos las dieron porque estaban cambiándolas todas», continúa.

Marcos Míguez

Los hombres de Paco, como los denominamos ya hace tiempo en YES, se instalan en los grandes escalones y en la explanada de Riazor para gozar de un tiempo libre en el que charlan, hacen ejercicio o juegan a las cartas. Él tiene todo preparado y me enseña la baraja en su mochila por si se da esta tarde la partida. «Después de comer vienen hasta aquí también unas señoras que se colocan un poquito más arriba, solemos estar siempre los mismos, así que cuando te apetezca, vente a ponerte con nosotros —me invita a su recinto privado—, pero mejor cuando traigamos empanada, tortilla...; un día en el que hagamos una buena comilona, que también las hacemos». «Cualquier día me sumo», le respondo a Paco, que, no por estar metido en las rocas, deja de bañarse en el mar. «Cuando sube la marea ya no hay problema, pero un día como el de hoy, me meto siempre por el mismo sitio, ¿ves aquel paso estrecho que se forma ahí? —vuelve a mostrarme el camino—, «pues ese es el mejor acceso, y desde ahí ya te puedes dar un chapuzón».

Paco me confirma que se pone siempre protección solar, «porque son muchas horas», y asegura que no cambia este lugar por nada. «A mí eso de irme adonde hace 30 grados no me interesa, en Riazor se está fenomenal, es un lujazo poder sentarse en este rincón disfrutando de estas vistas», afirma. «Además, desde aquí lo controlas todo, ves cuándo llega todo el mundo», le digo. «Y asiente, mientras empieza a enumerar a todos aquellos que, como él, tienen la rutina diaria de estar siempre a la misma hora en la playa».

Claro que Paco es el primero, el que tiene las llaves, el que sube la persiana y nos avisa a todos los coruñeses de que Riazor ya está disponible para pasar un buen rato. Ahora solo tenemos que saber quién la cierra. Pero me temo que, por la orientación del sol, habrá que buscar en la otra punta de Coruña. «¡Hasta mañana, Paco!», me despido, cuando ya me ha revelado otro de los grandes secretos que guarda ese rincón. Pero ese, sintiéndolo mucho, no puedo desvelárselo.