La odisea de Tere: «Intenté ser madre a los 24 y lo conseguí a los 47 tras 40 transferencias de embrión»

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Tere con su hija Martina, de 18 meses
Tere con su hija Martina, de 18 meses

Desde que se casó, a los 24 años, Tere tuvo el sueño de ser madre. A los 26 empezó a ir a las clínicas para cumplir su deseo. Pasó por cinco diferentes, repitió en dos de ellas y se dejó el cuerpo en tratamientos hormonales para las fecundaciones. Martina, su hija, llegó después de casi 25 años de lucha y de pagar 200.000 euros

30 sep 2024 . Actualizado a las 17:17 h.

Teresa ha pasado una odisea, por eso ha elegido ese término para contar su historia en las redes: la odisea de ser madre. Su relato no es uno más, porque pocas mujeres tienen tanta resistencia y tanta fe para alcanzar el sueño de dar una vida. A Tere, como prefiere que la llamen, se le despertó el instinto maternal a los 24 años, recién casada, pero no pudo cumplirlo hasta los 47, que se quedó embaraza de su hija Martina, que ahora tiene 18 meses.

 A los 48, tras una vida que ha girado totalmente alrededor de ese deseo, lo cuenta con la relajación de tener a su niña en brazos y con la sonrisa en la cara, pero llegar hasta aquí ha sido durísimo. Ha sido una larga lucha que la dejó psicológicamente destrozada, pasó una depresión, mucha ansiedad y, como dice ella misma, le cambió el carácter: «Yo no soy la que era, ahora soy muy dura mentalmente, he estado obsesionada y hasta diría que enganchada, porque quería conseguir el embarazo sí o sí».

Cuando se casaron, Tere y su marido decidieron tener hijos, pero después de intentarlo un tiempo, ya vieron que el embarazo no se producía. Entonces empezó un calvario —aunque ahí aún no sabían todo lo que les quedaba por delante— de visitas a clínicas, pruebas médicas y gastos económicos. «Siempre me he sentido muy bien tratada, tanto en las clínicas privadas como en la Seguridad Social, me han apoyado mucho, y solo tengo buenas palabras, pero lo cierto es que en Valencia pasé por cinco centros distintos, y en algunos repetí dos veces, así que en total me estimulé mis ovarios siete veces».

Tere se refiere a las fecundaciones in vitro que tuvo que hacer, porque al principio le diagnosticaron que tenía las trompas obstruidas y que el semen de su marido era «vago». «La técnica se llama ICSI, seleccionan un espermatozoide y directamente en el laboratorio lo introducen en tu óvulo. Así generan tus embriones, después de que me estimulasen a mí con un tratamiento hormonal para que en cada ciclo diera muchos óvulos. Yo daba muchísimos e iba congelando aquellos embriones que podía. En principio todos parecían superbuenos. Entonces, en cuanto podían, me los iban transfiriendo. Algunas veces conseguía quedarme embarazada, pero después fracasaba, y otras ya no me quedaba directamente».

«He tenido siete pérdidas. Tuve que parir muertos a mis mellizos a las 21 semanas de embarazo. No pude verlos, no pude verlos...»

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Tere suma en total en ese tiempo siete pérdidas, algunos eran embarazos bioquímicos, es decir, solo de unos días antes de que le viniera la regla, pero otros fueron embarazos de varias semanas: «De 10, de 12, de 18, hasta mis gemelos de 21 semanas...». Ahí se hace el silencio, porque a los 29 años, embarazada de sus mellizos, pensando que ya lo había conseguido, Tere fue a una ecografía rutinaria y le dijeron que sus bebés no tenían latido. «Tuve que parirlos —traga saliva—; yo los tuve que parir muertos, son mis bebés estrella, pero no los quise ver. No podía, no podía... Otras mujeres estaban dando a luz a sus hijos y yo al lado pariendo a mis bebés muertos».

Tras esa durísima experiencia, ¿cómo se avanza?, ¿de dónde nace tu fe?, le pregunto a Tere. «De que yo podía engendrar, sabía que podía —responde—. Si a mí, después de las transferencias, siempre me hubiera dado negativo, igual hubiera parado. No lo sé, pero sí que es verdad que como yo me quedaba embarazada, sabía que podía generar vida. Yo sabía que podía ser madre, tenía esa fuerza, me había quedado embarazada de los mellizos... Y, además, ningún médico me decía: ‘‘Déjalo’,’ sino: ‘‘Tere, tú estás bien’’». «Porque yo, a estas alturas, no tengo un diagnóstico de por qué no me podía quedar embarazada. Solo la obstrucción de trompas, pero una vez que te hacen la fecundación in vitro, no sabía por qué no me quedaba. Y eso que he hecho miles de pruebas».

El tiempo fue pasando y tras muchos años intentándolo, desgastada física y psicológicamente, Tere decidió que a los 38 años había que ponerle un punto final. «Estaba cansada de estimularme y pensé que era el momento de tomar otra decisión, así que nos planteamos hacer doble ovodonación, es decir, que otra mujer pusiera el óvulo y otro hombre el espermatozoide para conseguir ese embrión, que luego a mí me transferían. Pero, con 38 años, yo ya no ponía todo mi cuerpo». Sin embargo, con esa técnica Tere no consiguió tan buenos resultados ni tantos embriones ni tantos embarazos: «Solo tuve uno bioquímico, de unos días, pero nada más. Y eso fue hace seis años. Imagínate, todo ese tiempo de lucha y de seguir, seguir y seguir». Con todo, ella fue guardando aquellos embriones de ovodonación por lo que pudiera pasar en un futuro.

«PARA YA, PARA YA»

¿Nadie te dijo que pararas, cómo afectó todo el proceso a tu pareja? «Mi marido lo ha pasado muy mal —indica Tere—, los hombres también son los grandes olvidados en este tema, y él lo pasó muy mal con la pérdida de los bebés. Yo lloraba mucho, me entraba ansiedad. Y al final me decía: ‘Para ya, para ya, no tendremos hijos, pero yo quiero una mujer que no esté obsesionada». «Mi hermana estuvo también muy involucrada, y mi hermano, que falleció después. Mi hermana al principio me animaba mucho, estaba conmigo, pero luego también llegó a decirme: ‘‘Para ya, por favor, vas a caer enferma, pero enferma también físicamente con tanta mierda que te estás metiendo”».

«Gracias a las redes sociales he tenido a Martina»

Tere casi estaba convencida de parar, pero no paró, claro. Las redes le dieron una ventana para ponerse en contacto con muchas mujeres que estaban sufriendo como ella y así, de algún modo, sentía un apoyo que no le llegaba de otra parte. A mí al principio me hacía daño ver a mujeres embarazadas o que me dijeran que me relajara, o que alguien me contara que se había quedado a la primera... Pero después ya no», explica Tere, que tuvo la fortuna de que un día alguien le abriera el cielo.

«Contando mi historia por redes, contactó conmigo Elisabeth Reyes, que fue Miss España, porque ella pasó también por este proceso. Ella me animó a que fuera a Málaga a la clínica donde ella se había quedado embarazada. Que me fuera al Quirón Málaga. A mí me quedaban entonces dos embriones en Valencia, y decidí trasladarlos. Uno se quedó por el camino, pero el otro aguantó, aunque me explicaron que no era de muy buena calidad. El doctor Enrique Pérez de la Blanca me dijo: “No te voy a hacer sufrir más, ni te voy a hacer más pruebas, tú ya lo tienes todo hecho, pero ese embrión no lo deseches. Yo no te aseguro nada, no te voy a decir que te vas a quedar embarazada”».

«Decidí intentarlo —continúa Tere—, y me fui sin tomar medicación, sin nada de nada, solo la progesterona y un poco de heparina. Me cogí un tren desde Valencia, siete horas de viaje. Llegué, me pusieron el embrión, y otra vez de vuelta a Valencia otras siete horas, porque tenía que trabajar. Yo creo que la transferencia fue esencial, normalmente te la hacen con la vejiga llena, y en Málaga, el doctor me dijo: ‘‘Haz pipí, anda, que te estás aguantando”, porque provoca contracciones uterinas». Después de unos días, Tere tuvo un sangrado oscuro y pensó que ya era otro «fracaso», pero al mes no le vino la regla, se hizo un test de embarazo y ¡positivo!

«Me quedé muerta, se me pone la piel de gallina al recordarlo», apunta Tere, que reconoce que su embarazo físicamente fue estupendo, pero muy traumático por el miedo a la pérdida. «No lo disfruté. Yo al final le decía a mi doctora en Valencia, donde finalmente tuve a Martina: “Hazme el parto ya, porque quiero que esté viva”».

A las 39 semanas, su hija finalmente vino al mundo el 20 de mayo del 2023 en un parto natural, que duró 13 horas. «Ahora estoy feliz, estamos felices su papá y yo, los abuelos, los tíos. He cumplido mi sueño», señala Tere.

¿Y si no lo hubieras conseguido? «Pues nada, hubiera estado orgullosa de haberlo intentado», responde.

Después de hacerse «40 transferencias de embrión», Tere vive por y para su hija Martina. «Estos tres años hasta que vaya al cole estoy dedicada a ella, es supermotoreta, en carácter se parece a mí, y de cara es igualita a su padre, ja, ja», se ríe Tere. «Genéticamente no es nuestra, pero parece que la epigenética ha hecho su trabajo, porque es igualita a mi marido, me lo dice todo el mundo», sostiene.

Ella, con todo, ha hecho los cálculos económicos de lo que le ha costado llegar hasta aquí: «Nos hemos dejado 189.000 euros, que nos los hemos quitado del sudor de nuestra frente. He trabajado de todo: de camarera, de limpiadora, de auxiliar de enfermería, a veces con varios empleos a la vez, no sé lo que es un día de vacaciones, todo para tener a Martina. El precio de una transferencia son unos 2.000 euros. Y las estimulaciones al principio valían 5.000 y ahora cuestan unos 8.000. La ovodonación, 12.000 euros, más las transferencias aparte. Y aparte también la medicación. Muchas mujeres no llegan a poder tener a sus hijos porque económicamente es inviable», relata Tere. «Yo, si no fuera por las redes, no habría tenido a Martina. Elisabeth me ayudó y yo intento ayudar a todas aquellas personas que están en un proceso similar, porque solo quienes lo sufren saben lo que se siente», concluye. «Algunas mujeres que son madres me decían: “La maternidad es tremenda, no sabes lo tranquilita que estás. Y yo les contestaba: ‘‘Pues déjame a mí experimentarlo”. Yo ahora he cumplido mi sueño y estoy feliz. Martina me ha devuelto la vida, es mi vida, toda la odisea ha merecido la pena por tenerla a ella».