Carmen Romero perdió a su hermano por un brote psicótico: «Me costó meses, si no años, aprender a perdonarme»

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La humorista Carmen Romero comparte su proceso de duelo con crudeza y humor en «Esto no está pasando»
La humorista Carmen Romero comparte su proceso de duelo con crudeza y humor en «Esto no está pasando» Javier Cebollada | EFE

Del horror al humor viajó, haciendo de tripas profesión, Carmen Romero, que no es la ex de un presidente del Gobierno, sino una cómica que ha visto la luz tras el difícil duelo por el suicidio de su hermano tras tres semanas de calvario. De ese duelo nació un libro-consuelo, «Esto no está pasando»

09 oct 2024 . Actualizado a las 18:22 h.

Esto no está pasando. Fue lo que primero que se dijo Carmen aquella noche de junio del 2016, que vivió durante un tiempo como quien vive una película, con la distancia aparentemente inocua de la ficción. «Esto no está pasando. Todo está bien. No pasa nada. Ahora nos van a decir que lo llevan al hospital y listo...», se contó cuando vio rodeado de gente en la calle el cuerpo inerte de su hermano Miguel. Hacía un rato que Carmen había parado la película El Padrino, que no acabó de ver porque Miguel, con quien creció entre bromas y canciones y algún calvo inesperado en el pasillo, decidió ir a dormir al poco de empezarla, diciendo que no se encontraba bien. Habían afrontado juntos tres semanas de infierno, pero hubo final. Desde aquella noche de junio en que Miguel se precipitó con solo 26 años desde el piso 13 en que vivían con su madre, las ventanas y El Padrino tuvieron otro significado para la hermana pequeña de Miguel.

«Madrileña, pelirroja, alta, introvertida, diestra, flexitariana, periodista y sobre todo cómica», Carmen Romero, que ha logrado hacer de tripas profesión, ha aprendido a escucharse, pedir ayuda y comprender, a sacarle hierro al dolor con una mueca irónica o una comparación extravagante del humor. Aunque no siempre funcione, aunque no todo esté bien.

Con Esto no está pasando, ha hecho un libro pausa, una flor del pensamiento en bucle que saltó en su cabeza como un resorte de la tragedia de su hermano Miguel a causa de un brote psicótico a los 26. Esto no está pasando ausculta la dimensión del dolor sin pompas de dramatismo, con la ligereza que le da a la vida el sexto sentido del humor que algunos tiene por don.

«Los brotes psicóticos que acaban en suicidio son muchísimos», descubrió Carmen una vez que se puso a investigar tras su vivencia. «Es una tasa muy alta, por eso se debería ir con un cuidado especial y no arriesgarse a dar el alta sin un diagnóstico siquiera, como nos ocurrió con Miguel», denuncia. Se le dio el alta sin más, y no hubo más.

Carmen se atrevió a sufrir y se atrevió a reír (aunque no siempre pudo hacerlo a la vez). Y a denunciar. Y al contarla, su historia se volvió luminosa sin perder rigor, se rompió el aura aterradora que tiene eso de lo que no se habla, lo que no queremos ver. «Todo el mundo conoce algún caso de suicidio, pero es algo de lo que nos cuesta hablar», apunta Carmen, que se decidió a compartir su historia pensando que podría ser «de consuelo a alguien que hubiera pasado algo similar». «A alguien que viva algo como lo que yo viví, creo que el libro puede sacarle alguna risa», manifiesta Carmen, que en el escenario demuestra con Odio a la gente que el mundo de la comedia no tiene por qué ser simpático.

«Miguel estaba bien, y de un día para otro le dio ese brote tan fuerte. Fue desesperante. Estuvimos tres semanas con él en el hospital. Es muy desesperante ver a una persona que no sabe qué le está pasando. Él me decía: ‘Me da mucho miedo ser esquizofrénico’, y yo le decía: ‘Es que a lo mejor no lo eres’», recuerda hoy desde la calma quien señala que un hospital puede ser un camarote de los hermanos Marx. Y el de verse acorralada por cinco policías estar incluso bien, ¡pero solo en un contexto de despedida de soltera! Así enfoca Esto no está pasando con una gracia que, más que al chiste, va al corazón. «El humor fue una respuesta automática a la locura que estábamos viviendo, a lo irreal que nos parecía todo, y al no querer asumir la realidad», admite la cómica que resurgió del dolor.

Hubo que procesar el disgusto y el momento hospital, que a ella, su madre y su hermana mayor les costó también un proceso judicial. «Los lunes por la noche es festivo en salud mental», pensó días antes de la muerte de su hermano, al ver que no había pediatra de guardia ante un episodio crítico que Miguel sufrió y en el que accedió a ingresar tras oír voces que le hicieron convertirse en otro.

El trabajo de reconstrucción de Carmen no ha sido show de un día, ha sido duro, un maratón. Por momentos pensó que también se moriría, «o que debía tener hijos por Miguel, porque su deseo de ser padre era muy grande».

Un duelo no es un monólogo en el que una puede medir su tiempo y bajarse del escenario, cumplir las expectativas del público y esperar el aplauso final. Han pasado ya ocho años desde que Miguel murió. «Y aunque el humor me ha ayudado —sopesa Carmen—, no hay que romantizar esto. Para mí, ha habido días muy complicados, nadie puede salvarte de esos días salvo tú. Hay días que te toca aguantar y nada más». A esos días negros Carmen sobrevivió.

No siempre podemos salvarnos, dice. «Hubo un momento en que no podía levantarme de la cama. Es algo superraro porque sientes: ‘No tengo ningún problema físico y no puedo’. No lo entiendes. No nos damos cuenta aún de lo poca importancia que damos a la mente».

ASÍ SALIÓ DEL BUCLE

Humor, terapia (con tapping y EMDR) y «muchísima paciencia» fueron tres grandes amigos de Carmen para salir del bucle de la negación, para ir tocando y cicatrizando la pérdida, superando su vulnerabilidad, su miedo a dormir, esas pesadillas que hacían de cada noche una película de terror con Miguel de protagonista y un abanico de contextos.

Del miedo y del miedo al miedo, pasó Carmen a las crisis de ansiedad. «Pensé que me había vuelto loca», cuenta. Otra vuelta de tuerca al dolor. Consultó al vendemotos «doctor Google» y con el tiempo empezó a ir a terapia, con desconfianza y resignación, hasta empezar a ver la realidad. «Ve pasito a paso, como puedas», recomienda si olvidas respirar. «El cambio más grande fue decirme: ‘Con esto no puedo yo sola’. No podemos con todo, pedir ayuda no es de débiles. Pedir ayuda me costó mucho, pero me ha cambiado la vida», asegura la humorista madrileña.

«Hay cosas de las que nunca vas a saber el porqué. Como no estamos acostumbrados a estar con alguien que se siente mal, tampoco nosotros nos permitimos estar mal. Es una estupidez decirte: ‘No pasa nada’. Yo lo que he aprendido en estos ocho años es a no juzgar, a no dar consejos que no me piden, solo a estar», afirma.

El amor propio es quizá el más exigente que ha tenido Carmen, que cuenta que con la culpa lidió lo suyo, con «mucha terapia y mucha paciencia —revela—. Me costó meses, si no años, aprender a perdonarme». Su madre tiró de ella sin tregua, como su hermana mayor: «Mi madre nos decía que cada día se levantaba pensando que tenía dos hijas aquí que la necesitaban muchísimo. Y ha sido la que ha estado ahí todo el proceso, sosteniéndome».

Sonriendo siempre recuerda hoy Carmen a su querido hermano Miguel. Y puede decirse al fin, ocho años después: «Esto ha pasado». Y respirar.