Seung Han Shin Jang, maestro de taekuondo: «Vine de Corea y encontré el amor en Betanzos impartiendo una clase»
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Pasaron de ser profesor y alumna a montar juntos su propia escuela de artes marciales. Ahora, sus hijas siguen sus pasos sobre el tatami y, por primera vez, la familia Shin Veiga al completo competirá en el Mundial de Hong Kong
22 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Cambió el bullicio de Seúl por la tranquilidad de Galicia. Y desde entonces se ha casado dos veces con la misma persona y ha formado una familia que lleva el taekuondo en las venas y a la que no paran de lloverle medallas. Seung Han Shin Jang lleva media vida en Betanzos. Y dos décadas han dado para mucho. Han —como le gusta que le llamen— era tan solo un niño «debilucho» apasionado al taekuondo que empezó dando patadas al aire por las calles de su Corea natal. Con ocho años, sus padres tomaron una decisión que cambió su vida. Lo apuntaron a un gimnasio donde su hermano mayor practicaba artes marciales. Desde ese momento, el taekuondo forma parte de su ADN.
Tras tres años como militar en Corea del Sur, Han viajó por primera vez a Galicia en 1995 por invitación de su hermano, que vivía en Chantada. Pero ese primer contacto no fue tan agradable como esperaba: «Yo en ese momento pensé: “No sé si podré vivir aquí”». Acostumbrado a la vida en Seúl, la ciudad más poblada de Corea —con más de nueve millones de habitantes—, Han se encontró con un municipio que no llegaba ni a los nueve mil. Después de pasar una temporada en la comunidad, volvió a Seúl. Sin embargo, tras mucho meditar, decidió hacer las maletas y poner rumbo a Galicia para acompañar a su hermano, que en ese momento vivía solo. «No fue de golpe, pero fue duro dejar a mi familia en Corea. Como somos cuatro hermanos, dos de ellos se quedaron allí con mis padres y eso me tranquilizó», cuenta.
En Galicia tuvo que empezar desde cero. No conocía el idioma, pero tenía a su hermano y un dinero que había ahorrado. «Cuando llegué me compré un libro de español y estuve estudiando. Al principio no entendía nada, pero después de un año en Galicia ya hablaba español. No me expresaba correctamente, pero me defendía», explica. Por aquel entonces su hermano tenía un gimnasio en el que combinaba artes marciales y acupuntura, pues ambos habían estudiado en Corea la misma carrera, centrada en Educación Física y tratamiento del dolor. Sin embargo, el negocio no fue como esperaban, por lo que se centraron en la clínica de acupuntura. «Yo le ayudaba, a la vez que aprendía cómo tratar a la gente con ese tipo de terapia», recuerda.
Ocho meses después, volvió a hacer las maletas y se mudó a Betanzos por recomendación de su hermano. «Vine de Corea pensando que iba a estar poco tiempo y al final me quedé aquí». ¿Por qué se quedó? Detrás de esa decisión había una buena razón: «Encontré el amor en Betanzos». La vida de Han siempre había girado en torno al taekuondo y, como no podía ser de otra manera, aquí también jugó un papel primordial. Él daba clases de artes marciales en un pabellón cuando vio a una joven entrenar. Esa chica de tan solo 22 años era Begoña. «Al principio la relación era de alumna y maestro, pero poco a poco fuimos conociéndonos y me gustó todo: su forma de vivir, su carácter…», cuenta Han. A ella también le atrajo desde el principio: «Fue un flechazo; a primera vista ya me llamó la atención», dice Begoña Veiga, que añade: «Yo creo que todas las parejas deberían tener algo en común para poder disfrutar juntos. En nuestro caso, el taekuondo nos unió».
En esta historia sonaron campanas de boda. Pero no una vez, sino dos. «Nos casamos en Corea el 6 de junio de 2007, coincidiendo con el Día de los Caídos, y el 7 de julio del mismo año en España, coincidiendo con San Fermín», cuenta Begoña. ¿Por qué esas fechas? La razón es más sencilla de lo que parece: «Queríamos que fuera el mismo número para el día y el mes: así fue 6 del 6 y el 7 del 7». La boda en Corea, como es de esperar, fue «totalmente distinta en comparación con España». Y es que todos los elementos que rodean una boda tradicional coreana tienen un «significado especial»: desde la colorida vestimenta, hasta el maquillaje, pasando por cada figura de la mesa de bodas. Tal y como explican, la ceremonia comienza desde la propia salida de la casa de la novia: «Representa cómo sale la chica de casa de sus padres para unirse el día de la boda y cambiar su vida». «Fue muy especial, era como el Día de Reyes», dice Begoña, que explica que «se lleva a los novios en una especie de altar, como en las procesiones, hasta dónde se celebra la ceremonia». Su familia no estuvo presente en esa boda, pero sí en la española: «Mi familia no viajó hasta Corea porque no se lo podían permitir, por eso hicimos también una boda en España con toda la gente de aquí».
La pasión por el tatami los unió y también fue lo que los llevó a montar juntos su propia escuela de artes marciales, el club Han's Horang, ubicado en Betanzos. En el centro compaginan las clases de taekuondo con una pequeña clínica de acupuntura. «Han ya era maestro y llevaba toda la vida enseñando, así que gracias a él montamos el club. Él sabía cómo tratar a niños y me enseñó a transmitirles esa disciplina y educación tan importantes en este deporte», asegura Begoña. Ella, que inicialmente había estudiado ingeniería de diseño industrial, dio un giro de 180 grados a su vida y ahora es maestra junto a él.
Desde entonces no paran de cosechar victorias. Y no solo ellos, también sus hijas. «A las niñas les inculcamos el taekuondo desde la cuna. Iban en carritos al gimnasio e incluso a campeonatos», relata Han, que dice que para Ana Llin Shin y Jessy Sun Shin «el gimnasio es su casa». Ana Llin, que tiene 16 años, quiere ser fisioterapeuta y a Jessy Sun, de 14 años, le atrae el mundo de la moda, pero sin perder el taekuondo de vista. Sobre su educación, Han confiesa que la balanza se ha inclinado hacia la cultura coreana. «Nosotros le hemos dado a nuestras hijas una educación basada en la cultura coreana y, de momento, se centran en el estudio y el deporte. Hay padres que les dejan salir a una discoteca con 13 o 14 años, nosotros eso no se lo permitimos», comentan. Ahora ambas siguen los pasos de sus padres sobre el tatami, pero sin presión: «No les pedimos ni insistimos nada en ese aspecto», deja claro Han.
Porque en esta familia, más que un deporte, el taekuondo ha ayudado a forjar un vínculo muy especial entre los cuatro. «Para nosotros lo importante es disfrutar al máximo y compartirlo en familia», dice Han. Este espíritu y, sobre todo, la constancia es lo que los ha llevado a clasificarse para el Mundial de Hong Kong, que se celebra entre el 27 de noviembre y el 6 de diciembre, en la modalidad técnica de poomsae. La particularidad es que es la primera vez que consigue competir la familia al completo: «Estamos muy emocionados y con los ojos puestos en Hong Kong, porque es la primera vez que nos clasificamos los cuatro para un mundial». Así que ahora solo les queda cruzar los dedos y luchar para seguir llenando las vitrinas de medallas.