Jonathan Regalado fue declarado en desamparo a los 6 años y hoy dirige el Instituto Español de Trabajo Social Clínico: «Vivimos un exceso de necesidad de cuidarnos, en el imperativo de la felicidad»

YES

Jonathan Regalado dirige el Instituto Español de Trabajo Social Clínico.
Jonathan Regalado dirige el Instituto Español de Trabajo Social Clínico.

«Que el 20 % de los chicos vayan con sus padres a su primera entrevista de trabajo muestra varias cosas», dice el fundador del Instituto Español de Trabajo Social Clínico, un emprendedor que advierte que no hay «ibuprofeno para el alma»

20 ene 2025 . Actualizado a las 18:28 h.

Un niño de 4 años puede poner la lavadora. Y ese poder importa. «Cada vez que sustituimos o ayudamos a un niño en algo que puede hacer solo, conscientemente él recibe el mensaje de ‘te ayudo porque te quiero’, pero su inconsciente recibe este: ‘Tú solo no puedes’. Si eso lo haces 17 veces al día, su autoestima te la cargas. Se sienten queridos, pero con 16 o 17 años salen al mundo sin saber hacer nada y empiezan a frustrarse. Pero ellos no tienen la culpa, es que ‘el mundo está equivocado’», retrata Jonathan Regalado, fundador del Instituto Español de Trabajo Social Clínico, y director del Centro de Bienestar Familiar integrado en él. Participante en el equipo de profesionales del programa de televisión Saber que se puede durante la temporada 2013-2014, Regalado, autor de Cómo hacer un Diagnóstico de Trabajo Social. Diagnóstico Clínico Contextual, es una revolución en su ámbito. Tras compaginar su trabajo en la Administración pública con su faceta como emprendedor nueve años, llegando a trabajar unas 60 horas semanales, hoy puede decir: «El trabajo social me ha dado bienestar. Me ha ayudado a vivir bien, no solamente a sobrevivir».

No hay paracetamol para el dolor del alma, para esas molestias del hecho de vivir, advierte este profesional con 20 de años de experiencia que a los 6 fue declarado en desamparo. «Mi abuela tomó mi custodia. Venían a visitarme a casa trabajadores sociales. Pienso que todo sucede por algo. Por alguna razón, terminé haciendo lo mismo», considera. Hoy, lo que más ve en consulta este «enamorado» de su profesión, que siente que su camino es trabajar para ayudar a otras personas, son desde casos de depresión, ansiedad, problemas de comportamiento en la infancia (desafío a los padres, discriminación o acoso) hasta separaciones, divorcios y duelos. «Las consultas que me resultan más difíciles —revela— son las que tienen que ver con maltrato infantil y abuso sexual. Aspectos que me resuenan con mi propia historia», que inmediatamente canaliza hacia otro profesional.

—Es difícil separar la parte profesional de la personal. ¿Se puede?

—Cualquier cosa que yo haga, diga o deje de decir como profesional influye en lo que la persona siente y hace. Yo estoy dentro de la receta, del mejunje, desde el momento en que una persona entra en mi consulta. De hecho, los trabajadores sociales tenemos como hábito agradecer a los usuarios lo que hemos aprendido en el proceso terapéutico con ellos...

—¿Ayuda exponer la propia historia a acercarse a los pacientes?

—Sí. De hecho, es una técnica terapéutica, se llama «revelar» Yo trabajo con población LGTB, principalmente con hombres gais, y niñas y niños transexuales. Soy gay, tengo a mi pareja desde hace 16 años y cuando atiendo a hombres gais revelo mi orientación sexual porque muchas veces es la manera en la que la persona percibe que le voy a entender desde la diversidad.

—¿En qué se diferencian el trabajo social y el trabajo social clínico?

—Son muchas las similitudes. El trabajo social clínico es una rama del trabajo social. Compartimos la misma formación de base, valores, estamos regidos por el mismo código ético y partimos de los mismos fundamentos teóricos. Pero trabajamos con problemáticas distintas y diferentes procedimientos. El trabajo social lleva a cabo una intervención relacionada con el entorno de la persona, que tiene en cuenta su situación económica, la vivienda, la salud y sus relaciones. Es decir, trabaja principalmente con lo que está fuera de las personas. Y el trabajo social clínico se encarga, en cambio, de trabajar con lo que está dentro de las personas, con su comportamiento, sus emociones, su subjetividad.

—¿Tienen algo en común el trabajador social clínico y el psicólogo?

—Los trabajadores sociales tenemos de base una formación en psicología, pero nuestro enfoque terapéutico no tiene que ver tanto con lo psicológico como con la antropología y la sociología. Yo soy doctor en Psicología, pero no soy psicólogo de profesión.

—¿Qué cabe esperar de Asuntos Sociales en un momento como el actual?

—Estamos en una coyuntura en que la profesión está un poco perdida. Lo mismo que el médico de familia, que se ha desvirtuado. La medicina de familia se ha desvirtuado por la sobrecarga asistencial, por la escasez de médicos en relación con el número de pacientes, por la complejidad de las situaciones sanitarias... Lo mismo ha pasado en lo social. Estos servicios están agonizando dentro del sistema público por la precariedad, por la cantidad de casos por resolver y la poca cantidad de profesionales para atenderlos... Con que se ha dedicado más a hacer labores burocrático-administrativas para tramitar prestaciones o informar de ayudas que a trabajar codo con codo con la persona.

—¿La burocracia es el lastre?

—Sí. Siempre hay una parte burocrática que hacer, pero es importante no descuidar la parte de la intervención, que está en la mayor parte del Estado reducida al 5 o al 10 %, cuando debería suponer un 60 %. En el trabajo social clínico, la situación es la opuesta. Nosotros estamos en un 90 % de intervención y prácticamente no hacemos labores burocráticas. Hay casos a los que no se les puede dar una respuesta burocrática. A un desempleado de larga duración que lleva dos años sin empleo lo que se le dan son ayudas para que subsista, pero, aparte de llenar la nevera, necesita un apoyo, un soporte, una ventilación emocional o una reorientación de su vida a nivel terapéutico.

—Te dedicas a ayudar a personas y a profesionales a vivir una vida con más sentido y propósito. ¿Percibes que la gente desconoce qué le da bienestar?, ¿sabemos qué nos hace bien?

—En la Administración pública veía perfiles más de vulnerabilidad, desempleo o exclusión social. En la consulta privada, trabajo con personas de clase media y clase alta. Problemas económicos no tienen. Estos últimos 30 años, según lo que apuntan los estudios sociológicos, nos hemos vuelto muy vulnerables a nivel emocional. Todo nos afecta demasiado. Queremos ibuprofeno para el alma de efecto inmediato, como para el cuerpo. Hay mucho confort material, desde fuera. Hemos hecho el paralelismo hacia dentro y no toleramos nada. Veo gente en consulta que acaba de perder a un familiar, una madre o un padre, y está a las tres semanas en consulta pidiendo terapia porque se siente mal. Es que si no te sientes mal no vas a poder avanzar. Tienes que pasar el dolor.

—¿A veces tenemos tanto que no soportamos el dolor?

—Ese es el quid. No es tanto que no sepamos cuidarnos; ahora hay un exceso de necesidad de cuidarnos. Estamos todo el rato en la búsqueda de la felicidad. Al buscar la felicidad y el placer todo el tiempo, cualquier cosa que nos perturba es una manchita es el cuadro perfecto, y molesta... ¡La vida que se ha diseñado hoy es para ricos! Hay que rebajar las exigencias. Hoy vemos un montón de padres y madres alarmados a la mínima señal de que el niño sufre. «Es que me dice la profesora que lleva tres días desatento» y «a ver si va a tener TDH». Si hablamos de un problema de conducta, tiene que darse como mínimo tres meses, les digo yo a mis pacientes. No vayas a la mínima al médico a pedir Orfidal, que te va a generar un problema de adicción o en el hígado por no poder aguantarte un par de meses. Hay que distinguir una molestia de lo que es un problema. Yo a algunas personas lo que les digo en consulta es: «Mi recomendación es que no vuelvas».

—¿Si no nos mostramos contentos y felices incomodamos a los otros?

—Sí. Estamos en la era de la resiliencia, de la felicidad a toda costa. Y es un imperativo paradójico. Parecido a cuando tienes que hablar ante el público y piensas: «Que no se me seque la boca». En el momento en que te focalizas en que no se te seque la boca, se te seca. Lo mismo pasa con la felicidad. Por eso dice Punset que «la felicidad está en la antesala de la felicidad». En cuanto se convierte en meta, se esfuma. Es una reflexión sociológica: cómo la cultura actual genera formas de vivir deseables que son imperativas; «tú debes vivir así», y eso perturba tu comportamiento. «La persona 10» genera problemas emocionales y de comportamiento, porque te ves entre lo que yo necesito y deseo y lo que debo hacer porque así me lo exige el entorno.

—Eso enlaza con otro tema que abordas, la sobreprotección de los hijos. ¿Preparamos la vida para los hijos en vez de educar a los niños para la vida?

—Sí, y el resultado lo estamos viendo. Las últimas encuestas del Instituto de la Juventud de España dicen que el 20 % de los jóvenes van a la primera entrevista de trabajo con sus padres. Esto no había sucedido en la vida. No solo refleja la inseguridad del chico, sino su poca capacidad de prever que no van a cogerte en el trabajo si vas con tus padres.

Muchas veces no sabemos distinguir una molestia de un problema”