Miki Esparbé, papá en apuros en «Wolfgang»: «Yo empecé casi, casi con un predictor en la mano»

YES

Miki Esparbé estrena en cines «Wolfgang» el 14 de marzo.
Miki Esparbé estrena en cines «Wolfgang» el 14 de marzo. Roberto Maroto Polo

Un niño con autismo, altas capacidades y talento descomunal y un padre sorpresa algo desastriño protagonizan «Wolfgang», la comedia para abrazar las segundas oportunidades de Miki Esparbé. «Los 40, los 50, los 60... Siempre es buena edad para cambiar», considera este «chico Dani de la Orden» que estudió Humanidades antes de hacer tablas

13 mar 2025 . Actualizado a las 13:02 h.

Este niño no tiene filtros, es un niño niño, que dice cosas de esas que a menudo la gente no quiere ni oír. Es Wolfgang, un niño con autismo y altas capacidades que sueña con ser el mejor pianista del mundo, y hace sonar la música tocando la fibra sensible en el filme que se estrena este 14 de marzo. En Wolfgang volvemos a ver de padre, por segunda vez en muy poco tiempo, a Miki Esparbé (Manresa, 9 de octubre de 1983), que antes de echar a rodar en cine eligió estudiar «algo convencional, Humanidades». ¿Para armarse de filosofía desde un principio? «Fue un poco accidental. Yo estaba en el momento de tomar la decisión de ‘¿qué vas a hacer con tu vida?’. Propuse en mi casa ir al Instituto del Teatro de Barcelona y no les hizo mucha gracia... En mi casa hay un equilibrio entre lo académico y lo artístico. Mi madre fue profesora y directora de un centro 30 años y mi padre ha sido pintor toda la vida. Pero en ese momento la respuesta fue ‘ya tendrás tiempo’. Eran otra generación, una generación a la que le habían metido en la cabeza que, si tenías una carrera, tendrías un futuro prometedor. A mis padres se les metió entre ceja y ceja que podía estudiar una carrera más convencional. Y dije «¿convencional?, pues Humanidades», revela. Esa filosofía de grandes referentes y largo aliento para la vida amuebló su cabeza. Miki volvería hoy, con sus tablas, a estudiar lo mismo. «Me dio una panorámica del conocimiento en general. Toca los palos que cualquiera debería conocer: filosofía, historia, arte y literatura. Es maravillosa. Ahora, con 41, hay cosas que he olvidado, pero te nutre mucho. Cuando eres una esponja posadolescente, te va muy bien... Pero también había en mí unas ganas de volver a esa especie de asignatura perdida, de sueño en stand by, de ser actor», comparte el actor que nos animó a vivir Perdiendo el norte, a soñar una noche de verano y otra de invierno en Barcelona y a verle la chispa a Una vida no tan simple. 

—¿Qué ofrece «Wolfgang»?

—Una historia de paternidad, de segundas oportunidades, del poder reparador de expresar las emociones y de cómo es importante pedir ayuda cuando la necesitas... Encontrará la gente una película que en su primera mitad es de sonrisa (no de risa), acompañando a ese padre patoso. La peli se adentra en lugares muy necesarios.

—Ya tenías tu experiencia como padre en el cine. ¿Es este un padre parecido al de «Una vida no tan simple»?

—Total. Tienen su punto en común. Los dos son un poco vanidosos. Es importante el momento en que a los dos les pilla la paternidad. Ese momento de tíos de 40 años haciendo una revisión de ver si están en el lugar que querrían, las proyecciones, sus expectativas... y la gestión de la vida, que a veces se riñe con esto y otras veces acompaña. Sí que hay puntos en común. No es que yo empezara tarde, pero no empecé en esto adolescente. Empecé casi-casi con un predictor en la mano, ¿sabes? Barcelona, nit d’estiu... Ya empecé no siendo padre ya, pero casi. Hay algo cuando trabajo con niños que no me suena raro o extraño, sino al revés.

—¿Con niños se rueda bien o es complicado?

—Te obliga a estar muy atento y muy despierto. Y es gratificante, porque, por otro lado, con un niño tienes que escuchar y reaccionar a lo que te dé. Siempre es verdad. Siempre es magia.

—No son las tuyas historias de padres ausentes, que ven los niños desde la barrera. Son padres enfaenados en esas renuncias y maravillas que supone ocuparse del hijo día a día.

—Sí. A este personaje de Wolfgang la vida le cambia de cero a cien de la noche a la mañana. En el caso de él hay una cotidianidad que se ve truncada de un día para otro. La suya pasa a convertirse en una cotidianidad nueva. Y en eso hay cosas buenas y cosas malas. Hay una transición hacia eso, aunque sea forzada y venga impuesta. Creo que la peli lleva el foco a que no debemos subestimar la gestión emocional de los niños. Esto hace que igual alguien que no tiene tanta experiencia en tratar con ellos los trate de tú a tú. No como adultos, pero sí siendo muy consciente de que quizá no haya que tener tanto miedo de abordar con los niños asuntos serios, para hacerles partícipes de lo que está sucediendo, para que tengan herramientas para gestionarlo.

—¿Tienes tú actitud de aprender de las personas que te rodean?

—Sí, es una aspiración... Si lo consigo o no, es otra cosa. Pero tener la predisposición y las ganas, por supuesto. Yo me relaciono, o lo intento, desde la escucha, desde el aprendizaje, desde la responsabilidad. Con adultos y no tan adultos. Tengo cuatro sobrinos, imagínate.

—¿Al rodar con niños mandan ellos?

—Realmente es así. Ya de entrada, al rodar intentamos hacer algo que los niños hacen, jugar. Intentamos jugar en su liga. Cuando hay un niño en escena, es un niño el que manda, no porque dé ordenes, sino porque cuando un niño está relajado y a gusto, la película sale beneficiada siempre. Para mí, es un grupo de adultos adaptándose a un niño. Así es como tiene que ser. Ese no es su hábitat. Los adultos estamos más hechos, más acostumbrados. Debemos nosotros hacer el esfuerzo de darles ese margen.

—¿Tienes algo de ese papá de «Wolfgang», hombre pésimo en la cocina, peligro constante al volante e impuntual que llega tarde por norma?

—En realidad, no. No soy un prodigio en la cocina, pero me defiendo. Y conduzco más o menos bien... ¿Llegar tarde a los sitios? Son deberes de hacerme mayor. Antes era más impuntual, pero cuando me dijeron: «Mi tiempo vale igual que el tuyo», dije: «Tienes razón». Ser impuntual me sabe supermal. No es algo que haga aposta...

—Te he leído decir que eres más de ilusiones que de expectativas. Explícalo.

—El copyright de esta frase la debería tener mi terapeuta. Es una especie de antídoto para no machacarte hasta el infinito. Cuando uno tiene una expectativa muy alta, el resultado depende del empeño y el esfuerzo que hagas. Y sí, hay una parte de eso que es verdad, pero hay otra que no depende de ti. Está bien tener ilusiones, pero no está bien tener la expectativa de que eso ha de suceder de un modo, porque las cosas no suelen pasar como en tu cabeza. Tener una expectativa normalmente va ligado a una frustración.

«A medida que te vas haciendo mayor, sabes cómo equilibrar un poco más la balanza entre el amor, la vocación y las ganas de trabajar, dando a la vez importancia a tu vida. Si no tienes tiempo de vivir, tampoco tienes nada que contar...»

—¿Cómo te tomas tu trabajo a esta altura?

—Cuando empiezas, estás a un nivel de estar volcado al trabajo con ganas de todo. A medida que te vas haciendo mayor, sabes cómo equilibrar un poco más la balanza entre el amor, la vocación y las ganas de trabajar, dando a la vez importancia a tu vida, a los tuyos. Si no tienes tiempo de vivir, no tienes nada que contar. Pero la relación que yo tengo con esta industria es de gratitud, absoluta; el primer regalo es tener trabajo, y el segundo, poder encadenar. Si te soy honesto, ha habido cortos períodos en los que me he encontrado sin trabajo. Pero me siento afortunado de haber podido encadenar. Tengo amigos y amigas con muchísimo talento que hoy no están en activo, y nadie puede dar un porqué.

 «Durante mucho tiempo se ha negado la ineptitud de los hombres para comunicar sus emociones y estamos en otro momento. Me parece bien que ya haya personajes masculinos capaces de compartir, escuchar, aprender y reconocer sus errores. Esto es ganar»

—¿Te sientes parte de una generación de actores? Gente como Francesco Carril, Verdaguer, Quim Gutiérrez...

—No te sé decir... Nosotros interpretamos historias que escriben otros. Hay una mirada generacional más ligada a los directores que a los actores, que somos canal, no bandera de nada. Quizá somos unos actores con una sensibilidad concreta. ¡Pero somos más mandados de lo que imaginas! Durante mucho tiempo se ha negado esa ineptitud de los hombres para comunicar sus emociones y estamos en otro momento. Me parece bien que ya haya personajes masculinos capaces de compartir, escuchar, aprender y reconocer sus errores. Esto es ganar.

«Hoy estamos en el debate profundo de qué es la masculinidad, ha habido una redefinición de la masculinidad. Yo como hombre te digo que nos estamos cuestionando y nos estamos revisando»

—¿El cine cambia la realidad?

—... Y la sociedad cambia el cine. Estamos en el debate profundo de qué es la masculinidad. Ha habido una redefinición de la masculinidad. Yo como hombre te digo que nos estamos cuestionando y nos estamos revisando. Quien más quien menos, con dos dedos de frente, está trabajándose. Ahora también hay un foco en la salud mental. Quiero pensar que seremos una sociedad mejor y una de las mejoras, obviamente, pasa por esa revisión.

—¿Se puede cambiar al cumplir los 40 y que suene bien esa cara B?

—Siempre es buen momento para cambiar, los 40, los 50, los 70, los 80... Pero sí es verdad que los primeros 40 te obligan a un ejercicio de revisión y reflexión, casi por imposición social.

—¿Eres de los que hacen la fiesta de los 40?

—No soy muy de organizar fiestas, pero sí. Se hizo, se hizo... Y salió bien.

—¿Una carrera se construye más con los noes, como dice Eduard Fernández? Coronado matizaba con «si tienes la oportunidad de decir que no».

—Estoy de acuerdo con los dos. Lo primero es tener trabajo. Lo segundo en esta industria es poder decir que no de vez en cuando... Yo no puedo escoger todo todo el rato. Ya me gustaría... Es un regalo poder elegir de vez en cuando. Una carrera pasa por los noes, pero también por que lleguen las oportunidades.

—¿«Smiley» fue un punto y aparte, supuso para ti un antes y un después?

—Puede ser... Funcionó muy bien en Netflix. Rodamos en Barcelona con uno de mis mejores amigos [Carlos Cuevas]. Fue un proyecto muy bonito.

—¿Qué te hace feliz a diario?

—Estar en paz. O tratar de estar en paz...

—¿El Goya personal tú a quién se lo das?

—El de mejor actor sin duda a Eduard [Fernández].