José María Toro, profesor y autor del bestseller «Educar con Co-razón»: «¿Hay que ser competitivo? No, no y no. Ningún árbol crece compitiendo con otro»

YES

El profesor y escritor José María Toro.
El profesor y escritor José María Toro. cedida

«Para un niño, querer a un maestro que es rechazado por su padre o su madre es una traición», advierte este experto en innovación y expresión, autor de Por qué agradezco que seas el maestro de mi hijoDescanser. Descansar para ser

26 mar 2025 . Actualizado a las 08:08 h.

La W es una de las mayúsculas que salen en la conversación con este maestro de letras que anima a reemplazar la competitividad por la autorrealización. La W. de la película de Oliver Stone basada en la vida de George W. Bush, que «muestra cómo en el fondo de muchas de las decisiones políticas del expresidente estadounidense está una relación con su padre no resuelta», advierte este profe de enseñanza primaria y especialista en creatividad, técnicas de estudio y en expresión y comunicación. El caso Bush puede explicar muchos otros. En aprender una lección lo que el padre y la madre piensan y dicen siempre marca el folio desde atrás, aunque no lo hayamos puesto debajo con la intención de copiar.

José María Toro, autor de Educar con Co-Razón (21.ª edición), señala que en el subsuelo de una personalidad podemos encontrar, abreviada, la respuesta a muchas de nuestras conductas, modeladas por el  ambiente en el que aprendimos a ser y a relacionarnos. Por qué agradezco que seas el maestro de mi hijo es uno de los últimos libros de este profe que destaca la importancia de la gratitud y la colaboración entre familias y educadores «por el bien de los niños».

—«Por qué agradezco que seas el maestro de mi hijo» sorprende como actitud ante el profesor, hoy que parece que padres y profes jugamos en equipos rivales. ¿Por qué partir de la gratitud como actitud?

—Porque, primero, deviene de la misma naturaleza, alcance y relevancia de la labor de todo maestro y toda maestra. Son artesanos de las personalidades de sus alumnos. Todo maestro tiene un papel fundamental en la conformación de la ciudadanía. Una de las carencias del currículo escolar es que no explicamos a los niños por qué somos como somos. Cómo vamos forjando una especie de personaje, el que se enfada, el que se irrita, el que manipula...

Cuando un niño está en contacto con su ser esencial, con lo mejor de sí mismo, no entra en esas dinámicas.

—¿Es el maestro consciente de la importancia de su trabajo?

—No siempre. Muchos de los maestros y maestras no tienen conciencia de la importancia de su tarea. La sociedad tendría que postrarse ante un maestro o una maestra dignos de lo que su profesión representa, porque su trabajo es impecable, porque da al educar lo mejor de sí. Así que un primer motivo para la gratitud está en la naturaleza de la profesión. Un segundo motivo vendría de lo que genera el agradecimiento. Cuando agradeces algo a alguien te colocas en una actitud positiva. Digamos que estoy focalizando mi atención en algo que considero valioso. Familia y escuela no pueden estar a codazos. Es imprescindible que estén codo con codo por el bien de los niños.

—¿Cuál es el «superpoder» del agradecimiento?

—Hace que salgamos de la dinámica de la culpabilidad, de esa cadena de reproches en que los maestros reprochan a los padres que no educan convenientemente a los hijos y los padres que el maestro no enseña convenientemente a su hijo. Hay que salir de esta dinámica para entrar en otra de corresponsabilidad y colaboración por el bien de los niños.

—Hay profesores por los que los padres nos sentimos muy exigidos, controlados y reprendidos. ¿No debe haber agradecimiento por las dos partes?

—Totalmente. En realidad, al libro le podríamos dar la vuelta... De hecho, pensé que podríamos escribir una segunda parte a modo complementario. Pero el título podría ser también Por qué agradezco que seas la madre, o el padre, de mi alumno o mi alumna. Un maestro tiene un primer agradecimiento que es radical: los maestros deben agradecer que las familias ponen cada día en sus manos lo que más aman en la vida. Aunque a veces los padres sientan más que la escuela es un lugar de aparcamiento de sus hijos. Pero el hecho es que una familia pone en tus manos lo que más quiere, y esto es de agradecer.

 «A un niño lo que le digas le entra por una oreja y le sale por la otra. Importa lo que llamo el aprendizaje atmosférico»

—¿Importa la opinión que una madre o un padre tienen del profesor?

—Los niños ven a sus maestros a través de los ojos de sus padres. No hace falta ni que lo comentes de manera explícita. Tu hijo o tu hija sabe cómo miras a su maestro, ve cómo respiras o lo que compartes con otros padres. El niño es un sabio. Ve perfectamente si la familia respeta a la maestra o no. Tengo anécdotas impresionantes en este sentido. En el psiquismo profundo del niño hay un principio inconsciente, pero arraigado, que es el principio de fidelidad al sistema familiar. Para un niño, querer a un maestro que es rechazado por su padre o su madre es una traición. El niño, ante ese rechazo, se retira afectivamente de su maestro. Uno no puede aprender de alguien a quien no ama.

—¿No aprendemos también condicionados por el miedo?

—Sí, por miedo o por sufrimiento.

—Los padres de hoy quizá somos muy intrusivos, lo cuestionamos todo.

—Hay una anécdota que incluyo en el libro, que cuenta que cuando la madre lleva a su hijo al colegio por la mañana se queda perpleja cuando el maestro le dice que está de acuerdo con la frase «la letra con sangre entra». Pero él le explica que con esa frase no se refiere a la sangre del sufrimiento del alumno por aprender, sino a la sangre de la pasión del que disfruta con lo que enseña.

—Es interesante el modelo piramidal de las soluciones que propones. ¿Cómo somos y cómo nos relacionamos los adultos es entonces la base del aprendizaje de los niños?

—Claro. Y es importante fijarse en cómo se gestionan los problemas y las dificultades. Estamos en un contexto donde tú ves que, básicamente, los adultos corrigen a los niños. ¿Por qué? Porque no tenemos tiempo para enseñarles. Los adultos estamos sin tiempo para nada. Y más distraídos con la pantalla del móvil que ocupados en atender a nuestros niños. Yo soy muy observador. Entro en una cafetería y observo si hay una familia en una mesa. Observo a menudo que los adultos no están interaccionando con los niños en la mesa. Los adultos están en el mundo de sus conversaciones y han inyectado un móvil o una tablet en el niño.

—El ejemplo educa más que el discurso. Si ven, por ejemplo, en sus padres una relación basada en discusión y conflicto, ¿aprenden que el amor tiene que ver con la pelea?

—Por supuesto. Una cosa está clara: lo que les digas a los niños les entra por una oreja y les sale por la otra. Lo que a un niño se le queda, lo que asume e incorpora, es lo que llamo aprendizaje atmosférico.

—¿Qué quiere decir eso?

—Que lo que tus hijos van a aprender es aquello que se respira cuando estás con tu pareja, en el caso que comentas. Por más que les digas: «Yo quiero mucho a tu padre», el niño se da cuenta de si cuando te sientas en el sofá hay un espacio entre los dos, esos centímetros pueden ser un abismo... O si cuando el niño va a la cama y os ve a cada uno mirando hacia un lado. El niño sabe, instintivamente, que esos centímetros son un abismo. Esto es el aprendizaje atmosférico. Lo que importa no es lo que digo, sino ¿qué es lo que respira un niño cuando está delante de mí?, ¿serenidad, alegría... o lo contrario?

—¿Necesitamos más educación los padres que los hijos?

—Todos necesitamos educación. No es cuestión de cantidad. Nadie cuestiona socialmente que los niños tienen que entrar en la escuela. Es un derecho del niño. Las gallinas y las gatas no necesitan escuela de padres, se guían por el instinto. Pero el ser humano crece en un entorno cultural, por lo que no nos guiamos solo por los instintos. Lo que entra en el ámbito de lo social y lo cultural tiene que ser objeto de aprendizaje para los padres y las madres. El padre debe saber un mínimo de psicología cognitiva evolutiva de su hijo. Y también los abuelos, muy implicados hoy con sus nietos, tienen que entrar en esa comunidad de aprendizaje. Hay que aprender el arte de abuelear. Yo tengo claro que el niño es de sus padres. Ahora, si sus padres me confían el niño una tarde, yo voy a mostrarme con los niños tal y como soy. Si no, que no me lo entreguen. Yo cuando mi nieto se enfada le hago, primero, consciente del enfado. Si un abuelo te dice que eres demasiado permisiva como madre, obsérvate.

—Quizá los abuelos también patinan y se equivocan alguna vez...

—Ni los padres ni los abuelos hemos sido formados en la conciencia del ser y de la presencia. Los abuelos de hoy, salvo que hayan hecho una labor de formación, tienen una carencia fundamental, que también tienen los padres... Porque no hemos sido formados en la conciencia de lo que somos. Esa abuela que dice: «Si no me das un beso, ¡no te quiero!» muestra esa carencia.

—¿Hay que ser competitivo para ganarse la vida y salir adelante en el mundo de hoy y el que está por venir?

—¿Tenemos que ser competitivos? No, no y no. Si competimos, estamos en el personaje. ¿Tú ves a un naranjo competir con otro? Ningún árbol crece compitiendo con otro. Ni siquiera debo competir conmigo mismo. Tengo que desplegar lo que soy. Hay que erradicar de la educación y la sociedad este sesgo propio del personaje. Hay que cambiar competitividad por autorrealización.