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Cuando tu hija es la jefa: «Mi padre trabaja muy bien a las órdenes de una mujer. Y eso es gracias a mi madre»

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La artista Clara Incendio, con su padre.
La artista Clara Incendio, con su padre. cedida

CUANDO LOS QUE MANDAN SON LOS HIJOS. Hay que tener encaje como padre para dejarse dirigir. Ellos invierten los roles convencionales y rompen el molde clásico de la empresa familiar

04 abr 2025 . Actualizado a las 17:41 h.

Lo de Clara Incendio no es normal. Gracias a Dios... O al ejemplo con el que creció esta ecofeminista, cantautora conceptual y fusión, que mezcla flamenco y rock. Clara es ya una jefa en actitud desde los 3 años, desde esa primera vez en la que se subió a un escenario, el del Teatro Imperial de Sevilla. A sus 26, la joven lleva ya un largo recorrido como artista, aunque apenas tres años metida «realmente en la industria musical».

Creció libre, con el ejemplo de una «madre fuerte, empoderada» dando empuje a esa libertad. «Mi padre está muy acostumbrado a estar con mujeres fuertes. Cuando empecé a liderar bandas, a los 11 años, él me regaló un piano. En el sitio al que fue a comprarlo le dijeron que había un bajo a 20 euros, que se lo llevara también», cuenta Clara sobre el inicio de la relación profesional con su primer maestro. Su padre no lo dudó: se lo llevó y empezó a tocar. Y así se metió en las bandas de su niña este hombre que tocó la guitarra antes que el bajo.

Lo de cantar y llevar la voz cantante a Clara Incendio le viene de su madre y de una abuela, «que quiso estudiar música, pero no pudo» por la época que le tocó vivir, cuando todo en igualdad estaba todavía por llegar.

Cuatro bandas juntos y ni un funeral

Clara y su padre han trabajado juntos en cuatro bandas. «Con mi padre a veces es complicado trabajar. Es muy exigente. No siempre te deja disfrutar de los ensayos, pero a la vez esa ambición ha hecho que yo siempre quiera ir más allá. Esto me lo ha enseñado mi padre», recalca Clara.

Su padre al ego masculino le pone un bajo. «Mi padre trabaja muy bien a las órdenes de una mujer, gracias a mi madre». A ella, a su madre, le atribuye Clara haber crecido sin machismos de andar por casa. Otra de las claves de la buena relación profesional padre-hija es separar. «Cuando estoy en el papel de Clara Incendio, soy Clara Incendio. ¡Me da igual estar trabajando con mi padre o con quien sea! Me olvido de que es mi padre», asegura la artista, curtida en la dureza de las opiniones de su progenitor. «¡Cuando hace de músico —explica la artista— es mucho más duro que cuando hace de padre! En lo profesional es cañero, te da opiniones que te pueden no gustar, pero eso te sirve a la vez para hacer examen de lo que estás haciendo».

«Cuando hace de músico es mucho más duro que como padre. Es muy cañero en sus opiniones, eso me hace ir más allá»

Que en la música hay predominio masculino no lo duda. «La música es masculina. En los conservatorios sigue habiendo más hombres. Hay pocas mujeres con instrumentos», señala. En su banda son tres mujeres, la teclista, la chelista y Clara, que advierte que «a los músicos les cuesta mucho ponerse a las órdenes de una mujer». «No es la primera vez que veo grupos en que, siendo la vocalista una mujer, son los hombres los que se ponen a hacer las entrevistas... Y más los guitarristas, que suelen tener mucho ego, no sé por qué».

«Tuve un batería que me llegó a insultar en medio de un ensayo estando allí mi padre. Decía que él tocaba la batería y yo no, así que yo no podía hablar sobre baterías», revela Clara, que también, en su proyecto musical, es la jefa de su pareja, guitarrista.

Defiende su voz propia esta artista que no tardó en tener claro que para liderar su música debía contar con gente cercana. «Por eso cuento con mi padre. Las mujeres debemos buscar nuestra tribu, sean hombres o mujeres, porque la industria musical sigue estereotipando a la mujer que baila, canta y es parte de algo que lidera un hombre. Mi música es entera mía: yo soy la compositora, la arreglista, la productora, la guitarrista y la cantante», concluye la hija de José Enrique, que es su jefa cuando suena la música.

Mari Carmen y Jessica, madre e hija, jefa y empleada en una clínica estética exclusiva en Padrón.
Mari Carmen y Jessica, madre e hija, jefa y empleada en una clínica estética exclusiva en Padrón. PACO RODRÍGUEZ

Jessica es la jefa de su madre:  «Yo me lanzo, mi madre me frena, pero al final ella siempre da más, lucha por mí»

 

Madre, emprendedora y jefa de la empresa en la que trabaja su madre, Jessica Fabeiro (Padrón, 20 de septiembre de 1995) pensaba ya en ser independiente cuando ni tenía mayoría de edad. Lo habitual es que -según los datos de la AGEF (Asociación Gallega Empresa Familiar), tomados de un informe del Instituto de la Empresa Familiar de este año, en la empresa de tipo familiar- los padres sean los que están al cargo y los hijos toman el relevo tras la jubilación. El caso de Jessica rompe el molde. Estudió hasta cuarto de la ESO, hizo el bachillerato y, tras acabarlo, se sintió «un poco perdida». Le rondaba la idea de estudiar Fisioterapia, pero la presión de la selectividad la hizo dudar y querer adelantar al máximo la entrada en el mercado laboral. Jessica quería estrenar trabajando su mayoría de edad. Optó por un ciclo superior. «En mi mente siempre estuvo trabajar y ser independiente. Y decidí hacer en Santiago Estética Integral y Bienestar», comienza a relatar.

En el verano de cuarto de la ESO, dedicó las tardes a trabajar en la cafetería del restaurante familiar de su marido. No lo hizo por papá y mamá: «Era por mí. Porque cuanto menos tuviera que pedirles a mis padres, que siempre me lo dieron, para mí era mejor».

Jessica, con una hermana 12 años menor, tiene la responsabilidad habitual de una primogénita. La diferencia de edad con su hermana pequeña aumentó el peso de ser la mayor.

Tras formarse en el ciclo de Estética Integral, a Jessica le surgió hacer unas prácticas en Bertamiráns. Se quedó en el centro a cubrir una baja de maternidad a jornada completa, que se redujo a la mitad en cuanto la empleada a la que sustituía volvió. En ese momento, Jessica compaginó su trabajo en el centro de estética con la ayuda en el restaurante de sus suegros.

«Empecé colocando cuatro pestañas a unas amigas en casa y todo fue a más. Una amiga se lo contó a otra, la otra a la otra y la cosa aumentó»

Mirando al futuro, las ganas de Jessica querían innovar. Empezó a hacer formaciones. «La primera de las más serias que hice fue de extensión de pestañas. Yo le propuse a la jefa hacer las extensiones de pestañas en la clínica y me dijo que no. Así que empecé colocando cuatro pestañas a mis amigas en casa y todo fue a más. Una amiga se lo contó a otra, la otra a la otra ¡y la cosa aumentó!», revela.

Jessica empezó a hacer clientela antes de tener local. Viendo que su jefa no se decidía a incorporar novedad, Jessica hizo la maleta y se fue a una feria de estética en Madrid acompañada de su pareja, Fabián. En la feria, «en uno de los stands, el de la radiofrecuencia Indiba, conocí a Carlos y a Jorge. Y volví a casa y, muy yo, le dije a mi padre: ‘‘Vi una máquina...! Es una máquina que vale más de 20.000 euros, pero es un referente, es muy buena”. Mi padre me dijo: ‘‘Pues tendrás que valorar tú”». A los quince días, Jessica comió en Vigo con Carlos y Jorge en compañía de sus padres. La razón la llevaba a dudar si en Padrón habría mercado para aquella máquina que la hechizó en Madrid, pero su intuición le decía: «Lánzate». Un crédito personal dio valor a su corazonada. «Jorge y Carlos me dijeron: ‘‘Si ves que en seis meses la máquina no funciona como te decimos, te la recogemos’’. Les pedí que lo dejasen escrito en un papel». Poco confiada a la suerte, esta mujer que ante la duda prefiere arriesgar se lanzó a emprender montando su negocio en una entreplanta. Así arrancó el sueño de Jessica, con ayuda de un crédito personal. Sus padres la apoyaron en todo. «En el pueblo se oía que mi padre me montó la clínica, que es millonario... Mi padre es una persona autónoma que se dedica a trabajar y punto», aclara la emprendedora.

 «Al cambiar a un local más grande, tuve que tirar más de mi madre. Le dije: ‘‘En vez de ayudar, prefiero que te quedes a trabajar conmigo a que te vayas a otro sitio y tener que contratar a otra persona”»

«TUVE QUE TIRAR DE ELLA»

En ese duro momento de despegue, en el 2018, la madre de Jessica no trabajaba. «Y yo necesitaba a alguien que me ayudara con las gestiones. Ella lo hizo como mi madre, pero el negocio fue creciendo y el trabajo también».

Con la mudanza de un local de 80 metros a otro de 250 se hizo más notoria la necesidad. «Al cambiar a un local más grande por necesidad de espacio, tuve que tirar más de mi madre. Le dije: ‘‘En vez de ayudar, prefiero que te quedes a trabajar conmigo a que te vayas a otro sitio y tener que contratar a otra persona”», comparte Jessica, que no ignora el valor emocional añadido, irreemplazable, que tiene emplear a una madre.

El crecimiento de Jessica Fabeiro Beauty Experiencie fue espectacular. «Nunca imaginé que íbamos a llegar al punto en que estamos ahora», confiesa la joven empresaria, que hace un tándem estelar con su madre.

Sus clientes son, en su mayoría, «de fuera». La tecnología que tienen es exclusiva en Galicia. Gente que antes se movía a Madrid o Barcelona visita Padrón para regalarse una de las experiencias de belleza de Jessica, en un centro que cuenta con registro sanitario, y un equipo de dos doctoras, dos recepcionistas y cuatro personas trabajando en cabina que completan esta madre y esta hija complementarias.

«Parecidas mi madre y yo no somos —dice Jessica—... En los gestos puede ser, pero tenemos formas de pensar que son muy diferentes. Ella es mucho más de adaptarse y no tiene esa mentalidad de querer avanzar. Mi madre no toma ninguna decisión sin estar yo. Siempre espera mi palabra para tomar una decisión».

Jessica sale más a su padre en capacidad emprendedora y personalidad ejecutiva. «Mi madre es de frenar. Te va frenando, prefiere que no te metas en complicaciones», explica. A Jessica, en cambio, le cuesta «frenar». Es algo que ve más claro desde que es madre de Sofía. «Antes mi hijo era la clínica», dice quien valora «lo bien que responde el equipo». Pero a Jessica le genera inquietud no estar tan presente en su negocio. «Antes de que naciera mi hija, estaba yo las 24 horas del día. Ahora me veo en casa, con Sofia, y pregunto cómo le fue a cada clienta con la que no pude estar», comenta.

La forma de ser madre va cambiando con el tiempo. Es algo social, generacional. Si a Jessica su madre le dice que no «pasa nada por que Sofía vaya un rato a la guardería», Jessica piensa que no tuvo a su hija «para dejarla en la guardería». Dos posturas razonables, pero es un bien intransferible la seguridad maternal.

¿Separan lo personal y lo laboral?, ¿es posible o cómo se hace cuando se lleva al terreno de la empresa el vínculo madre-hija? Jessica y Mari Carmen se ven a diario en la clínica y comen en familia por costumbre los domingos. Y esos domingos de ocio dejan el trabajo (o lo intentan) fuera del plato.

Mari Carmen es un apoyo vital para Jessica en el trabajo y en la conciliación. ¿Es Jessica comprensiva como jefa con su madre? «¡Creo que sí! Lo soy con todas. Y mi madre, aunque me frena, al final siempre me dice que sí. Lo que me duele le duele a ella. Al ser mi madre, ella lucha siempre por mí. Siempre da más. Me viene con una bolsa de naranjas o me trae un táper a la hora de comer... Siempre da más de lo que pido, siempre», concluye la emprendedora que hace de la belleza una experiencia de lujo en las orillas del Sar.

Los padres y los hijos que son el motor de una de una joyería con arraigo en Ourense.
Los padres y los hijos que son el motor de una de una joyería con arraigo en Ourense. MIGUEL VILLAR

María y Miguel son los jefes de sus padres: «Un día mi padre nos dijo una frase muy gallega, ´Ahí os queda'»

María y Miguel son la tercera generación de una familia de joyeros con arraigo en Vigo y Ourense. Crecieron detrás del mostrador y cuando tenían 20 años comenzaron a dirigir. Ellos rompen en esto el molde de la empresa familiar en Galicia, que representa el 94,3% del total y aporta el 82% del empleo privado

 

De oro de ley es la dedicación y el esfuerzo de quienes sacan adelante un negocio. Es de las pocas cosas que no cambian con el tiempo: el trabajo de montar y sostener una empresa durante décadas. Las bodas de oro cumplirá a finales de año esta empresa familiar que nació antes que la Constitución. Es el negocio de un cuarteto de joyeros formado por dos Migueles y dos Marías. María Luisa y Miguel padres, y Miguel y María hijos. «Esta es una empresa familiar en la que mi hermana y yo somos la tercera generación. La primera fue mi abuelo, el padre de mi padre, que en la posguerra se dedicaba a ir por las ferias a vender oro y plata», comienza Miguel, emprendedor pluriempleado que con 20 años cumplidos se vio al mando de parte de la empresa familiar.

El abuelo de Miguel y María, padre de Miguel padre, tuvo cinco hijos. El hijo mayor montó joyerías en Vigo, su hermano pequeño abrió un local también en Vigo y Miguel (padre de Miguel) hizo lo propio en Ourense. La primera joyería Suyza abrió sus puertas cuando tocaba su fin 1975. «Mi padre iba con mi abuelo a las ferias, pero tomó la decisión de montar la primera tienda en Ourense para dar servicio también a los clientes de la ciudad», una tarea a la que, cuentan los hijos, no tardaría en sumarse María Luisa, la madre de María y Miguel.

Mientras daba los primeros pasos la empresa de papá y mamá, ellos iban a la guardería o quedaban al cuidado de una tía en tiempos en que ni existía la palabra conciliación. María, que es hoy el alma del negocio familiar, la que está cada día tras el mostrador y se ocupa del cambio de escaparates cada dos meses, es apenas 15 meses más pequeña que Miguel. Ella nació a la vez que su primera tienda, que la familia tuvo en alquiler. Al poco, decidieron comprar un local en el centro, y en el 94 abrió la segunda tienda.

Con la apertura del segundo local, en los noventa, llegaron las oportunidades y los problemas. Al menos para el hermano mayor, que se encargó en ese momento de la gestión de esta segunda tienda con el apoyo de su madre: «Pasas a ser, de repente, el gerente de una empresa que no sabes dirigir, en la que tus empleados más importantes son tu madre y tu padre», explica.

La empresa familiar representa el 94,3% (60.550 empresas) del total en Galicia, según datos de la AGEF (Agencia Gallega de la Empresa Familiar), que reúne a 62 compañías con raíces y vocación de permanencia en la comunidad. En Galicia, las empresas familiares aportan el 82% del empleo privado y en ellas lo habitual es, según estas fuentes, que un hijo o hija lidere la gestión cuando la generación anterior se ha retirado. Pueden convivir padres e hijos en la gestión, pero la sucesión no se produce realmente hasta que la generación anterior se retira de la primera línea de gestión.

Miguel y María son una excepción en este aspecto. A ellos la expansión del negocio familiar les pilló con 19 y 20 años, estrenándose como adultos. Y ahí, con sus padres en activo, debieron empezar a liderar. «Mi padre tiene una expresión muy gallega que es: ‘Ahí te queda’. Un día nos dijo: ‘Ahí os queda’. Ahora os toca decidir», cuenta Miguel, que tras ocuparse de la tienda 12 años dio un giro e hizo dos carreras, dos másteres, aprendió seis idiomas y trabajó en distintas empresas de doce sectores diferentes.

Giros de timón

«Decirle a tu madre, con su experiencia, qué cosas tiene que hacer te chirría. Si se enfadaba, al salir por la puerta del negocio, pasaba a ser mi madre, y era la persona con la que yo vivía. Era complicado. Siempre nos dejaron hacer. Tanto nos dejaron hacer mis padres que era ‘¡vosotros veréis cómo lo hacéis!’», cuenta Miguel. Él y su hermana podían verlo o no claro, pero a su madre y su padre sí veían qué hacían, porque los padres no se desocuparon del todo del negocio jamás, ni siquiera hoy, que están ya jubilados, pero visitan cada día la joyería, hacen las gestiones y recados que precisan sus hijos. Y son el valor de la experiencia.

En el 2008, Miguel se desvinculó del día a día de trabajo presencial en la tienda, tras años de mostrador. Pero de la gestión no se ha desentendido. El trabajo en remoto le permite estar al día. Y cada jueves acude desde A Coruña, donde vive con su mujer y sus dos hijas, a Ourense para abordar con su hermana María los asuntos de la joyería. En el 2011, montaron el primer e-commerce de la empresa, la web de venta online, que tuvo una segunda versión al cabo de tres años y está a punto de la tercera este 2025. De esta parte se ocupa Miguel; de ella se ocupó incluso cuando vivía en Alemania. Mientras, su hermana se centra en el trato con proveedores y clientes. «Ella es la cara amable de la empresa», asegura el hermano mayor.

La rama familiar de joyeros de Vigo se posicionaron en el sector del lujo. Mientras, la rama ourensana sufría en el 2017 una inundación. Fue cuando la madre se acababa de jubilar y María daba a luz a su segunda hija. Miguel en ese momento trabajaba en otra empresa. «Nos planteamos: ‘¿Cerramos o hacemos algo distinto?’». Cerraron los ojos y arriesgaron lanzándose a la joyería infantil. El hecho de que María fuera mamá principiante les dio la idea de apostar por el mundo infantil. Hoy, su joyería es referente en Galicia. María echa mano de su faceta de madre para tener iniciativas que den chispa al negocio. Miguel y su mujer, Luisa, le presentan a María propuestas creativas desde su agencia de comunicación y es ella la que las materializa.

Para celebrar el 50.º aniversario de la criatura empresarial que ha visto a la familia crecer tienen varias ideas, como una campaña de microinfluencers para lograr llegar más a la gente.

Con 79 años y 72, Miguel y María Luisa, los padres de María y Miguel, van a la tienda cada día. Si hay que colocar bolsas, lazos o archivar facturas, se ponen, sin renunciar al aquagym.

¿Se dejan los padres mandar? «Ven que mi hermana sola no puede. Y si hay que hacer un presupuesto para una sortija, mi padre lo hace en 30 segundos». Es el saber del mucho hacer.

María y Miguel van de feria dos veces al año. Mantienen la vieja costumbre con la que su abuelo paterno empezó en un oficio que saca brillo a diario al valor del esfuerzo.