Los mejores restaurantes para comer a la orilla del río en Galicia

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O Muíño das Lousas en O Carballiño
O Muíño das Lousas en O Carballiño Santi M. Amil

Combinación de buena gastronomía y paisaje. Comer en un entorno como los que ofrecen estos cuatro locales, donde el murmullo del agua acompaña cada bocado, es un placer al alcance de la mano en Galicia

04 abr 2025 . Actualizado a las 12:14 h.

Comer a poco más de tres metros sobre un río, con mesa y mantel y a la carta, es todo un lujo. Así ocurre en el Parque Etnográfico del río Arenteiro, en pleno pulmón del concello ourensano de O Carballiño. Allí se encuentra el restaurante O Muíño das Lousas. Descubrir sus instalaciones, en un antiguo molino de agua abandonado, ya merece de por sí una visita. También su oferta gastronómica, una carta con productos locales y de temporada en la que destacan las carnes a la brasa. Pero el verdadero tesoro del local reside en sus terrazas, en sus vistas al río y en el murmullo constante que envuelve la experiencia gastronómica y que cambia en cada estación del año, en el día a día y a cada minuto. El río forma parte, en definitiva, de la experiencia completa de comer en O Muíño das Lousas. Y si el tiempo no acompaña, no hay problema. Un cierre con ventanal superior no solo resguarda del frío, sino que deja ver perfectamente el paso del agua del Arenteiro camino al río Avia, en donde desemboca. «A xente que chama para reservar sempre pide terraza, sobre todo a partir deste mes. Dáse o paradoxo de que moitos veñen polas vistas que saen nas redes sociais e logo sorpréndense pola oferta gastronómica. E ocorre ao revés, saben da nosa boa cociña e logo cando chegan impresiónanse pola terraza no río», explica Luis Méndez, encargado del restaurante.

 La capacidad de las terrazas (una a tres metros del río y otra a quince) varía. Caben alrededor de veinte mesas, unas sesenta personas, pero los espacios se adecúan para que el comensal se encuentre lo más cómodo posible. «Dependendo da época do ano, do calor, do frío ou da choiva, colocamos as mesas. Tamén temos que ter en conta as crecidas do río. O obxectivo é que o cliente sempre estea cómodo e goce da experiencia completa resgardado», añade Méndez.

Tal es la demanda de las terrazas que han tenido que transformar una de ellas —pensada en principio para una zona donde degustar cócteles a media tarde o tomar un café tranquilo— y convertirla en un comedor. Y ahora la oferta al aire libre es mayor que la del interior del establecimiento. «Estamos nun sitio privilexiado», puntualiza.

Al frente de O Muíño das Lousas está Carlos Auderset y su gerente es Alba Fernández. Tras la pandemia cogieron las riendas de este mítico restaurante que estuvo cerrado durante más de una década. Han sabido sacar partido no solo a su experiencia gastronómica, sino también a un entorno que se ha convertido en todo un referente. Un ingrediente más de la carta. 

El agua de banda sonora 

Con el buen tiempo, en la Muiñada de Barosa, junto a la fervenza del mismo nombre, cuesta encontrar una mesa. Desde la terraza se ve cómo el agua baja en forma de cascada por las rocas. El sonido y la imagen a la que se asoma la terraza de esta tapería sorprende a los que se acercan solo por la naturaleza. Y si a los gallegos les gusta pasar por aquí, los peregrinos desvían su camino para tomarse unas tapas típicas de Galicia con el río como banda sonora. Es de los chiringuitos que abre todo el año, aunque fue el pasado fin de semana cuando dio el pistoletazo de salida a la temporada.

ADRIÁN BAÚLDE

«O domingo non sabes como estaba isto, tivemos a sensación de estar en pleno agosto», señala Álex Laiño, que reconoce que lo que tanto atrae a los clientes es su día a día. «A fervenza sorprende, pero nós xa estamos acostumados», recalca. Hay quien escoge este rincón de Barro, municipio pegado a Pontevedra, viviendo en los concellos limítrofes, pero como explica uno de sus dueños, «os que de verdade alucinan son os do sur de España. Na fin de semana está cheo e de luns a venres vivimos dos peregrinos». Dan comidas y cenas, pero también es un rincón para tomar algo y ver cómo el río Agra se convierte en el Barosa y más adelante pasa a ser el río Chaín, antes de unirse al Umia.

Con la primavera empieza la temporada dura de trabajo y también la más difícil. Y no es porque no den abasto. El problema está en el tiempo. En estas fechas se mezclan los días nublados con los calurosos y la afluencia de clientes fluctúa tanto que les es difícil ajustar el personal. «Estamos en la época difícil porque igual baja la temperatura y está vacía la terraza o se llena todo cuando sale el sol», explica Álex Laiño. Para el verano necesita siete personas y en la época de invierno le basta con tres. Así que en estos meses de entretiempo, en los que se mezclan las altas temperaturas con las heladas es difícil predecir. Pero no solo de su terraza vive a Muiñada de Barosa. Enfrente tiene un chiringuito para despachar helados y granizados que con sol hacen el agosto en pleno abril.

Álex Laiño fue el primero en meterse en esta aventura hace ya siete años. Al principio hizo el camino él solo. Abrieron poco antes de que acabase el año y la pandemia frenó un poco esa proyección. Pero supieron reponerse a cada contratiempo y convertir a Muiñada en una parada obligatoria en las Rías Baixas. «Cando o vin, souben que era un deses locais que se podían manter a futuro», recuerda. Poco después de comenzar esta aventura y cuando el covid todavía azotaba el mundo, se unieron al proyecto Iago González y Óscar Cousido.

Cada uno tiene un papel en esta sociedad, que también lleva la Taberna Praza en un destino tan turístico como O Grove. «O que sorprende a Muiñada de Barosa nótase polo feedback dos clientes. Contan o sorprendidos que están, esa é a diferenza con outros locais», explica Laíño, que es el encargado de la cocina. A Iago González le toca estar en sala y otra parte de la gestión. Entre los tres sacan adelante el chiringuito que no envidia nada a los de playa. Aquí el río salva una caída de 60 metros que tiene tanto encanto en invierno como en verano. 

RÍO Y CAMINO A UN TIEMPO

Es un pecado decir que Ponte Maceira la descubrieron los peregrinos, porque es una aldea bonita desde mucho antes del renacer contemporáneo del Camino, pero es cierto que ganó fuerza y popularidad gracias al empuje de de la histórica ruta entre la praza do Obradoiro y la Costa da Morte. La pequeña localidad que se reparte entre los municipios de Ames y Negreira cuenta con menos de un centenar de vecinos, pero se ha proyectado como un lugar especial para conocer, entre otras cosas por el magnetismo del río Tambre. El reconocimiento definitivo fue su declaración como uno de los pueblos más bonitos de España. Este espacio natural tiene una peculiaridad, y es que solo hay una casa señorial, los molinos, algunas viviendas rurales y un restaurante que está literalmente encima del río, hasta el punto de que es frecuente que en invierno el agua amenace o entre directamente por las puertas y ventanas. «Este ano quedou ao límite», confiesa Borja Rodríguez. Este negreirés está al frente del restaurante Ponte Maceira desde finales del año pasado. Como vecino de la zona se confiesa como un «namorado» del lugar, y para él es todo un honor ser el rostro que recibe a paseantes, peregrinos y turistas que se acercan a diario, de un tiempo a esta parte incluso en autobuses que mueven los turoperadores. 

El restaurante Ponte Maceira está a un cuarto de hora de Santiago.
El restaurante Ponte Maceira está a un cuarto de hora de Santiago. PACO RODRÍGUEZ

Este hostelero sin pretensiones se ha convertido en una especie de embajador de este rincón que está a un cuarto de hora de Santiago y algo menos desde el desvío de la AP-9 (salida en O Milladoiro), y se muestra feliz ofreciendo información, dando de beber y cocinando para los que hacen una parada que ya es obligada para cualquiera que tenga tiempo de extender su visita a Compostela.

El local cuenta en temporada alta con dos terrazas, una cubierta y otra descubierta, además del interior, que tampoco tiene desperdicio, porque cuando el río va muy cargado «comes enriba da fervenza», explica Borja, que ha impuesto una nueva filosofía de trabajo para hacer de su local un espacio abierto a cualquiera que pase por allí, bien sea para tomar un café, una caña o sentarse a comer a gusto sin necesidad de una reserva o con la obligación de un desembolso elevado. Es consciente, por ejemplo, de que los peregrinos que llegan desde Santiago llevan algo más de tres horas caminando y que aparecen por allí entre las doce del mediodía y la una. En ese momento, reflexiona, «teñen outras necesidades, queren algo lixeiro, ir ao baño e hidratarse», de ahí que haya adaptado su cocina a dos cartas, una enfocada al tapeo sencillo y otra más profunda, con gastronomía de temporada a precios razonables, así como menús ajustados para grupos. Pero lo más importante, incide, es que disfruten de un entorno tranquilo y que merodeen por el puente del siglo XII construido sobre los pilares de una construcción romana que se fue adaptando a las necesidades en siglos posteriores. Con todo, tiene una reclamación pública. Que no decaiga el cuidado del enclave, declarado bien de interés cultural en el 2022. 

EL AFLUENTE DEL MIÑO

Lo primero que viene a la cabeza de muchos lucenses al pensar en un restaurante a los pies de un río es O Mazo de Santa Comba. El lugar, un espacio mágico rodeado de una naturaleza espectacular, forma parte del Conxunto Etnográfico do Mazo de Santa Comba, custodiado por el río Chamoso. El restaurante es una de las diversas edificaciones que la Diputación de Lugo recuperó hace años y que llama a los visitantes a pasear por los senderos y descubrir las maravillas de un paisaje idílico después de degustar un menú casero plagado de sorpresas.

El Mazo de Santa Comba, en Santa Comba (Lugo)
El Mazo de Santa Comba, en Santa Comba (Lugo) Óscar Cela

El establecimiento se encuentra a solo quince minutos de Lugo, por lo que es fácil hacer una pequeña escapada para disfrutar del monte y de la comida. El edificio fue construido a principios del siglo XX y, aunque inicialmente fue un aserradero, hace años que se convirtió en un restaurante muy frecuentado por familias y grupos de amigos. El interior de la casa es lo que más llama la atención a los comensales, ya que destacan grandes ventanales con vistas directas al afluente del río Miño, que discurre casi a los pies de los comensales y les acompaña con su rumor y belleza.

Además de las vistas al río que ofrece el comedor, los clientes tienen la suerte de disfrutar de un menú muy variado y elaborado con productos de la zona. Destaca especialmente la gran oferta de entrantes, entre los cuales hay croquetas caseras, carne de ternera y de vaca, bacalao, truchas, anguilas, zamburiñas, pulpo y verduras cocinadas con distintas técnicas.

El postre es el otro gran atractivo, con una gran cantidad de opciones a elegir. Las tentaciones dulces más solicitadas son las cañas, el flan de café, las natillas, la mousse de limón y las distintas tartas de queso, tres chocolates u orujo.

O Mazo de Santa Comba estuvo cerrado durante unos meses, entre noviembre del 2021 y agosto del 2022. Recuperar el restaurante fue un alivio para los lucenses, que vieron cómo, a pesar de haber cambiado de manos, mantenía su esencia intacta. De hecho, fue Enrique Reigosa, un antiguo empleado del local, quien consiguió recuperar la concesión para seguir ofreciendo el servicio a los que se acercan al Conxunto Etnográfico para pasear y disfrutar de la naturaleza en su máximo esplendor. De su mano, el establecimiento consiguió un prestigioso reconocimiento, un Solete Repsol en el 2024. Llegar a este restaurante desde Lugo es muy sencillo, lo que sin duda es otro punto a favor. Tan solo hay que coger la N-VI y, en la rotonda de Nadela, optar por la salida de la LU-546 hasta Santa Comba. Después solo es necesario seguir las diversas indicaciones que llevan hasta el mazo. Solo quince minutos separan la ciudad amurallada de este maravilloso establecimiento.