Isabelle Junot, «coach nutricional» e «influencer»: «Después de estar diez años a dieta, ahora no me privo de nada»

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Felix Valiente

Habitual en los círculos sociales y defensora de un estilo saludable, debuta con un libro sobre bienestar y desarrollo personal en el que cuenta cómo se ha reconciliado con la comida. «A lo mejor me apetecía un pescado el sábado, y solo por ser sábado tocaba comer ?burger? o pizza», señala

26 may 2025 . Actualizado a las 09:15 h.

«Me llamo Isabelle y soy (ex) binge eater (comedora compulsiva)». Así se define Isabelle Junot (Nueva York, 1991) en Eat Girl, el libro que acaba de publicar, en el que relata su obsesión por perder peso, que la tuvo años y años siguiendo todas las dietas de moda hasta que entendió que tenía que cambiar su forma de relacionarse con la comida. «Ahora no me privo de nada, simplemente uso la lógica», señala la hija de Philippe Junot, esposa de Álvaro Falcó y concursante de MasterChef, además de coach nutricional, que en su nuevo proyecto abre las puertas de su mundo interior para compartir herramientas, experiencias y aprendizajes que han marcado su camino. Conocida por su estilo de vida saludable y su elegancia natural, Isabelle Junot debuta como autora de un libro, que no es solo una guía de bienestar, sino una declaración de intenciones: la de vivir con consciencia y coherencia. Estará firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid el próximo 31 de mayo de 12 a 14 horas en la caseta de El Corte Inglés (236-237).

—Dices que quieres romper con todas las reglas rígidas que hay en torno a la comida. ¿Cuál sería la primera?

—La de tener alimentos prohibidos. «No puedo comer esto, no puedo comer esto». Quitar ese «no poder» y cambiarlo a «elijo no tomarlo, porque me sienta mal», o por lo que sea, pero que no sea porque tengo miedo a engordar. Transformar la prohibición en la elección de no tomarlo, que parece una tontería, pero ya cambias el chip. 

—Confiesas que eras una comedora compulsiva, experta en atracones...

—Era mi mentalidad de todo o nada, porque pensaba que tenía que restringir todo lo que me gusta, que era todo lo que engorda: bollos, azúcar, chocolate, lo que sea... y por tener esa restricción constante, una vez que lo tomaba o que caía ya era un todo o nada, y mañana empiezo de cero. Eso es lo que te lleva a «saltarte» tu regla y comer con más descontrol. 

—¿Te llegaste a poner mala de los atracones?

—No, era más como que no te sientes muy bien ni físicamente ni mentalmente cuando comes una cantidad más grande de lo normal de alimentos que no son nutritivos. 

—Dices: «Me he pasado la veintena intentando seguir todas las dietas de moda». ¿El objetivo era un cuerpo perfecto?

—Claro, intentando quitarme siempre esos últimos kilos, verme mejor, si no es una cosa, es la otra. Era un poco como la norma. Todo el mundo siempre estaba a dieta, pues tú también. Era la idea esa que tenemos de cuidarse entre semana y el fin de semana disfrutar, pues se convertía en disfrutar demasiado hasta el punto de no escuchar lo que realmente te pide el cuerpo. A lo mejor me apetecía un pescado el sábado y está fenomenal, pero simplemente por ser sábado ya tocaba comer la burger, la pizza... Esto hacía que llegara al lunes harta de comer mal y decía: «Pues no le pongo ni aceite a la ensalada». Para mí no tenía sentido y me parecía lo opuesto a ser un ejemplo, más si estaba estudiando para ser coach nutricional

—Cuesta creer lo que cuentas, porque, además, tú siempre has sido una chica delgada. ¿No te veías así?

—Es un poco una cultura en la que vivimos, como quién es la que mejor se cuida, quién es la que no sé que... Yo no me veía gorda ni mucho menos, ni nunca he estado gorda. Lo que pasa es que al final del día uno siente que nunca es suficiente. No sé si puedo hablar por todo el mundo, pero, por lo general, muchas veces sentimos que hay algo que arreglar, porque es el mundo en el que vivimos. Hay un problema que es la imagen corporal, y te venden soluciones en todas las esquinas, y tú caes. En vez de reconciliarte un poco con cómo estás. Obviamente, es muy fácil para mí decirlo, porque yo no estoy sufriendo con un cuerpo más grande de lo normal, no estoy justificándome ni quejándome de nada, pero al final del día la imagen corporal no tiene ni tamaño ni raza ni nada. Un simple ejemplo son las mujeres que sufren anorexia o bulimia, muchas veces tienen un peso muy inferior a lo que sería un peso normal, y uno se pregunta qué locura que esa persona se vea gorda, pero la imagen corporal no tiene que ver con el cuerpo, sino con la mente. 

—¿La sociedad nos empuja un poco a esta obsesión por la báscula y la talla?

—Totalmente, el objetivo es adelgazar y nos da igual cómo llegar a esa meta. Simplemente te dicen que tienes que quitarte 15-20 kilos, y fenomenal. A lo mejor no se preocupan tanto por cómo llegas, sino con llegar. Y a mí lo que me preocupa es cómo llegas a esa meta. 

—¿Cuándo hace clic tu cabeza?

—Cuando estaba estudiando para sacarme el certificado de coach nutricional y leí el libro de Alimentación intuitiva, pensé: '¿Esto por qué no lo enseñan en el cole?'. Obviamente, sabes que el azúcar, en general, o en grandes cantidades, es el enemigo, que tienes que intentar no tomarlo, pero al prohibírtelo o demonizarlo tanto, pues me sentía fatal, pensaba: ‘Soy lo peor', y siempre me hacía quererlo un poco más. Y entendí que hay otra manera de relacionarse con la comida, que no es que todo esté prohibido, que te va a matar o hacer engordar, sino hay que comer para sentirse bien, en vez de para verse bien. Es reconectar contigo misma, no simplemente copiar a las influencers que sigues en las redes, porque a lo mejor lo que funciona para ti no funciona para mí. 

—A veces nos contagiamos...

—Con tanta información que nos llega todos los días: qué hay que desayunar, que si hay que ser vegano, que si hay que comer carne, ahora se ha puesto de moda otra vez la dieta carnívora, pues fenomenal, pero hay que pensar en lo que a uno le sienta bien. A mí, Isabel, me sienta mucho mejor tener una gran base de carbohidratos, necesito incluirlos en mi comida tanto para saciarme como para satisfacerme, y a lo mejor comer proteína solo no me funciona, en cambio a mi amiga le va estupendo. Hay que tener esa intención cuando empiezas a comer para descubrir qué es lo que te funciona, en qué cantidades, con qué mezclas, y para qué. A lo mejor tienes un día lleno de trabajo, tienes que estar mentalmente eficiente, o vas a entrenar, a hacer mucho deporte, pues en días así yo sé que voy a tener que nutrir mi cuerpo con un poco más de proteína; y días en los que voy a estar todo el día en casa, no me importa comer más carbohidratos. 

—Ir viendo lo que le va bien a cada uno.

—Exacto, y ni siquiera es cada uno... esto es cada día, cada semana, en cuanto a tu ciclo menstrual... Hay tantos factores que entran en juego, que es como pausa un poco, reconecta con tus señales internas y deja de basarte tanto en esos factores externos, que son esas dietas de moda, y si no son dietas, son estilos de vida de no puedo comer esto, que te llevan a obsesionarte, a darte un atracón, a picar o comer con impulso más tarde. Es aprender a dejar esas reglas alimentarias que son inventadas o cogidas de otra persona, y decir: ‘Tengo hambre', no es hora de comer, ¿importa si como? No, probablemente si como algo entre el desayuno y la hora de comer, llegaré con menos ansiedad, y puedo comer más tranquila sin comerme el pan entero de la cesta. 

—¿A partir de ese momento se acabaron las dietas?

—En algún momento voy a volver a hacer una dieta, cuando tenga esa reunión, una boda o lo que sea. Pero llega un momento en que piensas que ya no tienes que hacerla, sino ser un poco más consciente. Es surrealista decir que nunca voy a comer dulce otra vez, o durante cuatro semanas no voy a tocar el chocolate, o no voy a comer carbohidratos. Es mucho más fácil y llevadero a largo plazo decir: «¿Quiero cambiar algo?», porque no me gusta lo que estoy viendo, o cómo me estoy sintiendo en mi cuerpo o estómago, pues voy a ser proactiva e intentar estar más presente. Decir: «¿Tengo hambre realmente? ¿Qué es lo que me apetece comer? ¿Qué no me va a hacer levantarme en una hora buscando de todo?

 —¿Comes lo que te apetece o te privas de algo?

—Yo, personalmente, no me privo de nada. Es muy simple, uso mi lógica. Pienso: «Me apetece ese dónut», pero en una hora voy a comer, no me voy a fastidiar mi apetito para la comida, así que mejor me como el pollo con la ensalada, con un poco de arroz, y luego disfruto del dónut, o de la mitad. Porque, a lo mejor, como ya te lo permites, no es tan tabú, no es tan ahora o nunca, no piensas que mañana, así que acabe esto, no vas a poder tocarlo. No, yo puedo tomarme un bocado, y decir: «Uf, qué increíble está, estoy un poco llena, quizás en una hora lo disfrutaré aún más, y me tome otro bocado». Dejar de vivir con esas urgencias y esa locura con la comida. Y también tengo momentos, en los que me apetece estar un poco más fit, porque yo no denuncio que uno no pueda adelgazar, que es muy normal y natural en este mundo que vivimos querer adelgazar y querer verse mejor. Yo soy una de esas a las que también les gustaría mejorar lo que sea, pero lo hago con cabeza, sin prisa, lo hago a largo plazo y, sobre todo, disfrutando.

 —Un equilibrio.

—Yo tengo clarísimo que no me voy a privar de cosas que me hacen feliz, tampoco las voy a comer a todas horas, pero yo me tomo un chocolate todas las noches después de la cena. Y ya te digo que no es una onza de chocolate negro, es blanco, con leche, a veces a lo mejor son tres... Siempre tengo algún postre. Y puedes pensar: «Pero tú puedes comer lo que te da la gana y no engordas», para nada. Este no es mi argumento, ni me importa. Yo ahora mismo estoy en una época de mi vida, después de tener a mi hija, que peso seis kilos más de lo que yo solía pesar. ¿Es un drama? Absolutamente no, pero todos mis pantalones de antes no me caben. ¿Qué hago? Acepto este nuevo cuerpo, quizás algún día volveré al otro, o quizás no, no lo sé, pero sigo trabajando y yendo al gimnasio para sentirme bien, no para quemar la pasta de anoche.

 —No podemos vivir esclavos de la báscula.

—No, sobre todo, tenemos que entender que los cuerpos fluctúan. Y lo que intento decirme, porque no soy inmune a todo esto, y hay veces que me veo o algo no me cabe tan bien como antes, y obviamente tengo esa voz en mi cabeza que me dice: «Madre mía, Isa, podrías mejorar». Pero lo que no dejo es que me amargue y que eso desencadene una serie de comportamientos con la comida que acabe restringiéndome, dándome un atracón, sintiendo culpa, volviendo a comer. Intento tener cabeza, y, sobre todo, creo que es importante recordarse que tu cuerpo, sinceramente, es lo menos interesante de ti. Que me parece estupendo quien quiera tener un cuerpo perfecto, pero no es más importante.

—La vida que llevas de viajes, actos, eventos... no ayuda a tener una alimentación ordenada. ¿Esto influye, no?

—Sí, tiene una parte negativa, porque sales de tu rutina y no comes a lo mejor lo que tú quisieras. Yo en mi caso no tengo ese lenguaje de «me he salido de mi dieta», simplemente me adapto a lo que hay. La verdad que me emociono muchísimo cuando voy a eventos y sacan... no sé, el bombón de foie, la croqueta... Lo como feliz. Para mí viajar es más difícil porque en un avión las opciones son más limitadas. Pero a la vez es un reto.

 —Ahora mismo tú sigues una alimentación intuitiva.

—Sí, a mí me gusta sentirme bien, y ¿cómo lo consigo?, comiendo nutritivo siempre y cuando puedo. Intento tener un equilibrio en mis comidas, pero no me voy a volver loca si de repente me hago una pasta, aunque idealmente me gustaría que estuviera acompañada de un poco de verde y de proteína, y no me voy a sentir culpable ni me voy a machacar. Simplemente, voy a intentar organizarme para poder tenerlo todo para la próxima vez.

 —Me hace gracia cuando dices en el libro que el brócoli y el «brownie» deberían ser iguales en nuestra cabeza.

—Sí, evidentemente nutricionalmente no son iguales y no deberían ser vistos como iguales para nada, pero emocionalmente no puedes decir que has fallado, que seas un caso perdido o malísima por haberte comido un poco de postre o el postre entero, y que eres una heroína si te has comido el brócoli. Hay que dejar de decir «esto es bueno y esto es malo», porque eso fomenta más ese sentimiento de culpa que hace crecer esa necesidad de restringir y que acaba en atracón. Hay que usar tu intuición, pero con lógica y razonamiento. No es comer lo que quieras cuando quieras. No se trata de eso, porque comer chucherías todo el día no te hace sentir bien, no va con la alimentación intuitiva.

 —¿Qué es lo mejor de hacer las paces con la comida?

—Dejar de tener alimentos prohibidos, y de decirte: «Esto no lo puedo tomar». Por ejemplo, el helado. No es que no lo puedas tomar, porque si no eres mala o vas a engordar, no, sino que miras el helado y piensas: «¿Realmente me apetece?». Pues no tanto, porque sé que lo puedo tomar cuando me dé la gana. Cuando no están prohibidos, ya entra el poder elegir. Te sientes más empoderada. 

—¿Y qué tal te llevas con la cocina?

—Pues es muy importante llevarte bien, y te diré que es lo que más me faltaba, y lo descubrí haciendo MasterChef. Yo no sabía cocinar, tampoco me interesaba tanto, y ahora sí. Cuando estaba escribiendo el libro, y creando el curso online a la vez, tenía muchísimo trabajo, estaba enfrente del ordenador 24/7, y lo último que necesitaba al llegar a casa era sentarme delante de la tele, sentía que estaba perdiendo mi vista, pero me ayudaba hacer unas cookies o algo más casero, con ingredientes un poco más nutritivos. Yo asocio la cocina a estar un poco más presente, a parar un poco, como un momento de desconexión.

 —¿Te gusta?

—No es lo mío lo de cocinar, pero cuando estoy muy estresada o muy ocupada, necesito ir a casa, y hornear algo, hacer algo con mis manos, me parece que hay un arte en eso, como que te centra. 

—¿Con qué plato te quedas?

—En mi casa hacen un pollo al horno, que es el mejor que he probado nunca. Lo ponían en casa de mi abuela, que es de Dinamarca, todo lo hace ella, es una cultura muy casera y muy de producto local.