El dolor de una familia con una niña trans: «Mi hija con 5 años me llegó a decir que era un engendro genético»

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Cloe es una niña trans y su madre, Carolina, ha transicionado con ella: «Yo he vivido dos maternidades». De manera paralela, ambas han evolucionado en otras personas
26 may 2025 . Actualizado a las 16:45 h.Carolina y Jorge formaban una «familia heterocista, normativa, con un hijo, además rubio, precioso, con amigos LGTBI, pero eso no te hace activista, ni te hace saberlo todo», y un buen día su niño de tan solo 5 añitos empezó a manifestar que no se sentía a gusto con su cuerpo, que preferiría ser una niña. «Ninguno de los dos dábamos crédito. Cuando tuve a mi bebé en el 2011, pensaba que todo iba a seguir su curso natural: criar, ir al cole, extraescolares, seguir trabajando... Como cualquier ser humano que tiene hijos, con las cosas, obviamente, que puedan pasar. No piensas que esto sucede, pero sí que sucede. Al principio, —continúa— pensaba que sería una fase, un juego, pero cuando dice: ’Mamá ¿me levantaré y seré una niña?, ya empiezas a ver que no, o cuando te dice que es un ‘engendro genético’, o ‘prefiero morirme antes que ir al colegio’. Con 6 o 7 años puede autolesionarse, de hecho, en algún momento ha hecho cosas feas, y es ahí cuando empiezas a buscar ayuda», cuenta Carolina, una madre que, a pesar de haber parido solo una vez, ha vivido dos maternidades, incluso dos vidas. Una transición como persona a raíz de una maternidad que le ha hecho replantearse todo, incluso su existencia. «Empiezas a cuestionarte como madre, si lo estás haciendo bien, si no has prestado la suficiente atención, si lo que pensabas... He sufrido una catarsis como mujer. Me he planteado por qué ella se sentía mal de pequeña y yo no. O por qué a mí me decían Carolina y me hablaban en femenino, y yo no me sentía mal, y ella sí», dice la autora de Una maternidad en transición, donde la mamá de Cloe cuenta el viaje que ha realizado desde que se convirtió en madre. La terapia que ha hecho a la par que lo escribía le ha servido para cerrar muchas heridas.
Ni Carolina ni Jorge tenían ni idea de lo que era una infancia trans, habían tenido alguna referencia, pero de adultos. Las preguntas se acumulaban sin cesar, apostaron por informarse, por ir a especialistas que les explicaran lo que estaba pasando. «Recuerdo que cuando me dijo: ‘¿Yo puedo ser una niña?’, le puse como un techo, le dije: ‘Cuando seas mayor’. Ni siquiera sabía cuál era el proceso. Tuvimos que ir a una sexóloga y a una unidad de identidad de género a que nos explicaran qué es lo que ocurría, y que esto no era, al final, un juego, que es lo que realmente piensa la gente».
En el 2018, un par de años después de que Cloe manifestara su malestar, sus padres, que siempre dejaron que las cosas fluyeran, vieron que estaba «sufriendo», —les decía que se quería morir, no quería salir de casa, ni ir al colegio—, y que tenían que tomar una decisión. Ahí comenzó una transición social que culminó hace un par de años cuando iniciaron los trámites judiciales para tener su DNI como mujer y su nombre (solo se puede hacer a partir de los 12 años).
Llegar hasta aquí no ha sido sencillo. Pero asegura que Jorge y ella han ido a la par, si no, no hubiera sido posible. Al principio, decidieron vivirlo en la intimidad, estar un poco «escondidos», «llorarlo y vivirlo juntos» sin que se enterara nadie, porque no estaban preparados para que les atacaran. Tuvieron miedo, dolor, ansiedad... A la vez que acudieron a profesionales para asesorarse, se hicieron visibles en redes sociales para encontrar a más familias en su misma situación, ya que solo habían localizado dos casos, y eran chicos de 17 años. «‘No puede ser que a mi hija le esté pasando esto, y no haya nadie en la humanidad que esté pasando por lo mismo’». Se les ocurrió lanzarlo para ver si salían familias y hacer piña. En ese momento recibieron mucho ‘amor’, muchos testimonios de personas que estaban sufriéndolo. Durante un par de años fue «maravilloso». Pero luego se complicó. «Sobre todo, desde hace un par de años, a raíz de la Ley Trans, los discursos cada vez son más heavies, y recibo oleadas y oleadas de odio. Rescatan una entrevista del 2019 o 2020 y me dicen lo de siempre: que si soy una manipuladora, que si lo que quería era una niña y por eso la disfrazo, que si tengo el síndrome de Munchausen... ¿Tú crees que alguien se querría poner en esta tesitura de esta vida tan complicada? Mi hija sabe que la adoro, pero si pudiera elegir, la pariría con una vagina y que fuera feliz. Que no tenga que estar pasando por todas estas barbaridades que pasa, por el bullying que ha sufrido en el cole, que he sufrido yo como madre, como familia...», indica Carolina, que añade que otro de los propósitos de plasmar su historia por escrito es que se la conozca a ella y que se conozca el perfil de una madre que realmente ha transicionado a la par que su hija.
Cloe tiene ahora 14 años y, según cuenta su madre, lleva prácticamente toda su vida manifestando que es una mujer. ¿Cuál es la opción que le das a unos padres ante eso?, se pregunta Carolina. «Porque yo no veo otra que la que hicimos». La etapa de primaria no fue fácil. Afortunadamente, ahora, que lleva dos años en el instituto, la situación está más estable. «Ella está más tranquila. Hay cinco o seis niños que todavía le cambian el nombre y el género, pero a sus espaldas, porque el centro ha tomado medidas. Sabe que el instituto es un espacio seguro y que los profesores están con ella, que la apoyan, algo que en el colegio no pasaba porque ‘eran cosas de niños’. Ahora hace una vida casi como cualquier adolescente».
UN MILAGRO
El embarazo de Carolina fue una especie de milagro. Tenía 32 años y estaba en medio de un tratamiento oncológico. Jorge y ella habían decidido acudir a una clínica de fertilidad para ser padres. Cuando les dijeron que tenía que ser FIV, se dieron unos meses para pensar y retomar el tema a la vuelta del verano. En ese impás, mientras seguía con pruebas, le detectaron un bulto en el cuello, que acabó siendo un tumor maligno. La operaron y le dieron un tratamiento a base de yodo radiactivo. «Me dijeron que durante un tiempo no me iba a poder quedar embarazada porque realmente no tenía reglas, ni hormonas, ni nada, ya que una de las cosas que me quitaron fue la tiroides. Estaba en una pausa del tratamiento, y me empecé a encontrar mal, y pensé que era una recaída. Además, mi cáncer era de síntomas hormonales y llevaba meses batallando con un tumor que me había dejado sin posibilidad de ser madre, así que lo que menos pensaba era que estaba embarazada. Fue un milagro, porque no ovulaba y no tenía la regla. Claro, ya no pudieron darme la segunda dosis del tratamiento, y las opciones pasaban por abortar, ver si lo perdía, por todo lo que me habían dado podía ser que no saliera adelante, o ver qué pasaba». Y a los nueve meses, después de muchas pruebas y análisis de control, nació su bebé sano. «La verdad es que fue duro, de esa etapa nunca fui muy consciente, por eso también he hecho terapia ahora, porque he ido pasando cosas en la vida como si fuera fantasía, y no es hasta que te paras, como me pasó después, con lo de Cloe, que dejé de trabajar para cuidar de ella, cuando fui más consciente», asegura Carolina, que confiesa, y es una de las cosas que los haters le echan en cara, que ella quería una niña. «Ahora después de todo, he aprendido que la biología no es binaria».
Yo no quería, ni quiero, vivir esta vida. Nadie se imagina el dolor que sufrimos las familias con una infancia trans”
Ella se dedicaba al mundo de la publicidad, un trabajo creativo que exige estar al cien por cien y que tuvo que dejar a un lado para poder cuidar de Cloe cuando empezó la transición. «Nos necesitó muchísimo a su lado, a mí y a su padre, pero era más complicado que Jorge dejara su trabajo. Fue muy duro, te sientes muy juzgado tanto en colegios como por otras familias, porque la gente no se cree que una persona tan pequeñita lo tenga tan claro. Yo creo que la mayoría hasta que no la conoce sigue pensando que se arrepentirá, y que es un juego, incluso con 14 años», insiste Carolina, que ahora con 49, ha tenido que volver a empezar a nivel laboral, y aunque le van saliendo cosas, asegura que es «complicado».
Tanto como la vida que les ha tocado, y que no le gustaría estar viviendo. «Nadie se plantea el dolor que sufrimos las familias con una infancia trans. Yo no quería, ni quiero, vivir esta vida. Ni para nosotros ni para ella, pero no hay otra opción. A mí me gustaría no haber vivido la mayoría de las cosas que he vivido y no sentir el miedo que siento cada vez que ella ahora se va sola, aunque estoy feliz y contenta de que lo haga. Pero veo las noticias, y es imposible estar tranquila sabiendo que el mundo no está receptivo para cierto tipo de cosas». Y aunque no niega que los años del colegio fueran difíciles, dice que el momento más doloroso lo ha vivido en los juzgados. «El cole ha sido muy duro, pero sabes que cuando sales de allí, tú vas a criar a tu hija en tu casa. Yo en el juzgado he sentido que me podían quitar a mi hija. Delante de un juez te sientes tan inválido que no sabes... Tienes que callarte. Fue un proceso muy duro. En Castellón era la primera vez que se hacía. El juez que nos tocó no tenía ni idea y nos hizo hacer un doble proceso de todo. Conozco gente de otras comunidades que lo han vivido con mucha más calma».
Nunca se imaginaron Carolina y Jorge que su mundo, y su vida, daría la vuelta del modo en que lo hizo. Ni que tendrían que cambiar todo, incluso una partida de nacimiento, o contarle a su familia que su hijo es una hija. «La mayoría no lo entienden o no lo quieren entender. Unos se alejaron directamente, y otros dejaron de llamar o de interesarse. Hemos tenido incluso enfrentamientos directos, porque mi hija les decía: ‘¿Me puedes llamar Cloe?’, y ellos le decían que no. Y entonces piensas: ‘Aquí no podemos volver’. Vas buscando entornos seguros y vas perdiendo gente. No digo que haya sido un rechazo absoluto; afortunadamente, mi madre y su pareja nos han acompañado desde el principio, incluso sin entenderlo».
El tono cambia cuando cuenta todo lo que le ha enseñado Cloe durante este proceso. «Yo ahora mismo no juzgo a nadie, no me meto en la vida de nadie, porque he aprendido a fuego que nadie es nadie para hablar y opinar de la vida de los demás. Hay que dejar vivir y ser feliz a la gente. Me ha hecho muchísimo mejor persona. Ahora mismo estoy otra vez en una oleada de hate en redes, en otro momento me hubiera vuelto loca absolutamente o me hubiera dado un ataque de ansiedad, pero he aprendido a relativizar mucho las cosas. Me focalizo en el equipo que formamos, y lo que digan o pase fuera de las cuatro paredes de mi casa ya no me quita tanto tiempo». Sin duda, se queda con su nuevo yo, dice que el anterior tenía una mente mucho más cerrada, y probablemente estaría haciéndole a su hija lo mismo que denuncia que le hacen a ella. Está encantada con esta versión.