Andrea y Rodrigo, la pareja de ópticos con más ojo en Instagram: «Somos mejores amigos. Ocho años después, no perdonamos el paseo de tres horas hablando de nada»

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«Emprender en España es otro cantar. Los dos primeros años y medio fueron durísimos. Era cerrar a cero todos los meses. En el 2017 ya empezó a mejorar», asegura esta pareja-equipo de emprendedores gallegos.
08 jul 2025 . Actualizado a las 17:31 h.A primera vista pero en secreto se prendó Andrea de Rodrigo, que se conocieron trabajando cada uno por su lado, pero los dos en el mismo centro comercial de A Coruña. Así se hicieron desconocidos amistosos, que se veían a la hora de comer. No es que empezasen quedando, pero él, que trabajaba en una óptica, iba al local en el que ella estaba empleada a por el bocata del almuerzo, que salía rico y bien de precio. «Yo le veía y pensaba: “Qué chico más guapo”», confiesa Andrea.
Decir que esta chica tiene la vista perfecta no es una verdad subjetiva, sino contrastada por su pareja, que le hace las revisiones como optometrista. De lo bien que lo miraba Andrea, Rodrigo se dio cuenta después, años más tarde. No tuvo tan buen ojo para captar esa impresión que hizo que su actual pareja y socia se quedase con él. Hoy los dos se dejan ver y querer en Instagram como Visual Ópticos, que amplían su campo de visión profesional con toques de humor matrimonial.
Cuando se conocieron, ella tenía 18. Él tenía 25, y pareja. «Yo cuando lo vi ya estaba ‘‘in love’’», confiesa riendo Andrea. «Yo no me fijé, porque soy de estar con mi pareja», repone él, que no la impresionó por sus gafas. «Fue por los ojos», sonríe. «La modernidad en gafas la gané con ella», admite él.
No hubo más relación que la de esos minutos entre pedir el bocata y esperar su entrega. Ni siquiera se conocían de nombre, solo de caras. Y se dejaron de ver, sin más, sin drama. Ella se fue a Francia a trabajar como au pair hasta que la fuerza del destino, esa vieja amiga de Mecano, les hizo darse una oportunidad. «No nos volvimos a ver hasta que el destino nos juntó —explica Andrea— en la zona de Os Castros». Él vivía en la Merced y ella en «la calle de abajo».
Fue en ese momento cuando él se convirtió en emprendedor. Emprender en España «es otro cantar», según esta pareja 24/7. Rodrigo se lanzó en el 2015, cuando el de óptico era un oficio demandado, pero en el que el recorrido profesional se bifurcaba solo entre trabajar en una gran cadena o montárselo uno por su propia cuenta.
Este optometrista que nació en Venezuela, emprendió más de diez mudanzas e hizo la carrera en Santiago, no olvida los duros comienzos de Visual Ópticos. «Los dos primeros años y medio fueron durísimos. Era cerrar a 0 todos los meses. En el 2017 ya empezó a mejorar... Y hasta hoy», cuenta.
En lo personal también fueron a mejor. Rodrigo pasó un tiempo sin pareja y en ese lapso de soltería surgió la chispa con la que es hoy su socia y mejor amiga. No se cruzaron por la calle, sino en el Facebook mirándose con palabras. «Yo le contacté por Facebook, le escribí y quedamos ese mismo día», resume Andrea.
Polos opuestos
La primera cita no fue en una óptica, aunque el ojo echado ya se lo tenían... Y en un par de cafés se pusieron al día.
¿Polos opuestos? «Sí», coinciden en su diferencia, que manifiestan con humor en vídeos en redes. Andrea es el temperamento, carácter. «Emocional, dramática... ¡Yo siempre digo que podría ser artista! Soy Piscis», se ríe. «Todo lo que tiene que ver con arte se le da bien, no como a mí», opone Rodrigo, Escorpio. «Se supone, por el signo, que tengo mucho carácter», pero no se ve explosivo. «Él saca el carácter cuando lo tiene que sacar, pero no es muy de discutir», argumenta Andrea.
«Nacer en Venezuela es diferente. Allí cuando la gente te pregunta “¿qué tal?”, dices “bien”. Eso de “bueno, vamos tirando” es de gallego cien por cien...»
Con cómo fueron criados uno y otra también, en países diferentes, tiene que ver sus formas de ser, de expresarse y de estar en la relación, opina Rodrigo. «Nacer en Venezuela es diferente. Allí cuando la gente te pregunta “¿qué tal?”, dices “bien”. Eso de “bueno, vamos tirando” es de gallego cien por cien. Allí, en Venezuela, ya puedes tener el peor día del mundo que siempre dices “bien”, por cortesía», considera él. Andrea, en cambio, lleva los malos días a flor de piel, con dificultades para disimular. «Ella es auténtica, lo que te tiene que decir te lo dice a la cara, aunque te siente mal. Ella lo arregla todo, yo soy más la otra mano...». La mano izquierda es Rodrigo, que entra ahí donde hay un cliente complicado, «que son muy pocos. La mayoría de la gente es maravillosa».
Nueve años de pareja y ocho de socios queridos por los vecinos del barrio llevan en el contador Andrea y Rodrigo. En sus inicios, miedo. «Ella no venía del mundo de la óptica, pero cuenta con una ventaja, tiene esa sangre que no tiene a la gente a la que le falta interés por aprender. Andrea aprende cualquier cosa en el momento en que se la enseñas», dice Rodrigo.
«De partida puede no caer bien... Es un poco croqueta, como dice una de sus amigas, blandita por dentro y durita por fuera», se moja él, que se revela como más «adaptable, pero también muchísimo más desconfiado».
Con las redes amplía su red de influencia esta pareja. La parte, «exigente», de trabajo virtual la lleva Andrea. «Somos un equipo hechos para estar todo el día juntos. Hasta jugamos al pádel, bueno, al pádel juntos ¡no tanto!», dice Rodrigo. «Juntos pero no siempre revueltos», volea de Andrea.
Claro que tienen sus momentos de ir por separado. «Yo me voy a ir tres días de vacaciones con mis amigas, pero también lo echo de menos», cuenta Andrea. «En el trabajo, yo hago unas cosas y ella otras. A veces ni nos hablamos. El trabajo te lo pide, dividir las tareas. No vamos a estar los dos atendiendo a la misma persona, si no incluso puedes generar un conflicto con el cliente», asegura Rodrigo.
En el trabajo están juntos, pero no revueltos. Y en casa, juntos y revueltísimos. Lo que no perdonan es la dosis semanal de paseo con palique. «Nos vamos a pasear juntos dos o tres horas, desde Matogrande hasta la Torre. Hablamos horas y horas no sabemos bien de qué. Me parece increíble que después de ocho años pasemos tres horas seguidas juntos sin parar de hablar», comparte Andrea.
La amistad es la base de esta pareja-equipo en que él gradúa y ella pone la moda. «Él es mi mejor amigo. Conmigo es cien por cien Rodrigo», declara ella. A lo que corresponde él. «Ella dice que con mis padres y mis amigos soy yo un 80 %», añade.
Donde no pueden ser pareja es en el pádel. «Cada uno tiene su nivel y va a clase por su cuenta. Ella tiene sus amigos para jugar, y yo los míos. Nos peleamos más por el pádel que por cosas del trabajo o de casa», concluye Rodrigo. Andrea: «Yo en el pádel lo doy todo, ahí me desahogo». Rodrigo: «Yo soy de ir a pasarlo bien, no a competir. En el pádel tienes que entenderte jugando. Si tú eres competitiva y el otro no es muy fácil chocar».
En gafas pegan fuerte los extremos, dicen, las gafas muy grandes y las microgafas. «Pero lo importante son los cristales, no tanto las gafas», advierte Andrea, que tiene la vista perfecta, según el que es su pareja las 24 horas.
Los dos ven crecer su empresa «cada año un poco más» gracias a sus clientes, a los que miran con los buenos ojos del optometrista.

Miguel y Luisa son pareja, familia y socios: «Perder a nuestro primer hijo nos unió muchísimo. Somos equipo en todo»
Son polos opuestos, pero los dos emprendedores, apasionados y familiares. Hace diez años comenzaron a salir y hace tres decidieron poner «todos los huevos en la misma cesta», para bien... Esta es su historia
a. A.
Aquí, en la calle coruñesa de nombre centroamericano, donde hoy crece en un primer piso una agencia de comunicación que sostiene este matrimonio de socios, hubo una peluquería. Y hay algo en el ambiente que debió de quedarse del oficio anterior. Esta oficina tiene temple de hogar, una mesa con café y flores ahí hacia la altura del corazón. En ella conviven trabajando Miguel y Luisa, una pareja de emprendedores con roles profesionales bien definidos y más mezclados en casa. Cada uno tiene claro de qué se ocupan los dos. Él lleva la parte de la gestión, y ella es la jefa, y la que se vuelca en la relación con los clientes.
Él lleva los números, ellas las letras. Él, que creció en una empresa familiar de joyería y estuvo tres años trabajando en Alemania como project manager en otro sector, gestiona y cuadra cuentas; ella crea y afianza relaciones. En la vida, dicen, son también así. «Yo soy más alocada, más creativa, de salirme del guion...», cuenta Luisa, y regatea Miguel: «Yo esa fase ya la pasé...».
La chispa de su relación Luisa dice que surgió por un asunto profesional que les obligó a ponerse en contacto, y Miguel incluye el desafío jugón: «Vamos a poner a prueba la memoria de Luisa...». Concluyen que la primera vez que hablaron fue en el 2014. Ella era autónoma y él empleado en una empresa de Barbanza. Parece que a la primera no se entendieron muy bien, al menos no lograron conjugar sus intereses en lo profesional. Él, de algún modo, le dio largas, pero al cabo de dos meses volvió a contactar con ella, que entonces estaba en proceso de separación.
A la tercera llamada, firmado un divorcio, ya había un claro interés. «Le pregunté: ‘‘¿Conoces Santiago?”, y ella me dijo que no, solo de paso... Yo le dije: “Para demostrarte que conozco Santiago y para que yo sepa quién eres podemos quedar en la estación de tren, ¡pero tienes que traerte una guía!”». Luisa fue a la estación guía en mano. Y mandando un mensaje a sus amigas diciendo: «Qué tipo más raro». Con una guía por las calles de Santiago empezó la conexión de una relación a caballo entre A Coruña y Barbanza.
En noviembre del 2017 se casaron «como Dios manda», en una ceremonia de dos horas con cinco curas. ¿Quién se lo pidió a quién? Ella, la que se lo pidió a él, coinciden. «No me arrodillé y se lo pedí... Lo hablamos y solo le dije: “Me quiero casar”». Hubo dos escollos que resolver para pasar por el altar. La nulidad matrimonial que necesitaba Luisa y el escepticismo religioso de Miguel, que doblegó la fuerza del amor. Les unen varias cosas, como el apasionamiento por emprender y comprender, aunque en otras son complementarios. «Somos los dos superemprendedores. Siempre tiramos pa’lante», afirma Luisa.
«Ella es la insegura», dice de Luisa su marido y gestor, pero en aquella etapa de sus inicios el que tenía más miedo era él. «El 12 de octubre del 2017 tomamos la decisión de vivir en el mismo sitio. No valía mi piso porque era mío ni el de ella porque era de ella. Y nos mudamos a una casa en común. A un mes de la boda, ¡doble mudanza!», cuenta Miguel. A tope. Y Luisa alarga el párrafo: «Es un poco la historia de nuestra vida».
Embarazada de su primer hijo, Miguel, cuya pérdida les demolió pero les hizo reconstruirse juntos y formar con las vigas de dolor una preciosa familia, Luisa se decidió a sacarse el carné de conducir para poder moverse con independencia de Boiro a Coruña. Tenía 35 años. «¡Se sacó el teórico en cinco días!», dice Miguel, que estaba en ese momento en Múnich haciendo un curso de alemán. Todo, teórico y práctico, lo aprobó la veloz Luisa a la primera.
Los padres de una y de otro les dieron desde el principio «apoyo en todo». «En esto somos los dos muy parecidos. Somos muy de estar en familia», cuenta Luisa. «Yo no necesito palabras para demostrar las cosas. Soy de hechos», dice Miguel. «Yo soy muy de palabras...», revela Luisa con mirada poética.
A trabajar juntos comenzaron de manera natural al poco de empezar a salir. Ella lo ayudaba a él en el márketing y la comunicación de la joyería familiar. «Y estando yo ya con mi empresa en marcha, él me ayudaba encargándose de la facturación», comenta Luisa. «De ser ella autónoma, pasamos a crear una S.?L., una sociedad en que los dos éramos socios y ella la administradora única. Este matiz quiere decir que yo, a nivel de papeles, lo que hacía era aportar la mitad, pero no podía decidir nada», explica sin drama alguno Miguel. Hubo un antes y un después. Luisa se convirtió en referente de coraje al visibilizar el duelo de la muerte perinatal. La pareja perdió a su primer hijo a las 36 semanas de gestación, una vivencia impensable que afrontaron deshechos pero juntos, y que recoge el libro Mi bebé estrella, una historia de muerte perinatal. Aquel día del 2019 que iban a una revisión ginecológica rutinaria todo en ellos se detuvo, pero la vida seguía girando alrededor, obligándoles a tomar decisiones varias, desde ultimar los papeles de la venta de un coche hasta encajar la pérdida que estaban sufriendo y dar los pasos necesarios en esos casos. Luisa tuvo que dar a luz sabiendo que su niño no iba a nacer vivo. «El médico me dijo que Luisa tenía la tensión muy alta. ‘‘No sé si saldrá”, me dijo», recuerda Miguel. «Perder a nuestro niño nos unió muchísimo. A otras parejas las puede hundir. Nos pasó lo contrario», dice Luisa. Miguel detalla que fue clave la ayuda de un amigo psicólogo: «Salimos del hospital el lunes y el martes estábamos en su consulta», cuentan.

En el 2020, nació su hija Inés. «¡Nos volvió locos de alegría!», ríe Luisa. «Nos habría encantando tener otro hijo más, pero psicológicamente no nos vemos capaces de volver a pasar por un proceso así», añade. «Las niñas no merecen unos padres que estén nueve meses de los nervios», consideran.
Su segunda niña, Clarita, llegó en el 2022 como otra alegría suprema para la pareja, que en ese parto llevaba ya meses siendo sociedad limitada en lo laboral. «Él siempre ocupaba puestos directivos en otras empresas. Le dije: “Lo que haces para otros ¿por qué no lo haces para nosotros?”. Y montamos López Casanegra Comunicación», resuelve Luisa. Que tuviera preeclampsia en el embarazo ayudó a la decisión de poner «todos los huevos en la misma cesta». «Yo dejé la empresa por la familia», afirma Miguel.
Chocan «mucho» por trabajo. Pero es dulce el reencuentro en casa. Casi imposible separar el trabajo de la vida, por más que ella lo intente (más que él). «Una empresa es una familia. Y la familia es la familia», concluye Miguel, que añade que «en casa está todo más compensado». «Somos equipo en general, nos cuidamos. Coincidimos en lo que es prioritario», remata Luisa, para la que a diario es prioridad desayunar con su socio, que cree, como ella, que las segundas oportunidades son buenas. Incluso terceras y cuartas... De hecho, ya piensan en emprender juntos de nuevo. Tardarán, creo, solo unos meses en hacerlo...