Estos restaurantes gallegos guardan una joya en su interior

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Noite Tapas, Bueu
Noite Tapas, Bueu Ramón Leiro

Un placer para los sentidos. Aquí se mima el paladar, pero también las vistas y la sensación de encontrarte ante un tesoro botánico y escondido, una veces, o un museo, otras. Todos tienen mucho que admirar cuando cruzas la puerta

02 ago 2025 . Actualizado a las 12:13 h.

Nadie se imagina lo que hay detrás de muchos restaurantes que a simple vista parecen uno más. Tras el umbral de esa puerta se esconden muchos secretos para disfrutar. Algunos entran por el paladar y otros acompañan ese placer con el del entorno. Son joyas culinarias y en muchos casos botánicas, que hacen que la comida sepa mucho mejor. Sentarse a la luz de la luna y de los farolillos multiplican el encanto. Y si no que se lo pregunten a Toño Rosales. Hace una década se metió en una aventura que hoy le asombra y le da algo de vértigo. Saca un hueco en un verano que está superando todas las expectativas. Buena parte de ese tirón llega de un jardín que fue ampliando hasta convertirse en uno de los puntos de encuentro para los vecinos de Bueu y para los visitantes de este municipio cada vez más de moda en las Rías Baixas. Además, el Noite Tapas es una sorpresa.

Se accede por una calle estrecha que desemboca en un jardín botánico en el que tiene mucho que ver su suegra. Toño reconoce que le debe a ella buena parte del éxito del local. «Non lle podo estar máis que agradecido», señala Rosales. Es un rincón salvaje en el que la vegetación y las luces de las guirnaldas y los farolillos le dan un ambiente difícil de superar. En el suelo, desterraron la tierra o el cemento para cubrirlo con piedras que completan el entorno. De hecho, le valió un Solete Repsol a las mejores terrazas o chiringuitos. Pero además de este jardín frente a la fachada del restaurante, Toño colocó mesas en esa calle interior a la que da la parte de atrás de unos edificios. Mantuvo la estética del Noite Tapas. Ellos, y muchos de sus clientes, lo conocen como la curva por la forma que tiene el tramo en el que se suceden estas mesas altas. Hasta tuvo que montar fuera un grifo de cerveza para dar servicio al aluvión que se acerca cada noche a despedir el día. Y arregló parte de esa vegetación exterior para que las malas hierbas no se comiesen el entorno.

Rosales echa la vista atrás diez años, cuando empezó una aventura a la que llegó sin tener casi experiencia en hostelería. Estaba arrancando con fuerza cuando el covid lo cogió por sorpresa. Con la desescalada, recuerda que había un montón de clientes a las puertas de su jardín. «Débolle todo a miña sogra e aos veciños de Bueu, así que tiñamos que continuar con iso», comenta Toño, sobre el empuje que le dio a una terraza escondida que cada vez es más popular. Ahora es casi imposible encontrar una mesa sin reserva en un rincón en el que la vegetación es la protagonista del exterior del Noite Tapas, un local de aniversario en el que Solete ya brilla en su fachada.

El jardín más bonito

Hotel Costa Vella, Santiago
Hotel Costa Vella, Santiago XOAN A. SOLER

Cualquiera que haya paseado por el casco histórico de Santiago y tenga un mínimo de curiosidad se habrá preguntado qué hay detrás de los altos muros que se levantan en sus callejuelas. La recuperación para el turismo de varios inmuebles privados o de la Iglesia han desvelado algunos de esos secretos, que ahora también se pueden ver a vista de pájaro en cualquier móvil. En 1999, año santo, todavía no eran muy accesibles ese tipo de aplicaciones y José Antonio Liñares no tenía ni idea de lo que podía haber detrás del portalón de una gran casona ubicada en el número 17 de la Porta da Pena, en la parte más alta del casco histórico, que tantas veces había utilizado como portería para jugar al fútbol. El edificio, abandonado desde 

los años ochenta, estaba a la venta, y cuando conoció junto a su hermana Ana el jardín a los pies del inmueble decidió que aquel iba a ser su proyecto hostelero. Y así nació el hotel Costa Vella, uno de los primeros establecimientos con encanto de la zona vieja que disfrutan los turistas alojados y «un regalo» para los compostelanos, que empezaron a frecuentar su terraza-jardín, en la que no hacía falta más que una buena compañía, un libro o un café para vivir unos momentazos únicos rodeados de plantas, pájaros y pequeños detalles llenos de buen gusto.

Y así funcionó durante un cuarto de siglo, siendo un secreto a voces que se vio alterado cuando hace unos meses el propio Liñares, convertido ahora en uno de los referentes del sector turístico de la ciudad, anunciaba que cerraba su terraza por tiempo indefinido. No desveló nada de sus intenciones, trabajó en silencio, y a mediados de julio la reabrió por todo lo alto, con un nuevo equipo y otro modelo de negocio en el que va de la mano con la chef Lucía Freitas, que ya cuenta con dos restaurantes en la ciudad —A Tafona, con su estrella Michelin, y Lume, en la Praza de Abastos— y que ahora tiene el cometido de hacer brillar el que para muchos es el jardín más bonito de Santiago. Responsabilidad suya es la carta de picoteo, con zumos, cafés de calidad, repostería de primera y vinos originales. Una joya gastronómica dentro de otra joya natural envuelta por la piedra de Compostela.

Oasis de piedra y madera

Os Arcos, Vilagarcía
Os Arcos, Vilagarcía MONICA IRAGO

Un barril con cuatro taburetes de los de toda la vida y un discreto ventanal que deja entrever lo que allí dentro se respira son las únicas pistas que el paseante tendrá al transitar por delante de la bodega Os Arcos, en la vilagarciana avenida de A Mariña. Casi seguro que será suficiente para captar su atención. Hay espacios que tienen un aura especial y el de esta taberna es de los que se expande y te atrapa.

No tardas en saber por qué en cuanto cruzas el umbral. Aun habiendo contemporaneizado su estética y su clientela, Os Arcos ha sabido conservar la esencia de las tabernas gallegas. Y no es cuestión de la decoración. Es pura alma. Una sensación que se transmite, se comparte y se percibe en quienes allí se reúnen en torno a un puñado de barriles, unos vinos, unas cervezas y una selecta oferta de conservas, quesos y embutidos. Porque en Os Arcos nunca ha habido, ni habrá, cocina ni café. «Paxaradas, as xustas», que diría su fundador, el nunca olvidado Isidro Fariña. Una filosofía y una sabiduría, no exenta de retranca, que ha heredado y reafirmado su hija, Patricia, ahora al frente del negocio.

Pero el magnetismo y el poder de fascinación de Os Arcos va in crescendo a medida que se cruza el local hasta alcanzar la enorme cristalera que lo separa de su coqueta terraza interior. Flanqueada por soberbios muros de piedra, que en su día fueron las paredes de la casa que allí se levantó, la terraza de Os Arcos en un territorio protegido de los vientos y de miradas externas. Las grandes hojas de los plataneros, un loureiro en el centro y un manto de hiedras le aportan colorido, frescura y un punto salvaje, atenuado por el siempre animado y al tiempo sosegado ambiente del que allí se disfruta.

Un patio del siglo XVI

Liceo, Ourense
Liceo, Ourense Miguel Villar

Es un edificio declarado Bien de Interés Cultural y una de las paradas obligatorias para todo el que visite la ciudad. Pero la recomendación no adelanta la sorpresa. El Palacio de los Oca Valladares, que pertenece a la sociedad cultural del Liceo de Ourense, muestra al exterior una fachada propia del casco histórico que puede pasar desapercibida, pese a que tiene esculpidos los escudos de la familia. Sin embargo, en su interior conserva un patio de columnas del siglo XVI cargado de elementos patrimoniales donde se puede disfrutar de un café. El inmueble es la sede de la sociedad cultural ourensana, por lo que la entrada no es del todo libre. Por las mañanas el acceso es más laxo, de manera que permiten entrar a visitantes a disfrutar de la especial cafetería, pero por la tarde la entrada está limitada a los socios. El palacio fue de la familia Oca-Sarmiento y se comenzó a construir en 1520. Se terminó unos cincuenta años después con la primera planta del patio de columnas, que se mantiene prácticamente intacta. Después, el pazo quedó abandonado hasta que el Liceo Recreo de Artesanos de Ourense lo recuperó en 1870. Posteriormente, se levantó un segundo piso aumentando la altura de las columnas.

En la planta baja se habilitó una cafetería como lugar de reunión para los socios que recuerda al refugio de tertulia donde se juntaban figuras como Curros Enríquez o Lamas Carvajal. Los visitantes ahora pueden disfrutar como espectadores. Todo tiene historia. El mobiliario de mesas y sillas, del siglo XIX, está fabricado por Los Rodríguez, una familia de históricos ebanistas de Ourense. En el centro del espacio hay una fuente de mármol de Carrara, elaborada por el artista Piñeiro. Si uno hace un recorrido visual a su alrededor, por las paredes del patio, se encuentra con una sucesión de grandes murales costumbristas del pintor gallego Ramón Buch Buet. El arte llega hasta el techo. Una gran vidriera dibuja el escudo de Ourense y en cada una de las cuatro esquinas ilustra una disciplina artística. Las ocho columnas de piedra que conforman el patio sostienen una galería abierta en el segundo piso donde la sociedad organiza exposiciones, por lo que el café se puede complementar visitando una de las muestras temporales. El gerente del Liceo, José Luis Troitiña, asegura que son numerosas las personas que acuden hasta el palacio para conocer el patio, incluido en los monumentos obligatorios que ver en la ciudad. Fue declarado BIC en el 2002. «Invitamos a todo el mundo a que venga a conocerlo y tomarse un café», proclama. La sensación común cuando uno entra en el Liceo es siempre de sorpresa: «No se esperan lo que hay dentro».

En la calle de los Olmos

Restaurante Morriña, A Coruña
Restaurante Morriña, A Coruña MARCOS MÍGUEZ

Las terrazas, desde el covid, son el preciado objeto de deseo en la ciudad de A Coruña, y en el resto. Sin embargo, no todos pueden tener una con vistas al mar o lejos de una carretera. Las terrazas de los locales de la calle Olmos, por fortuna, dan a una calle peatonal. Pero la vía es estrecha y no deja mucho margen a los hosteleros para poner sendas mesas. Lo bueno que tiene el restaurante Morriña es que esconde un patio donde comer con más tranquilidad. «Los días con buen tiempo son las mesas que antes se llenan», dicen desde el establecimiento.

Este espacio interior es amplio, fresco y silencioso, donde se come sin prisa ni ruido. Allí, la cocina brilla con platos de temporada como las alcachofas o el tomate de verdad aliñado, y una selección de arroces secos al estilo valenciano —como el de lágrima ibérica y espárragos trigueros—, alejados del exceso de caldo que gusta más por estas tierras. Otra de sus especialidades son las carnes, desde el codillo asado en doce horas o el lomo de vaca vieja gallega a la brasa.

El menú arranca con otros sabrosos como la ensaladilla rusa Morriña o el pastel de perdiz en escabeche, y culmina con postres caseros como la tarta de queso, la torrija caramelizada o el chocolate en texturas con frutos rojos.