Enrique Martínez, autor de «Vivir sin culpa»: «Las mujeres se sienten más culpables porque siempre aparece un dedo acusador»

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«La culpa está en todo. En la relación de pareja, con los hijos, con los vecinos, en el trabajo... Es fácil que se nos cuele y que envenene todo», dice este experto. Él da las claves para analizar este sentimiento tan ancestral y liberarnos de él
08 oct 2025 . Actualizado a las 10:14 h.La culpa es un sentimiento tan arraigado y tan inherente al ser humano que si nos preguntamos si alguna vez podremos dejar de sentirnos culpables, es probable que creamos que no. Nos sentimos culpables de lo que decimos y de lo que no, si herimos los sentimientos de alguien, si discutimos y si callamos también, si somos muy permisivos con nuestros hijos o si somos muy estrictos. Hagamos lo que hagamos, la culpa es esa voz interior que siempre intenta sabotearnos. A veces, acertadamente y otras, la mayoría, de manera innecesaria. Por eso, Enrique Martínez Lozano, publica Vivir sin culpa y nos enseña a reconciliarnos con nosotros mismos para dejar de pedir permiso hasta por respirar.
—¿Se puede vivir sin culpa?
—Sí, ahora sí se puede.
—¿Pero por qué siempre nos sentimos culpables?, ¿se transmite esa culpa de padres a hijos?, ¿somos nosotros también castigadores de nuestros hijos?
—Yo creo que hay muchos factores. Primero, hay una culpa colectiva, desde que el hombre es hombre. Todos los relatos mitológicos sobre el pecado original apuntan a un sentimiento de culpa ancestral. Luego está, efectivamente, una herencia transgeneracional y cómo se genera la culpa en el niño, a veces, incluso antes de nacer. Cuando aparece tan temprano, va asociada siempre a un sufrimiento, donde el niño de un modo u otro percibe un mensaje de que no es como debería ser, y automáticamente, se siente inadecuado, incorrecto, indigno y culpable. Cuando la culpa aparece a edades muy tempranas, eso queda grabado a nivel neuronal. Y cuando queremos desaprenderlo, nos cuesta mucho.
—Entonces, cuando unos padres riñen a sus hijos por un comportamiento inadecuado, ¿le están haciendo sentir culpable?
—No necesariamente. Depende del contexto, del modo, hasta del tono. Es importante hacerle ver a un niño que algo no es adecuado. Lo contrario sería caer en el permisivismo, que favorece el narcisismo y el infantilismo. Es adecuado hacerle ver que algo no está bien, corregirlo, pero distinguiendo siempre con palabras, o por lo menos con actitudes, entre lo que el niño es y lo que hace. El error se comete cuando al niño le dicen frases del tipo «no eres como deberías ser» o «eres malo». Eso sí genera culpa. Pero decirle: «Una cosa es lo que tú eres, que eres inocencia de principio a fin, y otra es cómo te portas en ocasiones, o cómo a veces funcionas y a veces funcionas mal». Pues eso es reeducarlo, cambiar o modificar una mala conducta.
—¿Cómo hay que reñir a los niños?
—Pues cultivando dos actitudes que son más fáciles de decir que de llevar a la práctica, pero que todos los pedagogos insisten en ello. Y cuando se da una sola de las dos actitudes que te voy a mencionar, falla por un extremo y otro. Tienen que ir unidas. Y esas dos actitudes son el cariño, un amor incondicional, y por otro lado, la firmeza. Una firmeza sin cariño, el niño la percibe como autoritarismo, imposición, rigidez y dureza. Cuando uno es muy firme, pone límites, pero ha retirado su cariño. Y en el caso contrario, cuando hay cariño, pero no hay firmeza, esto genera en el niño mucha inseguridad, incluso mucha inconsistencia, porque lo que al niño le da seguridad es la certeza de los límites claros.
—Entiendo...
—Si yo al niño lo quiero mucho, desde la educación permisiva, y no quiero que se enoje o que sufra, y no le pongo nunca límites, he caído en el olvido de la firmeza necesaria, con lo cual estoy educando o maleducando a un narcisista, que luego sufrirá de inseguridad.
—Dices que la culpa nos envenena.
—Sí, nos contamina. Me he dedicado a acompañar a la gente en este campo, pero cuando vives en carne propia todo el peso de la culpa, eso te queda muy vivo. Yo creía que estaba liberado de la culpa, tenía algún malestar de vez en cuando, pero era algo que no me afectaba. Sin embargo, haciendo un análisis más riguroso de mi vivencia y de mis sensaciones, he descubierto que la culpa está en todo. En la relación con mi pareja, con mis hijos, con los vecinos, en el trabajo... Es fácil que se cuele y envenene todo.
—¿Por qué?
—Porque, en definitiva, la culpa es tan errónea que ni siquiera es un sentimiento, aunque en el lenguaje coloquial hablemos de él en estos términos. La culpa no es un sentimiento, es un mensaje mental que se puede formular en este frase: «Eres inadecuado o eres malo o no eres como deberías ser». Eso es la culpa. Por tanto, si es un mensaje mental y es un mensaje erróneo, de lo que se trata es de desenmascararlo. Y los sentimientos son los que acompañan a ese mensaje y, por tanto, nos hacen sufrir, envenenan nuestra existencia.
—¿Cuáles son esos sentimientos?
—Sentimientos de hundimiento, de apatía, de autosabotaje constante, de autorreproche y de autocastigo. Esos sentimientos sí que nos hacen daño y, por eso, los efectos de la culpa son tan devastadores. Terminan envenenando la existencia. Yo he vivido etapas de mi juventud en las que me sentía totalmente autosaboteado y me sentía contaminado por ese lastre de culpa omnipresente. Y me ha tocado acompañar a personas y ayudarlas a liberarse del llamado sentimiento de culpa, y ver hasta qué punto era una losa que les estaba aplastando constantemente.
—¿Por qué te sentías culpable?
—Yo me sentía culpable, como la gran mayoría de los niños. La culpa nació temprano. Y la culpa más peligrosa es la que se genera en edades muy tempranas. Y nace cuando el niño sufre emocionalmente. Y si un niño sufre, dirá: «La culpa es mía», se atribuye la culpa por lo mal que se siente. Cuando un niño no es tocado, no es acariciado, no es abrazado, el niño no piensa:« ¡Oh, mi mamá qué dura es, que no me abraza!». Ese niño piensa: «Hay algo feo en mí que hace que los demás no me toquen ni me abracen». Ahí ha nacido la culpa. Cuando a un niño no se le abraza, no se le habla, no se le dedica tiempo, el niño se va a sentir culpable por ello. Y además hay un mensaje explícito de decir: «Eres malo». También eso pasa cuando se le compara con otro niño o con un hermano. O también cuando hay maltrato o abusos. La culpa nace asociada a un sufrimiento infantil temprano. El niño no puede discernir que su sufrimiento está provocado por alguien de fuera y se atribuye la causa a él mismo.
—¿Y en los adultos?
—Cuando eres adulto, puedes lidiar con la culpa, es más fácil de traducirla en responsabilidad. Porque cuando hablamos de culpa, no estamos diciendo que haya que caer en la irresponsabilidad. Como yo no soy culpable, no me responsabilizo de nada y hago lo que me da la gana con tal de estar bien yo. No. Hay dos extremos que son igualmente nocivos para la persona.
—¿Cuáles?
—Uno es la culpabilidad, que siempre produce efectos desastrosos, pero el otro extremo, igualmente nocivo, es la irresponsabilidad, que es una actitud profundamente infantil, narcisista también, de no ser responsable de nada. Y entre medio de esos dos extremos, en el centro, está la verdad y la responsabilidad. La responsabilidad que me moviliza, que me hacer vivir respondiendo a la vida. Así como la culpabilidad me hunde y me paraliza, la responsabilidad, por el contrario, siempre dinamiza y moviliza. Con la responsabilidad, cuando me equivoco y hago daño a alguien, claro que siento malestar, siento un peso dentro de mí, siento dolor por el daño que he cometido, pero ese dolor y ese peso no me hunde, no me envenena, sino que me hacer decir: «¿Qué puedo hacer por la persona a la que le he hecho daño?».
—¿Nos sentimos las mujeres más culpables que los hombres?
—Ciertamente, la cultura en una sociedad machista ha potenciado en el hombre la fuerza, la agresividad y la dureza, y en la mujer, la ternura, la debilidad, el asentimiento y la sumisión. El hombre se ha sentido menos juzgado y reprochado, menos castigado, con lo cual, menos culpabilizado. Y en el caso de la mujer ha sido lo contrario. Siempre aparece un dedo acusador. Así que no es extraño que la mujer esté menos inmune al sentimiento de culpa.