Pablo, Miguel y Andrea dejaron Madrid para emprender en Galicia: «Rechazamos un contrato fijo para arriesgarlo todo por Betanzos»

YES

Dejaron la T4, de Barajas, para convertir una antigua fábrica de galletas en un estudio de grabado, mosaico y cerámica. «A Betanzos todos los meses está viniendo gente de México, de Argentina, de Japón o de EE.UU... Aquí se pueden hacer cosas que en Madrid son imposibles», dicen
08 oct 2025 . Actualizado a las 14:04 h.Por amor al arte y la necesidad de un cambio, Miguel, Pablo y Andrea se enfrascaron en una mudanza integral en el 2023. La primera chispa, la idea de venirse de Madrid a esta joya entre dos ríos que es Betanzos, la encendió Pablo, que dos años antes saboreó el encanto del lugar. El detonante del cambio fue una visita de Pablo, por un curso, al Centro Internacional de la Estampa Contemporánea (CIEC), «algo no tan conocido para lo que es», advierte su hermano Miguel. «Pablo vino en enero del 2021, y fue, digamos, el que descubrió Betanzos», explica.
Miguel y Pablo son hermanos. Andrea, pareja de Pablo, es la tercera pata de este equipo de artistas que han montado en una antigua fábrica de galletas su estudio creativo Río Río, de cerámica, serigrafía y mosaico.
«Betanzos tiene naturaleza, ríos, el mar cerca, tiene bosques... ¡Ya es un punto! Y es un sitio raro en el sentido de que aquí hay movimiento, bastantes cosas únicas», asegura Pablo, volcado en la serigrafía, que añade que los últimos dos años se ha visto en el lugar un crecimiento interesante en volumen de artistas, artesanos y espacios culturales y talleres, que reciben alumnos incluso del Lejano Oriente.
«No solo estamos nosotros. Notas que hay una comunidad de gente que viene desde otros puntos de España o desde Estados Unidos a Betanzos. Y todos los meses está viniendo gente de México, de Argentina, de Japón... Esto es lo que hace que este lugar tenga un punto distinto. En Betanzos se pueden hacer cosas que en Madrid consideramos imposibles», manifiesta Pablo.
Las circunstancias no propiciaron en la capital la materialización de esas inquietudes artísticas que mueven a Miguel, Andrea y Pablo, esas musas que les llevaron a arriesgar y dejar la vida que tenían, su ciudad, su casa, sus trabajos. En Madrid ya eran artistas, pero trabajaron en diferentes sitios para ganarse la vida. La única que antes de mudarse tenía un empleo más relacionado con lo suyo es Andrea. «Trabajaba en algo parecido a lo que hago, pero las cosas cambian bastante en el momento en que das el paso de ser tu jefa», dice. Aprender a autogestionarse y encajar que, finalmente, todo depende de ti hacen que «adquieras una mirada distinta». Depender, estar dirigido, ampara pero también es limitante. Emprender es estar a la intemperie de la libertad. No tan sencillo.
En otras terminales se movían en Madrid los hermanos Miguel y Pablo antes de montar su estudio entre el Mendo y el Mandeo. Los dos trabajaban en la T4, en Barajas. «Hicimos cosas varias. Yo estaba en el rollo maletas, manejando vehículos por la pista. Tenía su punto atractivo, era como una película, pero los horarios eran malísimos. Tenía una parte agotadora», comenta Pablo. A estos hermanos llegaron a ofrecerles «a los dos» un contrato fijo a tiempo de evitarlo.
«Rechazamos el contrato fijo y arriesgamos todo por Betanzos», aseguran. Y se vinieron con lo que tenían para emprender como artistas. Esa decisión de peso fue un dicho y hecho en el caso de Andrea, que terminó de trabajar en Madrid el 31 de octubre y el 1 de noviembre estaba con sus nuevos socios en pleno viaje a Galicia con la furgoneta. «La semana anterior a mudarnos, Pablo y yo nos fuimos a Alicante, ida y vuelta en el día, a por el horno de cerámica», cuenta Andrea. El horno, recuerda ella en la cuenta en Instagram de su estudio, «durmió dos noches en un garaje rodeado de coches porque no teníamos dónde meterlo».
De cero a bum
A Betanzos llegaron el 1 de noviembre del 2023 y abrieron el estudio en febrero del 2024. «Y año y medio después aquí seguimos dando lo mejor de nosotros», resume Miguel. Los tres mosqueteros de este proyecto tuvieron desde el principio buena acogida, la ayuda de la gente. «Lo que pasa es que empezar con un proyecto así, artístico, no es fácil. Partes desde cero. Eso ha sido bien complicado, y sigue siéndolo, pero gracias a que estamos los tres y nos complementamos, moviéndonos ante cualquier oportunidad que surge, poco a poco va yendo mejor. Si ves cómo han ido saliendo las cosas en año y medio valoras lo que has hecho, notas el progreso, pero el día a día supone muchísisimo trabajo, es un trabajo que no ves compensado en muchos aspectos, pero ves también que no cae en saco roto», explica.
Los fines de semana dan cursos monográficos de mosaico, grabado y serigrafía. Y, en paralelo, cada uno de los tres lleva a cabo su propia obra y desarrolla sus proyectos personales. «Tienes que hacer un esfuerzo de equilibrio para sostenerte y que todo vaya encajando», comenta Andrea.
Estos tres socios bien avenidos siguen en estrecho contacto con el CIEC, abiertos a visitas de colegios, «y en Betanzos notas también que hay energías que favorecen el trabajo».
El de la cerámica es hoy un arte con ganas de ser conocido y trabajado, como una suerte de mindfulness que a la vez propicia un diálogo entre generaciones, pero «el grabado es un gran desconocido, incluso en el mundo del arte, no solo por parte del gran público», piensa Pablo. «Todas las técnicas que hay, el proceso que llevan y las piezas que salen, todo eso es algo superdesconocido. Tú ves la obra final y no te haces una idea si no conoces todo lo que lleva detrás de cómo se ha llegado hasta esa obra y el trabajo que conlleva».
¿Somos conscientes de esas «cosas únicas» que ellos ven y que hacen de Betanzos sitio distinto natural y culturalmente? «Hay cosas únicas aquí que han sido olvidadas, como el parque del Pasatiempo. Ahora mismo, no está tan valorado como debería estar», dice a modo de ejemplo sobre la marcha Miguel, que considera que la deuda de atención con el grabado viene de lejos. Si te menciona La gran ola de Hokusai o los Desastres de Goya sabes con mucha probabilidad de qué te habla, pero, fuera de ahí, si no ha habido un interés y una investigación personal, poca cosa.
En las clases de cerámica Andrea ha vivido un bum en poco tiempo, acorde con el momento. «Tuve una sola persona en clase durante varios meses, luego se apuntaron algunas más, y recuerdo que el primer verano estuve trabajando con las cinco alumnas que no se fueron de vacaciones. De alguna manera ahí sientes que estás sobrepasando tus propios límites», confiesa la emprendedora en alusión a lo que le mostró el año de la mudanza, que el verano no es siempre un tiempo de descanso y bicicleta, que el trabajo va a más pero las fuerzas no siempre acompañan ante la necesidad de seguir generando ingresos para mantenerse. «En el mundo de la cerámica llevamos ya unos años de bum. Creo que la gente quiere volver a hacer cosas con las manos —observa—. Hacer cerámica es conectar con algo de ti que no encuentras muchas veces en la vida cotidiana. Lo veo con mis alumnas de estos años, se nota que se mueve algo. Después de ese agosto manteniéndome con las cinco alumnas que no se habían ido de vacaciones, llegó septiembre, hice una publicación en Instagram y fue todo fiuuum, empezó a crecer muchísimo».
El boca a boca dio su fruto, como la actividad en redes, no solo en las clases de cerámica de Río Río, sino también en los cursos de mosaico y serigrafía y grabado. «Es una progresión lenta, pero que vas notando si la miras con perspectiva», señala Miguel, que dice que han estado en toda aquella oportunidad que ha ido saliendo.
«La gente tiene ganas de hacer cosas que no ha hecho», valora este equipo de artistas que no sopesa la posibilidad de volver a Madrid. «Echamos de menos muchas cosas de la vida en Madrid —admite Pablo—, pero al final prefiero mil veces vivir haciendo esto que estar en el aeropuerto con un sueldo que tampoco era gran cosa. La vida aquí [en Betanzos] es más sencilla. No echamos de menos la gran ciudad, como podría pensar alguna gente. Creo que estamos muy adaptados aquí. Yo hablo por mí, no sé qué opinan y cómo lo ven ellos...». «Yo más o menos igual —añade su hermano—. Yo ya sabía a lo que venía cuando nos mudamos, tienes una idea bastante aproximada de lo que puede ser esto y si estás preparado no hay shock».
Andrea, «de Madrid capital», advierte que a menudo la realidad no encaja con la idea del estereotipo: «Parece que Madrid es vibrante en agenda cultural y de ocio, y he de decir que cuando vives en Madrid no te da tiempo a hacer nada. Y, además, en realidad, Betanzos no me parece que sea un lugar en el que el ritmo sea mucho más tranquilo que en Madrid. Es verdad que tienes cosas en las que puedes encontrar cercana la tranquilidad, pero aquí veo que hay muchísima demanda. Al ser más pequeño, quizá todos los planes se concentran más. Siempre hay cosas que hacer».
Con lo que cuenta Andrea concuerdan su pareja y su socio. «Tengo más vida social de la que tenía en Alcalá porque allí estás tan liado trabajando que no te relacionas tanto con las personas», afirma Miguel, que constata que Betanzos «tiene misterio». «Hay algo aquí que yo no he visto en ningún lado», concluye.
«Salvo catástrofe», no se mueven, aseguran estos artistas que un otoño dejaron la pista y volaron alto.

Baba y María: «Fue brutal dejar Tenerife para venir a una aldea con dos casas habitadas»
El arte de volver a empezar lo ha cultivado también esta pareja de senegalés y tinerfeña que en el 2023 dio el salto con su hijo desde Canarias a Santa María de Vilardevós, donde han creado una asociación y dan los primeros pasos para montar un coliving. «La vida de aldea es un lujo. Solo falta gente que venga a vivir aquí», aseguran
Baba y María saben que volver a empezar no es un suceso, un hecho aislado, sino una forma de vida. Se conocieron en Tenerife en julio del 2016, cuando ella trabajaba en el sur de la isla llevando el gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Guía de Isora y él se hacía oír como músico tras haber dejado Senegal nueve años antes y aterrizar en Los Rodeos sin parte de su música, sin su lengua y sin su gente. Con la esperanza metida en la maleta llegó Baba con visado de turista a Tenerife y se quedó. Tras dos años en situación irregular, logró obtener un permiso como autónomo, pero tuvo que pasar una noche retenido.
Cuando se conocieron, María acababa de mudarse al sur desde el norte de la isla. «Me fui al sur porque la vida me llevó a conocer a Baba», siente esta canaria que nació en Santa Cruz de la Palma en 1983 y que creció en invierno en la isla y en verano en la aldea de su padre. Un conocido, aquel mes de julio que cambió su historia, la invitó a ir a un concierto en el que tocaba Baba, María aceptó y algo parecido al reggae les unió desde esa isla que rebosa turistas hasta una aldea de Ourense con solo dos casas habitadas.
La «culpa» del flechazo la tuvo el arte de Baba, y mensajes por WhatsApp que hicieron de teloneros. «Al final de ese concierto nos conocimos y surgió la chispa», cuentan. El Teide de su conexión llegó pronto. «Fue todo muy intenso. En meses nos fuimos a vivir juntos», dice María. A los dos años tuvieron a su hijo y comenzaron a trabajar codo con codo a raíz de un festival de cine en la isla que les llevó a decidirse a ser pareja en todo. María estuvo un tiempo compaginando su empleo como jefa de gabinete de comunicación con el trabajo de prensa del festival hasta que llegó «el salto», ese impulso de mudarse juntos a la península de las aldeas vacías para darse la oportunidad de volver a empezar con lo puesto y aires nuevos.
En el 2023 la madurez del proyecto artístico de Baba y la sed de un cambio profesional en María les hicieron volar a la aldea. Así llegó esta familia a Santa María, de Vilardevós, donde María pasó «todos los veranos» de su infancia. «Cuando se dio ese cambio, decidimos que yo viajara a Galicia con el peque en verano, para que conociera bien esto y pudiera aclimatarse. Después vino Baba de vacaciones. Y en ese entorno idílico que es la aldea en verano nos enamoramos del lugar y de su entorno», relata ella.
La música a tope
A su llegada, dos casas habitadas. Una, la del tío de María. Y en la otra vivía un señor mayor que falleció en ese primer invierno gallego de Baba y María. «La parte de arriba del pueblo quedó sin gente —cuentan—. Hoy solo estamos nosotros cuatro siempre. Luego, hay vecinos que vienen de vez en cuando a cuidar las huertas».
¿Una aldea es una isla? «Hay diferencia —responde Baba—. Pasar de una isla llena de gente, de actividades, a una aldea donde solo estábamos nosotros fue brutal. Puedes pensar: ‘‘¿Cómo pueden dejar una isla tan grande para venir a una aldea?’’. Para mí, aquel era el momento de cambiarlo todo. Cuando estás muchos años en un entorno, llega un punto en que te sientes quemado. Yo necesitaba renacer en mi profesión para arrancar de nuevo y ver el sentido de lo que hacía». Venir a Galicia fue para él una motivación, un reto. «Esto es muy guay, muy bonito. Yo me siento feliz aquí, tranquilo, puedo escribir, componer y pensar», celebra. «¡Y en la aldea puede poner la música al volumen que quiera sin darle la lata a nadie!», acompasa su pareja.
Dos años han cumplido en su aldea con fibra. Baba y María emprenden el que es su tercer otoño en Santa María con el proyecto de montar un coliving para llevar vida al pueblo. Mientras van dando pasos, no pierden de vista el valor de ver a su hijo crecer en un entorno «de lujo, a un kilómetro del concello de Vilardevós». Pese al proceso de despoblación que ha sufrido en los últimos años el sur de Ourense, allí se mantiene, valoran, un centro educativo, un CEIP en el que, «por suerte», hay una media de 30 o 35 niños en los últimos cursos. «Es toda una aventura para nuestro hijo, que empezó a hablar gallego muy rápido», suma María.
Una pareja a punto de llegar a la aldea hará que en breve pasen a ser seis los habitantes de Santa María. Toda alma cuenta. «Mi forma de ver las cosas muchos no la entienden. Mi forma de ver las cosas —explica Baba— es que hay que aprender a adaptarte en cualquier situación. No tienes que complicarte la vida, lo que hay es lo que hay y lo que viene es porque tiene que venir. Nadie va a venir a hacer las cosas por ti. Si todos pensamos ‘‘al pueblo no voy, que no hay nadie’’, los pueblos se quedan sin gente. Hay que hacer algo. Para mí, la vida de aldea es un lujo. Tengo mis animalitos, mi estudio para los ensayos, pongo la música a tope y no molesto a nadie, la gente cuando viene es muy amable... ¿Qué más se puede pedir?». Un airiño gallego tiene este pensamiento de Baba, que considera que «la filosofía de vida de la gente de Galicia en realidad es muy africana. Vemos la vida parecido, muy de rasta. Lo rasta va de intentar hacer lo que tienes que hacer, pero sabiendo que cómo vienen las cosas no depende de ti». Así lo educaron a él y así vive y canta Baba.
Hacer de Santa María un lugar donde pueda vivir la gente es el sueño de esta pareja sin miedo al cambio que forma parte del programa Fixar de la Xunta, dirigido a emprendedores de colivings rurales. Ellos han empezado por montar una asociación multicultural que integra el proyecto artístico de Baba y las experiencias que ofrece como chef con otro de bienestar del que se encarga María. Su asociación en marcha se llama Asanta Teranga, y combina el nombre de su aldea con una palabra africana. «Los africanos de Senegal somos los leones de la teranga, leones de la hospitalidad», explica Baba, que este otoño lanza su primera canción en gallego, Miña Galicia, orgulloso de ser neofalante. «Es mi agradecimiento a esta tierra», dice este león siempre hospitalario con la esperanza.