El entierro que devuelve la dignidad al anarquista asesinado Ignacio Caneda

leticia castro O GROVE / LA VOZ

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LETICIA CASTRO

Los restos del joven fusilado en 1936 en Navarra descansan ya en O Grove con su familia

24 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Ignacio Caneda Deza recuperó ayer la dignidad que la dictadura le arrebató el 1 de noviembre de 1936. Aquel día, este marinero nacido en Connecticut, Estados Unidos, y criado en O Grove, de donde era natural su padre Francisco, fue asesinado junto a otros 23 presos en el fuerte de San Cristóbal, en Navarra, bajo una acusación de intento de fuga que parece no haber sido tal. Ignacio fue arrestado en 1934, acusado de anarquista tras ser capturado en una manifestación junto a otras personas. Tenía solo 16 años cuando fue condenado en la Audiencia de Pontevedra a cuatro años, siete meses y un día de prisión menor. Su destino fue la isla de San Simón, o al menos eso fue lo último que supo su familia. Su padre había acudido a la embajada americana para dar con su paradero. «Pero cuando mi bisabuelo llegó con la carta de los americanos diciendo que no podía ser preso político, dada su nacionalidad, Ignacio ya no estaba en San Simón, y nadie sabía a donde había sido trasladado», cuenta Rosi, su sobrina nieta. Ya no hubo entonces más hilo del que tirar: «El bisabuelo nunca supo dónde estaba, se murió con esa pena».

Se sabe que el joven ingresó en el fuerte de San Cristóbal en junio del año 1936, pero nadie entiende cómo, tras decretársele prisión menor, fue a parar allí. La familia cree que la noticia de esta carta de la embajada tuvo que llegar a Navarra: «Probablemente les dijeran que podían irse, pero la justificación fue que se querían fugar», explican. Hoy, noventa años después, saben que fue enterrado en una fosa común gracias al trabajo realizado por el Instituto Navarro de la Memoria y los informes aportados por la asociación Txinparta. Sus restos fueron exhumados en el 2022 del cementerio de Berriozar, e identificados a finales del 2024. Este mismo jueves fueron recuperados por su sobrina Mauricia y su sobrina nieta Rosi en Navarra, y ayer les dieron sepultura al fin en el cementerio municipal de O Grove, donde se ha reencontrado con su familia.

Su historia familiar es de las que no dejan indiferente. Su padre, el grovense Francisco Caneda Lores, casado con Rosa Dezaguirre, había emigrado a América a través de Cuba. Su mujer llegaría en 1917 con el menor de los hijos, José, para instalarse en Bridgeport, Connecticut, donde pusieron a funcionar una casa de hospedaje, su medio de vida. Allí nacieron tres hijos más, Ignacio Francisco, a quien conocían como Frank, Mauricio y Fernando. Quiso la vida que Rosa muriese joven, se cree que a causa de un neumonía, así que Francisco regresó a Galicia para criar a los niños. Tenían familia en Portonovo y en O Grove. Tras un breve viaje para vender sus pertenencias en tierras estadounidenses, regresó y construyó una pequeña casa en A Toxa. «En aquel momento el gobierno cedía parcelas para que quien pudiese obrar en la isla lo hiciese», cuenta Mauricia, nieta de Francisco y sobrina del represaliado. Francisco volvió a casarse y tuvo dos hijos más, Manolo y Maruja, que también se criaron en la isla.

Con la llegada de la guerra, las vidas se complicaron para todos. Tras el arresto de Ignacio en 1936, su hermano Mauricio, obligado a ir a la guerra, se encontraba sin documentación. Sus papeles se los había llevado el menor de los hermanos, Fernando, que evitó el conflicto bélico huyendo a los Estados Unidos y haciéndose pasar por su hermano. «Al contrario de lo que algunos escriben, mi padre no fue ningún desertor de guerra, y este es el motivo que lo demuestra», señala Mauricia: «Fue un buen ciudadano que defendió a España y luego tuvo a su familia en O Grove», cuenta la hija, subrayando que jamás pidió asilo político. Trabajó en los barcos de Lores, y a los treinta y cinco años decidió regresar a su patria de nacimiento para seguir prosperando. De aquel primer matrimonio, el de Francisco y Rosa, tan solo sobrevivieron al paso de los años esos dos hermanos, Mauricio, que falleció en el 2001, y Fernando, que murió en 1990 tras una vida familiar que merece ocupar las páginas de un libro.

«Por fin hoy le podemos decir a mi abuelo que hemos encontrado a su hijo», explica una emocionada Mauricia desde O Grove. «Tus descendientes, con la ayuda de vecinos y mucha otra gente, te lo devolvemos», cuenta, confiando en que este final feliz que cierra un ciclo, valga para corregir el pasado y para que nadie sea perseguido por expresar sus ideas.