Un tridente del vino con mínima intervención, en A Coruña: «La gente joven se sorprende de que sí les gusta el vino»

VIVIR A CORUÑA

De izquierda a derecha, los propietarios del Bar Potro (San Francisco, 4), Gluglú (Capitán Troncoso, 17) y Rosmon Burger (Rúa Nova, 21)
De izquierda a derecha, los propietarios del Bar Potro (San Francisco, 4), Gluglú (Capitán Troncoso, 17) y Rosmon Burger (Rúa Nova, 21) IRIA TEIJEIRO PEREIRA

Tres establecimientos en la ciudad, dos de ellos ubicados en la Ciudad Vieja, buscan acercar esta alternativa vinícola sin pretensiones a un mayor número de paladares

04 abr 2025 . Actualizado a las 10:55 h.

Los vinos de mínima intervención, también conocidos como naturales, son una tendencia cada vez más presente en el sector, acercándolo a más paladares, ya sean jóvenes, noveles o aquellos con ganas de experimentar. La eclosión de esta moda en España comenzó en Madrid y Barcelona tras la pandemia del covid-19. En Europa, especialmente en Francia, se trata de una corriente que viene de mucho más atrás, del siglo pasado. En A Coruña, un trío de amantes de esta alternativa ha estado expandiendo su propuesta desde el pasado año.

Mateo Hernández tiene claro por qué abrió Gluglú (Capitán Troncoso, 17) el año pasado: «Echaba de menos un sitio en la ciudad donde poder beber vino natural sin presión, de forma fácil, divertida, sin necesidad de sentarte en una mesa, pedir una carta de vinos o ser un entendido en el tema». Y añade: «Me aficioné a este tipo de vinos en ciudades como Madrid, Barcelona o Milán. Llevo muchos años viajando, viendo este tipo de bares y conceptos, y bebiendo vino natural prácticamente en los últimos diez años. Lo echaba de menos en la ciudad».

Su negocio está a punto de cumplir un año con una propuesta que recupera la forma tradicional de elaborar vinos, con menos tecnología, sin aditivos químicos o sin filtrado. «Los vinos de mínima intervención son simplemente proyectos más responsables con el medio ambiente, desde el campo hasta el consumo. Se trata de valorar el producto, no centrarse en una producción masiva, sino en algo más cuidado y artesanal», explica Mateo.

Gluglú abrió en abril y pocas semanas después, en mayo, lo hizo Rosmon Burger (Rúa Nova, 21), la hamburguesería de Adrián Felípez, también director del restaurante coruñés Miga. En principio, el vino y la hamburguesa no parecen el maridaje más obvio, pero incluir vinos de mínima intervención fue una decisión clara para Felípez, quizá influenciado por Mateo, ya que son amigos. Lo bueno es que la acogida entre la clientela de Rosmon ha sido muy positiva.

«Obviamente, no es lo que más se consume porque el gesto de acompañar una hamburguesa con una Coca-Cola es muy universal, pero los vinos naturales se piden más de lo que esperábamos. Hemos tenido que hacer algunos ajustes en nuestra propuesta inicial, sobre todo en cuanto a precios, para equilibrar una experiencia burger más económica. Pero el vino tiene su valor, y si quieres beber bien, hay que pagarlo», comenta Felípez.

Felípez define un vino de mínima intervención como un producto comprometido con la calidad y el respeto por el entorno. «Estamos hablando de vino, pero también podríamos estar hablando de jamón york. No es lo mismo un jamón york industrial, cuadrado y plasticoso, que un jamón cocido natural», ejemplifica. Esta filosofía de respeto por el producto se está extendiendo en todos los ámbitos de la alimentación y la bebida. «Un vino de mínima intervención es un vino respetuoso con el consumidor y el productor. Es otra forma de consumir que, poco a poco, está cambiando, porque el modelo anterior es insostenible», reflexiona.

Esta atmósfera, similar a la del café de especialidad, también da como resultado una bebida que gusta más. Ahí radica su éxito entre los jóvenes y millennials, cuyos paladares están más acostumbrados a la cerveza que al vino tinto con su obligada maduración en madera. «Muchos jóvenes dicen "tinto no, que no me gusta", pero luego prueban estos vinos y les encanta», cuenta Adrián. También ha conquistado a paladares más experimentados: «Tengo clientes mayores que vienen todas las semanas a probar dos o tres distintos, cuando antes no salían del Rioja», añade Mateo

El bar Potro (San Francisco, 4) ha sido el tercero en sumarse a la tendencia. Juan Zubilanga, uno de sus copropietarios, explica que la idea surgió de ver este tipo de bares en ciudades como Ámsterdam. Sin embargo, «Potro también es un lugar para tomar copas, una caña o algo para picar. Nos ha sorprendido mucho la respuesta del público».

Juan cree que la tendencia de los vinos de mínima intervención podría seguir creciendo en A Coruña en los próximos años. «A la gente le gustan las novedades. No sé si crecerá de cero a cien, pero seguro que seguirá creciendo».

Un futuro prometedor, aunque con ciertos riesgos, como ha ocurrido con el café de especialidad. Así que Mateo advierte: «Lo más importante es que no todo vale. No todo es vino natural y no se puede vender como tal un vino mal hecho. Ahí está nuestra responsabilidad, como prescriptores». Felípez, por su parte, concluye diciendo que siempre hay que tener claro que hay opciones buenas y malas en cualquier terreno: «Al final, lo resumo en dos cosas: hay vino bueno y vino malo. Vinos que me gustan y vinos que no, ya sea con mínima intervención o no».