Jarvis Cocker rejuvenece el Primavera Sound de Oporto

Brais Suárez
Brais Suárez OPORTO / E. LA VOZ

CULTURA

Detalle del concierto de Pulp ?Jarvis Cocker, en el centro de la foto? en el festival de Oporto.
Detalle del concierto de Pulp ?Jarvis Cocker, en el centro de la foto? en el festival de Oporto. brais suárez

Un contundente Pulp protagonizó el festival, marcado por las cancelaciones

16 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Entradas más caras, horarios más comedidos y mayor organización. Menos experimentación, menos ajetreo entre escenarios y, ante todo, más serenidad. Es la comparación del Primavera Sound de Oporto con su hermano mayor de Barcelona. Pero también la comparación de las últimas ediciones de ambos festivales con respecto a lo que acostumbraban a ser. Las reuniones de grupos ganan terreno a las bandas emergentes y la música urbana. Y quizá por ello cada año sea más complicado reconocer su naturaleza desafiante y joven. El cartel envejece con los asistentes, más hambrientos por recordar que por conocer.

Este año —el pasado fin de semana—, Pulp logró llevar al festival a sus orígenes. Al frente, Jarvis Cocker rejuveneció dos décadas y, con él, también unas 30.000 personas. No suele ser habitual ver enormes pogos en que quincuagenarios y veinteañeros se mezclen hasta el delirio, pero esa era la imagen cuando acababa de sonar Common People, el último bis de un concierto rotundo, inapelable. Orquestada por un Cocker estroboscópico, su banda le siguió el pulso en su segunda gira de reencuentro. Ya fuera sentado en un trono mientras cantaba This is Hardcore o encaramado a los amplificadores mientras entonaba Babies. Sus movimientos eléctricos e imprevisibles eran descargas para el público, que no hallaba respiro a lo largo de un setlist lleno de éxitos testados. Había poco margen de error para triunfar a nivel musical y artístico, pero quedaba ese ingrediente cada vez menos habitual: originalidad, autenticidad y el genuino encanto del gran artista que es Cocker.

Para realzarlo aún más, la noche continuó con The National, que parecen llevar un lustro proyectando una misma grabación. Su profesionalidad queda desteñida ante el aspecto prefabricado del concierto, que solo se salió de los moldes por las apelaciones a votar a Joe Biden, como si las elecciones en juego fueran las americanas y no las europeas. En todo caso, llenaron y gustaron al público que abarrotaba el principal escenario, que sigue siendo lo más criticado. Desde que se estrenó el año pasado, los habituales lamentan que los cabezas de cartel se hayan desplazado a este aparcamiento plano; nada que ver con el que ahora sirve de segundo palco, en un icónico prado arbolado.

Quizá sea ese efecto de polígono industrial el que también enfrió el concierto de Lana del Rey, no menos aséptica que The National. Logró un récord de asistencia, pero fue el público quien puso el espectáculo coreando cada estrofa del inicio al final de las casi dos horas de show.

PJ Harvey

Un día antes, y maltratada por constantes errores de sonido, PJ Harvey acabó a trancas y barrancas un concierto emotivo y muy sereno, que mostró la madurez de la artista en vez de regodearse en la nostalgia de sus éxitos de los noventa. Para nostálgicos ya estaban American Football: entre los árboles y con olor a mar, ejecutaron un recital acuático, uno de los mejores del festival, exigidos por la propia complejidad técnica de su música. Al contrario, Tirzah y Arca pusieron el contrapunto transgresor y contemporáneo y dejaron al público con ganas de alargar la noche.

De alguna manera, Pulp cerró el festival de manera simétrica, en contenido y forma: en el mismo (e icónico) escenario en que los australianos Amyl And The Sniffers recibieron a los asistentes con una sobredosis de punk.

Y hasta aquí, lo bueno, porque esta edición quedará marcada como una de las más accidentadas, con una lista de cancelaciones que podrían montar un equipo de fútbol, cuyo capitán sería el dúo francés Justice, que no pudo tocar tras derrumbarse la estructura de 13,5 toneladas de su decorado.