Verdú y Watling como duendes y empate a uno en Los Cármenes

José Luis Losa LA VOZ

CULTURA

Las presentadoras de la gala de los Goya practicaron una suerte de escapismo que las invisibilizó

09 feb 2025 . Actualizado a las 14:30 h.

Extraña la gala granadina de los Goya. Comenzó con unos lamentables problemas de sonido que deslucieron en la obertura el plato fuerte musical, el Bienvenidos con el que se arrancó Luis Tosar y que incluyó a Amaral, antes de que Miguel Ríos se hiciera presente y palestino. Y su conclusión devino un clamoroso desafinado que primero proclamó ganadora absoluta a El 47 y luego pegó un volantazo cuando Belén Rueda anunció un inédito ex-aequo de la película del blues del autobús con La infiltrada. En medio del vodevil de ganadores patidifusos mareando el escenario a Belén Rueda se le iba poniendo por momentos rostro de Faye Dunaway cuando el (no) Oscar de La La Land.

Ese caos de principio y fin posee cierta lógica porque encarpetó una gala que careció de presentadoras. Y diríamos que también de guion, de oremus. Podía suceder que en un momento de la ceremonia ocupara el escenario el equipo de Mar adentro, Amenábar, Bardem, Belén Rueda, Lola Dueñas y Tamar Novás. Y que media hora más tarde se anunciase el premio principal, el de mejor película, y de nuevo tuvieses frente a ti a los mismos cinco personajes, en lo que parecía un onírico déjà vu o el mal despertar de un sueño eterno. Abrías los ojos y los cinco de Mar Adentro seguían estando allí.

Las presentadores oficiales (o aspirantes a ello) Maribel Verdú y Leonor Watling, como de acuerdo con el guirigay en marcha, practicaron una suerte de escapismo que las invisibilizó. Nadie presentaba ni hacía ademán de ello. No se atrevió ninguna de las dos a ensayar ni un amago de gag, dardo o golpe sarcástico. Era tal ese vacío de humor que por momentos podría haberlo llenado, por pura y fatal ley física, cualquier mal recuerdo del pleistoceno, yo que sé, Bigote Arrocet y aquello del piticlín-piticlín.

Verdú solo pareció hacerse presente en su sentido cariño hacia Aitana Sánchez-Gijón, Goya de honor. De la existencia de Watling ya hacia hora y tres cuartos que te habías olvidado y de pronto surgía en el patio de butacas e iba asaltando en peticiones de trabajo womansplaining a unos atribulados Agustín Almodóvar, Eduard Fernández o Luis Tosar, que no sabían dónde esconderse.

Muy en su rol descabalado, Verdú y Watling habían anunciado que en la gala no se hablaría de política. Pese a que el ágrafo responsable de los subtítulos en la retransmisión lo obviara, Richard Gere llamó matón (bully) al presidente Trump. Y anunció esos tiempos oscuros que luego Almodóvar, por misiva, recordó haber puesto en modo apocalíptico en boca del personaje de John Turturro en uno de los clímax de ridículo de La habitación de al lado. El genocidio, los campos de concentración en Guantánamo o en Gaza, los saludos de mano raritos de Elon Musk o la caza del inmigrante estuvieron en boca de Eduard Fernández, de Aitana Sánchez?Gijón mientras recordaba el coraje de Marisa Paredes. Y en las palabras de tantos otros.

Sé que ese material altera mucho en las redes a los haters del cine español. Pero es que esto son los Goya. Es la democracia, amigo. Si no le gusta, tiene usted el mando a distancia para pasarse a El Toro TV, donde dedicaban horas a la Internacional anti-woke de Abascal y sus amigos que simultáneamente se celebraba en Madrid.

Como no todo iba a salir mal en esta gala sin duende de los Goya el reparto de premios me pareció razonable. La parte del león para las dos películas que supieron ser taquilleras sin perder unas ciertas hechuras de dignidad: El 47 y La infiltrada. Pero, al tiempo, un reconocimiento, y no solo simbólico, a dos creadores del relieve de Almodóvar y del cofirmante de Segundo premio, Isaki Lacuesta, ganadores de goyas como guionista y mejor director, respectivamente, además de dos cabezudos técnicos más para cada una de sus películas.

Me sobran los dos goyas a La estrella azul, esa relamida y poco soportable elegía maña y neocolonialista, de un paternalismo con el indiecito bueno que hubiese complacido hasta a la Karla García Gascón de cuando gremlin mojado de noche. Echo de menos en las nominaciones, aunque no me sorprende el feo detalle, las películas de Javier Rebollo y de nuestro Alberto Gracia. Y me siento especialmente cercano a los premios a Laura Weishmar (protagonista de la formidable y perturbadora Salve María), al universo musical del gigante Alberto Iglesias (decimosegundo goya y un muy sutil recuerdo de Marisa Paredes) y a otra desmesura de talento ya bien sabida pero amplificada este año hasta lo soberbio: la de Eduard Fernández en esa composición del personaje de Enric Marco que debería ser lección obligada en cualquier escuela de interpretación. Considero que Eduard Fernández -con este 4 goyas- alcanza, junto a Javier Gutiérrez, niveles de fuerza mesmerizante hoy inalcanzables en nuestro cine, siempre con el permiso de Pepe Sacristán, el jefe de la tribu.

Ya está dicho que, en la cima de su entropía, la gala sin duende ni árbitros (o con árbitros haciendo el duende) alcanzó la cima dislocada cuando se decretó fuera de tiempo el gol de La infiltrada y su empate a uno en Los Cármenes con El 47. Y ya para entonces, con Maribel Verdú y Leonor Watling, arrojadas al arcén, el enredo en las tablas del escenario nazarí semejaba el autobús atómico.