Lolita Franco reivindica a Pardo Bazán

Adolfo Sotelo Vázquez

CULTURA

Lolita Franco, entre Julián Marías y Azorín, en 1944, con motivo de la publicación de «España en su literatura».
Lolita Franco, entre Julián Marías y Azorín, en 1944, con motivo de la publicación de «España en su literatura».

Oculta tras el papel de esposa de Julián Marías, y madre de Javier Marías, la brillante figura de la profesora y experta en literatura española quedó diluida

15 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Lolita Franco (1912-1977) es la responsable, junto con Carmen Castro (1912-1997), de la mejor interpretación de la personalidad intelectual y literaria de Emilia Pardo Bazán en la inmediata posguerra. Valoraciones habitualmente subestimadas por los historiadores y críticos de la oceánica obra de la escritora coruñesa. Y ello pese a que la hispanista francesa Nelly Clémessy (1929-2017) ya anotó tanto el libro de Lolita Franca como el de Carmen Castro en el capítulo bibliográfico de su excelente Emilia Pardo Bazán como novelista (1982); bien es verdad que se refería a la segunda edición de la obra de Lolita Franco España como preocupación (1969), verdadero título del libro, cuya primera edición tuvo problemas con la censura y apareció bajo el marbete La preocupación de España en su literatura. Antología (Adán, Madrid, 1944), edición a la que se refiere el presente artículo.

Lolita Franco, esposa de Julián Marías (se casaron el verano del 41) y madre de Javier Marías, es una profesora injustamente sepultada por el olvido, pese a ser estudiante de Filosofía y Letras en la mejor facultad española que conoció el pasado siglo, la de la Universidad de Madrid durante la Segunda República. Profesores de ella y de sus compañeras (María Rosa Alonso, Soledad Ortega, Laura de los Ríos, María Josefa Canellada e Isabel García Lorca, entre otras) lo fueron Manuel García Morente (el excepcional decano), José Ortega y Gasset, José Gaos, Xavier Zubiri, Américo Castro, José Fernández Montesino y Pedro Salinas. Obtuvo el título de licenciada en Filología Española pocas semanas antes de iniciarse la Guerra Civil (con disgusto de Ortega, que veía en ella la primera mujer licenciada en Filosofía en la universidad española) y sufrió la pérdida de su hermano Emilio asesinado en la famosa cheka madrileña de Fomento en los primeros días de noviembre del 36. Tuvo además que enfrentar con un valor infinito el encarcelamiento de su entonces novio, Julián Marías, por la delación de su antiguo compañero y amigo Carlos Alonso del Real y del catedrático Julio Martínez Santa-Olalla al finalizar la guerra, apoyándose en falsedades y en la lealtad de Marías a don Julián Besteiro. Los primeros compases del Año de la Victoria fueron para Lolita y Julián los meses de la traición de uno de sus mejores amigos, uno de los grandes temas de la narrativa de Javier Marías.

Antes de nacer su primer hijo (tuvo cinco), Julianín, fallecido a poco de cumplir cuatro años, Lolita publica La preocupación de España en su literatura, prologado por Azorín, precedido de una reproducción del cuadro de Tiziano Carlos V en la batalla de Mühlberg y del lema Un Monarca, un Imperio y un Estado —eran los deberes del contexto histórico— que desaparecerán en las tres sucesivas ediciones.

Ortega y Pedro Salinas

Estoy convencido que la antología que compone el libro, que va de Cervantes a Ramón Menéndez Pidal, con unas brevísimas e inteligentes anotaciones sobre Ortega, cuya desembocadura, a partir de la segunda edición, es un espléndido capítulo final, era la base de una nonata tesis doctoral, que Lolita anhelaba realizar bajo la dirección de Pedro Salinas. No se puede echar en saco roto la siguiente nota de la primera edición: «En lo relativo a la generación del 98 he utilizado algunas sugerencias y recogido algunas ideas del curso sobre Literatura Contemporánea, dado por Pedro Salinas en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, el curso 1935-36». Un nota que se convirtió en la dedicatoria a partir de la segunda edición: «A la memoria de mi maestro Pedro Salinas, cuyas lecciones sobre la generación del 98 me sugirieron la idea de esta antología y a quien vi morir entre las nieves de Nueva Inglaterra soñando con España».

El libro de Lolita Franco quiere remontar la corriente de la meditación sobre España en el sórdido tiempo que siguió a su formidable formación intelectual. Son las meditaciones de los escritores las que aborda, pues desecha «todo lo que pueda ser política y no literatura, por noble e intelectualmente que sea». Sabedora de la dificultad de esa separación, la afronta con notables resultados.

Doña Emilia aparece en el capítulo El realismo: en busca del tiempo perdido, acompañando a Juan Valera, Benito Pérez Galdós, Marcelino Menéndez Pelayo y Ángel Ganivet, y «como siempre procuramos prescindimos de cuánto intentó traducirse en acción, para quedarnos en el más puro y ensimismado meditar», aunque en el caso de la escritora coruñesa suene a excusa derivada de las circunstancias en las que eligió sus textos.

Presentando a Emilia Pardo Bazán escribe sin ocultar su admiración: «Con entusiasmo de libertadora se lanza al mundo de las letras; no es la mujer que, llevada de una vocación, escribe en los atardeceres de una casa tranquila, y da aquellas páginas a un público al que no se dirige; por el contrario, como hacían los hombres, se encara con el público, al que habla, y quiere actuar sobre él, expone sus opiniones, polemiza, interviene en la vida pública».

Los textos fragmentarios de doña Emilia que selecciona proceden de La revolución y la novela en Rusia (1887), Por la Europa católica (1902) y Al pie de la torre Eiffel (1889). El denominador común que subraya Lolita Franco (¡cómo se advierte el magisterio de Ortega y Salinas!) es la necesidad de abrirse a Europa y de fomentar su contacto. «A los españoles no nos viene mal abrir de tiempo en tiempo aunque sea un ventanillo para avizorar lo que se piensa en Europa» y «¿a qué rodear a España de un cordón sanitario, hoy absurdo, y sobre todo inútil?» son fragmentos elegidos de La revolución y la novela en Rusia.

«Sus triunfos femeninos»

Lolita Franco enfatiza la importancia del viaje y el conocimiento de lenguas extranjeras, que doña Emilia propone como contrapartida de los que viven «recogidos los brazos tras la nuca, cerrados los negros ojos, dejando correr el tiempo, que no vuelve» (Por la Europa católica). La autora consigue dibujar lo más profundo de la personalidad intelectual de Pardo Bazán y «sus triunfos femeninos»; y lo hace resaltando textos en los que la coruñesa universal no se deja ganar por el desaliento.

Espléndida y rigurosa lección la de Lolita Franco, reivindicando a una escritora cuya significación intelectual es hoy de una vigencia indiscutible. Lolita Franco, la discípula de Ortega y de Salinas, lo entendió así en 1944.

Adolfo Sotelo Vázquez es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona.