El milagro de Cerdido: la llegada de extranjeros y gente de otras comunidades aplaca la sangría demográfica
CERDIDO

Es el municipio menos poblado de la provincia, con 1.006 habitantes, y en 25 años ha perdido al 40 % de sus vecinos
12 abr 2025 . Actualizado a las 22:54 h.El 2025 ha dado una pequeña alegría al Concello de Cerdido, el único de interior de la comarca de Ortegal. A 1 de enero, había 1.006 personas empadronadas, dos más que un año antes, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Es la primera vez, en décadas, que el municipio más vaciado de la provincia gana habitantes. Desde el año 2000 perdió el 40 % de la población. La llegada de extranjeros y gente de otras comunidades ha suavizado la sangría demográfica, y en los últimos meses han nacido cuatro niños. «Xa é unha novidade, houbo anos de ningún nacemento. Un é fillo dunha rapaza brasileira e outro dunha parella que veu de Madrid. A maioría veñen xubilarse, pero hai moitos tamén que teletraballan», señala el alcalde, el popular Alberto Rey.

En el censo aparecen 82 vecinos de 17 nacionalidades, el 8 % del total. La mayoría son de Portugal (31) y Reino Unido (20), pero también hay rumanos, marroquíes, chilenos, holandeses, alemanes, israelíes o australianos. «Y gente que aún no se ha registrado porque ha comprado casa y mientras no la restaure no puede instalarse», apunta uno de ellos. Algunos compran en el supermercado de la Cooperativa da Barqueira, el único del concello. Cuando la gerente, Rosa Lamigueiro, de 45 años, iba al colegio, eran «cerca de 300 alumnos, casi tantos en un aula como ahora en toda la escuela».

«La calidad de vida es inmejorable, pero vivir y trabajar aquí... pocos», apunta. El empleo industrial está en As Somozas, As Pontes, Ferrol o Narón. En Cerdido manda el sector primario, con intensa actividad forestal, dos de las explotaciones lácteas más potentes de la zona, varias pequeñas de carne y una enorme plantación de arándanos que demanda temporeros. El resto son talleres o bares, como El Rincón de Tania, el local que transformó Tania Aneiros, de 38 años, que dejó San Sadurniño para establecerse en el pueblo de su padre.

«Monté aquí la peluquería hace 20 años y hace tres que llevo el bar, con mi madre [Balbina Terencia], y ahora tengo las dos cosas independientes pero comunicadas (con cuatro empleadas). Estoy muy contenta, la clientela es maravillosa», recalca. Un primo «de Ferrol de toda la vida» ha seguido sus pasos. La vivienda, aún barata, funciona de reclamo en este municipio del Xeoparque do Cabo Ortegal, tranquilo, bien situado y con conexión por ferrocarril, y que esconde una fraga maravillosa.
Susana Paz y Vítor Guimaraes, suiza de padres de Cerdido y portugués: «Buscamos paz y sosiego, tras una vida muy acelerada»
Susana Paz Casal nació en 1969 en Lausana (Suiza), a donde habían emigrado sus padres, los dos originarios de A Barqueira (Cerdido). «Viví siempre allí, igual que mi hermana (que se casó con un suizo y sigue allí), pero guardamos un vínculo muy fuerte con la tierra de mis padres, veníamos mucho, de vacaciones, a las fiestas...», cuenta. En la ciudad suiza de habla francesa conoció al que iba a ser su marido, Vítor Guimaraes da Silva, que nació cerca de Braga y emigró en 1993. Y el 1 de noviembre de 2024 dejaron el país alpino para asentarse en A Barqueira, en la casa que habían comprado hace ya 25 años
«Cuando la vimos nos enamoramos de este lugar, fue un flechazo, aunque estaba toda caída», dice. Sus padres se preocuparon de que sus hijas aprendieran su lengua, aparte del castellano y el francés, y acudían a la escuela de español una vez a la semana. Ellos regresaron a su tierra hace veinte años y una década después fallecieron los dos. «Eso aceleró nuestra decisión de venirnos —reconoce—. Teníamos una empresa de fontanería, funcionaba bien, ahorramos y vimos la oportunidad de venir siendo aún jóvenes. Mi marido siempre dijo que quería parar de trabajar a los 59, y tiene 59».
«No echo nada de menos de Suiza», enfatiza esta vecina de Cerdido (desde hace cinco meses y medio). «Es un país fantástico, con un montón de oportunidades, es rico, interesante y bonito, es mi segundo país (tengo doble nacionalidad), me encanta... pero es muy estresante, pide mucha eficiencia, te pide mucho, y estaba harta de vivir en una ciudad, el tráfico, la gente, los pisos, la empresa, que también nos sacaba mucha energía... Siempre he estado muy unida a la familia, desde pequeña, mis tíos, primos, todos viven aquí (menos mi hermana), y mi marido se enamoró de este sitio, y desde que compramos la casa veníamos seis o siete veces al año. Ha sido algo natural», desgrana. La adaptación ha resultado sencilla: «Para mis padres fue más complicado allí, iban como obreros, y también lo fue volver, sobre todo a nivel administrativo, pero a mí me va muy bien, no me corto en pedir ayuda».
A Susana le cuesta entender «por qué Cerdido pierde población». «Es un sitio muy tranquilo, vinimos buscando paz y sosiego después de una vida muy acelerada. En mi casa solo oigo pajaritos, veo flores, árboles... el nivel de estrés es cero. Entiendo que la gente busque otros sitios para trabajar, pero es una lástima, y creo que van a volver. Ya se vio con el covid, la gente comprando casas en el campo. Aquí tienes libertad y mucha paz, es un privilegio... una vida más simple, más sosegada. Mis amigas me preguntan cuándo voy a visitarlas... no lo echo nada de manos», repite.

Sonia y Henrik, catalana y sueco: «Aquí hay oportunidades laborales, sobre todo en la construcción»
Sonia Baulies, catalana de origen canario, y Henrik Marcus, sueco, vivían en Barcelona y llevaban tiempo buscando casa. «Los dos crecimos en un pueblo. Primero miramos en Canarias, pero era todo muy caro, y a raíz del covid, mi empresa (de diseño) llevó un golpe muy fuerte y decidí cerrar, y nos vinimos de vacaciones. Henrik podía teletrabajar [se dedica a la creación de videojuegos en una empresa con otros socios] y yo estaba liberada, y después del agobio, meses cerrados en un piso en una ciudad...», relata.
Ella no había vuelto a Galicia desde el Prestige, cuando, siendo universitaria, se sumó a la marea blanca. Recalaron en Valdoviño, en la furgoneta, y un día un chico les comentó que se había comprado una casa en la zona «por cinco mil euros o así». «Esa misma noche, Henrik vio que se vendía una por 18.000 en Rocha, en Cerdido... era octubre, hacía un tiempo genial, llevábamos unas semanas disfrutando muchísimo y fuimos a verla. Era una ruina con una pequeña finca y sin electricidad (que tardó dos años y medio), pero en cuanto entramos aquí lo vi tal y como está ahora», recuerda. Y se hicieron con la propiedad.
«Fuimos a Barcelona, recogimos nuestras cosas, pusimos a alquiler el piso y nos vinimos». Cuatro años después, aquella ruina de paredes húmedas con verdín se ha convertido en una luminosa vivienda de piedra. Del grueso de la obra se ocupó Sonia con sus propias manos y con ayuda de su pareja, «cuando acababa de trabajar». Empezó por arreglar la bodega, invadida por las zarzas, para poder mudarse de la furgoneta, demasiado pequeña para ellos y el perro, Yeti. «Aprendí, soy muy obstinada, y cuando quiero algo estudio y lo hago. Compramos herramientas y maquinaria y contratamos la instalación eléctrica, parte de la fontanería y algo de albañilería», explica.
El mayor problema surgió por la falta de mano de obra: «No hay quien trabaje, es muy difícil, se va retrasando, se podía haber acabado en año y medio y hemos tardado cuatro (aún faltan cosas, una piscina...)». A raíz de esta experiencia, Sonia, de 42 años, ha cambiado de profesión y ahora se dedica al interiorismo. Anima a «la gente que quiera venirse a vivir a esta zona, porque hay oportunidades laborales; alguien que tenga habilidades, que conozca los oficios de la construcción, puede ganarse la vida». Conocen varios casos como el suyo, de gente de fuera que ha comprado para restaurar.
Reconocen que ha sido duro, pero ha valido la pena, y están «muy agradecidos a los vecinos (nos dejaron conectar la electricidad para la obra, charlamos, nos vemos, un día te dan un poquito de comida y es una bandeja entera [risas]), al ayuntamiento... e incluso por el clima, a lo que más fácil te adaptas». En Rocha, un lugar escondido entre eucaliptos, pero a diez minutos de las playas (Henrik practica surf) y «al fin con fibra», han encontrado «tranquilidad». Y cuando añoran la ciudad, se escapan, casi siempre por razones laborales.