Siete formas de bailar el tango con László Krasznahorkai: siete lecturas del Premio Nobel de Literatura 2025

FUGAS

László Krasznahorkai, distinguido este año con el Nobel de Literatura. En español, todas sus obras están en publicadas en el sello Acantilado.
László Krasznahorkai, distinguido este año con el Nobel de Literatura. En español, todas sus obras están en publicadas en el sello Acantilado.

Ofrecemos un coro de lecturas del escritor distinguido este año con el Nobel de Literatura. De «Tango satánico», «Melancolía de la resistencia» a su última obra traducida al español en Acantilado. Entre ellas, la del librero de Follas Novas de Santiago que lo previó ganador

24 oct 2025 . Actualizado a las 12:54 h.

Lava helada

César Casal

Melancolía de la resistencia. El título es magnífico. El libro también lo es. Pero la dificultad con la que está escrito puede que eche atrás a muchos posibles lectores. ¿Cómo se fabrica una obra de László Krasznahorkai? Es complicado. Vamos a sus parentescos. Los tres que más se citan. Viene de Kafka, pero sin llegar a ser Kafka. Esa amenaza que no se ve, pero se intuye. Ese miedo a lo que se desconoce. Viene de Samuel Beckett, pero sin la capacidad prodigiosa de retorcer el absurdo que tenía Beckett. Viene de Thomas Bernhard, pero las palabras de la mente fluyen con más habilidad en el austríaco. No es el húngaro un mal autor. Para nada. Su calidad es inmensa. Y esos parentescos los tiene y los defiende. ¿Quién puede decir que suena a estos tres gigantes? Casi nadie. No le han dado el Nobel a un escritor impostado.

El premio está dado con toda la intención. En este tiempo en el que parece que solo vamos hacia atrás, en el que da la sensación de que todo se puede ir al carajo, aparece Lászlo con una novela ambientada en una población rural de Hungría en el que sus habitantes viven revueltos. Llega un circo con la ballena más grande del mundo. No piensen en los gitanos de Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. Aquí es todo mucho más duro, denso. Krasznahorkai es capaz de hablar de la vida y de la amenaza a la vida en la misma frase. Es capaz de retratar los perfiles de las sombras. Su cóctel es difícil de digerir. Insisto, no es un libro para pasar un rato ni siquiera es un libro para lectores acostumbrados a complejidades. El húngaro es más extremo. Pero, igual que te exige, te da. Lo lees y te vas dejando llevar por esa lava helada, por esa localidad a 18 grados bajo cero. Por esa mujer despiadada que busca medrar a costa de los demás, de los pobres de espíritu que solo quieren que desaparezcan las amenazas sin nombre, que solo quieren disfrutar de las plantas de su minúsculo hogar. Retrata en Melancolía de la resistencia como muy pocos la ilusión de los ilusos, el día a día de los desamparados, el poder que ambicionan los de siempre. Suceden cosas extrañas, en el libro en el que no pasan demasiadas cosas. Un álamo enorme se cae. Un reloj se para. Ese circo que llega. Los alborotadores como amenaza pueden ser doscientos o pueden ser dos. Siempre lo único seguro es la incertidumbre. Así no se puede vivir. Mejor dicho, solo salen adelante los ambiciosos, los listos, los que codician. Cuando te dejas llevar por esa lava helada, te das cuenta de que Krasznahorkai tal vez esté desvelando las claves del siglo XXI, del despiadado siglo XXI, en medio de toneladas y toneladas de frases muy largas. Leerlo es una experiencia para intrépidos. Como ver sus películas, a las que Béla Tarr pone imagen en blanco y negro de forma también pausada. Nos desnudan la realidad y nos dejan tiritando. Pero me pregunto si realmente queremos tanto barro y tanta maldad y tanto absurdo en nuestras vidas, aunque sean señales para advertirnos que el mundo va mal y está a punto de descarrilar.

Sá-tán-tan-gó

Jacobo Ucha, librero en Follas Novas

Hace un par de años, en una charla sobre libros, le preguntaron a un amigo si creía que el Nobel que acababa de recibir Jon Fosse era merecido. Contestó que sí, que le parecía un escritor muy bueno, del que no había leído nada. Enseguida se lanzó a explicarnos que no había querido hacer una broma. Que para él, decía, la literatura es como una pared de sillares, que no ladrillos. Que si cada sillar es un escritor, estos se agrupan, y que si un sillar no leído está rodeado de otros que sabemos buenos, por fuerza este en el centro también lo será. Su respuesta me pareció muy gráfica, tanto que al poco imaginé mi propia pared, y vi que hacia el este, entre sillares muy conocidos y queridos, se presentaba un hueco difícil de pronunciar pero con el sugerente envoltorio de la editorial Acantilado. Busqué en el estante a Krasznahorkai y cayó en mi mano un título, y como habito un lugar muy especial, escuché detrás de mí la voz de un lector: «Apocalipsis tardocomunista». Antes de que me girase ya me había vendido un libro con dos palabras, él a mí. Así llego yo a Tango satánico, Sátántangó en el original húngaro y en la versión cinematográfica de Béla Tarr, y forma en la que adoro referirme a esta novela, dándole su merecido protagonismo a cada sílaba y a sus tres tildes. Me hace recordar el calado que deja y también su exotismo.

Tango satánico transcurre en un pueblo decadente de la Hungría comunista, y los protagonistas son sus pocos habitantes, que malviven esperando que un milagro reflote la cooperativa fracasada años atras. Mientras, su rutina es la mezquindad, sus odios cruzados. Las lealtades son escasas y la lluvia parece la única que se niega a abandonar a los campesinos. Hasta que un rumor parece indicar la llegada de un viejo conocido, Irimías, al que creían muerto. Es este resucitado un personaje sin escrúpulos, al que temen. Ese siervo del Estado, para el que realiza trabajos sucios, también es la única esperanza en la explotación agrícola.

En la taberna del pueblo es donde los vecinos esperan, resguardados de esa lluvia constante. Dejan de espiarse tras sus ventanas para lanzar allí sus miradas cargadas de desconfianza. Cuando el alcohol se vierte, lo hacen sus rencores. Aquí la novela adquiere un ritmo desenfrenado: la fonda mugrienta se convierte en su epicentro en el clímax, cuando los parroquianos bailan poseídos. La miseria se disfraza de algo grotesco, ya que hablar de gracia en una novela de Krasznahorkai quizás sea hilar fino. Pero ese baile colérico que cierra la primera parte conforma un pasaje que creo que no se puede leer sin sentir que es alta literatura. Por una parte nos deslumbra a nivel creativo. Por otra, nos hace entender qué buscan los parroquianos en ese tugurio donde las arañas tienen un especial significado. Saben que su esperanza es una ilusión, que su destino es permanecer en ese agujero.

El talento de Krasznahorkai alcanza incluso a la división de los capítulos. Son doce en total, con dos partes de seis. La primera numerada de I al VI y la segunda a la inversa, del VI al I, en una simetría que nos hace pensar en un eterno retorno. Si yo supiese algo sobre el tango me preguntaría si pueden ser seis los pasos hacia adelante y seis los pasos hacia atrás. Laszlo sabrá si solo es mi deseo de verlo en todas partes. Sí es real la ausencia de puntos y aparte en la novela, con los diálogos e intervenciones entrecomillados y no con guiones. Cada capítulo se conforma así como una narración monolítica, pero a la vez con continuidad y razón de ser. No es sólo una cuestión formal, sino que se impone una cadencia, un desarrollo de la trama lento e incesante donde las escenas se superponen. Nunca se nos hace incómodo, nos lleva a su terreno muy fácilmente. Nos exige, nos desorienta alguna vez, pero también nos reconduce. Sus imágenes están a la vista y nuestra tarea es hacer encajar las piezas. Puede ser oscuro, pero no es incomprensible. Aunque nos imponga, habrá recompensa.

Me parece una suerte para los lectores que este Nobel nos haya llegado en este otoño ya lluvioso. Habrá quien busque literatura más luminosa para sobrellevar estos días, y existe mucha y buena. Si alguien busca comprender a través de un autor cómo eran los inviernos del siglo XX en una parte del mundo, o al menos sus estertores, este puede ser el momento. Al fin y al cabo ya hemos mantenido olvidados a escritores del este de Europa durante demasiado tiempo. El lector que se anime con Sátántangó comprobará que durante la lectura, la lluvia que cae como un Dios inclemente sobre los campesinos y la que estos días veremos a través de nuestras ventanas pueden construir juntas una especie de experiencia inmersiva. Ojalá a alguno lo atrape tanto que cada vez que haga un necesario descanso, al poner un pie fuera de su sofá, tema pisar un camino de tierra anegado de un pueblo olvidado de Hungría. Se lo deberá al genio de László Krasznahorkai, premio nobel de literatura 2025.

Una experiencia zen

Elena Méndez

Este libro es una experiencia zen. Para disfrutarlo debes relajar tu mente y dejarte llevar por sus interminables frases cuajadas de belleza. Busca un lugar tranquilo donde nadie te interrumpa y concéntrate en el aquí y el ahora. No esperes un final ni un objetivo, porque nada pasa en este libro, y si algo sucede será en tu alma. Tal vez en las primeras páginas sientas la tentación de abandonar. No lo hagas. Deja que el protagonista, un príncipe japonés que busca el jardín más hermoso del mundo, te inspire. Cuando le fallan las fuerzas, nuestro príncipe dice para sus adentros: «Que Buda se apiade y me dé un poco de luz para saber por dónde he de buscar». Repite con él y espera la iluminación.

Leer Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino al este el río, es casi un ejercicio de meditación. Sé que lo que digo te está asustando y sin embargo, si te adentras en este universo alternativo, me lo agradecerás para siempre. Párrafos enteros con cifras, esporas que vuelan, polen que forma nubes son imágenes que jamás olvidarás. Y si tienes suerte, un dulce escalofrío recorrerá tu nuca: disfruta el momento.

En gallego, en el sello Rinoceronte, en tradución de Sergio de la Ossa e Veronika Gergely.

En pos de la belleza

Héctor J. Porto

Un libro de viajes, ensayo, recuento de experiencias, reflexión poético-filosófica es quizá Y Seiobo descendió a la Tierra, o quizá no solo, poco importa el ánimo clasificatorio cuando László Krasznahorkai toma la pluma, y Adan Kovacsics lo replica en maravillosa traducción al castellano —qué sería del lector español sin su precioso concurso—, para entregar esta suma de relatos que narra el regreso a la Tierra de la diosa japonesa Seiobo, a la que sigue en sus encuentros por distintos lugares del mundo en pos de la belleza, sea la pesquisa en Kioto, Barcelona, Granada, Atenas, Perugia... y el motivo de esa búsqueda (o del hallazgo), una garza, la Alhambra, unos iconos rusos, la obra de Bach, la elaboración de una máscara de teatro nõ..., porque lo relevante es el modo en que Krasznahorkai, que posterga aquí su ominosa negrura, tiende su compleja escritura, tan llena de difíciles vericuetos y ricas perspectivas como poseedora de una extraña musicalidad que no impide que su disfrute, a fuerza de agotador, exija máximo compromiso, concentración y gusto por ese sentido celebratorio de la oculta espiritualidad de las cosas hermosas.

Un terror sin nombre

María Salgado

La proeza de escribir una prosa angustiosa para mostrar la angustia radical de un país. Publicados en su idioma original en 1986, cuando Hungría llevaba casi cuatro décadas bajo las botas del ejército soviético, estos ocho «relatos mortales», lentísimos y tortuosos nos deportan a un mundo en ruinas, por el que deambulamos perseguidos, vigilados, amenazados por un terror que flota en el ambiente, pero no se nombra. «Quien empieza a escribir tiene problemas con el mundo o consigo mismo», opina László Krasznahorkai, que en Relaciones misericordiosas muestra su compasión por el sufrimiento y la miseria de unos personajes frágiles y en constante huida. Los pocos supervivientes de una ciudad arrasada que esperan semanas para subirse a un viejo barco atracado a orillas del Danubio y para poner rumbo al exilio bajo la atenta mirada de milicias armadas; un hombre que busca emisoras extranjeras en la radio y no puede contener el llanto; y un matrimonio que se refugia en un edificio abandonado tras una revuelta son algunos de los protagonistas de estos cuentos entrelazados que pueden leerse como una novela coral.

Crónica del caos

Adrián García Seoane

Adentrarse —o, más bien, abismarse— en Guerra y guerra es hacerlo en un torrente literario donde cada frase arrastra al lector hacia un torbellino en el que la locura, la desolación y el colapso de un mundo en plena desintegración campan a sus anchas; es sumirse en un universo donde lo absurdo y lo sagrado conviven en precario equilibrio, y en el que el apocalipsis parece estar siempre a la vuelta de la esquina, tras cada párrafo, tras cada pausa, tras cada sencilla palabra de esta historia atravesada por unos personajes que han aceptado la ruina como forma de vida.

László Krasznahorkai, convertido en una auténtica Moira posmoderna del caos, teje con destreza los hilos del destino de su protagonista —el archivista György Korin, quien descubre en una pequeña ciudad húngara un manuscrito de singular belleza que narra los esfuerzos por volver a casa de dos camaradas tras terminar la guerra— al cual seguirá el lector en su odisea hacia Nueva York, en un intento por preservar el documento para la eternidad subiéndolo a internet; en el camino, Korin tomará una decisión fatal tras digitalizar el archivo como símbolo de una obsesión consumada.

Él último tango en Hungría

Ana Abelenda

Entre «los 80 años y la muerte» se mueve con gran parsimonia narrativa este barón de rancio abolengo. Embutido en el abrigo que le hacen para volver con compostura de símbolo a su casa de Hungría, regresa él tras un exilio en Argentina que lo dejó sin más fondos que el apellido. ¿Por qué vuelve a casa este barón con el que Krasznahorkai nos pone a bailar la curiosidad en un zarzal y en un tren lentísimo por la llanura interminable del Este europeo hacia el reencuentro de un amor platónico de juventud? Todos esperan al barón Béla Wenckheim en su patria, todo gira como la peonza del ridículo mundo de hoy en torno a lo que ese regreso supondrá. Premio Formentor, última novela del autor traducida al español, es esta una partitura tragicómica que hace de la codicia de la gente, de todo un país, un rey desnudo y convierte la posverdad en una sinfonía literaria. Hay que poner toda la carne lectora en la exótica parrillada literaria del autor para ver, con el, a cada personaje-persona con la hilarante gravedad del ser.

El patetismo de las Administraciones locales y de los poderes fácticos encuentra un espejo en esta novela excesiva que puede destruirte con la breve escena de una página de los ojos sin consuelo de un niño huérfano que se mueve al dictado de cualquiera por las vías del tren. El pensamiento particular nos desborda y la verdad es absolutamente subjetiva, parece decirnos este posmoderno. Solo existe la certeza del final. Lograrán el carné de baile si pueden llegar al final y saber qué pinta aquí Danielle Steel con Turguénev, o un lápiz de labios rojo amapola. Bailen el último tango en Hungría con el anacrónico B. Wenckheim, como si fuera ese pasado al que nunca serán capaces de volver. Dure lo que dure, este baile será eterno bajo la batuta de un director de orquesta atroz.