Clamor masivo contra el terrorismo empañado por los independentistas

Cristian Reino / Colpisa BARCELONA

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El secesionismo quiebra la unidad con la que medio millón de ciudadanos hacen frente al terror

27 ago 2017 . Actualizado a las 12:37 h.

Cientos de miles de catalanes salieron ayer a la calle para condenar los brutales atentados yihadistas del jueves de la semana pasada en Barcelona y en Cambrils, para expresar que no tienen miedo al terrorismo y para proclamar que la violencia no modificará su modo de vida en paz, libertad y democracia. La movilización había sido convocada como la «manifestación de la gente» y fue la ciudadanía la que tuvo todo el protagonismo en una marcha marcada por la sonora pitada al rey y a los miembros del Gobierno central, que acudieron a la protesta.

Sectores del independentismo y de las entidades radicales hicieron suyas las directrices de la CUP y recibieron y despidieron al jefe del Estado y al Ejecutivo central con una fuerte silbada y con la exhibición masiva de carteles en los que les culparon indirectamente de los atentados por la relación comercial que mantiene España con las monarquías del Golfo Pérsico. «Fuera, fuera», «votaremos», «no tengo miedo, ni rey», fueron algunas de las consignas que se pudieron escuchar durante la marcha. Una gran pancarta, situada justo detrás de la cabecera de la manifestación, denunciaba: «Felipe y Rajoy, cómplices del comercio de armas, no tenéis vergüenza». «Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas», rezaba otro cartel.

La pitada al rey, alentada desde el soberanismo y desde los grupos de la izquierda radical, desvirtuó el mensaje de unidad y clamor unánime contra el terrorismo que buscaba la manifestación, organizada por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Por momentos, más que una movilización contra el terrorismo parecía una protesta contra el rey, el Gobierno y el PP. Puigdemont evitó criticar la bronca. «La libertad de expresión por encima de todo; pero tampoco lo tenemos que magnificar», dijo.

La pitada a Felipe VI, primer monarca que participa en una manifestación en España, hizo saltar por los aires la unidad civil e institucional que Carles Puigdemont ya anticipó en la víspera vertiendo una grave acusación contra el Gobierno, al sostener que Mariano Rajoy ha hecho política con la seguridad. Su consejero de Interior, Joaquim Forn, echó ayer aún más leña al fuego y señaló que actuará si se confirma que la Policía española ocultó datos a los Mossos sobre el imán de Ripoll.

Nueve días después de la tragedia, la respuesta contra el terror fue, no obstante, masiva y puede decirse que histórica. Barcelona respondió como se esperaba y buena parte de la ciudadanía que acudió a la movilización ofreció la mejor versión de sí misma. La cara de una población castigada y conmocionada por el dolor, pero dispuesta a seguir adelante y a no permitir que la intolerancia se apodere de la calle.

La Guardia Urbana habló de medio millón de personas. Barcelona expresó que no tiene miedo en una manifestación que recorrió el paseo de Gracia a lo largo de kilómetro y medio hasta la plaza de Cataluña, en la que la gente fue la protagonista, ya que 75 representantes de los cuerpos de seguridad, de emergencia y de entidades vecinales y ciudadanas encabezaron la protesta y relegaron a las autoridades políticas e institucionales a un segundo plano, en una segunda cabecera. La ciudadanía tuvo además un papel central, porque no hubo discursos institucionales, como en otras ocasiones, sino que la palabra la tomó la sociedad civil.

«No conseguirán dividirnos»

C. R. / Colpisa

«Si su ideología es la muerte, la nuestra es una apuesta decidida por la vida», leyó al final de la manifestación la actriz Rosa María Sardá en el escenario instalado en la plaza de Cataluña. «No conseguirán dividirnos, porque no estamos solos, somos millones de personas las que rechazamos la violencia y defendemos la convivencia en Manchester y en Nairobi, en París o Bagdad, en Bruselas y Nueva York, en Berlín y Kabul», afirmó. En su discurso, Miriam Hatib, también barcelonesa, miembro de la fundación musulmana Ibn Battuta, señaló que ni la «islamofobia ni el antisemitismo ni ninguna expresión de racismo o xenofobia tienen cabida en nuestra sociedad». «El amor acabará triunfando sobre el odio», remató. Fue un acto corto, sencillo, pero muy emotivo. Como los versos de Lorca, la música de Pau Casals o los miles de rosas que sujetaron los manifestantes. La protesta acabó como empezó: con miles de personas gritando «No tinc por». No faltó nadie. Nunca antes el jefe del Estado había acudido a una manifestación y el rey estuvo ayer en Barcelona. También Rajoy y su Gobierno; el vicepresidente del Parlamento Europeo; los presidentes del Congreso y del Senado; el presidente de la Generalitat y sus homólogos autonómicos; la alcaldesa de Barcelona, así como la representación de la totalidad de los partidos del Congreso y de la Cámara catalana. Prácticamente no faltó nadie.

«No importa la religión, cualquiera podría haber muerto allí»

Los asistentes explican su presencia y hacen una llamada a la tolerancia

David S. Olabarri / Colpisa

La multitudinaria manifestación que el sábado recorrió el centro de Barcelona reunió a miles de ciudadanos anónimos, de todas las nacionalidades y religiones. Por ejemplo, el sirio Tamehd Karim, que no paró de recibir abrazos. Tenía un cartel en el que reivindicaba el islam como religión de paz. Y muchos manifestantes se acercaban a estrecharle la mano o a abrazarle. Vio a su mujer y a sus dos hijos morir en la guerra de Siria. «Perdí a mi familia en Alepo; sé qué es el dolor», dice. Después cogió una patera con casi cincuenta personas y fue el único superviviente. Por eso está muy agradecido a Barcelona por haberle acogido como refugiado. Mouna, su traductora, marroquí, insiste en que cualquiera de los que acudieron a la manifestación podría haber sido víctima del atentado. «No importa la religión; cualquiera podría haber muerto allí», dice.

Benjamín García llegó a la manifestación con un gran cartel. Por un lado, un retrato del rey; por el otro, una bandera de España con un crespón negro. «En este país tenemos que reunirnos alrededor de una institución que nos aglutine a todos; y eso es el rey; por eso llevo esta pancarta», afirma. Reconoce que en un primer momento no se terminaba de creer los atentados. «No puede ser, no puede haber pasado aquí», pensaba. La incredulidad dejó paso a la «rabia» y la «frustración».

«Me sentía obligada a estar hoy aquí», dice Mah M., diseñadora gráfica iraní que vive en Barcelona desde hace diez años. Lleva el pelo suelto, sin velo, pantalones cortos y escote. Tiene claro que no podría vestir de esa forma en Irán. Y asegura que, después de tanto tiempo, le sería «muy difícil» volver a su país, donde la gente quiere «más libertad individual». «Me dolieron mucho los atentados, que se utilice el nombre de la religión para atentar contra gente», dice Mah.

«Seguiremos paseando por las Ramblas», dicen José y María Luisa, que dejaron hace 60 años sus pueblos en Zamora y Andalucía para instalarse en Barcelona. Piden que no se estigmatice a los musulmanes. «No todos son iguales. Muchos son también víctimas». Carlo Angrisano, de Barcelona, y Fede Munne, murciano, tienen 20 años y fueron a la manifestación con una decena de amigos. Llevaban una pancarta con las banderas española y catalana unidas por un crespón negro. Querían símbolos «que uniesen a todo el mundo», sin cargas políticas, en un momento en el que «lo importante es estar unidos» en «repulsa» del atentado yihadista. Por eso, admite Carlo, le dolieron los abucheos al rey.