«Una isla en invierno es más isla aún, pero con comida  y salud, todo va bien»

Carlos Punzón
Carlos Punzón VIGO / LA VOZ

GALICIA

Julio Vilches, farero de Sálvora durante años y único habitante de la isla
Julio Vilches, farero de Sálvora durante años y único habitante de la isla xoan a. soler

Hablan los gallegos que viven rodeados de agua; 5.207 personas según los datos del último padrón de habitantes

29 ene 2019 . Actualizado a las 11:18 h.

Solo quedan cinco islas con población estable en Galicia, o al menos cinco en las que el padrón de residentes no tiene un cero en su casilla. Entre ellas suman 5.207 habitantes, aunque hay que contar a los que residen y no están censados, a los vigilantes (especialmente en las pertenecientes al Parque das Illas Atlánticas), a los visitantes estivales o los que ya alquilan apartamentos en el primer hotel abierto en el faro de una isla de toda España. La mayoría de los isleños, el 95 %, se concentran en A Illa de Arousa (4.958 vecinos censados). El puente borró allí en 1985 una historia de aislamiento, como antes escribieron páginas idénticas la isla viguesa de Toralla (140 residentes) o A Toxa (42). Solo Ons (65 empadronados) y Cíes (1) mantienen ya población en las islas que solo tienen al barco como modo de conexión. Sálvora fue la última que vio caer a cero su población.

«Claro que marca la vida en una isla y más durante casi 38 años, como pasé de farero en Sálvora», reconoce Julio Vilches, el último habitante de la isla, que ahora ha optado por no parar recorriendo España en autocaravana. «Pasas muchas épocas de soledad completa y, en verano, cantidad de momentos festivos», recuerda Vilches, que indica que hasta el año 2000 «había frecuentes problemillas con los veraneantes que venían a la casa del marqués». Él formó su familia en Sálvora y allí crio a sus dos hijas. «Sí que había momentos duros. Una isla en invierno, con temporal, es más isla aún, pero con comida y salud todo va bien», prosigue el antiguo farero, que aún figura en el recuento anual del censo vinculado a Sálvora, aunque la dejó atrás el invierno pasado para volver a Valencia: «Mi base».

«Pasas épocas de mucha soledad y de repente, siempre se encadenaban muchas circunstancias festivas»

«Por culpa de problemas de salud dejamos de vivir todo el año en Ons», señalaba ayer Checho, justamente desde el hospital. La última pareja que aún pasaba el invierno en la isla perteneciente a Bueu ya no lo ha hecho estas Navidades, comenta. «Pero mis hijos y otros vecinos van a la isla todos los días a pescar, a ver cómo está todo, y en marzo ya nos volvemos para allá de forma estable. Antes no, porque no hay actividad», dice la mujer que explota uno de los establecimientos de restauración de Ons. «Allá estamos más relajados, nos gusta, somos de allí y lo vivimos y cuando estás en la isla no piensas en lo que no tienes, o que no haya médico. Lo que no hay son coches, y eso se nota», dice.

La exclusividad de contar con una isla para uso propio es lo que vende el hotel Faro Isla Pancha. Solo pueden acceder mediante clave los huéspedes de sus dos apartamentos, donde en temporada baja puede costar desde 200 euros la noche. «Los turistas se quedan solos, tienen total privacidad y un faro de 1857 a su disposición», comenta la encargada del establecimiento. Un puente lo une a la costa de Ribadeo. «El tiempo es similar al que pueda hacer en la playa de As Catedrais», dice para alejar cualquier miedo a pasar en invierno la noche en una isla.

«Cuando vives en una isla no te preocupas por no tener médico a mano. Vives relajado, no hay ni coches»

Los que también acuden en verano a su casona son la familia del propietario de la isla de A Creba, en Muros. Los vecinos de la parroquia muradana de Esteiro reiteran que el islote fue usurpado por una pareja de Outes en los años veinte y que les pertenece.

Los asentamientos humanos se han producido en distintas épocas en Tambo, Cortegada, San Simón y su anexa San Antón, Santa Cruz, la coruñesa San Antón, Lobeiras, A Rúa, San Vicente, Santa Comba, Guidoiro Areoso, A Toxa Pequena, Area y Coelleira, pero en la mayoría no queda rastro más que el de los vigilantes, presencia militar puntual, actividades culturales que puedan acoger, o en algunos casos, romerías, incluso.

Eso sí, los servicios de guardacostas reconocen que las islas forman parte habitual de sus patrullas. «Sigue habiendo mucho que vigilar y que contar lo que a veces ocurre en ellas», dice uno de sus integrantes.