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Tras sustituir a su hermano en la presidencia cubana, Raúl Castro inició una serie de reformas graduales que han permitido, entre otras cosas, la liberación de varios disidentes y el restablecimiento de las negociaciones con EE.UU.
31 jul 2016 . Actualizado a las 19:07 h.En el verano del 2006, una repentina crisis de salud obligaba al entonces presidente del Consejo de Estado cubano, Fidel Castro, a cederle el poder a su hermano menor. Este domingo, diez años después de que Raúl asumiera el mando, Cuba presenta una serie de cambios que, si bien continúan siendo limitados, han permitido al país abandonar el hermetismo absoluto en el que se había sumido con la revolución de 1959. El gobierno del segundo de los Castro, que declaraba querer cincelar una nueva cara en el modelo económico cubano preservando «las conquistas del socialismo», ha traído consigo en esta década momentos inesperados, como el diálogo con Estados Unidos, la excarcelación de algunos presos políticos o la autorización de la compraventa de viviendas y automóviles en la isla.
Todo comenzó en julio del 2006. Después de medio siglo de poder absoluto, el estado de salud del líder del Partido Comunista de Cuba (PCC), que ya tenía una edad avanzada, empeoró súbitamente. La intervención quirúrgica a la que tuvo que ser sometido Fidel, así como la posterior recuperación, le llevaron a delegar en su hermano Raúl, número dos del régimen y ministro de las Fuerzas Armadas desde hacía años. Al principio, la situación del antiguo presidente del país se convirtió en un «secreto de Estado». Mientras los medios internacionales especulaban sobre lo que podía ocurrirle al líder revolucionario, Raúl realizaba la sorprendente oferta de normalizar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, que se habían roto en 1961 como consecuencia de los embargos económicos que aún están vigentes en la isla. Sin embargo, más tarde, a finales de diciembre, los médicos que atendían a Fidel desvelaban que no tenía cáncer, y anunciaban su recuperación.
Al contrario de lo que se podría pensar, la mejoría del mandatario no provocó que volviera al poder. En febrero del 2008, Raúl Castro asumía formalmente la presidencia, después de la renuncia de su hermano a seguir en el gobierno.
Fue a partir de ahí cuando el dirigente cubano comenzó sus reformas. La primera de ellas fue la emisión de un decreto, autorizando a los agricultores privados a recibir tierras ociosas en usufructo. Al año siguiente, en mayo del 2009, Raúl dio su segundo paso en la comunicación con EE.UU., aceptando reabrir las conversaciones con Washington sobre emigración y correo postal directo, como respuesta al cese de las restricciones de Obama sobre el envío de remesas de cubano-americanos a la isla.
Además del diálogo con Estados Unidos, Castro ha tratado otros dos grandes asuntos en lo que lleva de mandato: el futuro de los presos políticos y la estigmatizada propiedad privada. En cuanto a los primeros, unos 130 disidentes fueron liberados en julio del 2010, después de una reunión de Raúl con los responsables de la Iglesia Católica en Cuba. Una medida gradual, a la que se le sumó el indulto de más de tres mil presos en diciembre del mismo año. Del mismo modo, el avance en la propiedad privada ha sido contenido, aunque ha experimentado un gran avance si se compara con el periodo vivido con Fidel.
Tras la renuncia de su hermano a la dirección del PCC en abril del 2011, Raúl Castro asumió todo el poder, aprobando un plan de reformas económicas y sociales. Como consecuencia, se dio vía libre a 300 medidas relacionadas con la apertura del sector privado, la reducción de empleos en el sector estatal, la autogestión de las empresas públicas y la descentralización del aparato estatal. Unas leyes que incluyeron, para alegría de muchos, la compraventa de viviendas y automóviles, aunque, debido a los precios prohibitivos de los coches nuevos, cubanos y extranjeros solo puedan permitirse los de segunda mano.
También hubo más flexibilidad en la política exterior de Cuba. En enero del 2013, se eliminaron los «permisos de salida» para viajar fuera de la isla y, un año más tarde, se aprobó la nueva Ley de Inversión Extranjera. Este incremento de la «tolerancia» ha dado lugar, al mismo tiempo, a un aumento de los encuentros entre Cuba y otros países e instituciones. En el 2014, La Habana inició sus conversaciones con la Unión Europea y, en el 2015, reabrió su embajada en Washington, recibiendo a Barack Obama en la isla un año más tarde.
A pesar de estos avances, los diez años de gobierno han sido decepcionantes para muchos. «Los cementerios de esta zona de Miami están llenos de gente que celebró con botellas de champán la salida o las 'muertes' de Fidel Castro», declaró a Efe Eduardo, uno de los cientos de cubanos exiliados en Estados Unidos que pensaron que el mandato de Raúl supondría el fin de la represión en su tierra natal.
Porque lo cierto es que, dentro de la isla, la realidad es distinta a la que se vuelca sobre el papel. Hace unos días, el menor de los Castro admitía que la economía del país se encuentra en «circunstancias adversas». La falta de liquidez; la disminución de los envíos de petróleo de Venezuela, su principal aliado; y el reparo a la hora de aceptar proyectos de inversores extranjeros (en el puerto del Mariel, de unas 400 propuestas, solo funcionan 5); anuncian más penurias para los habitantes de Cuba, que tendrán enfrentarse en el futuro a las anunciadas medidas de ahorro del régimen.