Susana Arias, neuróloga: «Algunos pacientes jóvenes pueden tener un ictus por realizar un ejercicio brusco»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Susana Arias, neuróloga.
Susana Arias, neuróloga. PACO RODRÍGUEZ

En el Día Mundial del Ictus, la experta subraya la importancia de la prevención a través de una alimentación adecuada y evitando el consumo de sustancias tóxicas

29 oct 2024 . Actualizado a las 10:41 h.

Cada año se producen 90.000 ictus en España, lo que significa que esta patología cerebrovascular afectará a una de cada cuatro personas a lo largo de su vida. El ictus es la segunda causa de muerte más común a nivel mundial y la primera causa de discapacidad en el plano nacional. Casi un tercio de las personas que han sufrido un ictus están actualmente en situación de dependencia debido a las secuelas de este evento.

Una vez que se interrumpe el flujo sanguíneo hacia el cerebro, el tiempo es la variable crucial para salvar la mayor cantidad posible del tejido, pero para intervenir a tiempo, hay que detectar rápidamente los síntomas, algo que, según los últimos datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), la mitad de la población no sabe hacer. Por eso, en el Día Mundial del Ictus, que se celebra cada año el 29 de octubre, la doctora Susana Arias, vocal de la Sociedad Española de Neurología, explica las claves para identificar tempranamente los signos del ictus y subraya que todo ciudadano debería saber cómo actuar ante esta emergencia médica que podemos llegar a presenciar «hasta en la cola del supermercado».

—Empecemos por lo más importante, ¿cuáles son los principales síntomas de un ictus?

—Para recordarlos, el Sergas estableció la campaña de las tres F. Las F son de Forza, Faciana y Fala. Forza implica una pérdida de fuerza, generalmente con una distribución de medio cuerpo, brazo y pierna del mismo lado. Faciana, que se paraliza medio lado de la cara y se tuerce la boca. Y Fala sería la alteración del lenguaje, bien porque hablas de una manera incoherente, no produces bien el lenguaje o tienes una dificultad en la articulación, o bien porque te hablan y no lo entiendes. A esto también se le suma a veces la pérdida de visión por un ojo, síntomas vertiginosos o un mareo acompañado de algunos de los anteriores.

—¿Qué debemos hacer si vemos que alguien está teniendo estos síntomas?

—La palabra ictus viene del latín y significa golpe, es decir, es algo que sucede de manera repentina. Estamos haciendo nuestras labores cotidianas y aparece de repente. O bien una arteria se rompe, lo que se conoce como ictus hemorrágico, y es el 20 % de los casos, o bien una arteria se cierra y queda sin flujo, lo que sería el ictus isquémico y supone el 80 % de los casos. Uno de los lemas principales de esta enfermedad es que el tiempo es cerebro y que tiempo perdido es cerebro perdido.

—¿Por qué es tan importante el tiempo en esta patología?

—Porque el cerebro necesita de forma constante un aporte de oxígeno y glucosa y, si tenemos esa arteria cerrada, no le llega ese aporte. Cada minuto que pasamos sin flujo se mueren dos millones de neuronas, por eso es muy importante intentar restaurar ese flujo sanguíneo en el menor tiempo posible y se sabe que los minutos que ganamos al principio son incluso más importantes que los minutos que ganamos cuando han pasado cuatro, cinco, seis horas o más tiempo. Por eso, existe una cadena asistencial que nosotros llamamos los protocolos de código ictus.

—¿En qué consiste este código?

—El primer paso del código, si a ti te da el ictus en tu casa, es que tus familiares, tus amigos o las personas que estén contigo sean capaces de reconocer que lo que a ti te está pasando es un ictus. Debemos pedir asistencia sanitaria urgente para poder llegar al hospital en el menor tiempo posible.

—¿Cómo ha cambiado este proceso asistencial en los últimos años?

—Todo el mundo sabe reconocer de alguna manera los síntomas de infarto de miocardio, pero igual no hubo tanta educación poblacional sobre ictus. Yo creo que esto en parte se debió a que antes teníamos pocas alternativas terapéuticas. Hasta el año 2000, no podíamos hacer mucho. Afortunadamente, a partir de finales de la década de los 90 se crearon las unidades de ictus, donde tratamos a los pacientes de una manera protocolizada. Esta fue la primera medida en conseguir disminuir la mortalidad y el grado de discapacidad de estos pacientes. Después apareció el tratamiento fibrinolítico, un fármaco que metido por vía intravenosa conseguía disolver, parcial o totalmente, el coágulo. Hoy en día ese fármaco lo podemos administrar en las cuatro o cinco primeras horas de inicio de la sintomatología. Y también hay técnicas de trombectomía. Con un catéter vamos directamente a ese trombo cerebral, para extraerlo, fragmentarlo o aspirarlo. Como ha cambiado radicalmente el tratamiento en la fase aguda del ictus, es muy importante que los pacientes lleguen pronto, ya que no podemos rescatar el cerebro pasadas muchas horas, porque empieza a inflamarse y hay procesos de destrucción. No vale de nada sacar el trombo si han pasado 24 horas.

—A pesar de estos nuevos tratamientos, las secuelas pueden ser incapacitantes...

—Sí. Hay que pensar que el cerebro es el órgano que realiza todas las funciones. Es el encargado de respirar, de hacer que lata al corazón, de todas las funciones cerebrales superiores. Entonces, pequeñas cicatrices en él evidentemente van a dar lugar a algún grado de discapacidad. Según dónde tengas la lesión, te puede afectar al habla, a la movilidad, a la visión.

—¿Cómo se trabaja para reducir el impacto de estas secuelas?

—Cuando se activa el código ictus es esencial esa atención urgente, pero ahí no acaba el proceso, sino que también es fundamental el proceso de rehabilitación. Requiere un equipo multidisciplinar, donde se vean implicados terapeutas ocupacionales, logopedas, y por supuesto un apoyo neuropsicológico.

—Se suele mencionar el hecho de que la mayoría de ictus se podrían prevenir. ¿Por qué está aumentando la prevalencia del ictus siendo una patología evitable?

—El principal factor de riesgo es la edad, que evidentemente, es no modificable. Cada vez estamos viviendo más años, y esto va unido a procesos de pérdida de la elasticidad vascular de las arterias. Y por otro lado, las mujeres tenemos más ictus en etapas finales de la vida, por encima de los 85 años, son generalmente debidos a un problema del corazón en el que se forma algún tipo de trombo, y otro momento también especialmente vulnerable para nosotras es entre los 35 y 45 años, en relación con estados protrombóticos, anticoncepción hormonal, embarazo, o parto. Los hombres, tradicionalmente, han fumado un poco más y tienen más ictus de perfil aterosclerótico, por placas de colesterol pegadas en la pared de las arterias. Entonces frente a la edad y al sexo no podemos hacer nada.

—¿Qué es lo que sí podemos hacer para evitar sufrirlos?

—El principal factor de riesgo evitable para los ictus va a ser la hipertensión arterial. Después está la dislipemia, la obesidad, el sedentarismo las sustancias tóxicas como tabaco y alcohol.

—¿Qué rol tienen los hábitos en la prevención del ictus?

—Es un factor clave porque la alimentación va a ir ligada a los clásicos factores de riesgo vascular. El consumo de sal, de alcohol, de grasas y de hidratos de carbono en exceso harán que a partir de una edad metabolicemos menos y tengamos más propensión a sufrir hipertensión, diabetes, colesterol, obesidad, o síndrome metabólico. Está claro que una dieta lo más sana posible sentará las bases de evitar tener factores de riesgo clásicos en el futuro.

—¿Se están viendo más ictus en personas jóvenes?

—Entre los 15-45 años, también hay una incidencia considerable, de 3 a 10 casos por cada 100.000 habitantes. En este grupo de pacientes jóvenes, además de los clásicos factores de riesgo vascular de los que hablamos, la hipertensión, la diabetes y el colesterol, tenemos que hablar de los trastornos de la coagulación, bien hematológicos o bien trastornos ligados a enfermedades autoinmunes que son típicos de este perfil de edad. No nos podemos olvidar también de algunas causas genéticas, malformaciones arteriovenosas o vasculares. Y también es una franja de edad en la que el consumo de tóxicos como drogas simpaticomiméticas puede afectar y ser una causa importante de ictus. Incluso algunos pacientes jóvenes pueden tener su ictus por realizar algún ejercicio brusco que provoca una disección de alguna capa de las arterias que llevan la sangre al cerebro.

—¿Qué les ocurre a los pacientes tras un ictus?

—Como el ictus es algo que ocurre de repente, muchas veces dices, pero es que yo era una persona sana. Te dicen: yo no fumaba, yo no bebía, yo hacía ejercicio, ¿por qué me ha ocurrido esto? En el primer momento, si el ictus te afecta a lenguaje, a la capacidad de poder expresarte, no tienes movilidad, esa fase inicial de duelo, de preguntarse por qué ha pasado esto, tiene un impacto psicológico muy importante. Después los pacientes pasan por una fase en que empiezan a ver mejoría de sus secuelas. Empiezan a ver que con el trabajo de logopeda, con el trabajo de fisioterapeuta, que empiezan a mejorar. Después también se establece una fase de meseta en el que esa mejoría no es tan rápida como al inicio. Entonces, las personas necesitan procesar todo este impacto emocional, que es brutal.

—¿Qué deberíamos tener en cuenta sobre el ictus?

—Hay que pensar que uno de cada cuatro sujetos va a sufrir un ictus. Puedes estar en el supermercado y ver a alguien que empieza a farfullar e identificar que eso no es normal. Al final todos formamos parte de esa cadena existencial y los primeros minutos son esenciales. Pedir ayuda de forma urgente es crucial.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.