Sofía Giaquinta, nutricionista: «Decir que el intestino es el segundo cerebro no es correcto»

VIDA SALUDABLE

La experta aborda los principales mitos que prevalecen en la sociedad en cuanto a la alimentación y asegura que la hinchazón abdominal después de comer no debería preocuparnos
29 abr 2025 . Actualizado a las 13:05 h.¿El gluten y los lácteos causan inflamación? ¿Es el intestino, realmente, el segundo cerebro? ¿Comer de noche nos hace subir de peso? Estos son algunos de los mitos que aborda Sofía Giaquinta en su nuevo libro, Nutrición sin miedo (Montena, 2025). Ella es dietista-nutricionista especializada en trastornos de la conducta alimentaria y también divulga información sobre alimentación a través de sus redes sociales. Con un enfoque claro, crítico y empático, la autora se adentra en los mitos más comunes que persisten sobre la alimentación, la salud y el cuerpo. Hablamos con ella para profundizar en algunas de las creencias que nos hacen perder el norte en nuestra nutrición.
—¿Cuáles diría que son los mitos más instalados en nuestra sociedad en relación con la alimentación?
—Diría que, sin duda, los mitos en torno a la pérdida de peso son los más arraigados y los más peligrosos. Vivimos en una sociedad que asocia salud con delgadez, y eso no es necesariamente así. A menudo se da por hecho que perder peso equivale a ganar salud, y no es verdad. El peso no es necesariamente un indicador de salud y podemos mejorar nuestra salud sin perder ni un solo kilo. El enfoque no debería estar en encontrar un método para adelgazar, sino en cuidar nuestros hábitos y priorizar el bienestar general.
—El índice de masa corporal es una de las métricas que vinculan, quizás más de la cuenta, el peso con la salud...
—El índice de masa corporal, o IMC, fue creado originalmente por un astrónomo belga en el siglo XIX para estudiar a poblaciones, no para evaluar la salud individual. No tiene en cuenta la masa muscular, la distribución de grasa ni otros factores clave. Su uso se popularizó en Estados Unidos cuando las aseguradoras vieron en él una forma de cobrar más a las personas con cuerpos grandes. Irónicamente, el IMC clasifica como «saludables» a muchas personas con hábitos poco saludables solo por su peso, mientras penaliza a quienes, aún con buenos hábitos, no encajan en los rangos establecidos. Por eso, insisto en que el peso, en sí mismo, no es un indicador fiable de salud.
—Últimamente, se ha puesto el foco de la nutrición en la inflamación. ¿Qué es, exactamente, y cuándo debería preocuparnos?
—Es un término que se ha banalizado mucho. La inflamación es un proceso celular, iinvisible, que se activa cuando nuestro sistema inmunológico detecta una amenaza. En contextos puntuales, como una torcedura o una infección, es positiva, ya que es la forma en que el cuerpo se protege y se repara. El problema es cuando se cronifica. Ahí hablamos de inflamación persistente, de bajo grado, que puede estar relacionada con el estrés crónico, la falta de sueño, el sedentarismo... No tanto con lo que comemos, como muchas veces se afirma sin base científica.
—¿Cuánto hay de cierto en la idea de que el gluten o los lácteos pueden causar inflamación?
—No tienen base científica. Ni los lácteos ni el gluten inflaman a las personas sanas. Solo están contraindicados en casos específicos, como puede ser la intolerancia a la lactosa o la celiaquía. Lo que sí existe es un discurso alarmista que busca generar miedo para luego ofrecer soluciones en forma de suplementos o dietas restrictivas. Se nos hace creer que estamos inflamados y que necesitamos desinflamarnos consumiendo ciertos productos milagrosos, lo cual es más márketing que ciencia. Ningún alimento, por sí solo, tiene la capacidad de desinflamar. Tampoco deberíamos eliminar ningún alimento de nuestra dieta sin una indicación médica.
—¿Recomendaría el consumo de probióticos para mejorar la salud intestinal?
—Los probióticos existen para determinadas situaciones, por ejemplo, después de un tratamiento con antibióticos que ha afectado a la microbiota intestinal, los probióticos pueden ser útiles para repoblarla. Pero no se trata simplemente de tomar probióticos por tomarlos. Hay que analizar de manera individualizada, porque no todos funcionan para todo el mundo. Incluso, en muchos casos, a estos suplementos les cuesta asentarse y generar poblaciones dentro de nuestro intestino. Además, la microbiota varía muchísimo de persona a persona, dependiendo de factores como el entorno, el tipo de alimentación, incluso si convives con animales. No existe una microbiota perfecta a la que debamos aspirar. Es un sistema complejo y diverso. Y por otro lado, la conexión que hay entre esa microbiota o ese intestino y nuestro cerebro es la misma que el cerebro tiene con el resto del cuerpo. Y hay una relación bidireccional. Es decir, si tú estás muy nerviosa porque tienes un examen o una entrevista de trabajo, es normal que sientas como que esos nervios se te están yendo a la tripa y que vas al baño corriendo. Ahora bien, lo que nos están intentando vender últimamente es que esa relación intestino-cerebro también funciona al revés.
—Un mensaje que circula en este sentido es la idea de que el intestino es el segundo cerebro. ¿Es así?
—Esta idea está basada en una mala interpretación. Es verdad que el intestino y el cerebro están conectados, principalmente a través del nervio vago. Y también que una gran parte de la serotonina del cuerpo se produce a nivel digestivo. Pero esa serotonina no actúa como neurotransmisor cerebral porque no atraviesa la barrera hematoencefálica, nunca llega a nuestro sistema nervioso central. Por eso, decir que puedes curarte la depresión comiendo mejor es una simplificación peligrosa. La salud mental es multifactorial. No podemos olvidar el contexto social, económico y psicológico de las personas.
—Muchas personas notan hinchazón abdominal después de comer. ¿Cuándo deberíamos preocuparnos por eso?
—La hinchazón leve después de comer es normal. Nuestro abdomen cambia a lo largo del día. Ahora bien, si esa hinchazón se acompaña de otros síntomas como dolor, diarrea, estreñimiento o reflujo, es importante consultar a un médico digestivo. No deberíamos autodiagnosticarnos ni automedicarnos. Muchas veces se piensa que con cambiar la dieta basta, pero sin un diagnóstico claro estamos actuando a ciegas. Las patologías digestivas mal tratadas pueden cronificarse.
—También hay una creencia muy extendida sobre que comer por la noche engorda más. ¿Qué hay de cierto en eso?
—Esa idea no tiene sustento. Nuestro cuerpo sigue funcionando por la noche. El corazón late, respiramos, regeneramos tejidos. Incluso hay estudios que indican que consumir carbohidratos por la noche mejora la calidad del sueño, porque nos permite conciliar el sueño antes y segregar melatonina, que es la hormona que está asociada con este descanso. Lo importante es no irnos a la cama completamente llenos, para dar tiempo a la digestión. Pero hay que saber que seguimos gastando energía incluso mientras dormimos.
—En el libro menciona también el plato de Harvard. ¿Qué críticas se le pueden hacer a ese modelo?
—Es un modelo que hoy está desactualizado. Es del 2010, y además está centrado en un contexto estadounidense, que no siempre se adapta a otras culturas. Por ejemplo, demoniza el consumo de patatas y no contempla alimentos base de muchas gastronomías como el arroz o el pan. Tampoco permite adaptaciones para platos tradicionales. No siempre podemos comer compartimentando el plato.Habrá días que comamos más verduras, días que comamos más pasta, días que comemos más pescado y no pasa absolutamente nada. No tenemos que ser robots que todos los días compartimenten su plato y coman exactamente lo mismo en la comida y en la cena porque no estaríamos dejando espacio al disfrute, que es una parte muy importante de la alimentación. Además, las recetas tradicionales no se guían por esas limitaciones del modelo del plato. Hay que dejar espacio para el placer, para la tradición, para la diversidad cultural y económica. Un guiso no se adapta a los parámetros del plato de Harvard, pero puede ser muy saludable. Entonces, siempre digo que lo que sirve para todo el mundo, al final, no sirve para nadie.
—¿Qué alimentos cree que deberíamos consumir más en general?
—Las legumbres, sin duda. Son económicas, versátiles y muy nutritivas, pero muchas veces las dejamos de lado por falta de tiempo o desconocimiento acerca de su preparación. Hay que desmitificar que solo sirven para hacer guisos. Se pueden incorporar en ensaladas, cremas, hamburguesas vegetales... Hay muchas formas de integrarlas en nuestra rutina sin complicaciones.
—Retomando el tema de los suplementos, ¿cuándo recomendaría utilizarlos?
—Lo ideal es que la suplementación sea individualizada. Pero hay situaciones en las que comúnmente puede ser necesaria. Por ejemplo, la vitamina D en personas con patologías autoinmunes o durante la menopausia. También el omega 3, especialmente durante el embarazo o para mujeres que presentan dolor menstrual. En esos casos, el suplemento puede marcar una diferencia, pero siempre con una evaluación previa. No hay ningún suplemento que deba tomarse universalmente. Esa idea de que todos necesitamos magnesio o colágeno no tiene respaldo científico suficiente.