Cuando la cocina esconde cuadros millonarios (y sus dueños no lo sabían)

Sara Cabrero
Sara Cabrero REDACCIÓN / LA VOZ

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Una vecina de París mantuvo durante años en su casa, sin tener idea de ello, una valiosa obra de Cimabue. Cada poco tiempo aparecen casos como el suyo por el mundo, incluso en Galicia

06 oct 2019 . Actualizado a las 05:09 h.

Casi seis millones de euros colgados en la cocina. Y sin saberlo. Esa es la peculiar lotería que le tocó a una mujer mayor del norte de París que, durante años, mantuvo inconsciente en su casa un cuadro considerado como una obra del pintor florentino Cimabue. Las pequeñas dimensiones de El Cristo burlado no habían llamado la atención de su dueña, que lo atesoraba con el mismo mimo que cualquier otro de los artículos de decoración de la casa.

Tras años de peripecias -hasta ahora desconocidas-, el cuadro llegó hace unas semanas a la casa de subastas Acteón. Lo portaba una anciana que lo consideraba un pequeño cuadro sin valor. Tan poca importancia daba a la tabla, que no supo explicar cómo había llegado hasta las manos de su familia. Durante mucho tiempo tuvo, completamente ajena a ello, unos cuantos millones colgados entre el salón y la cocina.

Ha sido la última. Pero no la única. Porque la historia está plagada de afortunados que, sin saberlo, atesoraron durante generaciones cuadros y obras de inmenso valor en las partes más inusitadas de sus hogares. Millones de euros colgados en cocinas, pasillos o salones como si de un simple adorno sin valor se tratara.

Galicia también puede presumir de aparecer en la historia de obras aparecidas en familias corrientes. Y ha dejado huella a lo grande. Porque la coruñesa saga De la Calzada tuvo el honor de atesorar en sus manos un cuadro del mismísimo Diego de Velázquez. Las lágrimas de San Pedro estuvo en manos de estos gallegos durante varias generaciones hasta que, en el 2004, un empresario madrileño desembolsó una nada desdeñable cifra por hacerse con la obra.

El Velázquez acabó en A Coruña con motivo de una deuda, después de que un marqués sevillano dejara el cuadro como aval al solicitar un crédito. La deuda, como imaginan, acabó saldándose con el lienzo, que los descendientes del agraciado mantuvieron en la familia desconocedores de su valor. La visita de uno de los miembros de la familia a un museo de Nueva York hizo explotar todo por los aires. Allí se topó con una pintura que recordaba (y mucho) a la que tenían colgada en el salón. Y a partir de ahí empezó la odisea. Tras consultar con varios expertos, la autenticidad del objeto fue, para gloria del bolsillo de los propietarios, confirmada.

Algo más truculenta es la historia que rodea a la obra Les Choristes, del galo Edgar Degas. El lienzo permanecía en paradero desconocido desde el 2009, cuando fue robado durante una exposición en Marsella. Hasta que, el año pasado, durante un control fortuito en un puesto de aduanas se encontró la tela en el maletero de un autobús. En esa ocasión no hubo millonarios. Probablemente consciente de lo que tenía entre manos, el dueño decidió dar la callada por respuesta. Ninguno de los ocupantes del autobús se atribuyó su propiedad. A día de hoy se sigue sin saber quién lo puso allí.

También apareció abandonado y sin dueño un grabado de Picasso. Y tan abandonado. Minotauro, bebedor y mujeres -robado en una pinacoteca brasileña- apareció meses después tirado en una cuneta de Sao Paulo tras una operación policial en una favela próxima a la zona. En España también se vivió una historia parecida pero con una litografía del pintor Antonio López, que apareció en el madrileño barrio de Puente Vallecas durante una operación contra un laboratorio de droga. Además de toparse con un buen alijo de cocaína, la Policía Nacional se incautó de varios cuadros.

Dura vida fue la que también tuvo la pintura de Caravaggio Judith decapitando a Holofernes, que durante años sobrevivió al olvido cubierto de polvo y mugre en un ático francés. La suerte sonrió a los dueños de la casa mientras investigaban una simple gotera. Para detectar la pérdida de agua echaron abajo una puerta de la que no tenían llave y allí, sorprendentemente, apareció la tela. No solo sobrevivió al olvido, sino también a un robo. Un grupo de ladrones irrumpieron en el lugar años atrás del hallazgo, llevándose varios objetos. Al Caravaggio, directamente, lo ignoraron.

Aún hay esperanzas para los que desean hacerse ricos a golpe de obra. Porque en el mundo pictórico todavía hay un buen puñado de cuadros que permanecen perdidos. La tormenta en el mar de Galilea, de Rembrandt van Rijn, Le Pigeon aux peitis pois de Pablo Picasso o El concierto de Vermeer son solo un ejemplo de ello. Mención especial merece la Natividad, de Caravaggio, robada en Palermo en 1969. Dos decenios después del hurto, el mafioso Mannoia aseguró a un juez que la obra había sido devorada por ratones. Más tarde, otro mafioso, Gaetano Grado, aseguró que estaba troceado y escondido. Quién sabe, igual en un hogar próximo a donde vivimos.