Esto de poder viajar no es tema menor para la vida de los pueblos. En el siglo diecinueve, viajaban los ingleses que iban a conocer los escenarios de la cultura clásica que habían estudiado en sus universidades. A eso le llamaban the grand tour, el gran viaje. Visitaban Francia, Italia y Grecia, donde por cierto murió Lord Byron, que había acudido a luchar por la independencia de la tierra de sus clásicos frente a los turcos, y que murió enfermo sin entrar en batalla. Antes ya hubo grandes viajeros como Alejandro, el macedonio que conquistó Asia y murió con aproximadamente los mismos pocos años que Lord Byron. De Herodoto a Mark Twain, de Marco Polo a Bruce Chatwin, de Chateaubriand a Kapuscinski, muchos han viajado y lo han ido contando. Con Franco, aquí, no viajaba más que la selección española de fútbol, como pasaba en Rusia, en Cuba, en China con sus atletas. En España se viajó mucho con el césar Carlos V, por Europa y por América, y en siglo de las luces el océano Pacífico era conocido como The spanish lake, El lago español. A principios del veinte, entre guerras, la Residencia de Estudiantes de Jiménez Fraud organizó su tour a la manera británica y también por aquellos años Federico García Lorca se fue a La Universidad de Columbia y volvió con el libro Poeta en Nueva York, para mí lo mejor de su obra. En la España de Franco, además de los futbolistas, viajaban los niños de los colegios privados, que sus padres mandaban a aprender inglés a Irlanda, católica y tradicional (y ahora se sabe que tierra de curas pederastas). Pero viajar es bueno porque hace poner en cuestión las convicciones de uno. Ver que hay otro mundo además de su ombligo, hace a las personas más liberales, más abiertas y más cultas, y sí, los viajes del Imserso también cuentan. Por eso es importante recuperar la libertad que nos ha quitado la pandemia. Porque, como nos recuerdan los payasos de la tele, el viajar es un placer (que no suele suceder).