El futuro después de haber estudiado una «carrera sin salidas»: «Te dicen que la única opción es opositar, pero dentro descubres un mundo»

C. NOVO SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

Julia y Eyner se conocen de la facultad. Ella estudia Linguas Modernas después de haber empezado Farmacia y él terminó Filoloxía Hispánica y el máster del profesorado.
Julia y Eyner se conocen de la facultad. Ella estudia Linguas Modernas después de haber empezado Farmacia y él terminó Filoloxía Hispánica y el máster del profesorado.

Varios jóvenes que han cursado sus grados en la USC reflexionan acerca de los mitos y las verdades que popularmente se comentan sobre las filologías, las historias o las carreras artísticas

19 jun 2024 . Actualizado a las 12:05 h.

Algunos terminaron la carrera hace años y otros siguen en ella, pero todos concuerdan en que, cuando dijeron por primera vez en alto que querían estudiar lo que finalmente estudiaron, escucharon algún que otro comentario de desaprobación. «Hace una semana estaba saliendo del trabajo y pensé: ‘"Ay, dios mío, aún iban a tener razón mis padres"», cuenta Lucía de Manuel, graduada en Historia da Arte por la Universidad de Santiago. «Nadie me dijo directamente que lo mío había sido un error, pero me acuerdo de que tenía una profesora que, cuando se enteró de que había dejado Farmacia para matricularme en Linguas Modernas, se lamentó diciéndome que era una pena», recuerda Julia López de la Osa, a punto de terminar la especialidad del grado en francés. Estos son algunos ejemplos de jóvenes que se decantaron por hacer esas carreras conocidas popularmente como «sin salidas». Ahora, con la matrícula a la universidad abierta para los aprobados en la ABAU, cuentan, con perspectiva, lo que tiene de verdad y lo que tiene de mito aquello que popularmente se comenta sobre las filologías, las historias o los grados artísticos. 

Según la última encuesta elaborada por la Axencia para a Calidade do Sistema Universitario de Galicia (Acsug), el 87 % de los universitarios gallegos trabajan seis años después de titularse. En el campus de Santiago la empleabilidad supera ampliamente el 80 % en casi todos los grados, a excepción de las viejas filologías, de magisterio o, por ejemplo, de Psicoloxía. Sin embargo, en titulaciones como Historia, aunque la tasa ronda el 85 %, los graduados que no desempeñan funciones universitarias representan el 30 %. Lucía de Manuel, por ejemplo, terminó hace dos años Historia da Arte en la USC. Tras un año de reflexión, se matriculó en un máster de Crítica Cinematográfica y, paralelamente, en Sociología por la UNED. Compagina los estudios con su vocación como estilista y, además, con un trabajo como dependienta en una marca de ropa. Lo que es capaz de ahorrar —vive en Madrid y es «una sangría de dinero»— tiene pensado invertirlo en más formación. «Yo siempre tuve claro que no quería parar de estudiar», reflexiona en conversación con La Voz.

Al terminar el bachillerato, en el 2017, se matriculó en la universidad porque era «el paso a seguir». Para ella, al igual que para otros tantos jóvenes que ven el grado como la única vía posible para garantizarse un futuro, no existían más opciones. «Es lo que hacían todos, sentía que tenía que acabar ahí sí o sí», explica. Se dejó guiar por sus gustos, siempre enfocados en la rama de las humanidades, y comenzó en Xeografía. A los pocos meses se dio cuenta de que no era lo suyo y, al curso siguiente, vuelta a empezar. Postuló a Historia da Arte y, aunque «a nivel de estudio todo fue bien», terminó los cuatro años sin tener claro qué hacer. «La salida más típica para una carrera como la mía, y la más segura también, es opositar a profesorado. Está ahí la investigación, algo que sí me planteé en los primeros cursos, aunque económicamente es muy difícil dedicarte de pleno a ello», cuenta.

Lucía de Manuel, graduado en Historia da Arte por la USC, estudia un máster en crítica cinematográfica y Sociología por la UNED mientras trabaja como estilista y como dependienta en una marca de ropa.
Lucía de Manuel, graduado en Historia da Arte por la USC, estudia un máster en crítica cinematográfica y Sociología por la UNED mientras trabaja como estilista y como dependienta en una marca de ropa.

Durante los cuatro años que cursó Historia da Arte descubrió realidades que, antes de comenzar, desconocía. Si una plaza fija como funcionaria era la opción que más se sostenía a largo plazo, nunca pensó que fuera para ella. Ahora, que lleva dos años graduada, se mantiene en las mismas. «Crecemos como personas y nuestros gustos cambian. En mi caso, después de ver cosas que me gustaban más y otras que me gustaban menos, yo misma elegí una salida muy diferente a lo que convencionalmente se espera de alguien que ha terminado una carrera de este tipo», reflexiona Lucía. Piensa que lo que está haciendo en este momento —estilista, un máster en crítica cinematográfica y Sociología por la UNED, además de trabajar como dependienta en una marca de ropa—, es una salida que ella misma se ha buscado, que ha creado. Mirándolo así, en ningún itinerario de orientación laboral está escrito el recorrido que ella ha hecho al terminar Historia da Arte.

¿Es opositar la única opción para garantizar un futuro?

Eyner Fernández entró en Filoloxía Hispánica en la USC con la mente puesta en la educación. «Siempre te inculcan que en las carreras de Humanidades hay que opositar para tener alguna salida», explica este joven, que terminó hace un mes el Máster de Profesorado. Él se mantuvo en su idea, puramente vocacional, pero en los cuatro años de grado descubrió que había un abanico de opciones de las que nadie le había hablado. «Cuando empecé en la carrera —en el 2019— sabía que estaba la docencia y poco más, no sabía ni que se podía trabajar en la propia Universidad. Ahí había un mundo dentro, desde la edición y la lingüística forense hasta la investigación y la gestión cultural», explica. 

Él mismo se planteó el doctorado, aunque las condiciones que veía hasta conseguir una plaza fija en la Universidad le echaron para atrás. «Hay muchas salidas, el problema es que hay poca demanda para todas. Puedes trabajar en la edición de libros, un mundo bastante atractivo para los que nos gusta la literatura, pero limitado. Pasa lo mismo con la gestión cultural, a la que también puedes acceder con Filoloxía, pero  necesitas un máster muy específico y el mercado laboral es reducido», reflexiona.  

A diferencia de Lucía de Manuel, Julia López de la Osa se matriculó en una primera carrera por las salidas laborales que podría tener en un futuro próximo, pero en seguida se dio cuenta de que no era lo suyo. Hizo bachillerato de ciencias biosanitarias porque «siempre te dicen que con eso puedes entrar en cualquier cosa». De madre farmacéutica y en parte para complacerla, entró en Farmacia, aunque su espinita clavada siempre habían sido los idiomas. En concreto, el francés. «A mi se me daba muy bien y mi profesora del instituto siempre me decía que tenía que hacer filología, que era lo mío», recuerda. Con la mirada puesta en la estabilidad se decantó por su otra —y opuesta— opción. Una vez empezó el año académico —comenzó sus estudios en el 2018—, se tropezó con la realidad. «Era una carrera interesante y muy bonita, pero mi problema es que no me veía trabajando toda la vida en la farmacia de debajo de mi casa», continúa Julia. Cuando se estaba planteando dejarla y comenzar de cero en otra cosa, escuchó hablar «muy bien» de las filologías en USC: «Dije: ‘Pues venga, me voy a Santiago'».

Cuatro años después, le quedan un par de asignaturas para conseguir el título en Linguas Modernas con especialidad en Francés y, a día de hoy, piensa que el calificativo de «sin salidas» es un mito. «Al final, los idiomas se usan para todo, te los piden para cualquier cosa», reflexiona antes de enumerar algunas de las opciones con las que se ha tropezado durante estos años, como la de opositar a educación —la más clara y segura— o la de la traducción. «A mi siempre me han gustado muchas cosas y muy diversas. Puede que dejar Farmacia, cuando ya tenía un futuro hecho, fuera una decisión arriesgada, pero sabía que a mi a largo plazo me iba a suponer un esfuerzo a mayores porque no cuajaba con la vida que quería llevar. Por una parte, me gustaba el trabajo porque era de cara al público. Por otra, era encasillar mi futuro con solo 18 años. Simplemente me dije: ‘Julia, es que eso no es lo que más te va a aportar'», explica.

Julia y Eyner se conocen de la facultad. Ella estudia Linguas Modernas después de haber empezado Farmacia y él terminó Filoloxía Hispánica y el máster del profesorado.
Julia y Eyner se conocen de la facultad. Ella estudia Linguas Modernas después de haber empezado Farmacia y él terminó Filoloxía Hispánica y el máster del profesorado.

Ha pasado casi un lustro desde que dejó Farmacia y asegura no haberse arrepentido nunca de la decisión. «Tampoco es un camino de rosas. Es una carrera que, aunque te digan lo contrario, cuesta», puntualiza, aunque, para ella, ha valido la pena. Piensa que, a día de hoy, complementándolo con un máster cualquier grado puede tener múltiples desembocaduras. Ella, por ejemplo, se llegó a plantear hacer algo que tuviera que ver con la comunicación o incluso con la moda: «Hay muchas salidas, muchas más de las que la gente piensa». Se acuerda de una charla que tuvieron el año pasado, en la que llevaron a diferentes personas con profesiones varias pero con un punto en común: todas habían estudiado en la facultad. «Una trabajaba en una editorial, otra era escritora, otra profesora, vino también un dramaturgo, una traductora y un periodista», dice. Al final, uno puede terminar trabajando en donde menos se lo espera.

El puzle del conocimiento

Para Lucía de Manuel, aunque las suyas sean a simple vista disciplinas tan diferentes, los conocimientos se pueden extrapolar de una a otra. «Para mi, por ejemplo, el arte y el cine están ligados. La gente es una relación que no considera. Para ellos, el cine es un arte, pero nada más. Yo creo que el universo artístico se segmenta y está enlazado. Me hace sentir bien pensar en eso. A veces le doy vueltas a la idea de que la he cagado, que no he hecho algo de provecho, pero prefiero mirarlo desde el punto de vista de que todo esto es parte de la formación, que me va a ayudar. Intento poder aplicarlo, pensarlo y reformularlo. A mi me sigue interesando la historia, intento darle vueltas. Si no, no pasa nada. La vida, por así decirlo, es una constante formación», explica. Para ella, el conocimiento son unas piezas que encajan en un puzle que no termina nunca. 

También una ruleta rusa en la que las diferentes etapas se complementan entre sí. Como estilista está encontrando la parte creativa que le faltó en los cuatro años de carrera, más teórica que, por ejemplo, Bellas Artes. A medida que pasó el tiempo lo fue explorando con la fotografía, disciplina que practica como aficionada pero que también relaciona con sus ocupaciones actuales. Se presentó a concursos y, a raíz de ahí, se tropezó con el mundo del estilismo, «un poco curioseando». Admite lo complicado que puede llegar a ser entrar en esos mundos: «Fui creando mi porfolio y hablándole a la gente», explica. A largo plazo, se plantea una oposición para museos, porque es una rama que disfruta de verdad. En el cine también está descubriendo la programación y la conservación. Igual, en el futuro, cuando haya estudiado más, me atrevo a hacer algo con eso», continúa Lucía. Mientras tanto, ella sigue ahí, «echándole ganas».