La graduación de Medicina de Santiago, la fiesta que el lunes no se apagó: «Mantuvimos la cena en el pazo y seguimos hasta las 06.00 horas»

VIVIR SANTIAGO

En pleno acto, y mientras hablaban los padrinos, el micrófono y la luz se fue. Eso sí, lograron comer con sus familias y cenar todos juntos en el pazo de Vista Alegre, en Vedra
02 may 2025 . Actualizado a las 12:34 h.Admite riendo que se había imaginado su fiesta de graduación de todas las formas posibles, pero nunca así. «¿Quién iba a imaginar que media hora después de arrancar el acto iba a producirse el gran apagón»?, se pregunta la vilagarciana Carmen Membrives, una de los cerca de 360 alumnos de Medicina de la USC de la promoción 2019-2025, a los que el gran apagón del pasado lunes amagó con dejar sin la celebración de uno de los días más felices de su vida.
La jornada, y la semana, arrancaba con los estudiantes posando alegres a las 11.00 horas en la escalera de la Praza da Quintana ante la atenta mirada de sus familias —y del fotógrafo de La Voz—, que celebraban también cómo los jóvenes lanzaban al aire sus bandas. El horario previsto para la jornada les llevó a las 12.00 al Palacio de Congresos de Santiago, donde arrancaba con normalidad el acto, presidido por el rector de la USC, Antonio López. «Fue a las 12.35 horas y durante las intervenciones de los padrinos, Juan Suárez Quintanilla, Inés Sánchez Sollero y Ana Bermejo Barrera, cuando de repente el micrófono y todo se apagó. Dos minutos después ya se recuperó la luz, pero el micrófono tardaba. Eso sí, tanto los padrinos como los Alba Fernández, Olalla Maceiras y Miguel Sequeiros, que intervinieron en representación de los estudiantes, no dudaron en seguir hablando a viva voz. El acto se celebró», atestigua Carmen Membrives, anotando que, en su caso, y con ciertos cambios la comida —cada estudiante suele estar con su familia al mediodía— también pudo celebrarse.
«Yo fui con mis padres al restaurante A Moa, en la rúa de San Pedro, y salvo por la fideuá, pudimos comer lo que estaba previsto. Aún así, era insólito ver a los cocineros trabajar a oscuras. Pero salvaron la jornada», realza la joven.
«Ya por la tarde, y sin conexión telefónica con el resto de compañeros, me fui a mi piso. Tanto mis compañeras como yo nos preguntábamos qué hacer. Lo que estaba previsto era que a las 20.30 horas nos juntásemos todos —también los padrinos y los diez profesores que habían confirmado su asistencia— en la estación de autobuses, donde cogeríamos un autobús hasta el pazo de Vista Alegre, en Ponte Ulla, en Vedra, donde se iba a celebrar la fiesta. Al final, dijimos: ‘’Ya que estamos vestidas y maquilladas, vamos, a ver qué pasa», revive la joven, admitiendo que su pensamiento lo tuvo también toda la promoción. «Estábamos todos y nos fuimos en el autobús, aún así, con la incógnita de si se podría o no celebrar. Yo creo que después de todo lo que estudiamos, a muchos nos daba igual que hubiese langostinos o queso. Lo importante era estar todos juntos y lograr que la fiesta se hiciese. Yo soy bastante optimista. Nunca llegué a pensar que no se pudiera celebrar. Al llegar allí, ya vimos que era posible», celebra la estudiante aclarando que la cena salió según lo previsto y que los principales cambios debido al apagón los notaron en los focos y en el dj. «En vez de una bola de discoteca girando, había focos estáticos por el suelo, que iban cambiando de color hasta que se iban apagando. Entre la música del dj, se notaba fuerte el sonido de un generador. En el pazo contaban con generadores y todo se mantuvo. De hecho, seguimos de fiesta hasta las 06.00 horas. Allí no teníamos cobertura, pero al llegar de vuelta a Santiago, y ya en un momento en el que en Compostela se había recuperado la luz, empezamos a ver todos los wasaps del día anterior», señala, anotando la tradición sostenida en el tiempo que en este caso sí tuvieron que eliminar.
«Normalmente, al llegar a Santiago, los graduados entran en las clases de Medicina haciendo ruido, poniendo música. En esta ocasión y al estar suspendidas la actividad lectiva el martes, ya no tenía sentido. El de la charanga con el que habíamos hablado también nos decía que no tenía permiso para tocar por la calle. No se pudo hacer, pero al menos, pudimos celebrar que nos graduábamos. Eso sí que no se apagó», acentúa.